martes, 2 de enero de 2024

Los siete dones. Ella eligió perdonar...

 


Bernarda se hallaba entre las matas del patio tratando de podar un pequeño arbusto que le tapaba los alelíes. Había plantado, por orden de doña Dolores, todo tipo de flores contra el muro para cubrirlo y poder tener una vista colorida en primavera.

Milagros, apesadumbrada por la pelea con su madre, se sentó en la galería con una taza en las manos y se puso a observar los movimientos de Bernarda.

El día estaba gris. Milagros había pensado en volver al campo, pero era muy pronto. La discusión con su madre frenaba un poco el deseo de salir corriendo a buscar a Julián. Pensaba hacerlo por las calles de Buenos Aires, frente a la casa de los Guerrero o frente a la iglesia. En algún lugar debía estar nuevamente pidiendo limosnas, como un mendigo cansado que no tenía porvenir, ni sueños.

La lluvia comenzó a caer, despacio, melancólica, con el mismo ritmo y su olor a tierra, invadiendo los sentidos y buscando donde dormirse para soñar despierta con lo imposible.

−¡Llueve, Bernarda! –le gritó.

−Bajo el laurel no me mojo.

−Eres porfiada. Deja eso para mañana.

Bernarda parecía un trasto viejo con el delantal alborotado, y la pollera recogida en un nudo lateral para que no le molestase mientras se ocupaba de las plantas de doña Dolores.

−Baja esa falda que si te ve mi madre te abofeteará −comentó Milagros sonriendo.

−Niña Milagros usted siempre queriendo saber más que nadie.

−La gente huye de mí porque soy muy inteligente. Me tienen miedo.

−No lo dudo, niña. Recuerdo cuando me robaba los libros.

−Hablando de robar… ¿Tú crees que Julián se llevó el dinero que le dio mi madre?

−Claro, por supuesto.

−¡No! No razonas, Bernarda. Es inútil hablar contigo.

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LOS SIETE DONES

Ella eligió perdonar...

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