No
vale mostrar, hay que transmitir…
El
día gris invitaba a dar una vuelta. Había llovido después de los intensos
calores y llegaba el carnaval.
Por
aquellas calles donde rodaban los caminantes silenciosos, Coty y Natalia habían
ido a tomar un helado. La siesta y su lenguaje propio les daban la mano a las
pasiones. Alguna vecina barría las veredas tres veces por día entre el enojo y
la pesadilla de no poder dominar el polvo. Ellas se reían.
−No
sé qué va hacer cuando llegue el otoño.
−Se
volverá loca y malgastará el tiempo.
−Sí,
son de esas mujeres que llegan a viejas entre los trastos con más arrugas que
un papiro sin haber aprovechado la vida.
−Nacieron
para mucamas.
−¡Natalia!
¡Por favor! –exclamó preocupada Coty−. No seas mala. Me haces decir cosas que
yo no pienso. Me llevas por el mal camino.
−¿No
piensas?
Ambas
parecían expertas en dominar las horas para aprovecharlas en algo creativo y
elevado.
−Hay
tiempo de sembrar y tiempo de recoger. ¡Mira allá va tu enamorado! –gritó
Natalia.
−Cállate
la boca. Yo no tengo novio.
Adrián
Fuentes cruzó la avenida en su auto gris y a Coty se le paralizó el corazón. Él
no las vio y siguió su camino absorto. A ellas la vida les sonreía, y en ese
vaivén de las horas inquietas los segundos les dejaban espacio para las
fantasías y los sueños. Es que la vida les parecía interminable, con tanto
tiempo por vivir y un horizonte supremo cargado de amor, de luz, de metas por
alcanzar.
−Mañana
te paso a buscar a la misma hora. ¿Sí? –le dijo Natalia, quien la acompañó hasta
la puerta.
En
el umbral se hallaba Benjamín con los cuadros debajo del brazo.
−Me
voy contigo –le comunicó Natalia, y Coty se quedó mirando cómo los dos se
alejaban rumbo a la plaza como lo había prometido Benjamín el día anterior.
“Qué
terrible que es”, pensó Coty por la conducta de su amiga. Ella era incapaz de
seguir a un hombre de esa forma y menos cuando no veía señales de su parte. Se
valoraba, se guardaba… No sabía si eso era bueno o malo, pero no podía actuar
de otra forma aunque quisiera y lo deseara con toda el alma.
Entre
las penumbras del pasillo, escuchó voces. Sus padres estaban discutiendo. Pensó
que a todos los matrimonios de años le pasaba lo mismo. Eran pleitos comunes y
pasajeros que terminaban sin rupturas finales. Seguramente, Octavio renegaba
por la indiferencia de Benjamín y Constance lo defendía. Sabía que no iba a
vender ni un cuadro aunque estuviera diez horas tirado en el piso de la plaza
junto a la fuente de agua, pero era su sueño y verlo feliz le hacía bien.
−Niña,
tengo algo para ti –le dijo la tía Marie Anne, quien salía del cuarto con
varias revistas en las manos.
−Un
aviso de modelo –agregó Coty sonriendo.
−No,
algo más importante. Tú no tienes que mostrar, no vale, tienes que transmitir y
eso te sobra porque eres humilde, generosa, bella y con una vida interior dulce
como la miel. Un encanto de sobrina.
−Bueno,
no es para tanto. Me parezco a ustedes.
−No,
tú eres tú. Nosotras ya somos viejas y anticuadas. Eso sí, los valores no se
negocian.
−Entonces…
¿puedo andar por la casa en camisón?
−¡No!
¡Qué dices! Eso está mal, es riesgoso –respondió la tía imitando la voz de su
hermana Constance.
Las
dos se fueron al escritorio donde Coty hacía las tareas escolares y la tía
extrajo del bolsillo unas líneas escritas en un comunicado del Instituto San
Francisco.
−¿Qué
es?
−Un
galardón.
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