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El silencioso grito de Manuela (Cap XVI 1era parte)

 


       El sol penetraba por los ventanales de la casona. Manuela había instalado en la sala su altar de rosas, claveles y tulipanes: una cesta llena de pétalos, hierbas y té de manzanilla. En la cocina, una olla de barro despedía un aroma fuerte de alcauciles.

Julián estaba muy enfermo, con los noventa años y sus pocas ganas de vivir se iban las últimas esperanzas de Manuela de perder definitivamente el miedo a lo desconocido.


-Me parece que ayer era chico y ya me tengo que morir.

-A ti te esperan las décadas nuevas, viejito.

Julián quería reencontrarse con Letizia en el más allá porque su ausencia lo había mutilado. La verdadera lucha era resignarse a esa soledad que le quitaba la alegría de una manera radical.

Manuela recorría la galería sacudiendo el polvo de los retratos. Se parecía a la ceniza que venía desde las entrañas de la tierra donde se estaban desdibujando los huesos de sus seres amados. Le parecía ver en el patio arcilloso a las niñas juntando caracoles; las veía vivas y asustadas por los arañazos de los gatos, después la existencia temporal le devolvía la imagen de su presente. Ella no sabía que Letizia estaba anclada en aquella pensión porque la enfermedad del esposo no le había permitido salir a buscar el cuerpo. Creía ser una mujer sometida, muy joven todavía, incapaz de tomar decisiones o de enfrentar nuevamente la partida, esta vez la de su compañero: el padre de sus hijas.

Lo miró desde la puerta del cuarto con el pelo desarreglado y vio en ese rostro las leyes matemáticas, su oratoria, el abrazo poderoso… Ella ya estaba velando sus restos porque la respiración honda de Julián le decía que faltaba poco tiempo.

-Letizia lleva un sombrero de fieltro con alas anchas -alcanzó a decir antes de despedirse-. Debe estar cerca…

Manuela tembló como si tuviera fiebre y corrió a su cama a refugiarse entre las sábanas. Una semana permaneció durmiendo entre sus delirios; los nietos tuvieron que ocuparse del sepelio de Julián porque ella no reaccionó en ningún momento.

Un mes después, aferrada al travesaño de la escalera, trataba de dar los primeros pasos como una niña que recién empieza a caminar, es que Manuela jamás había abandonado la infancia. Las voces de Dolores y Laura alteraban sus pensamientos pero ella casi no las escuchaba, solamente miraba el movimiento de los labios sin comprender el léxico. Se sentía decrépita, sin ningún derecho a vivir aunque Dios le diera la oportunidad de seguir luchando para sostenerse en pie.

-Abuela dinos algo. Te amamos y nos da dolor verte así, piensa que eres lo único que nos queda.

El semblante de Manuela recorrió las miradas expectantes, las paredes y sus arabescos, el retrato de Rocío…

-Los relojes deben estar en hora para empezar a buscar. Tengo suficiente valor todavía aunque parezca un espectro -dijo Manuela en voz baja.

La familia abrazó a la anciana octogenaria al escuchar esas palabras porque, aunque parecían absurdas, demostraban que todavía le quedaba energía para expresar sus locas ideas.



-Quieres agua, un té, algo de comer.

-Necesito levantar una torre, pero antes tengo una misión.

-Dinos que te ayudaremos.

-Letizia lleva un sombrero de alas anchas y…

*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
La mujer que quería vivir un poco

2 comentarios:

  1. Un saludo
    que tengas un feliz fin de semana

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  2. hola Lujan es momento de alegria el saludarte , desearte feliz primavera
    y todos tus anhelos lluvia fina letras mojando las flores de la imaginación
    al escribir ..., un abrazo , tu amigo .jr.

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