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Buenas y Santas... (Cap 7. Antonio, el capataz-3era parte)

 

‒No quiero escucharlo.

‒¿Por qué?

Ella ocultó el rostro bañado en lágrimas. No quería casarse con ese hombre. No soportaba el contacto, su cercanía, eso no era el amor.

‒Sospecho, otra vez, el trato entre sus padres y mi madre. No me gusta el manejo frívolo de los sentimientos.

‒No sea tímida, si usted me ama ‒dijo Raúl afiebrado intentando abrazarla.

‒¡No!  ‒gritó Felicitas.

En ese momento, de la nada, apareció Antonio y ella se arrojó, buscando refugio, en sus brazos. Ambos desaparecieron entre los perfumes de savia y de heno. Raúl, desconcertado, se fue para la casa a contarle a doña Emma lo sucedido para que pusiera las cosas en su lugar. Se sentía ridículo, herido en su amor propio.

‒¡Qué absurdo! Niña rebelde, inmadura… No puede ser lo que me está contando.

Se escuchaban pisadas, ruidos de carros y la patrona de La Candelaria, lívida y temblorosa, sentía furia e impotencia.

‒No se preocupe. Felicitas se casará con usted cueste lo que cueste. Ahora más que nunca. ¡Remedios, búscala!

 

El raso del vestido, blanco como resplandor lunar, envolvía los extremos de aquella silla vieja. Felicitas desaparecía en él y Antonio la miraba en silencio, con el viento como testigo que traía perfumes de jazmines. La habitación, en cambio, olía a humo del brasero y el vestido le rozaba el brazo al capataz. De lejos, se escuchaba a Remedios que la llamaba desesperada.

‒Es mi madre que me envía a buscar ‒dijo entre sollozos.

‒Tiene que ir con ellos, señorita ‒contestó Antonio con su voz quebrada.

‒Me quiero morir.

‒¡No! ¡Cómo dice eso!

Antonio se mostraba furioso, desesperado, quería proteger a Felicitas. No podía verla sufrir de ese modo. Se dio cuenta, en ese preciso instante, que hubiera dado la vida por brindarle un minuto de paz a aquella joven hermosa y atormentada.

Felicitas abrió los ojos y sus manos se deslizaron sobre las de Antonio en actitud suplicante. Sentía que el suelo se hundía bajo sus pies con la rapidez de un huracán. No tenía alternativas. Quería huir de la casa a un convento, a otro país… ¿Con Antonio?

‒Me voy ‒dijo, de repente.

‒¡No! ¿Dónde?

‒Déjeme ir, no quiero que me encuentren…

Felicitas huyó hacia el huerto, y Antonio hubiera ido detrás de ella pero llegó Remedios que venía siguiéndole el rastro obligada por doña Emma.

‒¿Dónde está la niña? Vamos, Antonio, ¿la tienes dentro del rancho?

‒Se fue ‒dijo apenado.

‒Mientes, la ocultas en la casa.

‒¡Entra y mira! ‒contestó con furia.

Remedios revisó la cabaña alquitranada con olor a mate cocido y piso de tierra.

‒No está. Y ahora qué le digo a doña Emma.

‒La verdad.


Antonio estaba preocupado por la huida intempestiva de Felicitas. Otra vez perdida a merced de los peligros. La culpa de todo la tenía la patrona con sus retorcidas ideas y sus escrúpulos.

“Una madre debe respetar a sus hijos”, pensó.

Cuando se fue la criada, Antonio salió a caballo en busca de Felicitas. Tenía que encontrarla antes de la noche.

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Buenas y Santas...
Los hijos olvidados
-----------------Emma, la rebeldía de pensar, la huida, llorar por amor, secretos de familia, me obligaste a quererte.

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