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El silencioso grito de Manuela (Cap XXII 1era parte)

 


La intensidad del momento la inducía, con vehemencia, hacia un lugar no imaginado. Letizia quería hablar con su padre.

-¡Papá!-gritaba mientras manejaba por la ruta con rumbo desconocido. Estaba representando el papel protagónico en una serie de absurdos desencuentros; acaso quería volver a la niñez para ocultar su cuerpo entre los brazos de Julián que la amaba tanto.

Era delirante y rabiosa su manera de conducir el vehículo que se hallaba librado al azar.

Damián, en un taxi, seguía el recorrido a cierta distancia sin perderla de vista pues pensaba que en algún momento se iba a detener para regresar; el desparpajo de Letizia la impulsaba a cometer cualquier delito porque estaba fuera de sí.

Julián era su tabla de salvación en esa vida infecunda que le tocó en suerte. ¿Cómo habían dejado que se muriera sin su ayuda? Estaba desesperada porque no podía creerlo. Su madre era una desquiciada que no la había buscado para tratar de hacer lo imposible por conservarle la vida.

-¡Loca, insana! Me las vas a pagar. Por tu culpa soy todavía una niña sin identidad, por tu culpa no puedo asumir las pérdidas. Te ahorcaré con mis propias manos cuando llegue a casa, pero no me reconocerás…

Así comenzó a arañar su rostro hasta hacerlo sangrar mientras manejaba a una velocidad tan riesgosa para ella como para los demás automóviles que transitaban por la ruta.

***

Barbastro se encontraba desierto por los calores. En la residencia, el hielo de la muerte trepaba las paredes para instalarse junto a la cama de Manuela.



Ese cuerpo anciano se aferraba a las sábanas en una lucha íntima. Sabía que los tiempos eran cortos y estaba agotada del mismo cansancio de los años. Manuela pensaba que le faltaban pocas horas de vida, entonces se aferraba a los recuerdos felices y casi inexistentes. Buscaba a Julián igual que Letizia para que la ayudara a resolver su último problema.

-Hija, tu padre sabe diferenciar la inocencia y la malicia, el odio y el amor, los errores y las virtudes… Espera, no cometas una barbaridad porque yo sé que, aunque te encuentras turbada por espíritus oscuros, llevas la sabiduría en la sangre.

**

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA.
Eternamente Manuela.
Mi padre.

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