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Ángeles de la guarda

 




El sol se desnudaba en un baño transparente frente a las mejillas de la niña de cuentos, con un par de alas, con las lágrimas suspendidas en el surco terrenal... Dios y el destino le habían quitado lo que más quería, pero en ese vértigo sin freno ni límite, la había bendecido y no estaba dispuesta a perder de nuevo.

La carga pesada se transformaba en plegaria cuando Rebeca veía a Amelie sonreír, crecer con rapidez y jugar como cualquier niña de su edad. Dibujaba estrellas fugaces en sus cristalinos ojos para decir que se había salvado en brazos de su verdadera madre porque ella, con su acto de generosidad, le había dado la oportunidad de vivir.

Violet acomodó las tazas en el mantel bordado por Sarah cuando era joven.
‒¡Amelie, ven a tomar la merienda!
‒Sí, mamá ‒dijo por primera vez y Rebeca reconoció la dimensión del amor.

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La última mujer.

-1912-
Un naufragio.
El baúl de perlas.
-----------------------(Amazon)
-----------------------Mercado Libre. (Argentina)
-----------------------Por mi correo--lujanfraix@hotmail.com

La trama del adiós (ex La Novia)

 

Por las tardes, su rostro angélico era observado a través de las rejas del cancel igual que una criatura inválida. Ella ocultaba las ansias de demostrar los sentimientos cuando el reloj marcaba las horas de extremo retiro. Su fobia por el ambiente exterior la obligaba a recluirse, pero también la sentenciaba a palpar la frigidez de témpano de quienes la rodeaban porque Pilar no reclamaba salir del encierro, no pedía nada, no lloraba… pero esperaba. Quería recoger sus restos en mutación completa y obligar a que el mundo la viera como si fuera inteligente. La muerte de su padre la había marcado a fuego igual que a Salvador y los había convertido, con los años, ya de adultos, en personas endebles.

A la sombra de las cortinas, escuchaba el llanto de Úrsula que no veía más allá de sí misma y de su adorado Salvador. Ellos no reparaban en sus ojos fijos y en sus monosílabos de infante. Decían que se parecía a la abuela Margarita que se había sometido al rigor psicológico de su esposo, pero Pilar era soltera y tal vez nunca tendría un novio porque era incapaz de entregar su corazón castigado por el rechazo de una vida inexistente.

Afuera, se rellenaban los espacios con la agitación de las pasiones de quienes se atrevían a enfrentar las luchas como indios de Gujarat con voluntad y determinación. A la casa, que olía a sándalo, no entraban esos juicios porque la mansedumbre cubría como una telaraña la desnudez de las culpas.

❤❤❤❤❤
LA TRAMA DEL ADIÓS (ex-La Novia)
--------Su continuación "Perder el Alma"


La Navidad no es sólo una palabra

 


LA NAVIDAD ES MÁGICA


Navidad de ayer, de hoy y de siempre... Con abuelos, tíos y primos... en una casa de campo o en un chalet de cuentos.

Soñar historias color de rosa, asomar a la vida las esperanzas, sintiendo la verdad como un reino: ese lugar secreto donde anida la sabiduría.

Arbolito amado, con alma de madre... Dejó de vivir a los cuarenta años cuando su dueña se fue a contar estrellas...

Navidad de verano, sin nieve ni frío, entre versos y gatos contando las horas nocturnas con  violines, mariposas y luceros.

Navidad... De hoy pintada con arabescos de leyenda, quieta, sosegada... que busca el brillo en los minutos incontables.

Todo sigue siendo bello en cualquier tiempo y a cualquier hora.

 

La Navidad no es sólo una palabra.

Aluen (luz de luna)

 

Aluen, el otro día en la iglesia, no quiso ir a leer versos con Luisa al orfanato y se quedó mirando por el ventanuco como una viejecita centenaria.

‒Hija, necesito unos pepinos y cebollas de la huerta. ¿Me los alcanzas? ‒dijo el padre Hilario al pasar y ella sintió indiferencia de parte de él, como si no le importara más su situación.

Fue al patio y buscó las verduras entre la delicia de los árboles y de los trinos. El sol le golpeaba el rostro igual que la risa del niño, en ese lugar donde habían jugado y reído muchas veces. Sintió impotencia y dolor, incomprensión. Por el camino de piedras, detrás de la iglesia, había un caballo atado a un barral. Era de algún indio manso que vendía leña. Aluen dejó la cesta con las verduras y abrió la puerta de tejido rústico, salió a la calle y se detuvo para mirar a un lado y al otro del camino. Al rato, desató el caballo, subió como sabía hacerlo cuando era niña en la tribu y desapareció…

‒¡Y los pepinos! ‒gritó el padre Hilario a la media hora cuando se asomó al patio. Nada. Vio la puerta abierta y se imaginó lo peor, juntó las manos en forma de cruz, sacó el rosario, miró el cielo y tembló como una hoja ante el trueno.

‒Se fue ‒murmuró.

*

ALUEN
La colonización de la Patagonia argentina
Los indios tehuelches
(novela plagiada en amazon completa)

Perder el Alma

 


Parte II de "La trama del Adiós"
(Se puede leer de manera independiente)
*

LA FUGA
AMOR DE MADRE
¿CULPABLE?

La vida, a veces, nos obliga a usar una máscara.
Es que somos vulnerables frente a la soberbia cuando nos sentimos avasallados.
Resistir es la palabra.

Susan lo hizo. Años de batallas frente a los verdugos incansables que arremetían sin piedad frente a sus ojos tristes. Ella no reclamaba, no discutía, porque no debía…
Si la echaban a la calle tendría que volver a su jaula virginal a deshojar margaritas: pobre, lejos, exiliada.
Ella soportaba la penitencia, los gritos y los agravios, sin inmutarse y sin despertar sospechas. Parecía feliz y orgullosa de ayudar, hasta que se dio por vencida.

En su propio mundo de cuatro paredes, pensó en un plan con las pocas armas que le ofrecía ese entorno asfixiante. La cabeza le estallaba frente a los dardos que, a diario, debía soportar cuando la falta de aire la obligaba a buscar refugio en las lágrimas.

¿Se puede soportar tanto destrato?
Susan no se consideraba culpable.
*
Perder el Alma
Me deben una vida...

Cuentos de Navidad II


 

JAZMINES DE NAVIDAD

 

 

Me gustaba ver cómo el abuelo Coco tomaba la sopa.

La abuela lo atendía demasiado, y él no dejaba de murmurar. Añoraba las tardes de campo y sol, sus cabalgatas; la llegada de sus hermanas y el carruaje brillante de la madre europea que calmaba sus ansias de ser otro.

Coco, sentado al lado de la ventana, no dejaba de mirar el plato. Algo esperaba: un saludo, una caricia… Su madre europea había partido hacía ya mucho tiempo y lo había dejado solo. La extrañaba.

Yo lo observaba en silencio, casi sin moverme.

−Se viene la Navidad –dijo al pasar, y nadie le respondió.

No le gustaban mucho las fiestas porque le pesaban las ausencias. Él no era un hombre de festejos; había que trabajar el campo.

Los vecinos solían pedirle dinero porque sabían que tenía, y él se dejaba envolver cuando los elogios eran muchos. Parecía rudo y malhumorado, pero cambiaba cuando estaba contento. No ocurría a menudo, pero siempre era bueno esperar algún feriado o algún santo para verlo algo despreocupado.

De repente, un ruido de motor de automóvil hizo que levantara la mirada del plato.

−Ahí viene Segundo –exclamó apurado, y se puso de pie−. Mejor vete por atrás –me ordenó.

Es que a la casa llegaba su hijo preferido con los nietos. La visita que lo colmaba de todo aquello de lo que carecía y añoraba.

La abuela me llevó al patio y me acompañó por el caminito de la parra con sus uvas en racimos, me llenó las manos de jazmines; tantos que no podía sostenerlos.

−Para mamá –me dijo−. El portón que da al callejón de tierra está abierto.

Yo me fui con la soledad amarrada a la falda de volados y puntillas, en silencio, con una lágrima apretada. El abuelo Coco era así, ya lo conocía, no tenía que asombrarme, pero sufría.

Aquellos jazmines inundaban con su perfume mi casa en la Navidad.

**
Cuentos de Navidad II

¡VIVE TU PROPIA NAVIDAD!

No importa cómo… Solo, con un amigo, con tu perro o tu gato, leyendo un libro, con tus padres ancianos, de viaje, con tu hijo, en pareja… La verdadera esencia está dentro tuyo.

La escritura es puente y salva vidas, así lo decía Ernesto Sábato. El arte acompaña, sana, da paz y felicidad, no existe dicha más grande en otro sitio que no sea crear. Por lo menos yo no la he encontrado. Muchos que escriben, con vocación, saben de lo que hablo.

Les dejo estos relatos, algunos melancólicos otros felices. La vida es eso, y desde hace un par de años La Navidad ya no es la misma. Por eso digo siempre: ¡vive tu propia Navidad! No aquella que les gusta a los demás, vive la tuya, la propia, la auténtica.

La última mujer (Cap III. Magnates y Banqueros 2da parte)

 


Cuando todo estaba listo para partir del puerto de Southampton, una huelga de mineros del carbón-que peleaban por conseguir un salario mínimo-impidió el abastecimiento y hubo que postergar la salida. Para juntar las seis mil toneladas necesarias para mover la nave, los empresarios de la White Star debieron apelar a los sobrantes de carbón que quedaban en los depósitos de los barcos que acababan de llegar y se encontraban en proceso de descarga.

Superado ese escollo, en el mismo momento de la partida-el mediodía del 10 de abril-hubo otro episodio considerable: la poderosa succión de las hélices del Titanic rompió las amarras del buque New York, cuya popa derivó rápidamente hacia el Titanic. Sólo las maniobras del capitán Edward Smith y de los remolcadores que lo guiaban pudieron evitar el choque.

A pesar de los bombos y platillos con que anunciaron su viaje inaugural para primera y segunda clase se vendió menos de la mitad de los pasajes y para tercera no se llegó a dos tercios de su capacidad.

Algunos viajeros como Astor, quien estaba de luna de miel con su segunda esposa, poseían grandes fortunas: el magnate minero Benjamín Guggenheim, Henry Harry`s, fundador de la tienda Macry`s, Isador Strauss… También hubo ausentes como el banquero John Pierpont Morgan y el rey del acero Henry Clay Frick, quienes habían hecho reservas pero luego las cancelaron.


**

 

Rebeca no dejaba de admirar el glamour de las damas y de los caballeros que circulaban por el andén. Agradecía haber tomado la decisión de formar parte de esta experiencia inolvidable. Su mirada ávida de saber recorría aquellos cuerpos envueltos en tejidos combinados con faldas rectas y sobrefaldas. Los vestidos llevaban cintas que cruzaban en la espalda con encajes, botones, frunces y volantes.

‒Permiso‒dijo una dama con un sombrero inmenso y llamativo que tenía plumas costosas de avestruz.

‒Mira ‒le comentó Amy.

Se acercaba una señora con un clásico traje sastre de sarga oscura con adornos de terciopelo y cuello de piel de pantera muy de moda en París.

‒Se usa también la chinchilla de pelo plateado y hasta el zorro negro‒dijo Rebeca extasiada frente a ese desfile de modas de la alta sociedad.


‒¡Vamos! ‒exclamó Wilson tomando del brazo a Rebeca para subir a la nave entre el gentío, el alboroto, los gritos y saludos de despedida‒. Ya verás a todos ellos en el barco cuando nos inviten a alguna de sus tertulias o fiestas.

‒No es maravilloso, amiga.

‒Es único.

Mark se mantenía alejado de ellos y de la multitud. Se sentía viejo, cansado y aburrido. Ya nada podía sorprenderlo, estaba de vuelta de la vida.

‒¡Papá, no se quede atrás! ‒le gritó Rebeca.

‒Sí, hija. No te preocupes.

‒Wilson, vigila a mi padre que es muy mayor y le puede pasar algo. Entre tanta gente tengo temor que se pierda o que alguien lo lastime.

‒Ya está acá, amor.

Mark los miró con una sonrisa piadosa y el deseo de que la tierra o el agua se lo tragase. No tenía ganas de estar con gente ni de poner cara de felicidad. Fingir era una tarea muy difícil para él. Ya se encontraba en el último escalón de la vida, sin apremios económicos pero, en los últimos años, muy vacía.

‒Es muy bonito.

‒¡Bonito es poco, papá! ¡Es alucinante!

‒Hijita, te mereces mucho más. Disfruta.

‒Gracias‒respondió Rebeca y le dio un abrazo apretado a Mark a quien se le nublaron los ojos.

*
La última mujer.
La última cena.

La última mujer (Cap III. Magnates y Banqueros. 1era parte)

 


III

MAGNATES Y BANQUEROS

 

Inglaterra, abril de 1912

 

 

Amanecía.

La ciudad continuaba sumida en la niebla y las farolas del alumbrado lucían como perlas. A través del envoltorio aislante de aquella espesa humedad, la vida seguía rodando por las grandes arterias con el rumor del viento poderoso. Dentro de la casa el resplandor de las brasas daba calidez al momento. Mark se fue tranquilizando. No había persona a quien guardara más secretos que a Violet, pero no quería exponer una noticia que no le correspondía decir a él.

‒¿Estás listo, papá? ‒gritó Rebeca desde la puerta de entrada.

Lucía un traje con mangas amplias en contraste de colores; la falda llevaba rosas en forma de cascadas sobre los laterales y arrastraba una cola importante color púrpura. Completaba su atuendo un abanico y el Violetta de Parma de Borsari.

La última década del siglo XIX fue la época de los perfumes de violetas, cuya fragancia respondía a la moda y a los cánones de belleza femenina imperantes.

‒Disfrute mucho señor Cooper. No se preocupe por nada. Yo cuido la casa y los guardianes.

‒Adiós, fiel amiga ‒respondió Mark acongojado.

‒Oh… por favor. No se ponga así, son sólo unos días. Ya verá qué feliz que regresa. Es una hermosa experiencia.

‒Es que a veces las personas grandes se ponen tan sensibles y más cuando han perdido a su compañera‒le dijo en voz baja Wilson a Violet.

‒Entiendo, lo sé bien.

Después de un interminable saludo a la mucama y a sus perros ovejeros, Mark miró el jardín, las plantas que había cuidado Sarah y la glorieta donde se sentaba a leer. Hizo un inventario de su lugar y abrigó dentro del alma ese mundo tan suyo, tan querido, que iba a abandonar por unos días. Se sintió viejo y acabado, justó él que era un hombre de negocios. La constructora de faros: su obra maestra.

En el puerto de Southampton se encontraron... Carl y Amy Bramson todavía venían discutiendo sobre los cuidados de los hijos. Al fin, las consuegras se iban a encargar de la tarea en conjunto. No podían estar mejor atendidos. En un principio, Amy había decidido llevar a Román y a Beatrice pero después cambió de idea porque Rebeca y Wilson no tenían hijos y sólo los acompañaría Mark.

La muchedumbre se agolpaba en el puerto para despedir a los pasajeros: familiares, amigos, sobrinos, tíos… Mark Cooper llevaba su baúl en una mano y en la otra el bastón. No había querido desprenderse de él, es que nunca lo hacía y su familia no se daba cuenta de nada. Siempre les pareció normal, menos a Alan que acechaba entre los pasajeros de tercera clase. Estaba preparado para zarpar con ellos, a escondidas, con la intención de recuperar algo que le pertenecía. Su avaricia iba en aumento como su delirio. Le había dejado una nota a Harry, su padre, sobre la mesa.

Me voy en busca de la vida y del futuro, la prosperidad que ambos necesitamos. Estoy en el Titanic. Hasta la vuelta.


Cuando Harry vio la nota no entendió; pensó en las tantas locuras de su hijo. Evidentemente, tenía a quien salir. No le dio demasiada importancia porque recordó que le había contado, días antes, que su padre se iría de viaje en el coloso. Creyó, al pasar, que Mark lo había invitado y hasta lamentó, con resentimiento, de que no lo haya hecho con él. Luego, reflexión por medio, llegó a la conclusión de que era mejor haberse quedado porque no se llevaba bien con su hermana Rebeca y menos con el aristocrático pedante del marido.

‒Ay, Alan, sí que eres loco ‒murmuró entre el humo del cigarro‒. Vamos a ver qué le traes a tu padre.

Harry se recostó en una especie de camastro y se quedó dormido. Al rato, gritó entre sueños:

‒¡No!

*

La última mujer
Bengalas rojas