lunes, 2 de septiembre de 2024

Perder el Alma (6-El gato rojo-2da parte)

 

Se fue caminando por la vereda del ferrocarril, cruzó las vías y llegó a la plaza frente a la iglesia. Por esos lugares había visto muchas veces a la mujer de blanco, el brillo de sus ojos, sus trampas, el beso… Ella lo quería mucho, se notaba en sus lejanas caricias, en la forma de amar la sombra y abrazar la risa. Parecía un ánima, pero no le tenía miedo. Podía imaginarla todavía rodeada de felinos sedosos a los que amaba como hijos.

“Ella era la novia de papá. ¿Por qué la habrá dejado? Se la veía tan hermosa y dulce. Mi madre nunca fue así. Si se hubiera casado con Clara quizá estuviera vivo y nosotros, sus hijos, hubiéramos tenido otra vida. Aunque no hubiéramos sido nosotros sino otros. Mi madre siempre fue tan frívola e insensible. Sólo le importaba el dinero. El amor era, para ella, un sentimiento de blandos y de cobardes. Pobre, igual me da pena. La gente como ella me da pena. Piensan que con los bolsillos llenos serán felices y por eso se transforman en seres resentidos y en personas tóxicas”, pensó Guillermo sosteniendo el sombrero porque el viento, que se colaba por los pinos, se lo quería llevar. Él no vestía con sotana como en antaño sino con pantalón gris y campera. Lo que llamaba la atención de lejos era el sombrero de alas anchas que lo protegía del sol y de la lluvia.

Un gato rojo se acercó a Guillermo, y comenzó a pestañear como si le molestara la luz que irradiaba desde su interior. Parecía buscar cariño.

−Tú vives en el campanario ¿verdad? –le dijo y lo levantó en brazos. El felino parecía ronronear y escondió su cara debajo del brazo de Guillermo−. Te adoptaré. ¿Quieres?

Así se lo llevó a su cuarto y el pequeño gato rojo lo acompañó siempre, hasta en las misas. Se lo veía de lejos al lado de los santos de yeso o debajo del púlpito donde Guillermo predicaba. Lo llamó Francisco, por San Francisco de Asís.

−Ese gato es un muerto reencarnado –le decían los fieles.

−No sé. Es muy bueno –contestaba Guillermo.

−Mira si es tu padre −le dijo un día el padre Roque.

−Es fantasioso, usted. Podría ser ella también.

−¿Quién?

−¿Cómo quién? La mujer de los gatos, la del campanario, la que dejó de mendigar cariño para cometer esa atrocidad: quitarle la vida a alguien. ¿Con qué derecho?

−Todavía te duele, hijo. ¿Y si no es verdad?

Guillermo no sabía qué creer. Estaba esperando noticias del letrado de su madre. Ya le había llevado el revólver, pero Morales no había aparecido por la parroquia. Se lo había prometido; no quería molestar en aquel despacho donde la mujer que gruñía parecía morder con una sonrisa de Gioconda.

De pronto, se escucharon ecos de unos pasos ligeros.

Roberto venía caminando rápido entre los bancos de la iglesia. Parecía alterado y ansioso. Casi se lleva por delante a una anciana con un ramo de azucenas y tres rosarios colgados del cuello.

−¡Hijo!

−Perdón.

La buena señora recogió el bastón del piso. Roberto no la ayudó. Los ancianos no lo conmovían ni llegaban a rozarlo con su indefensión.

−Ya serás viejo –murmuró la mujer sin darse vuelta, y reanudó la marcha despacio y sin fuerzas.

Roberto no tenía respeto por los mayores y por el lugar en el que estaba. Su egoísmo era mayúsculo. Guillermo lo vio y fue a su encuentro. Eran tan diferentes que no parecían hermanos.

−Comentan en el pueblo que mamá va a salir en libertad –le dijo a Guillermo −, pero tú, como siempre, no estás enterado. Vine a decirte eso y a obligarte que busques a la hija de Mía. ¡Nunca te ocupas de nada! ¡Eres tan indiferente! ¡No pareces de la familia! –le gritó y se fue sin esperar una palabra.

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PERDER EL ALMA
---------------------Madre hay una sola, Alma, La venganza, El gato naranja, La mujer fantasma, un crimen

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