‒El barco de los ricos mafiosos está por zarpar‒dijo uno.
‒¿Cuándo?
‒Mañana.
‒Bueno
sería tratar de desvalijar a alguno de esos desgraciados que viven todo el día
de fiesta y fumando cigarros importados.
‒Las
mujeres llevan collares caros que les regalan los amantes de turno.
‒Hay
que tener cuidado porque la zona suele estar vigilada.
Alan
escuchó, de lejos, esas conversaciones y la sangre se le convirtió en fuego
dentro del cuerpo.
¿Por qué algunos tenían tanto y otros nada? Porque trabajaban y luchaban por superarse, le diría seguramente su abuelo. Ésa era pura teoría y llevaba demasiado tiempo. Él tendría que conseguir la maleta de Mark lo más rápido posible, pero las horas no pasaban y la ansiedad lo consumía…
Se
fue para la residencia de Mark con la intención de buscar alguna noticia reciente.
No podía pedirle más, pero sí observar sus movimientos. Se acercó a la reja y
vio que el ambiente estaba tranquilo. Los perros ovejeros se hallaban atados en
el patio trasero y la puerta del jardín se encontraba abierta. Se sentía
incompleto, con un afán corrosivo de ladrón que arremete contra la víctima más
inocente porque sabía que la oportunidad se le presentaba casi regalada y a sus
pies. No podía desaprovecharla.
Se
asomó al cuarto de Mark sigiloso como asesino serial pero no vio a nadie.
Lejos, se escuchaba a Violet que estaba cantando. Sobre la cama de su abuelo
había un abrigo liviano, un sombrero de fieltro y dos maletas: una de ellas era
el baúl que, según el anciano, contenía el tesoro.
Alan
sintió un escalofrío de ultratumba al comprobar que su abuelo se llevaría el botín a bordo. ¡No podía ser verdad! ¡Maldición! No sabía qué hacer ni qué
pensar. El plan se le desbarató en menos de un minuto y la ilusión de
apoderarse del dinero ya no podía ser posible.
‒Tramposo‒dijo
por lo bajo‒. Ingrato.
‒¡Joven
Alan!‒escuchó de repente. Era Violet que lo descubrió espiando por las
ventanas‒. ¿Necesita algo? ¿Por qué no entra a la casa y se despide de su
abuelo que mañana parte de excursión?
‒No,
me emocionan las despedidas.
‒Oh…
No diga eso que acá no se va a morir nadie. Es por unos días que se va. No sea tan
sensible. Es un niño, usted. ¡Tan tierno!‒comentó Violet con cierto candor.
‒Gracias,
soy muy sentimental.
‒Bueno,
si le hace mal yo le digo que usted vino a despedirse y que le dejó un abrazo.
‒Sí,
mejor‒respondió Alan y escapó perturbado por sus mentiras del jardín de Mark
con las ambiciones destrozadas.