miércoles, 24 de julio de 2024

Café de Hansen (2-Elena Aldao-1era parte)

 

2-ELENA ALDAO

 

 

 

Tomasa regresaba de la panadería, a las siete y media de la mañana, y alguien la tomó de la cintura por la espalda. Se sobresaltó, pero al instante se dio cuenta de quién se trataba.

−¡Niño, Conrado! Mire si son horas de llegar.

−Silencio. Ahora me quitaré los zapatos y subiré al cuarto. Tú callada como siempre.

−¡Qué feo, niño! Engañar a su madre me duele mucho, sabe.

−Silencio.

Conrado se quitó los zapatos y fue rápidamente por la escalera; entró a la habitación y cerró con llave. Al rato, oyó unos pasos y se hizo el dormido.

Él estaba enamorado de la vida y cada hoja de ese otoño-invierno era un aniversario. Lo veía así, lo palpitaba, lo soñaba… Y sus padres, gente grande y aburrida, pensaban en casarlo para aburrirlo más. Elena Aldao era como un río blanco de azahares recostado sobre las niveas túnicas en los pórticos de las iglesias: la novia, la que vestía siempre el mismo traje. Lo tenía guardado desde tiempos inmemoriales para usarlo lo más pronto posible, y él se quedaba mudo cada vez que la veía porque la falta de voluntad lo desmotivaba. Elena bella e ingenua lo miraba intentando que Conrado tomara una decisión, pero él sacaba el reloj con cadera de oro del bolsillo y decía:

−Me disculpan, me esperan…

La joven se quedó con las manos enguantadas sobre la falda y el corazón sin cortejo, entre dos mundos: la realidad y lo que esperaba de esa realidad. A veces, hubiera querido insultarlo.

Una fina calleja pasaba por detrás de la imponente hilera de casas. Elena se estaba preparando para ir a la “tertulia de damitas”, por la tarde. Ésa era una de sus salidas, las otras ir a misa los jueves con su madre y los sábados a cenar a la casa de Conrado. Ella, como toda hija única, tenía sus propios códigos, ideas y pensamientos, y no se dejaba manejar demasiado por sus padres. El casamiento con Conrado aparentaba ser toda una imposición, pero él era tan guapo que no podía dejarlo en brazos de otra mujer.



−Quiero ir a esa tertulia –dijo su primo Andrés que acababa de entrar por la puerta que daba al jardín.

−No es para hombres. Es solamente de mujeres.

−Cuando la organicen en la casa de los Iriarte iré por sorpresa.

−Ah… y se puede saber para qué –se río Elena.

−No, mi querida. No.

La madre de Elena parecía sufrida y hablaba bajito. Lo cierto, era que se enojaba con facilidad por todo, y solía decir:

−Bueno… bueno…

Como queriendo llamar a quien tenía enfrente o simplemente poniendo sus límites a la que consideraba la soberbia del otro lado. Sabía que Conrado era un tanto frívolo y despreocupado, pero lo importante era que Elena se casara con alguien de buena familia porque podía enamorarse de cualquier “pobre diablo” y eso era mucho peor.

−Tía, la política me tiene demasiado ocupada, pero tú no crees que debo ir pensando en buscar novia.

−Sí, sobre todo si te quieres ir al sur. Un intendente de un pueblo de Río Negro tiene que llevar esposa. Eso da otra categoría. Incluso me parece que deberías estar casado antes de las votaciones porque eso muestra una imagen positiva.

−Usted va demasiado rápido.

−La vida te empuja, Andrecito.

Él, con cierta actitud cómplice, se puso el sombrero, se ató el pañuelo al cuello y se fue para el comité. Debía ultimar detalles, con sus correligionarios. Tener vocación de servicio no lo hacía ni mejor ni peor, pero le daba más energía y valor. Consideraba una buena calidad para dedicarse a la política. Sabía que estaba lleno de oportunistas.

** 

CAFÉ DE HANSEN
-------------Lo de Hansen, Dama de noche, El caballero negro, Los compadritos, El tango, El amor menos pensado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario