domingo, 9 de abril de 2023

El silencioso grito de Manuela (Cap XV 2da parte)

 


         

Todos gritaban en esa pensión donde convivían mendigos, huérfanos, solteronas y algún vecino inmigrante; quizá eran gente que necesitaba que alguien les contagiara un poco de dignidad, haciéndoles saber que eran seres humanos con nobleza e inteligencia.

Letizia, una mujer rica, había tenido todo lo que una niña podía desear menos alegría y libertad. Sus pensamientos se contenían en la oscuridad de los sentidos con las bendiciones de los santos y la fe absoluta, pero ya no tenía la concepción idealizada de su Dios sino la figura modélica de una realidad que le decía que no servía para mucho despertarse y sentarse a esperar. Ella se veía a sí misma como José, su primer marido, con los ojos nuevos en órbitas viejas, con movimientos torpes en las piernas rotas, llamando a sus criaturas desde la muerte hacia la locura.

Lo más notable de su falta de lucidez era la negación que la impulsaba al abandono y al aislamiento, sola, primitiva, con las ideas quemadas por la ceguera. ¿Qué haría de ahora en más si Manuela y Julián no la encontraban?

De noche no podía apartar la vista de las estrellas porque pensaba que su cuerpo se hallaba en los dos sitios. Se colocaba un sombrero de fieltro de alas anchas y salía al patio como si en él viera praderas y acantilados; se escuchaban murmullos a lo lejos mientras un gato negro como su vestido se acercaba para subirse a su falda. Ese animalito era lo único que la unía al pasado.


***

Con el paso de los meses, Letizia aireó un poco la habitación y sacó la ropa de la valija de cuero; había un extraño olor a almizcle que se mezclaba con el aroma de los guisos y de las paellas que cocinaba Socorro. Letizia construyó un pequeño altar y se sentó delante de la puerta en una mecedora mientras los demás la miraban como quien ve a un aparecido.

De pronto, un hombre se acercó y le pidió que le vendiera una estampa. Ella lo miró fijo y casi sin comprender le dijo:

-Acepto lo que quiera darme.


Así en medio de valses de pianola, jaulas de pájaros, tulipanes y bonetes de cumpleaños sin niños, Letizia comenzó a vender estampitas y se convirtió en un ser mágico a quien todos querían aproximarse para que les hiciera un milagro. La gente no se acercaba para escucharla sino sólo para verla, para tratar de entender algo de lo que le pasaba, esperando una palabra que en su cabeza no significaba nada pero que la llenaba de mansedumbre.

*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
La mujer de los tulipanes

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