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El silencioso grito de Manuela (Cap XIV 5ta parte)

 

Los demás con la impotencia del que todo lo quiere y no puede lograr ni la mitad de lo deseado, la dejaron sola pues estaban agobiados de tantos secretos.

-Me recostaré en algún bote como lo hizo Encarnación.

-¡Por favor!  Manuela vuelve y deja el pasado -le contestó Julián harto de sus desvaríos.

-Buscaremos a Letizia entre los charcos escarlata.

Su conducta tenía una estrecha relación con la de su hija; ella trataba de aliviar la tensión ante las circunstancias que desafiaban a las miradas. Las respuestas a las preguntas que le formulaba Julián, que había regresado a hacerle compañía, sobre la supuesta mujer autómata que la ayudó a regresar no concordaban con la lógica.

Por momentos, el torrente de emociones invadía el perfil de Manuela que se quedaba callada mientras el esposo la miraba a los ojos como si la estuviera viendo a través de un vidrio. Algo ocultaba la anciana que parecía cavilar tratando de poner palabras en sus labios pálidos. La amenaza de paranoia ya estaba declarada; parecía recoger batallas entre el presente y la infancia. Manuela había aprendido a sobrevivir bajo las zarzas empapadas por la lluvia; le fascinaba correr a los grillos y amanecer en el fango.

Para Julián despertaba intrigas su ausencia pero al mismo tiempo creía que Manuela, con su pasividad, estaba demostrándole que conocía el paradero de Letizia. Le daba impresión ver su cara enlutada, como de cera, la ropa sucia y las piernas seniles que asomaban entre los encajes. Él pensó que Manuela nunca se recuperaría de la pérdida porque era muy inmadura para sobreponerse después de tantas torturas, pero había nacido para servir a los demás con todos sus recursos, más allá de los años, de la vida en blanco y negro y del aburrimiento que le daba la falta de deseos y de metas.

-Viejito, trata de evocar el pasado -alcanzó a decir con la voz tan baja que Julián, como estaba sordo, casi no la escuchó.

-Oye… tú…-gritó

-Bueno parece que te dignas a hablar. Dime ¿dónde está Letizia?

-No sé. Tú sabes dónde se halla la gata Máxima.

-Enterrada -dijo Julián como al descuido.

-Pues ahí se encuentra nuestra hija, abrigada con el fango y bendecida por las entrañas de la tierra.

-Razona lo que dices; te encanta proferir palabras negativas para alterar los ánimos.


          -Tú no puedes evitar las caídas porque eres mortal.

-Deja de taladrar la conciencia, mujer, que ya nadie te escucha; no te adelantes a los hechos y aguarda que nuestra hija regresará…


Manuela con un abanico de palma en una mano lo miró resignada como quien ve a través de un cristal los designios, sin desmentir las ideas de Julián pero confiada en el pesimismo que, como norma, le habían inculcado sus padres en perjuicio de su educación.

-Yo puedo pasar la noche a la intemperie que sé que no será la última.

-Entonces… te contradices.

-Sí, hombre, estoy algo confundida, perdóname. Es que soy esclava de las voces interiores y del miedo a lo desconocido. Estoy en un pozo donde el agua sube hasta mi boca y sale por ella. No sé para dónde sopla el viento. Tengo las manos húmedas, el desconcierto y la ansiedad me descolocan y me fracturan. ¡Dios sabe que no puedo anular su oratoria!

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
La mujer de las plegarias

1 comentario:

  1. En su alma lleva sus pertenencias y lo que no está ahí no le pertenece...
    Eso es así ,todos cargamos con nuestros recuerdos, ..
    Un abrazo abrilero estimada,Luján

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