martes, 18 de junio de 2024

Licia. (Cap V. La mirada de Celine-3era parte)

 

Su gato Theo se hallaba atrapado entre los leños por las inclemencias de la naturaleza. Había querido cazar un ratón y quedó en medio de su fiebre y la burla del roedor que huyó con toda soltura.

‒Niña, enfermaréis de frío. ¡Entrad a la casa!

 

 

Los pocillos eran cinco.

‒El té ya está. ¿Lo sirvo? ‒preguntó Rosalie.

Su voz se dirigía a Antoine que acaba de llegar del trabajo.

‒Todavía no, esperad un rato. Es que en segundos llegará mi madre.

‒Oh… ‒dijo Rosalie incómoda.

‒¿A qué viene Lisa? ¿Se quedará a cenar?

‒No creo ‒contestó Celine por lo bajo.

‒Supongo que sí.

‒¿Por qué no me lo dijisteis? ¡Todo a último momento! No puedo sola.

‒¡Rosalie! ‒gritó Celine‒. ¡La abuela Lisa!

La anciana, parada en el pórtico, tocaba la campanilla de entrada. Tenía una manteleta de lana, mitones negros y un sombrero con plumas que envolvía sus rulos brumosos.

‒¿Sois sorda o qué…? ‒le gritó a Rosalie con su acostumbrado mal genio.

‒Disculpad Lisa, no sabía que vendríais hoy. Su hijo no dijo nada, de lo contrario hubiera estado preparada. Tengo que inventar algo para cenar. ¿Comprendéis?

Lisa se echó para atrás en el sillón y su nuca encontró lo que esperaba: la mano cálida de Antoine que, como siempre, le acarició el pelo.

‒¡Qué gozo que estéis aquí, madre! ¿Cómo os fue en el viaje?

‒Bien. Deseaba llegar. El tiempo es tirano. Quiero venir y nunca encuentro la oportunidad justa ‒comentó Lisa retirando los guantes de la mesita para tomar el té.

‒Podéis hacerlo cuando queráis, vives sola. No necesitáis regresar rápido para atender a nadie.

‒Tengo mis perros. ¿Te olvidáis?

‒Claro Lebi y Renzo. ¿Cómo están esos dos callejeros?

‒Divinos, os amo. Se quedaron con Paz que les lleva comida y los vigila cada media hora porque son muy dañinos.

Alexandre entró a toda prisa y, sin ver a la Lisa, se fue a su habitación.

‒Eh… ¡Alexandre! ‒gritó su padre.

‒Dejadlo, no importa. Está en una edad difícil como todos los jóvenes que no quieren ver a los ancianos. Ni saludarlos. Los consideran estorbos; una carga que no les importa sostener porque piensan que nunca llegarán a viejos. Triste realidad. Nos estamos quedando cada vez más solos. Es lamentable llegar a la casa y no tener con quien hablar.

‒¿Queréis venir a vivir acá con nosotros?

‒¡No! ‒respondió Rosalie mientras cubría la mesa con un mantel blanco bordado por Lisa en su homenaje‒. Bueno, es que no tenemos lugar y con la niña hay demasiada confusión.

‒No, hija, nunca se me ocurriría venir a esta casa. Adoro la libertad.

Celine, desde un ángulo, con un caballito de madera en brazos, la miraba fijo con demasiada atención. Se habían quedado solas porque Antoine y Rosalie habían ido a buscar mercaderías al desván. La abuela Lisa estaba distraída con su taza de té y Celine seguía con sus ojos clavados en aquel cuerpo voluminoso y frágil envuelto en pelos de gato.


De repente, Lisa comenzó a toser y a respirar con dificultad. Al rato, cayó bruscamente y se golpeó la cabeza con la mesita de nogal. En medio de la laguna de sangre, la octogenaria todavía respiraba. Celine, imperturbable, la miraba. No lloraba, no gritaba, no pensaba… Sus ojos lo decían todo.

‒¡No! ‒gritó Antoine‒. ¿Qué pasó?

‒Se quiso ir la abuela Lisa ‒contestó Celine con indiferencia. Es que vino a despedirse de papá.

‒Hay que llamar al médico.

‒Ya está ‒volvió a decir Celine‒. Cuando alguien muere no queda nada por hacer. Todo lo demás es superfluo y absurdo, innecesario. A las personas hay que quererlas en vida. Cuando regresan, después de mucho tiempo de ausencia, es para decir adiós. La abuela Lisa era buena, ¿no? Yo la quería. Pienso que se quiso despedir de mí por eso vino hoy.

‒¡Basta! ‒contestó Antoine destruido por la congoja de haber perdido a su madre de un momento para el otro sin explicación alguna. ¡Qué absurdo! No podía aceptarlo.

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LICIA. HERMANA MÍA.
------------------María Antonieta, Las gemelas, La muerte, Visiones, Luis XV, La frivolidad, Versalles, La Revolución francesa.


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