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El silencioso grito de Manuela (Cap XVI 4ta parte)

 


Ellos la observaban como si fuera una octogenaria extraviada, pero en el fondo sabían que siempre había pensado igual a pesar de encerrarse en un asilo adulterado por las farsas.

Frente a ese televisor que mostraba imágenes monocromáticas, Manuela pasaba las jornadas que se tornaban eternas en la soledad. Casi no escuchaba lo que decían los actores o los periodistas de los programas porque hablaba a la par de ellos como si estuviera dialogando.

-Se necesita saber la identidad de una mujer que viste de negro permanentemente, lleva un sombrero de fieltro de alas anchas y dice hacer milagros…  -comunicó el aparato a las 15:30 horas.

-Sí debe ser alguien iluminado por el Santísimo que…

-La mujer -continuó el comunicado-, ama los gatos, es muy rara y casi no habla. La gente de la pensión "Los Girasoles" está preocupada porque presumen que podría ser una persona prófuga. Desde ya cualquier noticia se lo agradeceremos…

-Dios ilumina a aquellos predestinados a los cultos. No busquen a su familia porque seguro que es huérfana y lleva la paz en su alma para los que la necesitan y… -Manuela se detuvo alertada por el anuncio y su cara se transfiguró a tal punto que su palidez parecía la antesala de una muerte súbita -.¡Letizia! -gritó-. ¡El sombrero, la ropa, los gatos…! Ahí en el televisor.¿Cuál era la dirección? ¡Malditos!

La casa no la escuchaba; los cuartos  abrían a una galería de bancos de piedra y el olor a océano agitaba su furia entre los nombres ilustres de los antepasados.

-¿Habla español la desconocida? -preguntaba Manuela-. Ya ve usted es bien educada. Ella es un cuerpo sin alma que vive en un convento.

Manuela quería vociferar como todo el pueblo de España pero su fiebre cerebral se lo impedía, es que aquella noticia la había despertado de su invalidez para echarla a andar tras los pasos de su amada Letizia.

-La noche está rigurosa pero me queda poco tiempo. Las distancias se acortan… Podré respirar la atmósfera balsámica y acercarme a algún pájaro negro.

De repente, entró Manolo que traía a Antonio a ver a sus hermanas pues el niño, al ser todavía muy pequeño, pasaba largas jornadas con su padre. Es que en la casa de Manuela ya no existía nadie con capacidad para cuidarlo.

-¿Qué tiene, mujer?

-El aparato, Letizia…-gritaba Manuela totalmente descontrolada.

-Letizia está muerta, abuela.

-¡Abuela! ¡No soy tu abuela! Calla bestia, tú la mataste, hombre poseído. Si nunca hiciste nada por ella ahora es tu turno, demuéstrame…

Manolo, desganado, trataba de controlar los nervios; la miraba como quien ve a un loco en su guarida a punto de ser atrapado.

 “Esta mujer tendría que suicidarse”, pensó como si Manuela fuera un animal a quien hay que sacrificar. A Manolo, demasiado excéntrico, ya no le importaba esa familia porque él había roto los lazos al formar otra pareja.

Se sentó a la mesa a comer un strudel de espinacas que encontró en la heladera mientras Antonio, sentado en el piso, probaba la mouse de lima con frutillas que había preparado Dolores antes de irse a la facultad.

Manuela no existía para ellos y todo lo que pudiera decir no tenía asidero. Encendieron el televisor para ver una película pero en medio de tanto descreimiento escucharon:

-Se necesita saber la identidad…

-¡Ahí! -gritaba Manuela.

-¡Por qué no se calla de una vez!

Manolo, aturdido, reconoció que Manuela decía la verdad, una realidad que a él no le cambiaba la vida pero sí a su hijo. Se acercó a la anciana y trató de calmarla.

-¡No me pongas las manos encima!

-Tranquilícese, señora, buscaremos a su hija y la pondremos a salvo, la traeremos a casa para que esté segura, se lo juro.

-¡No jures porque ofendes a quien te escucha y te encierras en tu propia trampa!

-No confía en mí todavía después de tantos años.

-Tratas de enredarme, ¿verdad? Quieres endiosarte para que no pueda renegar de tu cobardía pero cometes errores todo el tiempo. Vanidoso, copetudo, no te sirven de nada tus lisonjas porque puedes agriarle la vida a alguien con solo abrir la boca. ¡Busca a Letizia que estoy desesperada! No escapes de las responsabilidades como los que viven de juergas porque nunca te vas a levantar.



-Manuela, señora, usted es una dama y yo la aprecio; sus palabras ya no me ofenden porque, aunque no lo parezca, tengo códigos.

-Me calmaré cuando vea a mi hija sana y salva -dijo Manuela con el pelo enmarañado, los huesos doloridos por el reumatismo y la fiebre senil que no la dejaba razonar con claridad.

-Yo le prometí que me ocuparía de ella y lo haré porque aunque haya perdido la razón alguien tiene que hacerse cargo de ese cuerpo. ¿No le parece?

-¡Botarate! -respondió Manuela con ganas de darle una bofetada a ese hombre necio que parecía distante por momentos y preocupado por otros.

Manolo no sabía lo que quería, pero algo lo ataba a la intransigencia de Manuela.

*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
La mujer-niña

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