En la escuela había un compañero
que tenía la fea costumbre de insultar
a los peatones.
Un día, al salir de clase, encontramos a un anciano que se apoyaba en dos palos, cuando Juan lo vio empezó a tirarle piedritas y a hacerle burla. El pobre hombre lo llamó y lo reprendió diciéndole:
-No debes reírte de los viejos, Dios te mira...
El insolente niño no hizo caso del aviso y al verse libre lo maltrató otra vez. Luego pasó un viajero, el extranjero lo retó y él salió corriendo para no ser castigado. Cuando escapaba tropezó con un ladrillo que había en la vereda, se cayó y se fracturó un brazo.
Juan pasó muchos días encerrado en su casa sin poder jugar y divertirse, eso lo ayudó a reflexionar. Había cometido una enorme falta: insultar a un anciano, una persona frágil que podría ser como su abuelo.
Desde aquel momento, Juan nunca más volvió a reírse de nadie.
Este breve cuento infantil lo escribió mi tío-abuelo José Fraix en el año 1907. Tendría 8 años aproximadamente.