El sol penetraba por los ventanales
de la casona. Manuela había instalado en la sala su altar de rosas, claveles y
tulipanes: una cesta llena de pétalos, hierbas y té de manzanilla. En la
cocina, una olla de barro despedía un aroma fuerte de alcauciles.
Julián estaba muy enfermo, con los noventa años y sus pocas ganas de vivir se iban las últimas esperanzas de Manuela de perder definitivamente el miedo a lo desconocido.
-Me parece que ayer era chico y ya
me tengo que morir.
-A ti te esperan las décadas
nuevas, viejito.
Julián quería reencontrarse con
Letizia en el más allá porque su ausencia lo había mutilado. La verdadera lucha
era resignarse a esa soledad que le quitaba la alegría de una manera radical.
Manuela recorría la galería
sacudiendo el polvo de los retratos. Se parecía a la ceniza que venía desde las
entrañas de la tierra donde se estaban desdibujando los huesos de sus seres
amados. Le parecía ver en el patio arcilloso a las niñas juntando caracoles;
las veía vivas y asustadas por los arañazos de los gatos, después la existencia
temporal le devolvía la imagen de su presente. Ella no sabía que Letizia estaba
anclada en aquella pensión porque la enfermedad del esposo no le había
permitido salir a buscar el cuerpo. Creía ser una mujer sometida, muy joven
todavía, incapaz de tomar decisiones o de enfrentar nuevamente la partida, esta
vez la de su compañero: el padre de sus hijas.
Lo miró desde la puerta del cuarto
con el pelo desarreglado y vio en ese rostro las leyes matemáticas, su
oratoria, el abrazo poderoso… Ella ya estaba velando sus restos porque la
respiración honda de Julián le decía que faltaba poco tiempo.
-Letizia lleva un sombrero de
fieltro con alas anchas -alcanzó a decir antes de despedirse-. Debe estar
cerca…
Manuela tembló como si tuviera
fiebre y corrió a su cama a refugiarse entre las sábanas. Una semana permaneció
durmiendo entre sus delirios; los nietos tuvieron que ocuparse del sepelio de
Julián porque ella no reaccionó en ningún momento.
Un mes después, aferrada al
travesaño de la escalera, trataba de dar los primeros pasos como una niña que
recién empieza a caminar, es que Manuela jamás había abandonado la infancia.
Las voces de Dolores y Laura alteraban sus pensamientos pero ella casi no las
escuchaba, solamente miraba el movimiento de los labios sin comprender el
léxico. Se sentía decrépita, sin ningún derecho a vivir aunque Dios le diera la
oportunidad de seguir luchando para sostenerse en pie.
-Abuela dinos algo. Te amamos y nos
da dolor verte así, piensa que eres lo único que nos queda.
El semblante de Manuela recorrió
las miradas expectantes, las paredes y sus arabescos, el retrato de Rocío…
-Los relojes deben estar en hora
para empezar a buscar. Tengo suficiente valor todavía aunque parezca un
espectro -dijo Manuela en voz baja.
La familia abrazó a la anciana octogenaria al escuchar esas palabras porque, aunque parecían absurdas, demostraban que todavía le quedaba energía para expresar sus locas ideas.
-Quieres agua, un té, algo de
comer.
-Necesito levantar una torre, pero
antes tengo una misión.
-Dinos que te ayudaremos.
-Letizia lleva un sombrero de alas
anchas y…
Un saludo
ResponderEliminarque tengas un feliz fin de semana
hola Lujan es momento de alegria el saludarte , desearte feliz primavera
ResponderEliminary todos tus anhelos lluvia fina letras mojando las flores de la imaginación
al escribir ..., un abrazo , tu amigo .jr.