Escuchó
risas y miró en todas direcciones; la casa parecía un enorme sepulcro donde
dormitaban las almas. La mecedora se movía pero Salvador no la vio. Sentía
cierta ensoñación de ultratumba, pero también miedo a su propia reacción.
“Mucha cercanía me
asfixia; mucha distancia me mata”, escuchó que le
decía una voz como suspendida en el aire.
El
excesivo misterio y esas palabras lo sacaron de su eje. Se detuvo el tiempo
nuevamente que no era el de los relojes. Escuchó las risas.
−Está
enfermo y poseído −dijo Roberto, de repente, cuando apareció con un amigo−, pero
pronto será derrotado.
Ambos
desaparecieron por el pasillo que conducía
a las habitaciones. Salvador no atinó a decir nada; temblaba como una
hoja y salió huyendo del lugar como un delincuente más.
La
iglesia era su refugio. Mientras vivió el cura anciano se pasaba horas
conversando con él o escuchando tocar los himnos de su madre en el órgano. Le
gustaba subir al campanario y mirar de allí el pueblo, también le encantaba el
sótano con su olor a humedad y ver los santos de yeso que se encontraban
recostados esperando sanar aquellos cuerpos.
La
parroquia parecía un cielo de almas y en ella creía ver a su padre que venía a
abrigarlo, a salvarlo de todo mal.
−¿Hijo,
qué te ocurre? −escuchó la voz del cura.
Le
tenía un miedo irracional a la locura; pensó que la voz que le hablaba era la
de su padre muerto, pero al darse vuelta vio al párroco que lo miraba con
ternura y asombro.
−Necesito
ayuda, me siento sin fuerzas para llevar adelante los destinos de una familia
porque no me respetan. Mi hijo mayor tiene que alejarse de la droga y mi esposa
no ve el daño que le hace. Yo ya no puedo intentar nada, ellos construyeron un
muro delante de sus ojos y están jugando a volverme loco.
−Tienes
que calmarte porque siempre existe una solución en esta vida. Nada está
perdido.
−Soy
un hombre destruido por la soledad y la indiferencia, pero la culpa es mía se
lo aseguro… Yo podría haber tenido otro destino, haber elegido a otra mujer
para casarme, pero enceguecido por la pasión, usted disculpe, me dejé llevar
únicamente por el placer del sexo sin ver que el amor verdadero es otra cosa:
armonía, compañerismo, deseos de que el otro sea feliz, ternura.
−Tú
te has equivocado pero todavía estás a salvo, tienes que mirar por ti y por tu
bien. Ya has hecho mucho por ellos. Eres un hombre devorado por las angustias
que no puedes descifrar ni compartir. Si continúas de esa manera enfermará tu
cuerpo. Busca a las personas que te quieren y trata de dar ese caudal de amor que
tienes dentro. No existe mayor dicha que dar.
−Yo
no tengo nada, padre.
−Eres
valioso, no te culpes. Deja para los otros las miserias y apártate de ese
horror. Ellos te buscarán.
−Para
matarme.
−¡Qué
dices!
−Sí,
padre, me odian y necesitan que desaparezca para apoderarse de mi dinero y así
poder ser libres. Yo soy un obstáculo en sus vidas porque quiero que caminen
derecho, que sean gente de bien.
−Son
ellos los que se equivocan, hijo. No sientas culpa.
Salvador
estaba parado en el último escalón de la
existencia, donde el ser humano se transforma en despojo y lo abandonan las
fuerzas.
Salió
a la calle en medio de la noche. Camino hacia la casa, se puso a pensar en su
madre Úrsula y en su hermana Pilar. Ellas sí lo querían de verdad.
“La nostalgia se
inventó para poder hacer vivo el recuerdo e intentar ser felices por un rato.”
Entró
cautelosamente y se fue a la habitación de servicio a descansar. Después de
hablar con el párroco se sintió más aliviado; sabía que la vida es impredecible
y que no podía planificar nada porque ella decidía el camino.
A
la mañana, Dolores le dijo que se fuera preparando para la confirmación de
Guillermo.
−Por
supuesto, ese niño vale oro.
−Claro,
es a Guillermo al único de tus hijos que quieres −le dijo Dolores con los
reproches de siempre.
−No
voy a discutir. ¿Cuándo es el día de la confirmación?
−El
sábado a las diecinueve en la iglesia.
−Tengo
un viaje esta semana, pero llegaré para acompañar a Guillermo porque se lo
merece. Es un niño sensible, estudioso, necesitado de afecto.
−¡Claro,
se lo merece! −dijo Dolores con ironía y se fue dejando los postigones
abiertos.
El
viento que llegaba desde los eucaliptos le trajo a Salvador una plácida
sensación de paz.
“Ella
está lejos y ya no es urgente que la quiera, ni que me quiera”, pensó.
La sangre le golpeaba tan enérgicamente dentro del cuerpo que no sabía si era de rabia o de susto. Él creía que tenía una imagen de hombre pacífico, pero aquellos adversarios lo hostigaban sin tregua y por eso no le quedó otro recurso que armarse. Muchas veces, una persona resulta ser bondadosa para los demás; sin embargo, dentro de su casa es temible.
La
semana anterior a la confirmación de Guillermo, fue demasiado corta para realizar
los preparativos. Salvador se fue de viaje por negocios y Dolores tuvo que
hacer todo sola, aunque no necesitaba la
presencia de su marido. Ella y Roberto fueron a la caja de seguridad y sacaron
el dinero que estaba guardado y que Salvador utilizaba para pagar cuentas e
impuestos. Se hallaban felices sin él y hasta bromeaban con su desaparición
física. Ninguno de los dos sentía nada por Salvador, ni siquiera piedad porque
lo consideraban tirano e implacable, pero a la vez desvalido como para acabar
con su nula existencia en un suspiro.
−Quisiera
ver su cara cuando descubra que le falta todo el dinero.
−Él
tiene demasiado, pero seguro que se enojará y nos gritará como siempre para
terminar abatido. Es un pobre hombre −dijo Dolores en medio de las bromas y
risas de Roberto.
−¡Eres
genial!
−¡Hijito,
te amo! Ya verás que pronto tendrás todo lo que deseas porque para eso está tu
madre.
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