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Buenas noches santa bohemia


Doña Emma dejaba la vida en sus propias leyes.
Felicitas, su hija, amontonaba silencios, preguntas sin respuestas, enigmas inconclusos... para después. Sabía que su madre podría culparla, dejarla sola con sus amores viejos y obligarla a emigrar.

Su madre no era perfecta y guardaba secretos inconfesables.
Lo prohibido era lo deseado. 
En aquella pampa argentina la santa paz era sólo una pincelada entre el abandono y la pasividad.

El camino de la noche se tornaba eterno cuando se perdía con su caballo buscando la libertad del olvido.

Algún día todas ellas serían extrañas mujeres que se mirarían en un cristal roto; cada una con un morral pesado que cargar y el deseo de encontrar un rincón abrigado, pedirán perdón por los errores cometidos.

Buenas y Santas...

Los hijos olvidados.

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Querida Rosaura, querida dama...

 



Rosaura necesitaba vivir un poco, pero nació para servir.

En la pampa gringa donde caminó sus primeros pasos fue la niña-ángel, la que cuidó de todos a pesar de ser pequeña, y cuando creció bajo esos vientos de agua siguió su camino, el que le trazó su madre.

Fue el amor personificado; su sacrificio de mujer marcó el tiempo de espera cuando, por un capricho de la vida, dejó de ser la novia solitaria.

Querida Rosaura, querida dama.

Solamente necesitabas vivir un poco.

Querida Rosaura
¿Cuánto dura el amor?
La eternidad.


ARGENTINA
-1923-

LA PROBLEMÁTICA SOCIO-ECONÓMICA DE LOS ARGENTINOS EN ESOS AÑOS.
¿CÓMO VIVÍAN LOS AGRICULTORES HUMILDES EN LAS PAMPAS DEL SUR?

Rosaura Waner fue una persona que no supo disfrutar ni entender la vida. Se entregó a los demás como si tuviera que cumplir una misión.

Amó a su madre Magdalena quien reprimió, desde niña, sus deseos más queridos; la obligó a ser una mujer y a llevar sobre sí las cargas de un adulto.

No disfrutó de los momentos por hallarse inmersa en un pasado que le dejó secuelas hondas: la muerte temprana de Magdalena y la de su hermano Juan José de treinta y cinco años. Si su madre no hubiera fallecido, ella no se hubiera casado.

Rosaura vivió para para llorar de la mañana a la noche a sus muertos, para velar por su hermano menor, Rubén, hasta el último día. A María, su hija, la cuidó como un tesoro que le costó mucho concebir. Sintió terror por su salud porque conocía de memoria el sabor de las ausencias; ahogó su juventud con reclamos absurdos y extendió la doctrina de su madre hasta el final de su historia. Según sus propias palabras amó a un Dios que le arrebató la vida.

¿Puede una mujer vivir para los demás solamente para ser querida, quedarse detenida en el pasado llorando a sus muertos e ignorar, de alguna manera, a su esposo e hija?

¿Cuál será el porvenir de mi pasado?
José E. Pacheco