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Cuentos de Navidad II


 

JAZMINES DE NAVIDAD

 

 

Me gustaba ver cómo el abuelo Coco tomaba la sopa.

La abuela lo atendía demasiado, y él no dejaba de murmurar. Añoraba las tardes de campo y sol, sus cabalgatas; la llegada de sus hermanas y el carruaje brillante de la madre europea que calmaba sus ansias de ser otro.

Coco, sentado al lado de la ventana, no dejaba de mirar el plato. Algo esperaba: un saludo, una caricia… Su madre europea había partido hacía ya mucho tiempo y lo había dejado solo. La extrañaba.

Yo lo observaba en silencio, casi sin moverme.

−Se viene la Navidad –dijo al pasar, y nadie le respondió.

No le gustaban mucho las fiestas porque le pesaban las ausencias. Él no era un hombre de festejos; había que trabajar el campo.

Los vecinos solían pedirle dinero porque sabían que tenía, y él se dejaba envolver cuando los elogios eran muchos. Parecía rudo y malhumorado, pero cambiaba cuando estaba contento. No ocurría a menudo, pero siempre era bueno esperar algún feriado o algún santo para verlo algo despreocupado.

De repente, un ruido de motor de automóvil hizo que levantara la mirada del plato.

−Ahí viene Segundo –exclamó apurado, y se puso de pie−. Mejor vete por atrás –me ordenó.

Es que a la casa llegaba su hijo preferido con los nietos. La visita que lo colmaba de todo aquello de lo que carecía y añoraba.

La abuela me llevó al patio y me acompañó por el caminito de la parra con sus uvas en racimos, me llenó las manos de jazmines; tantos que no podía sostenerlos.

−Para mamá –me dijo−. El portón que da al callejón de tierra está abierto.

Yo me fui con la soledad amarrada a la falda de volados y puntillas, en silencio, con una lágrima apretada. El abuelo Coco era así, ya lo conocía, no tenía que asombrarme, pero sufría.

Aquellos jazmines inundaban con su perfume mi casa en la Navidad.

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Cuentos de Navidad II

¡VIVE TU PROPIA NAVIDAD!

No importa cómo… Solo, con un amigo, con tu perro o tu gato, leyendo un libro, con tus padres ancianos, de viaje, con tu hijo, en pareja… La verdadera esencia está dentro tuyo.

La escritura es puente y salva vidas, así lo decía Ernesto Sábato. El arte acompaña, sana, da paz y felicidad, no existe dicha más grande en otro sitio que no sea crear. Por lo menos yo no la he encontrado. Muchos que escriben, con vocación, saben de lo que hablo.

Les dejo estos relatos, algunos melancólicos otros felices. La vida es eso, y desde hace un par de años La Navidad ya no es la misma. Por eso digo siempre: ¡vive tu propia Navidad! No aquella que les gusta a los demás, vive la tuya, la propia, la auténtica.

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