miércoles, 31 de julio de 2024

Café de Hansen (5-Fermín Olivera-1era parte)

 


5-FERMÍN OLIVERA

 

 

−No lo puedo creer, Fermín. Es algo que no se puede describir con palabras porque no alcanzan. Las busco y no las encuentro.

−Cuéntame mejor –le dijo Fermín Olivera a su amigo Conrado al otro día en el mismo lugar donde se encontraban para tomar unas copas. Las salidas nocturnas de siempre, las que tanto molestaban a sus padres.

−Ella estaba allí, rubia, llamativa y deslumbrante. Jamás había visto a una mujer así. ¿Te das cuenta, Fermín?

−Bueno, amigo, en todo Buenos Aires debe haber miles. No tiene por qué ser tan única. Capaz que es casada y mayor. Ahora las mujeres se cuidan y parecen de treinta.

−Un hombre la acompañaba, eso es verdad. Lo raro es que en mitad de la obra se levantó y se fue. Me llamó la atención. Es que con mi madre, Elena, y toda la familia tuve que disimular y hasta me alejé del palco en un momento para ver dónde estaba. ¡Qué loco! Lo pienso y no lo creo, es que no me reconozco.

−Calma, amigo, calma. ¿Tú no amas a Elena Aldao? ¿Me equivoco?

−No, Fermín. Pero… ¿qué voy hacer? Es una buena muchacha, ideal para casarme y para formar una familia.

−Es que sino la amas serás infeliz toda tu vida.

−No creo, me acostumbraré.

−Y entonces, ¿por qué buscas a la rubia?

−No sé.

Conrado estaba tan confundido que se había olvidado que era viernes y que al otro día tenía la cena en su casa con Elena y los suegros. Fermín intentaba normalizar la situación porque los arrebatos de su amigo, que desconocía, lo dejaban al margen de todo razonamiento lógico. Iba a casarse porque era su obligación ante una sociedad que “exigía” cumplir con la vida: esposa, hijos, hogar… Pero luego iba en sentido contrario: diversión, mujeres, amores. Fermín no entendía, es que él ya tenía treinta y cinco años, nunca había estado enamorado y debía atender a una madre en silla de ruedas que le reclamaba su presencia todo el tiempo. Él podía estar en la casa porque había heredado los campos de su padre que tenía alquilados, eso le daba un respiro y se quedaba horas cerca de ella para complacerla. Pero doña Juana lo trataba como un niño.

−No salgas que hace frío y te puedes enfermar. ¡No quiero ver gente enferma! ¿Qué hacemos después?

−Soy grande, mamá, me sé cuidar…

−¡Nada! Acá yo necesito atención y si no estás tú ¿quién?


Así Fermín prefería quedarse antes de escuchar tantos reproches y ver malas caras. El egoísmo de su madre era inmenso. Sólo podía salir de noche cuando ella se iba a dormir, asistida por una de sus tantas cuidadoras. Como tenía mal carácter, Fermín había buscado una señora para cada día de la semana. De esa forma no se cansaban y podían hacer mejor el trabajo. No contenta con eso, doña Juana las retaba porque se comían el dulce o las tortas de fresas que ellas mismas horneaban… Sus limitaciones la tenían mal; había sido una mujer que frecuentaba lo mejor de la alta sociedad, pero una caída la había dejado postrada. Fermín era su único hijo, y parecía que iba por el camino de la soltería.

**

CAFÉ DE HANSEN
----------------------Lo de Hansen, Dama de Noche, El caballero negro, Los compadritos, Los tiempos viejos, Buenos Aires.

martes, 30 de julio de 2024

Café de Hansen (4-Águeda-2da parte)

 

Al otro día Emilia Paz y Bustos se fue a ver a la abuela Águeda, su madre.

Águeda vivía del otro lado de la ciudad en una casa enorme de dos pisos con ventanas rectangulares y cerco de espinos. Solía sentarse frente a la ventana en lo alto para observar la calle, los carros, algún gato callejero. La señora Ada la cuidaba bien. Desde que habían venido del campo, junto a su padre, había salido solamente para ir a misa y luego, cuando murió el esposo, al cementerio.

−Qué gusto señora Emilia.

Ada la llevó por un pasillo en penumbras, por dos salones y junto a una escalera para llegar a la sala-biblioteca. En el centro del lugar se destacaba un sofá de terciopelo verde y dos sillones más pequeños con tapizados y arabescos. Los estantes estaban cargados de libros. Por la ventana, donde Águeda solía sentarse, se veía un castaño.

−¿Le sirvo un café, señora Emilia?

−Sí, gracias. ¿Y mi madre?

−Está arreglándose. Usted sabe lo coqueta que es…

La abuela se acostaba con un camisón distinto todos los días, se ponía perfume y se pintaba los labios. Decía que lo hacía porque podía morir dormida y entonces quién la encontrara no tenía mucho trabajo por hacer. Ya estaba lista para el velatorio. Excentricidades de la abuela diría Conrado.

Aquella casona le traía demasiados recuerdos a Emilia: la adolescencia, la juventud, los gritos de su padre cuando no le gustaban los pretendientes, muchas peleas por dinero y herencias.

“La plata divide…”

−Hola, nena.

−Mamá, espere que la ayudo.

−¡Yo puedo sola! –gritó la abuela Águeda con su carácter difícil y se acomodó, después de muchas vueltas, en el sofá más grande. La miró a su hija por encima de las gafas y le dijo:

−Tú no estás bien.

−Bueno, mamá, acá yo vine a verte a ti, a saber sobre tu salud, no a que me juzgues y a que me reproches mi aspecto o mi cara de cansada.

Emilia sintió una sensación de soledad parecida al del abandono infantil. Tal vez, eso se reflejaba en sus ojos y su madre reaccionaba de esa forma, tratándola como una niña.

−¿Y mis nietos? ¡Son tan ingratos! No vienen nunca. Así abandonan a los viejos. Yo tendría que estar viviendo en la casa de ustedes. No acá sola con extraños.

−Bueno, nunca quisiste ir a casa cuando murió papá.

−¡Porque era joven! –gritó enojada.

−Ay… siempre me haces difícil las visitas. ¿Por qué eres así conmigo? Yo no estoy bien, tú lo dijiste, pero siempre trato de complacer a todos. Es imposible conformar a los demás cuando uno mismo se siente débil y desprotegido. Perdona que te diga esto, pero tú me obligas.

−¿Y el tonto de tu esposo? Es él el que te tiene que cuidar.

−Lo hace, mamá, lo hace…

−No parece…

Emilia se puso de pie. El egoísmo de Águeda le daba palpitaciones. Pensó que no hubiera podido, en esas condiciones, vivir bajo el mismo techo. No, ahora.

−¡Ya te vas!

−Tengo mucho que hacer, mamá.

−Siempre igual –se quejó.



Es que no se daba cuenta que, con su actitud, alejaba más a su hija y a sus nietos que casi nunca la iban a visitar. No lo hacían porque al verlos comenzaban los reproches, uno tras otro, y si bien tenía razón, la abuela carecía de filtro y dejaba a la luz ciertas miserias humanas que resultaban abrumadoras.

−No se preocupe, señora Emilia –dijo Ada−. Vaya tranquila, ya la conocemos a la abuela. Hay que estar en su lugar. El paso del tiempo también nos arruga por dentro.



“El porvenir me inquieta…”

              Gustave Flaubert

**

CAFÉ DE HANSEN
--------------------Lo de Hansen, Dama de Noche, El caballero oscuro, Los compadritos, El tango, La abuela, Buenos Aires, Los tiempos viejos.

lunes, 29 de julio de 2024

Café de Hansen (4-Águeda-1era parte)

 


4-ÁGUEDA

 

 

Conrado, después de dejar en su casa a Elena Aldao, a quien despidió con un beso en la mejilla, pensó en irse como siempre a recorrer la ciudad nocturna. Todavía era demasiado temprano y aquella mujer enigmática lo había dejado impresionado. A tal punto que decidió ir a la casa de su amigo Fermín Olivera. Seguramente, estaría leyendo en la planta alta de su mansión de Belgrano y Sarmiento. Con él salía todas las noches, pero esta vez le había comentado que tenía que llevar a su familia a la ópera. Lo invitó para deshacerse un poco de Elena, pero no quiso. No le gustaba mucho ir al teatro rodeado de mujeres que hablaban mal de otras. Es que así eran; a los hombres no les importaban las cosas triviales.

Llegó a la mansión, pero la luz estaba apagada. Entonces, le dijo al cochero que volviera para su casa. Se iría a dormir temprano pensando en una cabellera rubia y en unos ojos oceánicos.

Se paró en seco al presentir que no estaba solo en el comedor. Había alguien en la cocina. ¿Tomasa? Quizá, estuviera preparándole algún brebaje a su madre. Tal vez, la criada estuviera enferma. Conrado irrumpió en la estancia, ansioso por saber si algo marchaba mal.

Al débil resplandor de una vela y del fuego escaso de la chimenea, vio a Nieves. Se encontraba abrigada con su chal y con una taza de té en las manos.

−Soy yo, no te asustes.

Conrado avanzó hasta que el resplandor dio de lleno en su rostro.

−¿Qué haces acá sola?

−Estuve tomando un té con mamá, pero ella se fue a descansar. Yo me quedé pensando, es bueno estar sola con el silencio. A veces, se encuentran las respuestas. ¿Quieres té o café?

−Café.

−Qué bueno que regresaste temprano, hermanito. A mamá le hace mal que estés de fiesta todas las noches por esas “calles de Dios”.

−Me divierto un poco. La vida es corta y soy muy joven. Ya va a llegar el día que tenga que quedarme dentro de casa con hijos chillones y una mujer obesa.

−¡Oh, qué feo! ¡El matrimonio no es eso!

−¿Tú sabes? ¿Y qué es?

−El amor que se desborda…

−¡Qué romanticismo que me empalaga, propio de las mujeres-niñas como tú! ¿Qué me dices de ese tal Andrés?

−Nada. Es el primo de Elena.

−¿Y te parece guapo? −le preguntó tomando el café que acababa de servirle.

−No sé. A mí me enamora otra cosa: el carisma, la conversación, la seriedad, la cultura… Si lee libros y si le gusta poco salir. Tú no serías novio mío, seguro –le dijo con una sonrisa.

−No sé a quién te pareces. A nuestro padre. Él siempre fue de una sola novia. Por eso es tan severo.

−Ve a dormir, hermanito. Hasta mañana.


Conrado se quedó solo en la cocina mirando la luna por un costado de la ventana, donde la cortina se hallaba corrida. Hizo millones de conjeturas sobre la mujer maravillosa que acababa de conocer. Tendría que buscarla y su amigo Fermín lo ayudaría. Pero, ¿cómo? Hasta ahora, en todas sus salidas no la había visto nunca. Quizá, estaba casada con ese hombre que parecía más un agente de seguridad que otra cosa. Como si ella fuera una actriz exitosa y tuviera demasiados hombres alrededor que la cuidaban para que nadie la atropellara. ¿Sería una famosa?

Conrado se fue para el cuarto y cerró con llave. Miró otra vez la luna por la ventana y el romanticismo de Nieves, tan cursi para él, le vino al alma y le apretó el corazón. ¿Eso era amor? Si lo era, en verdad no lo conocía y se parecía mucho a lo que su hermana le había contado. ¡Qué tonto! No sabía nada de aquella mujer fantasma; no podía amarla. Eso era un absurdo total.

−¿Conrado estás ahí?

−Sí, madre.

**

CAFÉ DE HANSEN
-------------------Lo de Hansen, Dama de noche, Los compadritos, El tango, El caballero negro, La luna.

domingo, 28 de julio de 2024

Café de Hansen (3-Andrés Rosas-2da parte)


Salió desesperado a la calle porque la dama hipnótica había desaparecido, pero alcanzó a verla subir radiante en un coche-galera con el hombre que la seguía… Se quedó absorto con la imagen que se perdía en la soledad de la calle. Aquel ser lo había hechizado por una magia desconocida que ni él mismo podía explicar.

¿Qué le pasaba?

 

 

La dama misteriosa y bellísima iba en el carruaje con lágrimas en los ojos. El hombre miraba para otro lado. No le importaba la angustia que veía en su mirada.

La desolación de las calles de Buenos Aires a esa hora de la noche traía más sosiego al alma de la desconocida que parecía desprotegida y completamente disconforme.

−¿Vamos para el bar? –le preguntó él.

−No. Me quiero ir a casa.

−Te acompaño.

−No, necesito estar sola.

El caballero parecía ofuscado con la conducta de ella y su inoportuno sentimentalismo. Se suponía que debía ser fuerte y fría, que no tenía que importarle nada de esa sociedad de gente rica que sólo miraba por encima de los hombros a quien era diferente. Ella resultaba ser única en todo, pero llevaba una carga pesada, una cruz, y le costaba. Eso a su compañero, por momentos, lo quebraba.

−Me das bronca, mujer. Qué te importan a ti esos “nariz para arriba”. Si no recibes nada de ellos, sólo te buscan cuando quieren porque saben que siempre estás dispuesta. ¿Acaso te sientes arrepentida de algo?

−No –dijo, pero le tembló la voz.

Cuando llegaron a su vivienda, ella se bajó y no lo saludó. El hombre hizo un gesto de fastidio y le indicó al cochero que siguiera su camino.

La casa modesta tenía una reja que apenas cerraba y un alero pequeño con un farol de gas. Se internó en los cuartos helados buscando respuestas a una realidad fragmentada y herida. Sola había caído en ese pozo de risas, cuando las miradas le devolvían juicios y reproches. No debía quejarse, de allí no podía volver aunque quisiera… Ir a la ópera no había sido una buena idea; el lugar de ella era otro y lo sabía. Hubiera querido desaparecer para siempre, pero cuando se hallaba bajo las luces de aquel santuario, donde la música la llevaba y la traía se sentía otra, como en las nubes, y eso le devolvía la confianza y los deseos de vivir.

 

 

La función había terminado y Andrés Rosas no se quería retirar. Se hallaba conversando entusiasmado con Nieves Iriarte quien lo miraba fascinada. Era tan joven, nunca había estado enamorada.

−¡Vamos, hija! –reclamó don Amadeo.

Conrado ya se había ido con Elena Aldao en otro coche.

−Disculpe, me llama mi padre.

−¿Cuándo la puedo ver otra vez?

−Disculpe –volvió a decir Nieves y corrió al carruaje porque don Amadeo ya estaba dispuesto a irla a buscar de un brazo. Se había distraído con Andrés más de lo permitido y eso a don Amadeo le sacaba su peor perfil. Era un padre muy celoso de su hija mujer.

−Niña, es que no piensas. ¿Qué te ocurre? –le preguntó doña Emilia cuando subió al coche y emprendieron el regreso a paso lento.

−No me rete, madre. Fue sólo una charla inocente.

−¿Inocente? –reaccionó don Amadeo−. ¿Viste Emilia como él la miraba? Parecía que se la quería devorar…

−Ay, no seas grosero. ¡Por favor!

−No me gustan esos hombres tan demostrativos y con poco tacto. Sin diplomacia. ¿De dónde salió? ¿Quién lo invitó? ¡Qué fiasco!


Los tres llegaron a la residencia con los ánimos caldeados. Don Amadeo seguía rezongando solo y ya nadie le respondía. Se fue al cuarto sin saludar a las mujeres que fueron a la cocina a tomar un té. Nieves parecía en las nubes y su madre lo notó al instante. Nunca la había visto así, con esa luz en los ojos, con esa belleza interna que se transmitía en los gestos y a sus palabras. Nieves quería disimular, pero no podía. Su madre la conocía demasiado. Se sentaron a tomar la infusión que preparó Emilia porque Tomasa seguramente estaría en su cuarta pesadilla.

−¿Necesitan algo? –se escuchó una voz detrás de la puerta y apareció la criada con una cofia hasta los ojos que se le caía para un costado. Bostezaba como un gato y parpadeaba todo el tiempo como si la luz la dejara ciega.

−Ve a dormir, ¿quieres?

−Perdón, doña. Me dio sueño y no las pude esperar…

 

“Nacer no es poca cosa”

              María R. Lojo

**

CAFÉ DE HANSEN
----------------------Lo de Hansen, Dama de noche, El caballero oscuro, Los compadritos, El tango, El amor menos pensado.

sábado, 27 de julio de 2024

Café de Hansen (3-Andrés Rosas-1era parte)


 

3-ANDRÉS ROSAS

 

 

Al otro día, por la noche, asistieron a la ópera como quería doña Emilia, porque Conrado les había prometido que las iba a llevar. Fueron en dos coches: Nieves y su madre; Elena con Conrado y don Amadeo. Antes de entrar, apareció Andrés Rosas, el primo de Elena Aldao, la prometida de Conrado, pero ellos no lo vieron…

En la alta sociedad prevalecía el gusto por las óperas, la música italiana pura. Gran número de mujeres tuvieron afición por el canto como Micaela Darragueira, Carmen Madero, Feliciana Agüero y Enriqueta Molina. Los instrumentos favoritos eran el arpa y el piano, pero también la flauta, el violín y la guitarra.

Para la alta sociedad en cada ocasión se aplicarán pautas específicas de vestimenta y comportamiento. La asistencia a las grandes fiestas exigía el uso de fumar o frac; en las reuniones, en los salones privados o en el Jockey Club iban, a menudo, con levita.

En Buenos Aires se respiraba un halo europeo. La aristocracia se rindió a la ópera, el género preferido de sus familias. “La Pacini” como se la conoció a la soprano ligera portuguesa Regina Pacini del elenco “El barbero de Sevilla” que se ofrecía en los teatros, era un hallazgo para esos años.

En el centro de los palcos altos, frente al proscenio, estaba el que le correspondía al gobierno, de doble dimensión que los otros y decorado con cenefas de seda celestes y blancas. La familia Iriarte contrató a su palco para presenciar una obra de Arturo Toscanini. Las damas de excelencia con sus joyas y abanicos, no dejarán de mirar a los demás de su condición. Conrado se mantenía de pie, impaciente. No le gustaba el ambiente, la gente, la obra… Para él era un hartazgo estar allí conformando a las mujeres y los caprichos de la familia. Consideraba una actitud egoísta de parte de su madre, pero la comprensión. Había que hacer lo que para todo el mundo era correcto.

−Buenas noches –dijo, de repente, Andrés Rosas, quien apareció tras los invitados y Elena, su prima, se sorprendió por esa presencia que la dejaba al descubierto.

−¿Quién es el caballero? –preguntó don Amadeo.

−Mi primo –agregó Elena con rapidez, y avergonzada.

Luego de ser presentado, Andrés Rosas se instaló para presenciar la obra como uno más, y los otros presentes no dejaron de mirarse. La peor parte la llevaba Elena que no lo había invitado y que sentía culpa por incomodar a la familia de su novio.

Nieves, la hermana de Conrado, en cambio, lo observaba con atención; un juicio sobre él era poco. Ya le había sacado el color de ojos, la ropa de marca, el sombrero de alta calidad y hasta el reloj de bolsillo con cadena de oro. Un equilibrio demasiado frívolo de su estampa de caballero refinado ya la altura de las circunstancias. Él la miraba y no dejaba de inclinar la cabeza; ya le dolía el cuello de tantos saludos. La obra había pasado sin pena ni gloria. Nieves y Andrés no sabían de qué se trataba…


Conrado tampoco escuchaba nada porque una dama demasiado hermosa ocupaba un palco que quedaba enfrente. Ella ostentaba un sombrero enorme con plumas de faisán y se ocultaba un poco el rostro con un abanico español. Al lado, un hombre parecía escoltarla o cuidarla. La gente, sobre todo las mujeres, la observaban con atención y hablaban entre ellas, comentaban y hasta parecían molestas y asombradas. Es que habían descubierto un traspié, la transgresión de algún necio, el hallazgo menos pensado. Y eso las desarmaba, no la entendían y hasta querían tomar medidas sin pedir permiso. Conrado se distrajo un momento y cuando volvió la vista para contemplar a aquella mujer tan bella y llamativa, ya se había retirado. Miró a un lado ya otro y no pudo localizarla.

-Permiso –dijo.

−¿Dónde vas?

**

CAFÉ DE HANSEN
------------------------Lo de Hansen, Dama de noche, El caballero negro, Los compadritos, El tango, El amor menos pensado.

jueves, 25 de julio de 2024

Café de Hansen (2-Elena Aldao-2da parte)

 


Emilia entró a la cocina donde Tomasa se encontró preparando el desayuno.

Dio un paso en falso y perdió el equilibrio.

La criada no se dio cuenta y Emilia intentó disimularlo.

−¿Pasa algo?

−No, nada. ¿Mi esposo se fue al hospital? ¿Y Conrado? ¿Lo viste?

−El señor Amadeo se fue tempranito y al niño no lo vi –contestó Tomasa observando, con disimulo, por la ventana que le mostraba un día gris y casi lluvioso. Miró el granero de piedra de la casa vecina y lo vio nebuloso, acoplado de bruma; dos perritos jugaban bajo las gotas igual que niños con sus deseos de ser felices sin importarles el frío del paisaje o las hierbas secas castigadas por las heladas del invierno.

−¡Qué melancólico que es el frío! ¿No? –le comentó a doña Emilia.

−Para mí todos los días son iguales.

−No, el verano tiene más vida.

−La vida está dentro de uno y no tiene nada que ver con las estaciones, porque se siente latir con el entusiasmo, la sabiduría de las cosas simples, el deseo de llegar a alguna parte: un logro cercano, una meta por alcanzar por más sencillo que mar.

−Me gustaría encontrar eso que usted dice…

−Sí, Tomasa. Se siente no se busca.

Es que la criada tenía una sensación de vacío porque carecía de familia propia, en cambio doña Emilia debía ocuparse de Conrado y de Nieves. Aunque eso la sacaba de su eje, sabía que debía estar bien para orientarlos por el buen camino. Sólo que el varón le estaba dando más trabajo que la niña.

Las mujeres, ayudadas por sus madres, iban a la modista ya reunirse con amigas de vez en cuando, a algún baile oa la ópera. Siempre acompañadas. Eso a Emilia le daba paz, aunque las adolescentes no tenían sosiego y deliraban hasta cuando tocaban el piano.

−Ajusta las agujas del reloj –le dijo Emilia a Tomasa.

−¿Qué?

−Digo, que ordenes tus pensamientos y prioridades porque puedes caer en una depresión y de allí es difícil salir.

“¿Depresión? Eso es solamente tristeza y se pasa tomando un licor”, pensó Tomasa sin darle importancia a la recomendación de doña Emilia.

Nieves se hallaba leyendo junto a la ventana donde daba el sol porque le gustaba la luz natural. Aunque ese día había aparecido de a ratos porque las nubes encaprichadas lo dejaban a oscuras. Las mismas sombras que veía Tomasa y que le traían descontento.

Los vendedores ambulantes recorrían las calles con sus carros pobres y llevaban desde velas a plumeros, desde cacharros de cocina hasta candelabros de latón.

−Pobre gente –dijo Nieves por lo bajo.

−Sí, querida –respondió Emilia quien pasaba para el zaguán con unas cartas−. Tendría que ir a ver a la abuela Águeda. Ya hace tiempo que no voy y me dijo que le dolían demasiado los huesos.

−Yo te acompañaría, pero esta tarde tengo la “tertulia de las damitas”.

−¿Y dónde se reúnen?

−En la casa de Genoveva del Campo.


−No me gusta esa chica, es algo liberal para la época. Los padres no le ponen límites. Me extraña tratándose de una gran familia. Dicen que ha tenido varios novios. Uno no se puede enamorar tantas veces.

Doña Emilia la tenía sentenciada a Genoveva del Campo porque una vez que había venido a la casa por unas partituras de piano le había preguntado por su esposo de una manera poco confiable y atrevida para su gusto. Era una niña y se fijaba, al parecer, en un hombre maduro.

−¿Es su esposo? ¡Qué interesante!

Ese comentario tan fuera de lugar hizo que doña Emilia la mirara con recelo y que nunca más la invitara a alguna reunión. Quizás, el comentario no tenía nada de malicioso, pero viniendo de una muchacha parecía un despropósito.

“La juventud está perdida”, pensó Emilia sin decirlo en voz alta. No quería que nadie supiera el vergonzoso momento que tuvo que pasar por culpa de Genoveva.

 

La verdad depende de quien cuenta la historia.

                         Kate Morton

**

CAFÉ DE HANSEN
----------------------Lo de Hansen, Dama de noche, El caballero negro, Los compadritos, El tango, El amor menos pensado.

miércoles, 24 de julio de 2024

Café de Hansen (2-Elena Aldao-1era parte)

 

2-ELENA ALDAO

 

 

 

Tomasa regresaba de la panadería, a las siete y media de la mañana, y alguien la tomó de la cintura por la espalda. Se sobresaltó, pero al instante se dio cuenta de quién se trataba.

−¡Niño, Conrado! Mire si son horas de llegar.

−Silencio. Ahora me quitaré los zapatos y subiré al cuarto. Tú callada como siempre.

−¡Qué feo, niño! Engañar a su madre me duele mucho, sabe.

−Silencio.

Conrado se quitó los zapatos y fue rápidamente por la escalera; entró a la habitación y cerró con llave. Al rato, oyó unos pasos y se hizo el dormido.

Él estaba enamorado de la vida y cada hoja de ese otoño-invierno era un aniversario. Lo veía así, lo palpitaba, lo soñaba… Y sus padres, gente grande y aburrida, pensaban en casarlo para aburrirlo más. Elena Aldao era como un río blanco de azahares recostado sobre las niveas túnicas en los pórticos de las iglesias: la novia, la que vestía siempre el mismo traje. Lo tenía guardado desde tiempos inmemoriales para usarlo lo más pronto posible, y él se quedaba mudo cada vez que la veía porque la falta de voluntad lo desmotivaba. Elena bella e ingenua lo miraba intentando que Conrado tomara una decisión, pero él sacaba el reloj con cadera de oro del bolsillo y decía:

−Me disculpan, me esperan…

La joven se quedó con las manos enguantadas sobre la falda y el corazón sin cortejo, entre dos mundos: la realidad y lo que esperaba de esa realidad. A veces, hubiera querido insultarlo.

Una fina calleja pasaba por detrás de la imponente hilera de casas. Elena se estaba preparando para ir a la “tertulia de damitas”, por la tarde. Ésa era una de sus salidas, las otras ir a misa los jueves con su madre y los sábados a cenar a la casa de Conrado. Ella, como toda hija única, tenía sus propios códigos, ideas y pensamientos, y no se dejaba manejar demasiado por sus padres. El casamiento con Conrado aparentaba ser toda una imposición, pero él era tan guapo que no podía dejarlo en brazos de otra mujer.



−Quiero ir a esa tertulia –dijo su primo Andrés que acababa de entrar por la puerta que daba al jardín.

−No es para hombres. Es solamente de mujeres.

−Cuando la organicen en la casa de los Iriarte iré por sorpresa.

−Ah… y se puede saber para qué –se río Elena.

−No, mi querida. No.

La madre de Elena parecía sufrida y hablaba bajito. Lo cierto, era que se enojaba con facilidad por todo, y solía decir:

−Bueno… bueno…

Como queriendo llamar a quien tenía enfrente o simplemente poniendo sus límites a la que consideraba la soberbia del otro lado. Sabía que Conrado era un tanto frívolo y despreocupado, pero lo importante era que Elena se casara con alguien de buena familia porque podía enamorarse de cualquier “pobre diablo” y eso era mucho peor.

−Tía, la política me tiene demasiado ocupada, pero tú no crees que debo ir pensando en buscar novia.

−Sí, sobre todo si te quieres ir al sur. Un intendente de un pueblo de Río Negro tiene que llevar esposa. Eso da otra categoría. Incluso me parece que deberías estar casado antes de las votaciones porque eso muestra una imagen positiva.

−Usted va demasiado rápido.

−La vida te empuja, Andrecito.

Él, con cierta actitud cómplice, se puso el sombrero, se ató el pañuelo al cuello y se fue para el comité. Debía ultimar detalles, con sus correligionarios. Tener vocación de servicio no lo hacía ni mejor ni peor, pero le daba más energía y valor. Consideraba una buena calidad para dedicarse a la política. Sabía que estaba lleno de oportunistas.

** 

CAFÉ DE HANSEN
-------------Lo de Hansen, Dama de noche, El caballero negro, Los compadritos, El tango, El amor menos pensado.

martes, 23 de julio de 2024

Café de Hansen. (1-Conrado Iriarte-2da parte)

 


La madre, que había escuchado la conversación, subió rápidamente al balcón donde se veía un infinito con las farolas encendidas que salpicaban con su luz los techos rojos. En la noche cerrada, acostada en la bruma, Conrado se subió a una galera y partió velozmente.

Emilia Paz y Bustos como se aburría mucho se puso a bordear un mantel con flores amarillas y rosadas. El rojizo resplandor de la llama le daba en el rostro. La hora de la cena se retrasaba. Tendría que ir a la cocina a preguntarle a Tomasa. Por una extraña razón, las salidas de Conrado la tenían preocupada e inquieta; Sabía que no debía hacerse problemas. Su corazón era débil y estaba demasiado cansada. Se había vuelto grande y hablador porque lo sentía palpitar por las noches cuando se recostaba. Cualquier ruido la asustaba; a veces, se oían tiros a la distancia y entonces el temblor de su cuerpo era mayor. Se levantaba y, entre las sombras del pasillo, con una vela, iba a mirar si Conrado se hallaba durmiendo. Abría la puerta despacio y si lo veía la cerraba con el mismo sigilo. Lo que la aturdía era todo lo contrario; si no estaba el corazón le galopaba en el pecho como un corcel atrevido y huraño.

Eran los hombres de la época.

Se recostó antes de ir a hablar con Tomasa y soñó con un hecho pasado en la tapera de los puesteros en el campo de su padre hacía muchos años, cuando ella era pequeña:

Sobre el mantel donde reposaba la yerba y el mate, dormía la cabeza de Roque sobre un manto de sangre... La mirada del hombre se apagaba mientras contemplaba por la ventana la bandada de teros. Lina yacía sobre la mesada de ladrillos centenarios que Roque había construido. Todavía sostenía la cuchara de madera con la que revolvía la sopa de zapallo unos minutos antes. En medio de ambos, rígido, un hombre vestido de gaucho, con la cabeza envuelta en un gorro de lana y un pañuelo azul al cuello, los miraban. Llevaba una rastra llena de monedas, que le había robado al padre de Emilia, y botas de potro.

Ese mal recuerdo la despertó sobresaltada. Eran los miedos que acudían a la cita. La calle de noche era insegura, aunque su hijo fuera un hombre. Lo mejor sería que se casara pronto y que hiciera vida de hogar. Elena Aldao era una mujercita perfecta, demasiado callada para el gusto de Conrado, pero no podía dejar de enamorarse de su docilidad, belleza y excelente conducta.

Emilia bajó las escaleras medio mareada por la pesadilla que tuvo. No eran horas de dormir. Tomasa se encontró con el copón de sopa parada en la puerta del comedor y don Amadeo y Nieves sentados a la mesa.

−¿Está bien, madre? –preguntó la joven.

−Sí, me quedé dormida con el bordado.

-¿Y Conrado?

−Se fue a la calle, como siempre –respondió de mala gana Amadeo porque esa vida para su hijo no le gustaba.

−¿Dónde vas? –preguntó Nieves con inocencia−. Tiene que recordar que nos debe una salida a la ópera a mamá, a Elena ya mí.

−¡Qué ópera! Ni se acuerda de eso. Tendré que llevarlas yo mismo. Me crispa los nervios ese hijo mío.

−¡Por favor, estamos cenando! –agregó doña Emilia a quien no le gustaban los reproches a la hora de comer porque después tendría que ir por su agua de limón y las pastillas para el dolor de cabeza.

El ambiente se tornaba tenso cada vez que, por las noches, debían sentarse a la mesa los tres solos porque siempre surgía el mismo tema de conversación: la calle, los peligros, las malas influencias, los arrabales, el enemigo que podía cargar cualquier rostro. . y que acechaba para atacar a jóvenes de alta sociedad oa orilleros que se peleaban por una mujer.

−¿Traigo el postre? –preguntó Tomasa con miedo.


−¡Para mí no! Me voy al despacho a leer el diario –respondió Amadeo de mala gana. Nadie le quitaba el malhumor que le causaba la impotencia de no poder corregir la conducta de su hijo. A la mañana, debía ir al hospital por las consultas que tenía pendientes, y le hubiera gustado que Conrado fuera para que comenzara de a poco a interesarse por las distintas patologías, pero el “señorito” tenía que dormir porque llegaba casi de mañana de las juergas. A la tarde, iba a la facultad y se las ingeniaba para estudiar por el camino a la Universidad. En eso tenía talento. Amadeo no lo entendía, pero no podía recriminarlo porque siempre aprobaba los exámenes con altas calificaciones.

Emilia no le dijo nada, pero sabía de la incomodidad de su esposo y en eso acompañaba. No le gustaba la oscuridad de los barrios, porque esas sombras callejeras se transformaban en enemigas con el alcohol, el cigarrillo, la policía que con sus rondas atrapaba a los “rateros”. Un universo impeensado que Conrado traía a la preocupaciones de los padres y que, con eso, ellos lo consideraban un ingrato.

 

Creo en las negras nubes que amenazan…

                        Felipe Aldana.

**

CAFÉ DE HANSEN
------------------------Lo de Hansen, Dama de noche, El caballero negro, Los compadritos, El tango, El amor menos pensado.