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Buenas y Santas... (Cap 6. El embrujo-2da parte)

 


‒Yo me entiendo. Felicitas es tan inocente.

‒Bueno, doña Emma. Cualquier cosa me avisa con Jeremías o con Gabino, el administrador. Yo voy a estar en mi estancia preparando la tierra con los peones.

‒Por supuesto y recuerde lo que le pregunté sobre el casamiento. No se olvide que para mí ese tema es prioridad.

‒Sí, claro.

Raúl Neder se fue nervioso, algo le decía que ese plan no le gustaba nada y que algo turbio existía en aquella propuesta. Pensaba en Felicitas y su belleza y se desmoronaban las dudas. Todo parecía tan lejano.

 

 

En la cocina que miraba al campo abierto se veía el hogar donde humeaba la leña y la olla hervía a borbotones. El cierzo corría por la tierra fértil llevando blancos torbellinos que alborotaban los refugios y las aves.

Mariano Pelayo se acurrucó en torno al fuego. Miró el horizonte cual si oyera pasos sobre los pastos secos por la escarcha. Él quería dar batalla porque se sentía raro como si hubiera cometido un delito. Golpearon las manos. Mariano se estremeció.

‒Buenas‒se escuchó del otro lado de la tranquera que tenía una rueda giratoria.

Era Raúl Neder que, preso de sus interrogantes, venía a conocer a una persona misteriosa, inventada, tal vez, por doña Emma.

‒¿Quién es usted?‒dijo Mariano con preocupación y soberbia.

‒Soy de la estancia de los Neder y amigo de Felicitas Sagnier. Ella desapareció en estos días y la familia está inquieta y desconcertada.

‒Ellos saben lo que pasó; yo ya, en persona, les conté todo.

‒No sé… ‒dijo Raúl como dudando. Miraba a Mariano Pelayo de la cabeza a los pies‒Me voy a casar con Felicitas.

‒¡Y a mí qué me cuenta! ‒contestó Mariano furioso‒El amor es destrucción, el mundo es un destierro y el hombre sombra si se entrega a él. ¿Comprende? Los enamorados se consumen en la misma fuerza de ese sentimiento porque la realidad de la existencia humana es el dolor.

‒¿Por qué se enoja tanto? Para mí está equivocado o algo le ocurrió en la vida que lo desilusionó de ese modo.

‒A usted no le importa. ¿A qué vino? ¿A decirme que se casa? ¡Qué absurdo!

‒¿Qué pasó con Felicitas esa noche acá en su casa?

‒Nada‒dijo Mariano Pelayo mirando para abajo, molesto por tantas preguntas, dolido por un sentimiento inexplicable que lo perturbaba. Su ojeriza incomprensible era de temer. Se lo veía malsano y encubridor pero envenenado por las palabras de Raúl‒. ¿Por qué no se va? ¿Qué espera?

‒Está bien pero le advierto algo; no quiero verlo cerca de mi prometida.

‒No conozco a su novia.

‒No se haga el desentendido porque sabe bien lo que quiero decir…‒contestó Raúl y se subió al caballo tratando de darle poca importancia a ese personaje. Sin embargo, Pelayo lo descolocó por completo y él, intentando ser imparcial, se mostró indiferente para no golpearlo por sus impertinencias.

“El mundo encierra la inquietud de la vida, la sangre no miente”, pensó Mariano Pelayo que se sentía acorralado por una verdad que debía ocultar.

Raúl Neder se fue para su estancia desconcertado. Le había mentido a ese desconocido con el propósito de sacarle alguna información. Él, seguramente, no se iba a casar con Felicitas. Ella no lo amaba. Hubiera querido quemarse los labios en aquel rostro indeleble, sentir su piel deshacerse contra aquel cuerpo abrasador pero no era posible. Al menos por el momento.

Pelayo le pareció enfermo, tal vez astuto. No entendía sus reacciones y su selvática manera de vivir. Parecía tener campos y propiedades; sin embargo, su aspecto deslucido mostraba cierto abandono. Carecía de modales, pero había salvado a Felicitas de la intemperie de la noche, del peligro…y ésa era una buena acción. Tal vez, la desconfianza de doña Emma era aventurada. Lo mejor era esperar a que la protagonista pudiera contar su historia. Él debía permanecer al margen para no entorpecer. Era un problema de familia.

 

 La miseria moral y secreta de las adolescentes a doña Emma le molestaba demasiado. Era una obsesión que le maltrataba la vida pero el mismo tiempo le provocaba llanto; una tristeza honda imposible de vaticinar. Seguramente, algo le había pasado o era la pérdida de sus esposos aquello que la afligía tanto.

‒¿El bisabuelo fue gaucho?‒le preguntó Felicitas con ingenuidad.



      ‒¿A qué viene ahora esa pregunta tonta? Tenemos que hablar de cosas más importantes que las costumbres de los antepasados. No fue gaucho porque nuestra familia llegó de Europa.

‒Eso no importa. Dicen que se comenzaron a ver en el siglo XVIII ‒contestó Remedios quien leía muchos libros‒, cuando en virtud de ordenanzas arbitrarias del gobierno, los hombres libres y pobres optaron por ir a vivir al campo en una existencia nómada y trashumante, renunciando a la propiedad, a la existencia ordenada, al hogar, al amor permanente. Primero fueron pastores y luego agricultores. Vivían en la indigencia sin afincarse por interés al suelo; tenían tropillas y a veces ovejas y cuando realmente lo necesitaban los contrataban para empleados en las estancias. Casi todos eran criollos y muy pocos mestizos.

‒¡Tengo razón o no! ‒dijo doña Emma.

‒¿Y entonces Zoilo Mansilla qué era? ‒preguntó Felicitas.

‒Gaucho.

‒Iba vestido de gaucho que es otra cosa‒contestó rápidamente doña Emma.

Felicitas y Remedios estaban tratando de entretenerla para que no preguntase nada más sobre la desaparición, los detalles de la caída del caballo y sobre el insufrible de Pelayo.

‒Vamos a hablar de lo que importa.

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados
-----------------Emma, luchar por tus sueños, luchar por alguien, luchar por la libertad.


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