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Volver a empezar...

 


El sol se desnudaba en un baño transparente frente a las mejillas de la niña de cuentos, con un par de alas, con las lágrimas suspendidas en el surco terrenal... Dios y el destino le habían quitado lo que más quería, pero en ese vértigo sin freno ni límite, la había bendecido y no estaba dispuesta a perder de nuevo.
La carga pesada se transformaba en plegaria cuando Rebeca veía a Amelie sonreír, crecer con rapidez y jugar como cualquier niña de su edad. Dibujaba estrellas fugaces en sus cristalinos ojos para decir que se había salvado en brazos de su verdadera madre porque ella, con su acto de generosidad, le había dado la oportunidad de vivir.

Violet acomodó las tazas en el mantel bordado por Sarah cuando era joven.
‒¡Amelie, ven a tomar la merienda!
‒Sí, mamá ‒dijo por primera vez y Rebeca reconoció la dimensión del amor.
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Disponible en Mercado Libre (Argentina)
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La última mujer.
-1912-
Un naufragio.
El baúl de perlas.

Buenas y Santas... Los hijos olvidados


Felicias llegó a la vera del camino, recogió algunas margaritas y vio algo que se movía entre los abrojos. Pensó que era un gato.

‒No grites que yo te ayudaré a salir. Ven…

Apareció entre el verde de las matas, la zanja y el lodo acumulado, Mariano Pelayo.

‒¡Dios! ‒gritó Felicitas.

‒Niña, qué gusto verla.

Ella dio un paso atrás, con temor.

‒No se vaya ‒le dijo él con voz tierna y entrecortada.

‒Sabe muy bien que usted es un miserable, un hombre brutal, sin corazón y sin alma. ¿Cómo piensa que lo voy a escuchar si ha manchado mi nombre? Sería capaz de matarlo, ¿me oye? Si esto pudiera devolverme la vida que tenía antes.

‒Yo solo no soy culpable de nada.

‒Es un desgraciado, lo odio. ¿Cómo puede hablarle así a una señorita educada?  No tiene principios.

          ‒¿Señorita educada? 

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.
(Gracias Australia por comprar mi libro)

Hellen, escribe... Guerra de Malvinas-1982

 


Novela basada en hechos reales
EL AMOR EN LA GUERRA
¿Y después?
DOS MUJERES, UN DESTINO


A Facundo Cruz le tocó ir a la guerra, sin tiempo para imaginar lo que podía ser el campo de batalla. Era un joven, casi un niño, que no sabía manejar un arma, pero que lo hizo con valentía y entrega como todos y cada uno de los soldados argentinos.

En ese ambiente hostil, por un capricho del destino, conoció a Hellen Pusset, una kelper inglesa, que no había podido escapar de los combates. Ella tenía cinco hijos que vivían la tragedia y la aventura de no saber cuál sería su futuro.
Facundo se enamoró de Hellen y vivieron un amor platónico, entre las balas y a merced de quienes tenían la última palabra.
Cuando terminó la contienda se separaron…

Y llegó: la soledad y la marginación, la ausencia de oportunidades, la indiferencia, el poder y la ausencia del mismo, los desenlaces… El adiós de los compañeros.

Facundo se casó con otra mujer, pero ese pasado lo condenó a las sombras y arrastró su matrimonio a conflictos que duraron veinte años. Él seguía pensando en Hellen y en cómo encontrarla después de tanto tiempo. No sabía dónde buscarla, pero tenía la convicción de que la volvería a ver para revivir la bella historia de amor.

Marianela, su esposa, también fue parte de la realidad que no supo o no pudo manejar. Pero dejó un mensaje, a su manera, de cómo se lucha, se vive y se ama, a la par de un ex combatiente.

Cuando volver a casa se transforma en otra guerra...

La última mujer (Cap III Magnates y banqueros. 3era parte)

 


Alan estaba tratando de subir al coloso en tercera clase junto con los inmigrantes que iban a Nueva York en busca de trabajo.

Todos confiaban en que el viaje por el tumultuoso Atlántico Norte no sería arduo. Con sus dieciséis compartimientos herméticos, el notable buque era el reflejo de las más avanzadas técnicas de ingeniería. Para Alan era un trámite haber logrado subir. No le importaba la gente, ni las comodidades que, en tercera clase, para él era dignas de destacar. Quería llegar hasta su abuelo y apoderarse de la valija lo más rápido posible. Después, al llegar a destino, se ocuparía de otros asuntos. Lo importante era que estaba allí y que había logrado, con el poco dinero que le había dado Mark, subir a la nave sin ser visto y sin problemas.

Estuvo recostado el día entero en la penumbra del camarote, tranquilo y algo contento, notó cómo le iban desapareciendo el frío y el cansancio y se abandonó con deleite a la cálida sensación de seguridad. Escuchó el correr del viento en ráfagas caprichosas y pensó en la vida de los ricos, de los que gozaban de su suerte en primera clase. Los envidiaba, le parecían frívolos y déspotas. Su resentimiento aumentaba y también el desamor por su familia. Nunca los quiso. Era evidente que recibió la mala influencia de Harry, su padre, que se aisló de ellos para hundirse en su propio abismo.

Quien lo tiene todo a veces es muy pobre.

Se quedó dormido y soñó con Francia, con las playas doradas y el gozo de ser un Cooper. Vivir a lo largo de las costas y sentir el rugido de las olas contra la rompiente.

Las nubes se levantaban sobre la nave como montañas y la costa era una larga línea negra. El agua, de un azul profundo, se confundía con el cielo que se dejaba ver a intervalos.

Al rato, cuando despertó, Alan fue al comedor donde había mesas con manteles blancos colocadas de forma paralela con sus platos y los utensilios necesarios. Vio a algunos jóvenes de su edad vestidos pobremente que cantaban y reían. No le encontró justificativo. Para él la pobreza era una desgracia, la niebla que nublaba la razón y el latigazo dado sobre la carne lastimada. Alan se había transformado en una sombra fantasma, a la deriva, violado por sus propios intereses mezquinos.

“Si me oyeran hablar en voz alta creerían que estoy loco”, pensó al contemplar a los inmigrantes que conversaban animosamente en ese comedor de almas humildes. Él era tan pobre como ellos; sin embargo, se veía como un príncipe ruso soberbio y despiadado.

‒¿Qué edad tienes? ‒le preguntó un muchacho que apareció detrás de un banco largo de madera lustrada.

‒Veinte.

‒No pareces inmigrante como nosotros. Eres algo extraño. Perdona si te comento esto, he sido indiscreto.

‒No es nada ‒dijo Alan con indiferencia y lo dejó solo.

No le interesaba tener amistad con nadie. Le parecían demasiados ingenuos. Le pidió un cigarro y luego le dio la espalda.

‒¿Se puede subir a primera clase?

‒¿Qué? ‒contestó el joven sorprendido‒. No creo, está todo demasiado vigilado.

‒Tengo que buscarle la vuelta.

‒¿Cómo?

‒Yo me entiendo ‒respondió Alan dejando al inmigrante desorientado como si le hubiera dado un sermón y le hubiera estropeado la alegría.

“Qué raro es”, pensó.

Alan no era bueno ni nada parecido. No quería serlo tampoco porque no le servía. Era de débiles mostrarse dadivoso. Prefería ser hipócrita, mentir era una de sus virtudes. Harry le había enseñado a estar en guardia, a desconfiar, a colocarse una coraza para cubrirse de males mayores y de la humillación de los grandes. 



Estuvo merodeando por los alrededores toda la tarde. No sabía cómo hacer para llegar a primera clase. El mar en ese atardecer pintaba su color gris en la superficie. Algunos de aquellos inmigrantes tenían la piel morena como las de las mujeres indias. Todo le parecía tan lejano.

‒¿Necesita algo, muchacho?‒le preguntó, de repente, un vigía.

‒No, gracias‒respondió Alan asustado. Se hallaba en falta, él lo sabía.

¿Acaso no era fuerte y astuto como para obrar rápidamente y no vacilar jamás?

Tenía un dolor de cabeza atroz. Odiaba a esos hombres; los modales que empleaban para exhibir orgullosos la pobreza lo sublevaba. Es que ellos no tenían nada que perder. Alan Cooper había nacido en otra cuna y por eso su mendicidad lo transformaba, pero quien tenía la culpa de su poca autoestima y de la falta de valores era su padre. Mark había intentado llevarlo por el buen camino pero Harry lo desautorizaba, así también terminaron cansando a su madre que decidió hacer su propia vida en Francia.

A Alan lo invadió una especie de calma impersonal, no se sentía tan ansioso. Era una vaga melancolía, una especie de éxtasis que lo conducía a su fin primero, hacia el sueño profundo del que no podía evadirse. Tuvo la impresión de que en aquel ambiente ganaba la indiferencia; sin embargo, las miradas estaban depositadas en sus movimientos erráticos.

‒Ya van a servir la cena ‒le dijo uno de los pasajeros que circulaba por el pasillo y que venía desde la sala de fumadores.

‒Gracias ‒contestó Alan ensimismado. No le interesaba la vida social de la nave, ni las charlas o los festejos. Ellos estaban demasiado contentos. Como esa dicha que nacía de quienes tenían esperanzas y futuro. Él, a pesar de estar allí con un propósito, no lograba la paz que deseaba. Es que hasta que no tuviera la maleta de Mark en sus manos no podía reconciliarse con su existencia. Estaba dispuesto a todo y hasta se arrojaría al mar, si fuera necesario, con el botín porque su obsesión era perturbadora y alarmante. Quería disimular y no lo lograba… Los demás ya sospechaban de su ardid, pero no podían adivinar cuál era su camino para alcanzar aquel macabro anhelo.

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LA ÚLTIMA MUJER
LA ÚLTIMA CENA

“No es más fuerte la razón porque se diga a gritos.” Alejandro Casona

 



Aquella Manuela que conocí no me miraba, no se daba cuenta de que yo la observaba como quien ve un lienzo empolvado por los años. Ella era distante, inalterable, sosegada... Llevaba sus angelicales procesiones dentro del alma como un nudo de llanto. Era la madre que sabía hablarle a los muros, a la sombra asilada en su piel, a los retratos. Yo era una más que llegaba para irme rápido detrás del anochecer.


🌷EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA


Manuela, una mujer real.

Escribí esta novela entre 2006 y 2008 y me inspiré en una mujer real como casi todos los personajes de mis historias.

Recuerdo que solía, como ahora, escribir capítulos en el blog y la gente entraba a comentar. Se enojaban con el personaje de MANUELA, opinaban que necesitaba ayuda, la asistencia médica de un psicólogo, etc. Yo me reía y les decía que si bien era una persona real, yo misma le había agregado cierto dramatismo a la novela.

Fue una etapa muy enriquecedora que me llenó el alma de diversas opiniones y de intercambio, algo fundamental para quien escribe: la opinión del lector, que no suelo encontrar en algunos medios demasiados fríos.



Sueño con llegar a ese sitial; sin embargo, me conformo con escribir porque para mí es una necesidad vital.

Me gusta ahondar en la parte interna de esas personas que nos acompañan día a día con sus alegrías, fracasos, dudas, sueños y también miedos. Esos temores que a veces ahogan, que no dejan vivir en paz, que es mejor silenciar... Y es allí cuando terminamos enfermándonos... Nos enojamos con la vida y el destino, nos encasillamos, para no ver aquello que nos atormenta.

Manuela no supo o no pudo llevar a sus hijas por un camino feliz porque ella no tenía claro cuál era el sendero apropiado; se equivocaba en todo porque el miedo la paralizaba, no le permitía crecer ni tomar decisiones, dejaba en manos de otros sus propios compromisos y obligaciones. Así era, así la recuerdo...

La quiero porque demostraba su orfandad, su dulzura de niña, sus pasos silenciosos... Nunca levantaba la voz, nunca un reto... solamente rezaba.

💕
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
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“No es más fuerte la razón porque se diga a gritosALEJANDRO CASONA

Personajes de novela (Los siete dones)

 


GUÍA DEL LECTOR

 

A continuación se relacionan en orden de relevancia

los principales personajes que intervienen en esta obra.

  

PERSONAJES HISTÓRICOS:

 

FELICITAS GUERRERO: considerada la mujer más bella de la Argentina. Se casó muy joven con Martín de Álzaga, un hombre que podría ser su padre. Tuvo dos hijos que murieron al poco tiempo. Cuando Martín de Álzaga falleció, se enamoró de Sáenz Valiente, pero fue asesinada por un hombre despechado.

MARTÍN DE ÁLZAGA: (esposo de Felicitas Guerrero) Sobrino-nieto de un célebre caballero español fusilado en los acontecimientos que siguieron a la Revolución de Mayo. Caballero millonario que tenía mujer e hijos en la clandestinidad.

CARLOS JOSÉ GUERRERO: (padre de Felicitas Guerrero) Un hombre ambicioso de la sociedad porteña que manejaba los intereses de la familia y que quería acrecentar su capital sin miramientos.

FELICITAS CUETO Y MONTES DE OCA: (madre de Felicitas Guerrero). Obedecía a su esposo como se acostumbraba en la época dejando de lado los sentimientos y los verdaderos deseos de sus hijos.

SAMUEL SÁENZ VALIENTE: El nuevo amor de Felicitas luego del fallecimiento de Álzaga. El hombre que amaba y con quien iba a casarse.

ENRIQUE OCAMPO: Un enamorado que tenía Felicitas y que por despecho, en el día que anunciaba su boda con Sáenz Valiente, la mató.

 

PERSONAJES HISTÓRICOS SECUNDARIOS: Tránsito Cueto (tía de Felicitas), Albina Casares (amiga), Antonito Guerrero (hermano), Cristián Demaría (primo), María Caminos (mujer oculta de Álzaga)

 


PERSONAJES DE FICCIÓN:

 

MILAGROS CORREA VIALE: una niña y luego una adolescente curiosa y dispuesta a hacerle frente a quien quisiera torcerle el rumbo. Por momentos, soberbia; por otros, piadosa.

JULIÁN: el mendigo que protegía Milagros, el muchacho al que quería llevar por el buen camino y a quien ayudó a escondidas de sus padres.

AURELIO CORREA VIALE: (padre de Milagros) Autoritario el militar, distante y egocéntrico. Incapaz de demostrar amor.

DOLORES CASARES DE CORREA VIALE: (madre de Milagros) Una mujer equivocada, que obedecía al marido por miedo y por obligación. No quería pleitos y disputas porque solamente le importaban las apariencias. En el fondo sufría, pero no lo demostraba. Muy religiosa.

BERNARDA: criada y niñera de Milagros. La persona con la que pasaba la mayor parte del tiempo porque la amaba como una hija y la cuidaba más que Dolores.

TIMOTEO Y TITO: (los cocheros de la casa) Dos hombres que presenciaban, a menudo, los reclamos más absurdos de los patrones y las ideas arbitrarias. Testigos silenciosos de los días turbulentos de don Aurelio y de su hija Milagros.

JUANA Y ARMANDO: (los encargados-cuidadores-del establecimiento rural “Las Acacias”) donde habitaban puesteros, labradores y hombres que se dedicaban a la labranza, amigos de la niña Milagros.

 

PERSONAJES SECUNDARIOS DE FICCIÓN: Gloria (ama de llaves de los Guerrero), Ignacio Avellaneda (sobrino de Gloria), Anselmo Riglos y Margarita, su esposa (amigos de don Aurelio), Facundo ( hijo de Anselmo y de Margarita), Manuel Alsina (pretendiente), Leopoldo Alsina y Remedios de la Quintana (padres de Manuel), Domingo (peón), Rosario (panadera), Padre Lucas, Sor Teresa, Sor Elisa y Sor Josefina, Florencio Mansilla (desconocido), Enrique (hijo de Milagros), Thomás (nieto de Milagros).

Los siete dones. Ella eligió perdonar...

 


Bernarda se hallaba entre las matas del patio tratando de podar un pequeño arbusto que le tapaba los alelíes. Había plantado, por orden de doña Dolores, todo tipo de flores contra el muro para cubrirlo y poder tener una vista colorida en primavera.

Milagros, apesadumbrada por la pelea con su madre, se sentó en la galería con una taza en las manos y se puso a observar los movimientos de Bernarda.

El día estaba gris. Milagros había pensado en volver al campo, pero era muy pronto. La discusión con su madre frenaba un poco el deseo de salir corriendo a buscar a Julián. Pensaba hacerlo por las calles de Buenos Aires, frente a la casa de los Guerrero o frente a la iglesia. En algún lugar debía estar nuevamente pidiendo limosnas, como un mendigo cansado que no tenía porvenir, ni sueños.

La lluvia comenzó a caer, despacio, melancólica, con el mismo ritmo y su olor a tierra, invadiendo los sentidos y buscando donde dormirse para soñar despierta con lo imposible.

−¡Llueve, Bernarda! –le gritó.

−Bajo el laurel no me mojo.

−Eres porfiada. Deja eso para mañana.

Bernarda parecía un trasto viejo con el delantal alborotado, y la pollera recogida en un nudo lateral para que no le molestase mientras se ocupaba de las plantas de doña Dolores.

−Baja esa falda que si te ve mi madre te abofeteará −comentó Milagros sonriendo.

−Niña Milagros usted siempre queriendo saber más que nadie.

−La gente huye de mí porque soy muy inteligente. Me tienen miedo.

−No lo dudo, niña. Recuerdo cuando me robaba los libros.

−Hablando de robar… ¿Tú crees que Julián se llevó el dinero que le dio mi madre?

−Claro, por supuesto.

−¡No! No razonas, Bernarda. Es inútil hablar contigo.

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LOS SIETE DONES

Ella eligió perdonar...

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