viernes, 30 de agosto de 2024

Perder el Alma (5-La Pobreza-1era parte)

 

5-LA POBREZA

 

Dormir con la lluvia

 

 

Don Fidel sentado en la silla de paja de su padre recordó aquellos tiempos de su infancia y vio, de cerca, el rostro de Juan. Muchos podían imaginar a qué se debía la mirada ausente de aquel hombre. En su silla de paja rota, sentado como al descuido, con apatía, miraba el camino donde seguramente en un rato llegaría alguna carreta. Su esposa criaba gallinas y vendía los huevos en el pueblo. A veces, guardaba ese dinero que le quedaba debajo de los carros, en la tierra, para que nadie se lo quitara. Cerca del cañaveral, había un par de vacas, algunos patos y un caballo.

Para don Juan, recuerda Fidel, no existían los sábados y domingos, tampoco la Navidad o el Año Nuevo. Él trabajaba todo el día en el campo porque amaba ese pequeño mundo que había heredado de los abuelos inmigrantes. Eran muy pocas hectáreas que rodeaban a una modesta casa pintada con cal. Cuando llegaban los tiempos de cosechas, don Juan se volvía más callado. Sufría mucho. Es que sabía lo que iba a ocurrir…

Por el camino, cargado de polvo, se acercaban algunas personas enviadas por el gobierno de turno. Se llevaban bolsas de trigo para los necesitados. Don Juan, sin decir una palabra, con las manos en los bolsillos, los veía alejarse y la angustia le oprimía el pecho. Lo poco que le quedaba no le alcanzaba para vivir y para comprar semillas para volver a sembrar el año próximo, y entonces se endeudaba.

¿Y si el granizo destruía los sembrados? Se endeudaba el doble.

¿Quién era el necesitado?

El humilde que en vez de buscar otro empleo esperaba el regalo o el que dejaba la vida de la mañana a la noche, mientras otros lo despojaban de la mitad de su digno trabajo.

Don Juan pasó a ser, con los años, el abuelito con las mismas alpargatas rotas, la silla de paja y el corazón triste, disperso, silencioso… El que un día dijo “basta”.

“Qué pena, papá. Ahora estamos igual. Nada ha cambiado. No nos quitan las bolsas, pero nos sacan el poco dinero con los impuestos. Y estamos tan pobres como antes. Se creen que porque tenemos un pedazo de tierra somos ricos. Es que no saben y hablan. Quisiera verlos trabajar igual que antes o como ahora. No aguantan un día. El campesino no deja el surco por más que lo obliguen, y trabaja aunque le pidan que pare. Es un amor incondicional a la tierra, inexplicable para muchos, para el que no lo siente”, pensó Fidel después de recordar a sus padres labradores y el legado que les habían dejado a los sucesores.

La batalla de los valores estaba en juego en su excelsa magnitud.

−¿En qué piensas, viejo? –le preguntó doña Martina quien venía de la cocina con un mate y unas galletas.

−En la dignidad.

−¿Por qué?

−Porque Hortensia está manchando nuestro honor. Nosotros siempre fuimos honestos y ella debe haber cometido algo malo. Yo ya no tengo paciencia. Necesito paz.

−Esperemos un poco más. No sé qué le pasa a Hortensia, la veo diferente, resentida con la vida. Los Ferrer son gente inescrupulosa, ya los conocemos. Todo el pueblo habla mal de ellos, y la mujer está presa.

−Dicen que mató al marido.

−Por eso… Hortensia hace mucho que tendría que haberse ido de allí.



En el espacio de la duda, Susan sentía la afirmación de lo inseguro. Existir frente a la continuidad de los espejos vivos, le permitían seguir siendo cobarde. Era el tiempo desconcertante que ya no podía sostenerla, pero ella daba guerra. El temor le desordenaba la conciencia, levantaba rejas y se convertía en jaula.

La pócima estaba dentro del cuerpo, era su tímido grito: arrodillado y memorioso.

Había vestido a Alma con sus ropitas de niña.

A doña Martina le dolía el corazón porque había guardado bajo siete llaves aquel tesoro. No es que no quisiera a Alma sino que todo parecía oscuro; necesitaba explicaciones que no llegaban, certezas, una mirada limpia, pero sólo hallaba monosílabos.

¿Hasta cuándo vivirían así?

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PERDER EL ALMA
-------------------------Madre hay una sola, La pobreza, La venganza, Alma, La niña de mis ojos, La dignidad.

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