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Salud y serenidad. ¡Feliz 2021!

 




Abrazar la luz en el horizonte con el ancestral deseo de revivir el muelle lejano, las caricias, el desarraigo...
No podía detener las horas. Había que caminar esas nuevas tierras con apasionada sobriedad para sembrar afectos tras el surco. 
Lo único valioso de la vida.


--LA ABUELA FRANCESA



Hasta acá he llegado con mi recorrido por la vivencias, sus recuerdos, la lucha diaria, el desarraigo, la grandeza... que mi bisabuela me entregó como legado y enseñanza en su viaje maravilloso a la Argentina.

Me dejó nada más y nada menos que LA VIDA.

Enero será un nuevo desafío, empezaré a caminar los pasos de otra de mis novelas.

Gracias por acompañarme en este año tan difícil para todos. Si alguien descargó o compró algunas de mis novelas por este medio se los agradezco profundamente. Me da mucha ilusión.

FELIZ 2021!
SALUD Y SERENIDAD.

La abuela francesa en busca del amor

 



Frente al portón de la entrada Melanie tembló… Le pareció sentir el hielo de la muerte en la figura de François que la recibía como antes, cuando en el pasado feliz no existía el adiós. Eran los primeros días de abril y los pájaros comenzaban a cantar entre los cardos frente a ese cielo, en una tarde plena. ¡Cuántos recuerdos!. La chaqueta azul y el sombrero de copa alta con felpa de seda, el farolito escandinavo de vidrios traslúcidos o las tinajas de porcelana de la abuela Francisca, un perro grande y otro pequeño, los dibujos separados de la copia de Van Gogh.
Los libros, las lágrimas y las nostalgias  del ayer permanecían en su sitio. El caballo Juancho se había comido las últimas florecitas que vivían entre las zarzas frente a las risas, en un tiempo lacónico donde los seres queridos morían sin darse cuenta.
El reloj del comedor sonó con un ritmo de hierro sobre el yunque. Melanie se miró en el espejo y vio su cara algo envejecida y fatigada; parecía una sacerdotisa destinada al sacrificio. (fragmento)
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Mi querida bisabuela en el Nº7 de Amazon España.
Gracias por seguir acompañándome.

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LOS INMIGRANTES
LA LUCHA FEMENINA
EL AMOR

Ellos soñaban con un territorio lejano, próspero y contaban de él mil relatos fantásticos. Camaradas de ese mar, desafiaron las leyes tras recibir algún mensaje divino y pudieron vencer los obstáculos. Aquella mujer, una indomable guerrera de la vida, se instaló en la vivienda con una parcela de ochenta hectáreas que las compañías inglesas les entregaban junto con los víveres y arados, además de los bueyes y manceras, ya que debían pagar ese terreno con su faena.


Construyó fosas e hizo guardia de noche para defenderse de los ataques, al mismo tiempo cavó pozos y colocó cadenas que anunciaban la llegada de los nativos. La joven se casó con su primer esposo y tuvo seis hijos y cuando él murió, ella continuó con los animales y los sembrados que atestiguaban toda la abnegación de una dama solitaria en pie de guerra. Pagó sus tierras, compró más hectáreas y edificó una fábrica de queso con numerosos empleados; la producción era vendida después en la población vecina. Tiempo más tarde conoció a François que venía de los combates de Europa y le dio trabajo en su establecimiento.

Melanie fue una de las primeras fundadoras del pueblo, donó dinero para la construcción del templo y para los bancos de la Basílica “Nuestra Señora del Pilar” que llevaban su nombre en letras doradas y que actualmente se encuentran en la capilla del Colegio Católico “Niño Jesús de Praga”. Melanie y François se casaron y tuvieron tres hijos, pero al tiempo el francés murió con su opulento título de militar y su afán desmedido de contienda.

Ella, viuda dos veces, dio examen frente al Ser Supremo y partió en busca de la dicha perdida. Comenzó a viajar constantemente a Francia ya que amaba la tierra de Colette, aquella viejecita de nívea mirada, madre de François. Con los años acrecentó su capital y se convirtió en una mujer de carácter que fue un ejemplo de lucha para las generaciones futuras. Melanie, en la estancia, era una hacendada orgullosa de su patrimonio que había logrado ella sola con la furia de su genio, duro y varonil. Tuvo alegrías que compartió bajo la higuera donde se reunía con sus nietos que le decían Gra-Mamá. Sintió el cariño y la nostalgia, el desarraigo y la grandeza como vivencias auténticas; dio vida a otros con sus mismos ojos y con su valentía: seres libres en busca de legados, caballeros irrepetibles y campesinos buenos.

La abuela francesa (Melanie y Rodolfo-1era parte)

 

MELANIE Y RODOLFO

-1875-

 

 

Antes de ser asesinado en 1870 frente a su esposa e hijos por una banda armada que penetró  en el palacio, Urquiza trajo, desde la presidencia de la Confederación Argentina, a extranjeros eminentes de la ciencia que colaboraron con la obra civilizadora. Estos maestros realizaron publicaciones sobre las costumbres, oportunidades, progreso y forma de vivir de los ciudadanos para que el país fuera conocido en Europa por sus grandes posibilidades de crecimiento.

A partir de la segunda mitad del siglo XlX, los gobiernos que se sucedieron en Buenos Aires trataron de afianzar el porvenir nacional basándolo en la explotación agropecuaria. Esa orientación estaba fundamentada en el sentido de la orientación argentina dentro de los planes de la economía familiar trazados por algunas naciones de Europa, planes en los cuales se le había asignado al país el papel de productor de trigo y de carne vacuna.

Próximo a terminar el período de Domingo F. Sarmiento, se realizaron elecciones en las que resultó triunfadora la fórmula del Dr. Nicolás Avellaneda.

Año l875. Algunos hijos de Francisca y Juan José se habían casado…

El desaliento inicial se veía reemplazado por la determinación colectiva de lograr mayores ganancias para llegar a una posición económica que les diera un lugar y un nombre. Eso ya se notaba. La autoridad que les daba el apellido comenzó a abrir la puerta a un futuro promisorio y poco a poco ese destino ayudado por los esfuerzos, la lucha cotidiana y hasta el sacrificio de la pobreza los convirtieron en dueños de una pequeña potencia.

 

 


 

Melanie conoció a un hacendado joven, hijo de inmigrantes, llamado Rodolfo Chabot que la sedujo con sus aires de noble. Venía de una familia de abolengo que vivía a unos kilómetros de allí; refinado y elegante decretaba sus propias ordenanzas exaltadas por el honor de la familia, que despertaba el comentario de varias poblaciones que constituían el territorio, una comarca demasiado exigente a la hora de hablar de matrimonio.

La muchacha cayó rendida ante los galanteos de ese caballero que la subyugó desde el primer momento cuando lo vio pasar con su coche de cuatro asientos y con cubierta plegable (carretela) por el costado del camino frente al portón. Ella observó, con disimulo, desde la laguna de patos, la adecuada postura y su conducta y supo entonces que ese sería el hombre de su vida. Los versos resultaron incompletos ante el sentimiento que crecía abrasador igual que una fogata de ansiedades no satisfechas. Melanie trataba de reprimir los impulsos salvajes pero Rodolfo la atraía como un imán a pesar de su casi pueril aspecto, aunque en realidad no era tan joven.

Los padres de ella no se opusieron al noviazgo porque estaban orgullosos del yerno al que consideraban un defensor de las causas justas, en una región demasiado expuesta a la barbarie. Él mostraba la templanza que le surgía desde sus ya avanzados treinta y cinco años, situación que no molestó a nadie. La diferencia de edad los unió más debido a la madurez de Melanie, una joven independiente.

El tiempo transcurría con un sopor vago de nieblas que inquietaba mucho al sexagenario Juan José Bourdet. Su hijo Armand ya le había dado tres nietos y se hallaba instalado en la finca con ellos. Melanie, después de cuatro años de noviazgo formal, estaba por contraer nupcias con Rodolfo.

El sosiego de esa atmósfera de criollos los acercaba a la fecha esperada con una interminable lista de cajas con ajuares, muebles, enseres, ropa, dinero y joyas.

Las horas arrastraban los eslabones de una cadena pronta a quebrarse por el cansancio de la espera. El día de la boda se aproximaba a paso lento, quizá demasiado rápido para doña Francisca.

Melanie y su madre fueron a Rosario para comprar el traje de novia.



La ciudad había crecido con ritmo: se habían levantado edificios, había mejorado la iluminación de gas; se habían abierto tiendas, zapaterías y otros negocios como industrias entre las que se destacaban los molinos harineros, las fábricas de cerveza y los saladeros.

Un educador español, Enrique Corona Martínez, recibió de herencia los útiles del ex colegio Santa Rosa y entonces fundó un nuevo instituto que brindó estudios secundarios, nocturnos para trabajadores y aulas de jurisprudencia.

Los lugares habían cambiado mucho desde la última vez que Francisca estuvo allí entre el vocerío de la multitud, cuando llegó de sus tierras y la zona estaba invadida por la epidemia de cólera.





“La nostalgia, como siempre, había borrado los malos recuerdos y magnificado los buenos.” (Gabriel G. Márquez)



Por las noches, al acostarse, Melanie pensaba mucho en la vida y aparecían en su memoria fragmentos del pasado que le traían nostalgia. La diversidad de secuencias la remontaba a Suiza, allá en el valle, junto con sus hermanos. Aquella taza de leche al regresar de la escuela, el miedo a los caballos alazanes de pelo rojizo o canela y las caminatas con la leña para el hogar al lado de su papá Juan José. Había tanto que añorar que resultaba imposible resumirlo en los sueños. Recordó a su abuela Victoria Dunoyer que le contaba historias de Napoleón y de su gran amor Desirée, una mujer extremadamente femenina, fatal y misteriosa envuelta en una armonía de fragancias: iris azul, rosa de mayo, jazmín de Grasse, ámbar gris. El joven militar Napoleón jugaba con el nombre de ella, la llamaba “Desirée, la deseada”.

Luego el viaje a América, un lugar para vivir sin grandes aprensiones pero tan diferente a Europa; los comienzos y la lucha contra los aborígenes. Sólo había algo que borraba los vestigios de tristeza: las novelas, la escritura y el amor por los animales.

La abuela francesa, de Luján Fraix

Patria

 


La corriente sonora de la palabra suena a violines y a nebulosas de tinta; obedece a los sueños de azúcar en las hondas raíces de la tierra. Es la esperanza del hombre que busca un sitio donde plantar el sol que lleva dentro. No importa su geografía, la pasión arremete con su milenario rostro para buscar certezas que suman y pueblan... con vigilias y silencio de capilla.

Lo importante es la cosecha futura. No migajas ni cortezas, entera. A la orilla de la senda está la bandera que dobla esquinas, siglos, sabe de reclamos, de fortaleza... ES PATRIA.     La abuela francesa--Luján Fraix


Un retrato de la Argentina a través de las décadas.

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LOS INMIGRANTES
LA LUCHA FEMENINA
EL AMOR

Ellos soñaban con un territorio lejano, próspero y contaban de él mil relatos fantásticos. Camaradas de ese mar, desafiaron las leyes tras recibir algún mensaje divino y pudieron vencer los obstáculos. Aquella mujer, una indomable guerrera de la vida, se instaló en la vivienda con una parcela de ochenta hectáreas que las compañías inglesas les entregaban junto con los víveres y arados, además de los bueyes y manceras, ya que debían pagar ese terreno con su faena.

Construyó fosas e hizo guardia de noche para defenderse de los ataques, al mismo tiempo cavó pozos y colocó cadenas que anunciaban la llegada de los nativos. La joven se casó con su primer esposo y tuvo seis hijos y cuando él murió, ella continuó con los animales y los sembrados que atestiguaban toda la abnegación de una dama solitaria en pie de guerra. Pagó sus tierras, compró más hectáreas y edificó una fábrica de queso con numerosos empleados; la producción era vendida después en la población vecina. Tiempo más tarde conoció a François que venía de los combates de Europa y le dio trabajo en su establecimiento.

Melanie fue una de las primeras fundadoras del pueblo, donó dinero para la construcción del templo y para los bancos de la Basílica “Nuestra Señora del Pilar” que llevaban su nombre en letras doradas y que actualmente se encuentran en la capilla del Colegio Católico “Niño Jesús de Praga”. Melanie y François se casaron y tuvieron tres hijos, pero al tiempo el francés murió con su opulento título de militar y su afán desmedido de contienda.

Ella, viuda dos veces, dio examen frente al Ser Supremo y partió en busca de la dicha perdida. Comenzó a viajar constantemente a Francia ya que amaba la tierra de Colette, aquella viejecita de nívea mirada, madre de François. Con los años acrecentó su capital y se convirtió en una mujer de carácter que fue un ejemplo de lucha para las generaciones futuras. Melanie, en la estancia, era una hacendada orgullosa de su patrimonio que había logrado ella sola con la furia de su genio, duro y varonil. Tuvo alegrías que compartió bajo la higuera donde se reunía con sus nietos que le decían Gra-Mamá. Sintió el cariño y la nostalgia, el desarraigo y la grandeza como vivencias auténticas; dio vida a otros con sus mismos ojos y con su valentía: seres libres en busca de legados, caballeros irrepetibles y campesinos buenos.