-Me recostaré en algún bote como lo
hizo Encarnación.
-¡Por favor! Manuela vuelve y deja el pasado -le contestó
Julián harto de sus desvaríos.
-Buscaremos a Letizia entre los
charcos escarlata.
Su conducta tenía una estrecha
relación con la de su hija; ella trataba de aliviar la tensión ante las
circunstancias que desafiaban a las miradas. Las respuestas a las preguntas que
le formulaba Julián, que había regresado a hacerle compañía, sobre la supuesta
mujer autómata que la ayudó a regresar no concordaban con la lógica.
Por momentos, el torrente de
emociones invadía el perfil de Manuela que se quedaba callada mientras el
esposo la miraba a los ojos como si la estuviera viendo a través de un vidrio.
Algo ocultaba la anciana que parecía cavilar tratando de poner palabras en sus
labios pálidos. La amenaza de paranoia ya estaba declarada; parecía recoger
batallas entre el presente y la infancia. Manuela había aprendido a sobrevivir
bajo las zarzas empapadas por la lluvia; le fascinaba correr a los grillos y
amanecer en el fango.
Para Julián despertaba intrigas su
ausencia pero al mismo tiempo creía que Manuela, con su pasividad, estaba
demostrándole que conocía el paradero de Letizia. Le daba impresión ver su cara
enlutada, como de cera, la ropa sucia y las piernas seniles que asomaban entre
los encajes. Él pensó que Manuela nunca se recuperaría de la pérdida porque era
muy inmadura para sobreponerse después de tantas torturas, pero había nacido
para servir a los demás con todos sus recursos, más allá de los años, de la
vida en blanco y negro y del aburrimiento que le daba la falta de deseos y de
metas.
-Viejito, trata de evocar el pasado
-alcanzó a decir con la voz tan baja que Julián, como estaba sordo, casi no la
escuchó.
-Oye… tú…-gritó
-Bueno parece que te dignas a
hablar. Dime ¿dónde está Letizia?
-No sé. Tú sabes dónde se halla la
gata Máxima.
-Enterrada -dijo Julián como al
descuido.
-Pues ahí se encuentra nuestra
hija, abrigada con el fango y bendecida por las entrañas de la tierra.
-Razona lo que dices; te encanta
proferir palabras negativas para alterar los ánimos.
-Tú no puedes evitar las caídas
porque eres mortal.
-Deja de taladrar la conciencia,
mujer, que ya nadie te escucha; no te adelantes a los hechos y aguarda que
nuestra hija regresará…
Manuela con un abanico de palma en una mano lo miró resignada como quien ve a través de un cristal los designios, sin desmentir las ideas de Julián pero confiada en el pesimismo que, como norma, le habían inculcado sus padres en perjuicio de su educación.
-Yo puedo pasar la noche a la
intemperie que sé que no será la última.
-Entonces… te contradices.
-Sí, hombre, estoy algo confundida,
perdóname. Es que soy esclava de las voces interiores y del miedo a lo
desconocido. Estoy en un pozo donde el agua sube hasta mi boca y sale por ella.
No sé para dónde sopla el viento. Tengo las manos húmedas, el desconcierto y la
ansiedad me descolocan y me fracturan. ¡Dios sabe que no puedo anular su
oratoria!
En su alma lleva sus pertenencias y lo que no está ahí no le pertenece...
ResponderEliminarEso es así ,todos cargamos con nuestros recuerdos, ..
Un abrazo abrilero estimada,Luján