−No
te quejes, mira como vivo yo.
−Sí,
lo siento. Yo estoy enredado entre mis padres, el estudio y un matrimonio que
les conviene a ellos, pero tú estás solo. Sabes que me tienes a mí para lo que
necesites. Somos hermanos. La vida así lo quiso y yo confío en tus criterios y
consejos. Mañana ven a cenar a casa.
−Tengo
que esperar que se duerma mi madre.
−Bueno,
no es problema. Retrasaremos un poco el reloj.
−De
todas formas, ella se va a descansar temprano.
Los
amigos se despidieron por esa noche. Habían hablado demasiado sobre la familia
y la soledad, el egoísmo y la pasión. Tener en quien confiar valía la pena.
Fermín era más grande y tenía otra visión de la vida, más seria, más segura.
Tomasa
se abrigaba del frío junto a la chimenea; había estado preparando el desayuno
con lo poco que encontró porque no tenía voluntad para salir a comprar. Es que
notaba que se estaba quedando quieta, demasiado, y eso no era bueno para una
sirvienta. Doña Emilia ya lo había notado. Se tomó un sorbo de licor o de
coñac, no sabía bien. Se acomodó el moño azul que llevaba en el pelo y se fue a
la cocina a lavar las tazas.
−Recuerda
que esta noche tenemos la cena con los Aldao –le dijo doña Emilia abriendo
apenas la puerta−. Piensa en lo que vas a cocinar.
−No
sé todavía, después le consulto.
Tomasa
había perdido las ganas de hacer cosas, las mismas de toda una vida. Quizá por
eso la rutina le reafirmaba su opacidad, su vejez y el tic tac del reloj Muchos
años consagrada a los otros. ¿Y ella? No era otra cosa que una mujer de
servicio y así como estaba, con el horizonte que tenía enfrente, el futuro no
aparecía ante sus ojos.
−¿Me
preparas un café, Tomasa? –le dijo Conrado, quien acababa de levantarse.
−Claro,
niño.
−¿Qué
te pasa? ¿Estuviste llorando?
−No.
¿Cómo se le ocurre?
−Eres
humana, mujer. Si estás cansada de preparar comidas y más comidas yo voy a ir
por ahí y voy a traer algo para esta noche. ¿Qué te parece?
−¿Sí?
No, su madre se enojará conmigo. ¿Y si me echa a la calle?
−Nada.
Voy a decir que es un regalo mío. Cuando mi madre te pregunte, tú le dices que
hable conmigo. Hoy me quedo en casa porque tengo que estudiar, y más tarde
busco la cena.
−Usted
es un ángel.
−Bah,
me criaste de chiquito… ¿no?
−Claro
–exclamó Tomasa con un suspiro y lo abrazó con inmenso cariño.
−Y
además va a venir Fermín.
−Oh,
adoro a ese muchachito, aunque ya está un poco mayor. ¿Viene con la novia?
−No
tiene amor, ni esposa ni nada, Tomasa.
−¿Por
qué?
−Porque
dejó pasar los años y cuando se acordó que tenía una vida, su madre se enfermó
y tuvo que quedarse a su lado a cuidarla. Eso les pasa a los hijos únicos.
Ahora Juana depende de él y lo absorbe demasiado, es muy demandante y también
egoísta. “Cuando llegues a los sesenta te buscas una viejecita y te arrimas”,
le dice siempre. Lo maneja a su antojo, y él para no escuchar palabras
hirientes se queda a su lado y se olvida de sí mismo. Solamente puede salir
cuando ella se duerme, por la noche. Por eso nos juntamos. Ahora, hoy va a
venir a cenar.
−Lástima que le ha tocado ese triste destino. ¡Tan buen chico que es!
−Viste,
Tomasa, que a todos nos toca cargar piedras. Ése es un claro mensaje de que con
plata o sin ella no te escapas de alguna pena. Nadie puede comprar la felicidad
así nomás. No es el dinero ni la fama, no es el poder porque siempre existirá
algo, por pequeño que sea, que traerá una sombra, una medianoche a tu entorno.
Y despertarás con esa medianoche ante tus ojos intentando borrar su bruma, pero
ella te seguirá los pasos donde vayas. Así te escapes al Congo.
−Oh…
¿de dónde aprende todo eso?
−De
la vida; soy muy observador, de ti, de mí…
−Me
gusta como habla, mi niño Conrado. Un poco “picaflor”, pero de gran corazón. Lo
quiero mucho, sabe.
−Yo
también, querida. Ahora ve a hacer tus cosas y por la comida no te preocupes.
−Está
bien, gracias.
Tomasa
se quedó sola y sonrió. Conrado era un joven tan positivo que le levantaba el
ánimo. Pensó en la gente. Si toda fuera así, con ese lado esperanzador y
alegre, sería un gozo para quienes están en la penumbra y se sienten ahogados
por la medianoche de los años.
“Mujeres que ha
perdido su sombra,
Mujeres que harán
sombra en otro sitio.”
Gloria Casañas.
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