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Los siete dones

 


LA SOBERBIA DE LOS OTROS LE ROBÓ LA INOCENCIA.



Desde muy pequeña Milagros Correa Viale frecuentaba las mansiones de los acaudalados estancieros y hombres de negocios de la antigua Buenos Aires de 1870. Siempre acompañada por su padre: el militar Aurelio Correa Viale, hombre autoritario y rígido que no dejaba treguas o espacios libres a las damas de la familia.

Milagros presenció los acuerdos matrimoniales de muchachas con caballeros maduros, como el caso de Felicitas Guerrero: su breve relación, la muerte de sus hijos, y su trágico final.
Felicitas, considerada la mujer más bella de la Argentina.

En esa jaula, Milagros intento resistir…
Luchó por lo que consideraba correcto: sus ideales, la rebeldía, el deseo de ayudar a Julián, un vagabundo, y de clamar por la justicia para ella y para los demás. Así arriesgó hasta lo que no tenía por la libertad, mientras otros, extraños o no, la humillaban y se encargaban de colocar las cosas en su lugar.

La vida la sorprendió y tuvo que esconderse en los claustros del templo de San Andrés. Con ese presente, enfrentó a la sociedad de la época. Ser libre era su prioridad.

¿Quién tuvo el coraje para enfrentar a don Aurelio Correa Viale, el poderoso militar?
¿Era el mismo sorprendió a Milagros aquella tarde en “Las Acacias”?

La valentía no es la ausencia de miedo.

A veces, el enemigo es quien te muestra la mejor sonrisa.
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LOS SIETE DONES
Ella eligió perdonar...


Personajes de novela: Celine



Celine, quien ya tenía siete años, recibía la educación que Rosalie le podía dar. Tenía en su cuaderno una página de escritura de excelente caligrafía. Escribía poemas breves. Se dejaba llevar ingenuamente por las ideas que bullían en su cerebro olvidándose de todo aquello que la rodeaba. Llenaba hojas enteras con palabras: padezco, contemplo, respiro, pienso...

Sabía muy bien de qué estaba hablando y hasta podía ver el desorden mental de Alexandre, pero no lo decía porque estaba destinada a otro lugar: el que "alguien" había escrito sobre papiros antiguos, bajo leyendas increíbles... más allá de los tiempos.

Ella lo sabía, por eso se dejaba sorprender, y era ángel con alas desnudas, niña que jugaba con la nieve, retrato de otra que buscaba refugio en viejas paredes de claustros.

Celine tenía los ojos azules y algo que contar...

LICIA. Hermana mía.
La Revolución francesa-1790




Felices son aquellos que se atreven con coraje a defender lo que aman (Ovidio)

 


Hola a todos.
Quiero comentarles que he solucionado el tema del plagio.
Sufrí mucho todos estos días porque no solamente veía mi libro allí copiado con total impunidad, sino también el de muchos autores. He ayudado a los que he podido. Algunos lo resolvieron rápido y otros no me escucharon o no les importó. Yo hice lo que pude... Mientras tanto mi libro seguía allí. Envié correos pidiendo por favor que revisaran y que había otros escritores en igual situación, pero parecía no poder solucionarlo.
Luego uno de esos autores me dijo que él denunció en la misma página del libro, en un apartado que tiene. Lo hice y al rato empezó a desaparecer: primero el ebook y luego el otro.
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Nos ayudamos mutuamente.
Ya está todo como antes, aunque los libros míos ya no figuran en ebook.
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Están solamente en papel.
Gracias por las demostraciones de afecto y por acompañar.
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Aluen.
La colonización de la Patagonia argentina.
Los indios tehuelches.
La vida de Aluen se tornaba monótona, pero ya no tenía miedo. Junto a la iglesia había una Casa de Huérfanas donde iba todas las tardes a ayudar con las labores; algunas jóvenes leían en voz alta para las ancianas, y también para ella misma porque todavía no había aprendido a interpretar los textos. Sí a hablar correctamente porque el padre le había dado clases especiales.
Le gustaban mucho los libros de poesías que guardaba en su habitación como un tesoro del cielo. Es que le transmitían emociones impensadas y le revivían otras que quería olvidar y no podía. Pensaba que cuando estuviera preparada le gustaría enseñar a los niños a escribir versos.
El padre Hilario, en ocasiones, la llevaba a retiros espirituales, pero el encierro despertaba en ella una especie de rebeldía. Su espíritu indio permanecía en su interior y se manifestaba cuando le quitaban el oxígeno. Ya no odiaba, ése era un mal sentimiento. Se lo decía siempre el párroco, no solamente a ella sino cuando daba la misa.

El plagio literario. "Aluen", de Luján Fraix

 

Estoy un poco alejada de este sitio, mil perdones, es que me he sentido demasiado triste porque me han plagiado en amazon mi novela "Aluen. La colonización de la Patagonia argentina. Los indios tehuelches".

Nunca pensé que me podría pasar, las ideas son tan personales, tan únicas, que un libro se nota a leguas de distancia quien lo escribió... Digo esto porque yo tengo una forma de escribir narrativa poética, lírica, y  si bien lo combino con datos históricos, se nota que es mío.

Quien me lo "robó" lo hizo con total desparpajo colocando un título similar (por eso lo encontré), una sinopsis parecida pero más contundente que la mía, más comercial, y luego cuando entré vi el mismo manuscrito.

Lo hizo en dos libros con distinta portada (horribles porque no le puso nada de dedicación) y diferentes títulos, aunque más o menos parecidos.

Es tal la impotencia que no he parado de llorar en estos días, he quitado los ebook de amazon porque me parece que es más fácil copiarlos y he dejado, por el momento, los libros en papel. Yo no debí subir mis libros a amazon, pero pensé que era un sitio más seguro. 

La novela la escribí durante la cuarentena (la pandemia) en 2020 y la publiqué para el Premio de Amazon en el 2021. Me costó encontrar material sobre la colonización galesa en la Patagonia, sus batallas, los indios buenos... ¿cómo se manejaban frente a los blancos? ¿Y los otros?

Luego la historia de Aluen, india tehuelche, que se escapa, muy joven, de la tribu porque necesita vivir diferente y es allí donde comienza la verdadera historia de esta valiente mujer.
Ella no luchó contra los colonizadores como pregonan los que me plagiaron sino que luchó por una identidad, por un hijo y contra el acoso de un hombre que, por ser india, se creía con derechos.

Es la historia más larga que tengo porque me costó mucho y porque me enamoré de los personajes; es por eso que me da tanto dolor ver que me la han robado de esa manera, y que la publican de una forma tan desprolija, tan descuidada. Parece una broma de alguien que lo único que buscó fue hacerme daño. 



Todos los sitios de internet tienen sus ventajas y desventajas y se sufre mucho, pero debo estar para continuar en este camino que empecé cuando tenía ocho años.
Seguramente, después de esta experiencia triste, tendré que ser mi propia editorial y caminar al lado de mis libros para protegerlos. Es que no saben el amor que les tengo... es inexplicable.
Gracias por estar.
Si alguien desea leer el original; la historia de Aluen en la Patagonia austera y desierta de aquellos años, puede hacerlo en papel solamente a través de amazon ( por ahora)

ALUEN
La colonización de la Patagonia argentina.
Los indios tehuelches.

---------------------------------SINOPSIS

ALUEN (luz de luna)

-LA COLONIZACIÓN DE LA PATAGONIA ARGENTINA
-LOS INDIOS TEHUELCHES-

Había una vez… una patria olvidada que se transformó en un nuevo hogar para muchos aventureros del mar. Sabían de los vientos y del frío, del peligro de enfrentarse a los pueblos indígenas, pero nada fue un obstáculo para hallar un horizonte para sus hijos.

¿Quiénes habitaban esas tierras?

La historia de Aluen-india tehuelche-es el reflejo de la lucha y la superación, de la soledad y del respeto por los ancestros.Ella sufrió el acoso y tuvo valor, le robaron a un hijo y encontró el amor en Pedro Medina en Fuerte del Carmen, un soldado del cuerpo de Artillería. Aluen fue víctima, pero se enfrentó a su tío Namba, cacique tehuelche, en busca de su hijo.¿Cómo se actúa frente a una situación límite cuando todos los que dicen quererte y prometen ayudarte, de repente, desaparecen?Ella enfrentó a los colonizadores y a los hombres de su misma sangre.

¡Vencida jamás!

Buenas y Santas... (Cap 5 Mariano Pelayo 3era parte)

 


Mariano Pelayo usaba chambergo de ala escasa que dejaba ver un flequillo a la altura de las cejas. Su indumentaria era de gaucho desprolijo. El chiripá era largo, talar, y llevaba un pañuelo negro anudado en torno al cuello, con las puntas divididas.

Atilio atizaba, con papeles, el fuego que alzaba las llamaradas en la chimenea.

Los ojos de Felicitas se llenaban de lágrimas y la boca de los hombres y de doña Emma de maldiciones. Nada tenía explicación lógica.

‒¿Le duele algo, niña? ‒preguntó Remedios.

‒¡No! ‒contestó Felicitas y su mirada se clavó en el rostro de Mariano Pelayo con insistencia y reproche. Él bajó la cabeza e intentó retirarse pero doña Emma lo detuvo con un empellón.

‒No quiero imaginar nada pero lo estaré vigilando. Lo dejaré inmóvil, de piedra, rotos los huesos… ¿Me entiende?

‒Madre, ¿por qué lo acusa? Él solamente rescató a Felicitas herida de la calle. Debería agradecerle la atención.

‒Tú no entiendes lo que quiero decir. Eres hombre flojo que no sabe de instintos. ¡Me extraña de ti!

Antonio, mientras tanto, observaba la escena desde el ventanal que daba a la galería. Era desgarrador ver su rostro transfigurado por un dolor difuso que lo aquejaba. Tal vez, se sentía culpable por haberle entregado el caballo a la niña en la mañana. Para él Mariano Pelayo era un hombre vicioso que se hacía pasar por millonario, de esas personas superficiales que todo lo compran con dinero.

‒Puedes retirarte, gracias‒le ordenó Bernardino a Mariano que partió buscando el oxígeno que le faltaba para respirar tranquilo y a salvo.

‒¡Qué hombre tan raro! ‒le dijo doña Emma a Felicitas quien permanecía de pie casi amoratada y reducida a cenizas‒. ¿Por qué estás tan callada?

‒Estoy cansada ‒contestó y se fue rumbo a su cuarto con Remedios.

Al otro día, el aire fronterizo parecía invitarlos a salir a respirar aromas en las parcelas sembradas de hortalizas y en las begonias, amaryllis y jazmines (polyanthum) que trepaban los enrejados blancos de Jeremías. La capilla de la estancia estaba abierta igual que la escuela de antaño con sus muros desnudos. Antonio caminaba en los potreros de trigo junto a los alambrados; iba a mirar todos los días si estaban en condiciones. Avanzaba con rapidez para llegar a la sombra de los eucaliptos. Los recuerdos combatían en su alma con el presente que se desgarraba ante lo impredecible. Acarreaba silencios desde tiempos inmemoriales. La nostalgia  se colaba en aquella pirca, en el herbazal, en la profundidad de la tierra… donde descansaban los huesos de Cruz, su madre. Casi no la recordaba pero extrañaba alguna caricia noble y tibia.

***

Remedios había traído un curandero para que mirara el cuerpo flácido de la niña, pues creía que algo extraño le pasaba.

‒¡Quién es usted! ‒le preguntó Atilio.

‒Abel, el sanador. Me llamaron desde esta estancia por mis servicios.

‒¿Quién?

‒Una tal Remedios.

‒¡Por Dios!, qué mujer más entrometida. Mire, acá no creemos en esas cosas. Usted disculpe. Vuelva a su casa, amigo.



‒No… No se haga el bravucón conmigo. Yo no vengo gratis tantos kilómetros para que me despida de ese modo.

Bernardino le tuvo que regalar una yunta de bueyes para que el hombre se fuera contento.

“Qué holgazán”, pensó cuando lo vio alejarse contento como conversando con su sombra. Se notaba, a distancia, que era un mulero sin remedio.

‒¿Vino Abel? ‒preguntó Remedios con inocencia.

‒Eres insolente, mujer.

‒¿Por qué?

 ‒Tomas decisiones sin consultar, haces lo que quieres. No respetas a la familia. ¿Hasta cuándo?

‒Es que estoy preocupada por Felicitas. ¿Usted la vio? No tiene voz, parece dormida, sin sangre, sólo espuma, fantasma blanco…

‒¡Basta!, deja de delirar. No exageres más. Esta tarde viene el médico del pueblo.

‒Me quedo más tranquila‒dijo Remedios y se fue murmurando‒: Si solamente me tocaras el corazón, si solamente pusieras tu boca en mi corazón…

“Está loca esta mujer”, pensó Bernardino mientras la vio alejarse rumbo al rancho de Antonio desde donde se escuchaba la melodía de una guitarra.

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados
------------------Mariano Pelayo

Personajes de novela: Mariano Pelayo

 

Frente a la iglesia, en la puerta de un cafetín, Mariano Pelayo estaba hostigando a una señorita. Aquel hombre de rostro curtido y negras patillas a doña Emma le daba miedo. Hubiera cruzado la calle y le hubiera dicho unas cuantas verdades que mantenía ocultas, pero mejor era no polemizar con una persona tan frívola. Ella lo miró con los ojos llenos de cólera y él con su sonrisa despectiva la descolocó por completo.

‒¡Bravo!‒gritó doña Emma fuera de sí.

‒Hipócrita. Va a la iglesia a besar reliquias. A Dios se lo puede honrar de igual manera en un bosque, en el campo, o como los antiguos contemplando el cielo.

‒Vamos, Jeremías. ¡Qué hombre tan despreciable y ridículo!

Pelayo se quedó mirándola de lejos con una sonrisa de ironía en sus labios; estaba rodeado de perros perdidos que olfateaban, con recelo, sus botas negras.

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.
-----------------------------Mariano Pelayo

ARGENTINA, 1910
SANTA FE DE LA VERA CRUZ

La Candelaria, establecimiento rural de doña Emma: una mujer poderosa y autoritaria. La niña Felicitas, hija menor de la dueña de la estancia, es rebelde y trata de desafiar las leyes éticas y morales de una época donde los prejuicios sociales la obligan a guardar las apariencias. Un amor prohibido y su irrespetuoso carácter terminan por enfermar a su madre que toma una drástica decisión. Una tarde embarcan para Francia llevando como única compañía a Remedios, la criada.

Por aquellos años, las personas adineradas de Argentina solían viajar al hemisferio norte para alejar a sus hijos de supuestos amores inoportunos.

Cuando regresan, después de dos años, están irreconocibles. Cada una oculta secretos inconfesables y la carga de un misterio demoledor que las separa... Serán enemigas de por vida. ¿Y los hijos olvidados?

La pobreza del alma, a veces, no tiene vuelta atrás.


Los temas de esta novela son tratados con filosofía y lirismo: el temor a la muerte, los secretos, el amor, los juicios de la sociedad, la dignidad del hombre, los valores humanos, el poder de la verdad...dejando un mensaje claro desde la psicología de los personajes.

Buenas y Santas... (Cap 5 Mariano Pelayo 2da parte)

 


‒La encontré en el camino que va hacia la media legua; estaba desmayada y tenía un golpe en la cabeza. Se ve que se cayó del caballo, no creo que nadie la haya atacado.

‒¿Quién es usted?

‒Mariano Pelayo, de la estancia El Madrigal.

‒No conozco ese lugar, tampoco he escuchado hablar de su familia. ¿Dónde pasó la noche Felicitas?‒preguntó doña Emma con un deseo corrosivo de indagar en los pormenores de aquel rescate. No pensaba, por el momento, en darle las gracias.

Felicitas, de pie junto a Bernardino, observaba a Mariano Pelayo de una manera extraña. No había gratitud en sus ojos. Él también la retenía con aquella mirada azul y cómplice.

‒Él es el fiel caballero que te adora sin conocerte ‒dijo Felicitas como afiebrada.

‒¡Qué dice esta inconsciente! ‒contestó doña Emma que estaba perdiendo la paciencia y que se había olvidado del dolor por la ausencia de su hija.

‒Pase a la casa que tenemos que hablar ‒le dijo Atilio a Mariano Pelayo quien permanecía pálido y tembloroso como si ocultara un mal mayor, un secreto inconfesable.

‒No, gracias.

‒¡Pase! ‒dijo Bernardino elevando la voz mientras Antonio escapaba detrás de los galpones de los carros, abatido por un sentimiento descontrolado.

‒¿Qué le pasa al capataz?

‒Nada, seguro que está ofendido.

‒Quiero que nos cuente bien cómo sucedieron los hechos ‒dijo Atilio‒. Necesitamos saber qué ocurrió con nuestra hermana. ¿Comprende?



‒Bueno…‒contestó Mariano Pelayo con cierto temblor en la voz‒. Pasé con mi caballo al borde del camposanto  y sentí cierto resquemor: los difuntos, la luz mala, las ánimas me atemorizan ciertamente más que los encuentros posibles en los parajes desiertos. Al cruzar una calle espanté a un caballo desbocado que iba sin rumbo. No tenía jinete, eso me confundió… Me acomodé el poncho y seguí un poco más adelante. Allí, en un zanjón, estaba ella. No se movía, parecía golpeada. Quise hablarle pero no respondía, entonces la subí al caballo y la llevé a mi estancia para hacerle las curaciones.

‒¡Qué irresponsable! ¿Cómo no la trajo a la casa?

‒Y si no hablaba…

‒¿Y en su estancia qué pasó? ¿Quiénes viven con usted?

‒Mis padres y mi hermano Prudencio, pero ellos ahora están de viaje.

‒¡Quiere decir que Felicitas pasó la noche con usted!‒dijo doña Emma fuera de sí.

‒Sí, señora ‒contestó Mariano apoyándose contra la pared mientras todos lo miraban dispuestos a arráncarle los ojos si fuera preciso, pero se quedaron en silencio absortos y pensativos.

💓

BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados
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Personajes de Novela: Felicitas
Origen del saludo Buenas y Santas...

Buenas y Santas... (Cap 5 Mariano Pelayo 1era parte)

 



5-MARIANO PELAYO

 

“Habrá un silencio verde
todo hecho de guitarras destrenzadas.
La guitarra es un pozo con viento en vez de agua.” 

Gerardo Diego

 

 

 

SANTA FE DE LA VERA CRUZ
           LA ORACIÓN DE LAS MADRES
 

Amanecía y doña Emma, de pie, en el porche de su estancia, se puso a rezar la oración de las madres. Bajo la lluvia todo estaba aún oscuro y frío. Ella sentía algo en el aire húmedo que le rozaba las mejillas: un presentimiento. Sabía que si se internaba en el bosque descubriría algún secreto pero decidió quedarse al amparo de las tapias esperando noticias de su hija.

Al rato, comenzó a andar. No quería perderse por esos senderos pero seguir esperando la estaba volviendo loca. La tierra negra y sembrada de agujas de pino y hojas de arce, de un pardo negruzco, formaban una alfombra resbaladiza que rezumaba bajo sus pies como una esponja y el agua burbujeaba en torno a la suela de sus zapatos.

Mientras caminaba entre los abetos y cedros, más allá de las conejeras, bastante lejos de la casa, recordó que una mañana como aquella había visto a su padre avanzar hacia ella, encogido bajo la lluvia entre un valle rojo de frutillas.  Él estaba enojado. Ella sabía el motivo. La triste imagen vino a su memoria como un mensaje trágico y demoledor.

De repente, escuchó los caballos camino a La Candelaria. Doña Emma salió corriendo en busca de noticias.

‒No está por ningún lado. Hay que hacer la denuncia a la policía.

‒¡Por favor!, tiene que aparecer…‒lloraba doña Emma, indefensa y envejecida por el dolor.

‒Madre, cálmese.

‒¡No quiero calmarme!

Nadie se atrevía a contradecirla a pesar de su notorio abatimiento. Es que sentía, por primera vez, una derrota aplastante que la consumía en las brasas del desasosiego interno. Ya nada tenía sentido para ella si su amada Felicitas no regresaba.


            Ese hogar, en el que se criaron sus hijos, era venerado por doña Emma como un santuario. En él depositó sus huellas indelebles de moral, de trabajo y de virtud.

‒¡Allá viene alguien! ‒gritó Jeremías desde la galería alterado por aquella visión.

Un hombre traía a una mujer sobre su caballo. Ella lo abrazaba por el hombro izquierdo. Parecía débil y quebradiza.

‒¡Es Felicitas!

Antonio, el capataz, visiblemente emocionado, salió al encuentro de ambos.

‒¡No! ‒gritó doña Emma otra vez‒. Ve tú Bernardino. ¡Eres su hermano!, ¿qué haces ahí parado? Pareces estúpido, hombre.

Así fueron los apuros para cargarla y suspenderla. Ella traía en la frente una venda blanca y los ojos extraviados, como si mirara sin ver.

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.
----------------Mariano Pelayo

Buenas y Santas... (Cap 4 La desaparición de Felicitas 4ta parte)

 


‒No pudimos encontrarla ‒dijo Atilio‒. La noche está muy cerrada. Además caminando no puede estar muy lejos.

Ellos no sabían que Felicitas se había llevado el caballo.

Era comienzos de julio. La bruma caía sobre los campos extendiéndose por los confines, entre el contorno de las colinas. No se veían los huertos ribereños ni los patios de las estancias; los árboles sobresalían como oscuras rocas y las siluetas de los álamos aparecían como arenales agitados por la brisa helada.

‒Esperemos hasta mañana ‒dijo Bernardino.

‒¡No! ‒gritó doña Emma‒. Puede estar muerta en algún zanjón o perdida por los caminos. Es una muchacha inocente y en peligro porque no sabe nada de la vida.

Para la patrona el tiempo transcurrido le anunciaba una desgracia, pero nada podía hacer por Felicitas. Debían esperar al amanecer.

‒Remedios lleva a mi madre a su habitación y déjala descansar. Que tome un calmante‒dijo Bernardino.

‒¡No quiero estar anestesiada! Necesito ver a mi hija, estar bien despierta para cuando llegue… ¡Por favor!

‒Está bien, pero no llores más que nos haces sentir culpas.

‒No, hijitos. Ustedes son unos santos‒contestó doña Emma con un hilo de voz.

Le dio el brazo a Jeremías y se apoyó en su hombro mirando hacia la oscuridad de la ventana donde le pareció que unos ojos afiebrados la miraban con curiosidad. Jeremías llevaba una gorra hundida hasta las cejas pues era un hombre friolento al extremo. Solía recorrer los sembrados con un poncho de lana en pleno verano.

‒¡Qué locura! Debe haber alguna forma de llegar hasta ella.

‒Yo tengo la culpa porque debí vigilarla más.

‒No se atormente doña Emma. Ya va a regresar. Debe estar con alguien…

‒¡Insinúas que con un hombre!‒gritó enfurecida la patrona.

‒No, no…

Bernardino permanecía sentado en una silla baja junto a la chimenea. Atilio hacía girar entre sus dedos el alfiletero de marfil y Remedios cosía en silencio.

‒Pobre niña Felicitas. ¿Quién sabe dónde fue a parar? Las mujeres suelen huir de sus hogares por el rigor de los padres o impulsadas por una pasión amorosa.

‒¡Qué dices! ¡Cuida cómo te expresas!

‒Es que a estas horas le puede pasar cualquier cosa.

‒Debemos ser prudentes y no hacer conjeturas. Mañana será otro día.

‒¿Quién duerme esta noche?

‒Pues, nadie‒dijo Bernardino.


Mientras tanto, Antonio en su habitación, oscurecido por un abismo de culpas, parecía una fiera enjaulada. No sabía si ir a contarles que él le dio el caballo para que Felicitas saliera de la casa, por la mañana, sin rumbo fijo. Estaba quebrado, inerte, jadeante… con una crisis severa. Él era fiel a su deber; no podía imaginar a doña Emma pensando que tenía un capataz traidor a su lado. De sólo pensarlo se le helaba la sangre.

¿Qué misterio escondía ese hombre modesto y reservado?

En lo más hondo de la noche, Antonio se fue hacia la casa grande.

‒¡Quién está por ahí! ‒gritó una voz.

‒Soy yo, patrón.

‒¡Qué pasa! ‒dijo angustiado Bernardino que creía que el capataz traía alguna noticia de su hermana.

‒Vengo a contarle algo. Esta mañana la niña Felicitas me pidió un caballo y yo se lo di. No sabía para dónde iba, tampoco se lo pregunté…

‒¡Es que ahora se te ocurre decirlo!

‒No sabía qué hacer.

‒Igual, eso no cambia las cosas. Con caballo o sin él, ella ha desaparecido‒contestó Atilio desganado.

‒Perdón ‒respondió Antonio mirando el piso y se marchó.

En medio de los bosques, en aquella llanura sin límite, Antonio, girando en círculos, llamaba a Felicitas a los gritos. Se inclinaba hacia la tierra, examinaba los matorrales. En esa pampa la oscuridad era impenetrable. Salió con su caballo hacia algún paraje distante. Cinco leguas. El capataz se paró en un momento, recorrió el horizonte, examinó el suelo, clavó la vista en un punto… y empezó a galopar con la rectitud de una flecha. Finalmente, se detuvo entre unas matas de verbenas y, nombrando a Felicitas, comenzó a llorar.

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados
-----------------La desaparición de Felicitas.

Buenas y Santas... (Cap 4 La desaparición de Felicitas 3era parte)

 


Al rato…

‒Debo irme porque ya es casi mediodía y se van a dar cuenta de que falto de la casa. Espero que Antonio no se lo haya contado a mi madre ‒dijo acomodándose la ropa.

‒¿Antonio?

‒El capataz.

Raúl sintió un lacerante temblor en su pecho. Los celos lo estaban dejando al descubierto con intenciones de delatar un cariño que empezaba a nacer en su corazón.

‒Adiós, nos veremos pronto ‒dijo Felicitas y huyó con su caballo por la calle estrecha entre los álamos y su aliento de sombras.

Era indudable, que la influencia de doña Emma aparecía para enturbiar los ánimos. Demasiados códigos para expresar el amor parecían absurdos a los ojos de Raúl que, a pesar de que le gustaba demasiado Felicitas, pensó que como novia no le convenía.

Y entonces, por cobardía o por necesidad, por ese incalificable sentimiento que nos arrastra a las más insólitas acciones, Raúl se dejó llevar hacia la casa de doña Emma a quien encontró en el patinillo. Estaba vigilando a unos peones que hacían girar, con grandes esfuerzos, la rueda de la máquina de fabricar agua.

‒¿Qué lo trae por aquí Raúl? ‒dijo asombrada por la visita.

‒Necesito hablar con su hija.

‒¡Remedios, llama a Felicitas! ‒gritó doña Emma.

‒No está ‒dijo la criada.

La niña, después de escapar en su caballo por aquellos caminos con aroma a sándalos, no había llegado a La Candelaria.

Raúl sintió que se había metido en un lío mayor cuando todos empezaron a buscarla sin hallar sus rastros. Llegó la noche. El reflejo del farol, que se balanceaba en el patio, sobre la copa de los árboles frutales, al penetrar en el interior de la casona por las cortinas dibujaba sombras en aquellas desconsoladas almas. Doña Emma, transida de tristeza, temblaba bajo sus ropas y sentía cada vez más frío. Felicitas había desaparecido y las horas se tornaban interminables. Bernardino, Raúl y Atilio salieron en su busca por los senderos despoblados de espejismos, entre alas de murciélagos y  cristales empobrecidos por las bujías en las casas lejanas de campo. No sabían por dónde empezar…



Doña Emma miró el fuego de la chimenea que se prendió con la paja seca. Era como un inflamado matorral sobre las cenizas que se consumía lentamente. Ella tenía los ojos fijos y turbios.

‒¿Dónde estará la niña?‒dijo llorando.

‒Ya la van a encontrar, doñita‒contestó Remedios apesadumbrada por un dolor que le oprimía el pecho.

El fuego iluminaba a doña Emma de pies a cabeza e inundaba con su luz la sobriedad de su vestido, la blancura de su piel y hasta sus párpados. Las ráfagas de aire, al entrar por la puerta entornada, ponían en su cuerpo el resplandor rojizo de la llama.

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.
-----------------El olvido que seremos...

Buenas y Santas... (Cap 4 La desaparición de Felicitas 2era parte)

 

Raúl, el hijo de don Simón, abandonó la máquina de labrar la tierra que estaba reparando. Una fuerza superior controlaba sus actos porque lo movía una poderosa necesidad de llegar lo más pronto al encuentro. Aquella imagen angélica con los huesos finos y su piel de durazno lo guiaba ciegamente. Arribó justo a tiempo para descubrirla en medio del campo; no sabía para qué pero estaba fascinado. Él era un hombre necesitado de amor. Felicitas lo vio venir hacia ella; se sentía feliz por primera vez en la vida porque creía ser libre.

El pelo le caía hasta la cintura e irradiaba una luminosa energía interior. Era una mujer bella que podía enamorar a cualquier hombre. La simpleza de su rostro y la perfección del cuerpo virginal contrastaban con los pensamientos apasionados de Raúl.

‒Hola ‒le dijo él asombrado por la extraña visita.

‒Me he escapado ‒contestó Felicitas mientras se sacudía la tierra de los caminos que se le había colado por sus botas.

Él la miró perturbado por un raro sentimiento. No podía creer que aquella niña le gustara tanto. Todavía no había olvidado sus modales groseros y el desprecio que tuvo que soportar la noche de presentaciones.

‒¿Tú sigues siendo una vagabunda? ‒le preguntó con picardía.

‒Ahora soy señorita fina, ¿no se nota?

‒No ‒contestó Raúl.

Entre las sementeras y los cañaverales, se filtraban los arrullos de palomas. Se sentaron sobre una piedra; el aire traía la inquebrantable sensación de culpa pero era obvio que a Felicitas ya no le importaban los riesgos ni los códigos de su madre. La emancipación había llegado para ella porque había crecido. Lo sentía así desde aquel día de la cena cuando desafió a todos los presentes con su capricho de niña rica.

‒¿Por qué me escribes tantas cartas?

‒Porque me gusta hablar contigo, a la distancia, aunque sea a través de un frío papel.

‒Tú sabes que nuestros padres organizaron el encuentro.


‒Sí y me apena pero así piensan ellos, son de otra generación. Resuelven el tema amoroso de los hijos intentando casarlos con amigos de la familia y hasta con primos.

‒¡Qué horror!

‒Creo que no se detienen a pensar en los sentimientos ‒dijo Raúl acariciando un mechón de pelo de Felicitas que le caía, rebelde, sobre el hombro izquierdo.

Ella se estremeció al contacto de su mano y se puso de pie.

‒Perdón ‒dijo él turbado por la situación‒. Ella lo volvió a mirar a los ojos con ansiedad…

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.
-----------------Santa Bohemia.