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La abuela francesa (Francois, el coronel-3era parte)

 

Quinquela Martín

El 12 de Octubre de 1880 asumió la presidencia el general Julio A. Roca, quien había organizado la Expedición al Desierto para solucionar por las armas el problema del indio y asegurar el dominio efectivo sobre las tierras de la Patagonia. Dicha campaña resultó exitosa. Bajo su gobierno llegaron numerosos inmigrantes y se publicó la ley de enseñanza común que suscitó polémicas.

Elemir y François no entendían nada de política porque sabían que sólo tenían la opción de trabajar en calidad de peones.

En el puerto de Buenos Aires había tanta niebla que parecía Londres. Caminaron por las calles de tierra bajo la llovizna y se detuvieron frente al cabildo sin conocer su historia:

En 1580 Juan de Garay fundó la ciudad de Trinidad-que más tarde se llamaría Buenos Aires-lo primero que pensó fue levantar un edificio histórico, simplemente porque en esa época (el siglo XVl) no se concebía una ciudad sin cabildo: manifestación institucional y expresión jurídico-política por excelencia.

Desde los inquilinatos y conventillos se veían cientos de inmigrantes y paisanos que se  asomaban a la intemperie, algunos colocaban recipientes en la vereda para juntar agua porque las condiciones sanitarias eran muy malas.

Elemir y François entraron a una barraca donde un trovador recitaba incomprensibles versos mientras otros individuos lo miraban con los ojos turbios por el alcohol. François y su amigo no entendían el idioma y se hallaban perdidos en una periferia que los expulsaba del distrito por ser foráneos. Con señas lograron darse a entender pero no se quedaron mucho tiempo en ese báratro porque el lugar los ahogaba con un vaho condensado, parecían ebrios sin haber probado una gota de esos licores espirituosos.

En la calle algo les decía que la fortuna estaba lejos de ese riesgo que bosquejaba de a poco sus trazos escondidos. El aire olía a bares; sin embargo, el adobe de algunas casas chocaba con el adoquinado y la humedad levantaba, de a ratos, un gas maloliente.

A lo lejos, escucharon la sirena de una máquina que, montada sobre ruedas y movida de ordinario por vapor, arrastraba sobre la vía férrea los vagones de un tren. La carga que llevaba era riqueza producto de las colonias agrícolas. Por ese año (1886), el ferrocarril unió a través del riel, las ciudades de Buenos Aires y Rosario. Cuando la locomotora llegó al lugar mermó la velocidad, Elemir y François se colgaron y lograron subir. Se veían igual que pigmeos ante el inconmensurable paisaje pero la lluvia de esa tarde de marzo, les condensaba los huesos y el traje de jefe del ejército parecía una armadura, yerta por fuera y por dentro.



Pasaban las horas y el viaje no finalizaba… El traje mojado les rasgaba la piel y el tedio era cada vez mayor. De repente, la máquina se detuvo en una población; fue entonces cuando se arrojaron en un paraje donde varios consumidores de pastos retozaban. Las vacas los miraron con los ojos pacíficos, como quienes ven pasar la vida a través de una ventana, y siguieron rumiando.

La ciudad llena de palomas se encontraba en Rosario pero ellos no lo sabían, tampoco les importaba demasiado. Había damas con abanicos de carey y plata y otros en laca china, niños y criollos que usaban chambergos y ostentaban sus capotas relucientes. Frente a una plaza de árboles copiosos, un edificio con dos torres parecía un templo; en su costado izquierdo se levantaban las opulentas casas de los comerciantes y hacendados. A Elemir y François les llamó la atención un hotel que se llamaba De la Paix de dos plantas ubicado en la esquina de una importante arteria. Los negocios más destacados estaban situados en la calle San Lorenzo;    François entró a  uno  de ellos   a pedir trabajo pero no supieron entender lo que decía porque el coronel no sabía hablar castellano. Finalmente, durmieron en el banco de una plaza.

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LA ABUELA FRANCESA.
  La lucha femenina.

La abuela francesa (Francois, el coronel-2da parte)

 


En la carrera con el tiempo superó obstáculos, derribó vallas y logró un dilatado triunfo dentro de las posibilidades que se le ofrecían. Recorrió bodegones, donde se guisaba y se daba de comer viandas ordinarias, en busca de trabajo mas no tardó en encontrar alguna labor con remuneración. Así vivió durante dos años en compañía de su amigo Elemir quien lo acompañó siempre desde el día que lo ayudó cuando se desmayó al borde la basílica. El mendigo pensó que sería mejor seguir los pasos de François, al que consideraba una persona increíble y valiente.

François no logró ponerse en contacto con nadie de su familia, eso le producía una gran impotencia y había noches en las que se sentía caduco y sin porvenir. Elemir era su lazarillo, estaba sujeto a él y lo guiaba con sus hábiles consejos; en realidad, no era el hombre indicado para hacerlo porque le faltaba madurez para encauzar su propia existencia, pero el indigente estaba en guardia con un cariño incondicional que emocionaba a François.

Más tarde, esa emancipación les pareció una cárcel de puertas abiertas. Tras meditar horas enteras decidieron embarcarse para América igual que los que habitaban aquellos suelos en pie de guerra. Como no tenían dinero para el pasaporte viajarían de polizones. El holgazán de Elemir le temía a las tierras de indios, considerados por la legislación Vasallos libres de la corona de Castilla.

Thiers, designado jefe del gobierno republicano, acabó por imponerse y firmó luego con Prusia la paz de Francfort en mayo de 1871, por el cual se establecía que Francia entregaba a Prusia, Alsacia y parte de Lorena y debía pagar una fuerte indemnización.

El puerto, en el estuario del Sena, estaba presente. Este río que nacía en la meseta de Langres, atravesaba la cuenca de París y la llanura.

Faltaban dos horas para que el buque zarpara de ese lugar histórico con leyendas de vida todavía latentes. Los hombres se agazaparon detrás de unos arbustos y esperaron unos minutos; no podían titubear, con diligencia acortarían el camino para entrar al navío sin ser vistos.

El buque, demasiado sombrío, los llenaba de un notorio deseo de cambiar de rumbo; sin embargo, el itinerario ya estaba trazado y el designio del Supremo era inducirlos a volar a otro sitio más digno.

François estaba vestido de coronel, alto y elegante, de cutis blanco y bigotes negros, disciplinado y firme, parecía un dictador. Elemir con su traje era semejante a un fantoche de cuentos pero su bondad suplía la figura herrumbrada por la desidia de una vida mísera.

A bordo, escondidos de los marineros, no tenían tiempo de pensar en el pasado, cada uno era auditor del otro. Totalmente abstraídos con sus argumentos no se dieron cuenta de que habían dejado aquel viejo continente. Miraron por el costado de una ventana, ya que todas estaban clausuradas con tela y tablas de madera, y vieron la ribera, sintieron nostalgia y dolor, pero debían por obligación fugarse del oprobio.

La sagacidad de François lo hacía cavilar sobre las ventajas y desventajas de una tierra diferente, pero él entendía que su cuerpo ya estaba endurecido por los castigos y por un destino unido a la fatalidad.

Elemir y François se quedaron callados ante las dudas y el sueño de pisar ese territorio ceniciento habitado por pastores.


En el trayecto, sufrieron las peripecias propias de haber viajado clandestinamente: tuvieron que buscar comida igual que los pillos, dormitaron sobre el piso áspero de una bodega de carga mientras musitaban canciones vienesas, soportaron algún huracán y rastrearon, con agudeza, las horas para consumir los instantes antes de que el miedo los hiciera zozobrar.

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LA ABUELA FRANCESA
EL CORONEL

La nodriza esclava (personajes)

 



PERSONAJES HISTÓRICOS:

 

ENRIQUE VIII: Cuando Enrique VIII sucedió a su padre no había cumplido los dieciocho años. Rey omnipotente y cruel, obstinado; nadie debía oponerse a sus ideas. Los cortesanos temblaban cuando lo escuchaban dar órdenes.

CATALINA DE ARAGÓN: (primera esposa) No era difícil amar a la agradable y atractiva Catalina. Mujer religiosa. La santa medieval, inteligente y diplomática. Tuvo varios hijos con Enrique que nacieron muertos; finalmente llegó María.

ANA BOLENA: (segunda esposa) Muchacha graciosa de ojos negros. Nació en Blickling, Norfolk, en 1500. No era una gran beldad, solamente algo bonita: morena y trigueña. Ejercía una fascinación sexual en los hombres. Tuvo con Enrique a su hija Isabel que llegaría a ser reina. Fue decapitada por presunto adulterio.

JUANA SEYMOUR: (tercera esposa) Mujer de tez blanca pura. Poseía un aire digno algo estólico que recordaba a las consortes medievales inglesas. Era virginal. Tuvo un hijo llamado Eduardo y falleció doce días después del nacimiento.

ANA DE CLEVES: (cuarta esposa) Reina que carecía de distinción: tímida, ignorante y humilde-de condiciones bajas gentiles- sin talento.

CATALINA HOWARD: (quinta esposa) Dama de la reina: alegre. Sabía leer y escribir, pero eso no significaba que fuera una mujer educada. Se crio en la pobreza. Le fue infiel al rey, por eso fue condenada a morir.

CATALINA PARR: (sexta esposa) Mujer que demostraba un amor profundo y genuino por el saber, admirable. Gozaba de los pequeños placeres de la vida.

MARÍA: (hija de Enrique y de Catalina de Aragón) De estatura baja; tenía una extraña voz ronca que contrastaba con su pequeña estatura. De grato semblante. No era feliz.

EDUARDO: (hijo de Enrique y de Juana Seymour) Rey frágil, demasiado joven, enfermizo. Murió en 1553 de tuberculosis a los dieciséis años.

ISABEL: (hija de Enrique y de Ana Bolena) Fue reina luego de que falleciera su hermana María. Mujer justa, noble, sabia.


PERSONAJES FICTICIOS-RETRATOS LITERARIOS:


ISABEL LAW: doncella y campesina; desde muy joven trabajó para el rey Enrique. Su sueño era cuidar a un bebé real, ser nodriza, pero no era madre.

AUGUSTE DEUX: caballero andante, mensajero del rey y marido de Isabel Law. Hombre frío, distante.

BALDOMERO JOSUÁN: Anciano, tío de Isabel, de ciento diez años. Llevaba una cruz que lo salvaba de morir.

TATE LAW: madre de Isabel, ejecutada como Juana de Arco.

 

PERSONAJES SECUNDARIOS: William Shakespeare, Lady Shelton, John Dee, el encapuchado desconocido, Juan L. Vives.

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La nodriza esclava
Dinastía Tudor
-1510-

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La abuela francesa (Francois, el coronel-1era parte)

 


Napoleón lll le declaraba la guerra a Prusia y contaba con el apoyo de los estados alemanes, la amistad de Rusia y la neutralidad de Austria e Inglaterra.

El ejército prusiano se adueñó de Alsacia y de Lorena y venció a Napoleón lll en Sedán. Al conocerse la noticia en París estalló una revolución y se proclamó La República.

La lucha continuó hasta que París capituló y firmó el armisticio de Versalles; pero mientras se llegaba a la paz definitiva y los ejércitos prusianos ocupaban la capital, estalló la guerra civil.

 

 

Un joven cansado de vagar entre armamentos que conocía de memoria como la pistola-rifle-ametralladora, el Mosquetón Mauser o alguna culebrina del siglo XVl, decidió huir de los campos de batalla. Su descontrol iba más allá del deseo de escapar, quería ver a su familia, el desastre de la rivalidades había destruido su vida para siempre.

El pueblo donde nació se hallaba bajo las ruinas, la mayoría de los habitantes habían muerto o desaparecido y el ambiente devastado olía a pólvora. Esos explosivos habían sido arrojados al azar sin miramientos.

François du Champ-tal era su nombre-como si fuera la última noche en ese refugio sin rejas, se quedó quieto, distante y oprimido, dueño de un silencio que movilizó sus ansias de gritar. Estaba solo en esas tierras ganadas por los combates de los legisladores que llevaban a la destrucción a ciudades enteras con la finalidad de lograr sus propósitos.

***

Los conservadores y liberales luchaban contra el movimiento obrero, las relaciones con la Iglesia, el proceso de Dreyfus (oficial francés de origen judío acusado de traición en provecho de Alemania) que se transformó en una cuestión política.

François caminó por las calles solitarias. Los negocios abandonados por los dueños enlutaban las fachadas y enhebraban historias de héroes que no tratarían de resarcir los errores porque ya era tarde para volver atrás. François no sabía qué camino tomar para reunirse con la vida, tampoco podía dignificar las causas de las contiendas porque sus padres quizá habían muerto y eso le perforaba la carne y dejaba heridas profundas.

Un sepulturero que merodeaba por la orilla de un camposanto le dijo que faltaban unos pocos metros para llegar a Saint Etienne; allí seguramente encontraría un poco de paz y alimentos para superar el disgusto por la atrocidad que le tocaba vivir.

Francia, su patria, era sólo un instrumento más de los deseos mezquinos.

Al propietario de un mesón le pidió algo para comer con la intención de pagarle con la limpieza de caballerías y carruajes; el hombre supo comprender y le dio unos panes y otras provisiones para que se llevara en el viaje, pero de nada le sirvió ese estímulo porque ya no quería seguir adelante, estaba abatido por la angustia y su físico se hallaba completamente flagelado. No podía luchar contra el destino que lo había despojado de los afectos y lo había precipitado en ese desierto de confusión, donde todo era perecedero y se esfumaba por los escombros.



Libre de pecados, se desplomó al borde de la iglesia de Santa Úrsula donde un pordiosero pedía limosna; el mendigo, enredado en los harapos, trató de socorrerlo y llamó al párroco Honorato Liberté. Ambos lo introdujeron en el templo, allí recibió las atenciones necesarias y un momento de recogimiento que vivificó su alma.

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LA ABUELA FRANCESA
FRANCOIS, EL CORONEL
(no encuentro en el teclado la c francesa)

La abuela francesa (Melanie y Rodolfo 5ta parte)

 


Francisca se automedicaba con benzodiapecinas (tranquilizantes) porque no iba a morir hasta que su hija no estuviera restablecida y pudiera llevar las riendas de la fortaleza de quinientas hectáreas que todavía debía pagar con el trabajo.

En el llano, relucían los campos con los trigales y la paz reinaba en el mutismo de ultratumba; un trébol sobre el musgo amanecía dormido mientras se escuchaba el eco de algún murmullo en el borde donde se unía la melodía con el arpa. Los molinos y los burritos bravos desafiaban a ese aire que, con sofocado movimiento, se entrelazaba por las hendiduras igual que una revolución.

Los placeres se multiplicaban y había nuevos datos y competencias…

En Rosario, durante la nochebuena, alegres grupos de amigos recorrían al ritmo de acordes musicales las calles junto con la popular banda Garibaldina. En la plaza principal frente a la parroquia, se reunía la gente esperando la misa de Gallo y aunque se había anunciado que ella tendría lugar a las doce, recién a las cuatro de la mañana se abrieron las puertas del templo. Los bailes de máscaras se celebraron en las noches de sábado y domingo.

En muchas casa de familia se ornamentaron árboles de Navidad.

***

Los hilos se cruzaban en el firmamento con armónico tejido de redes y apareció un aparato raro por donde se podía hablar a distancia: el teléfono. Alexander Graham Bell lo patentó y lo exhibió en la exposición mundial que conmemoró los cien años de Filadelfia, en Estados Unidos.

Maestro de chicos sordos, Bell se casó con una de sus alumnas y tuvo la colaboración del joven electricista Tomás Watson. En la histórica presentación, Bell leyó los párrafos de Hamlet a científicos y políticos quienes escuchaban a través de los auriculares.

El artefacto fue testigo de encuentros y discordias para la gente de posición económica desahogada que no dudó en instalarlo en sus hogares. Sin embargo, los labradores trataron de sobrevivir junto con los trastos y en el afán de ver el porvenir arrastraron las miserias en detrimento de su propio bienestar.

Bajo un cielo desamparado, muchas veces lloraron sin atreverse a gritar por la injusticia. El silencio en algún momento los miró de frente y los dejó desnudos y sin armas. Hubo épocas de resistencia y hostilidad por parte de los gobernantes que sin mostrar las razones les surtieron varios empellones que los obligaron a capitanear sus propias tierras. Demasiado rigor los hizo crecer.

Más tarde, se enarbolaron los estandartes de la libertad sembrados de reproches que fueron guardados en un arcón de madera y bronce. Las circunstancias empobrecieron los cuerpos en el fragor de la contienda y desparramaron sus vísceras para ser roídas por los buitres con máscaras de petulantes caballeros. Los campesinos debieron aventajar a los enemigos: indios, comerciantes inescrupulosos, dirigentes, farsantes, epidemias, ostracismo…

***

Una mujer en el siglo XlX al gobierno de una propiedad era una doncella huérfana que caminaba por las espinas de un terreno aciago y palpaba despacio los contornos. No podía permitirse un respiro porque debía estar al acecho, igual que una fiera que va a ser enjaulada con excesiva velocidad.

Melanie Bourdet Chabot lo sabía y es por ello que tenía que recobrar el vigor necesario, después del fallecimiento de Rodolfo, para hacer frente a la oposición con la rectitud de siempre y así lograr su objetivo principal: criar a los hijos y saldar las deudas.

No quería tampoco que ese carácter compasivo se viera afectado por la rudeza del personaje que debía interpretar para enfrentarse con los hombres. No obstante, sabía muy bien que su actuación resultaría perfecta y que nadie se daría cuenta de que su antifaz era una postura de alguien sensible y humano. En ese refajo interior de tela rígida, con armadura metálica para ahuecar la falda, existía un ser viviente que no quería ser manipulado por nadie.



Doña Francisca jamás buscó persuadir a su hija Melanie sobre los asuntos personales porque sabía que chocaba contra un muro. Ella podía ser cariñosa pero brava, débil pero astuta, un ángel o un demonio. No tenía límites para opinar pero ponía distancia; respetaba al otro para continuar la camaradería; entendía que no debía juzgar la poca resistencia y la escasa virtud para seguir las leyes.

Melanie era amada por sus hijos y vecinos en un territorio demasiado machista que tal vez buscaba el principio de su ruina. Ella, quizá, podía adivinarlo pero había demasiados valores en juego: recato, honestidad, humildad ante los grandes, soberbia con los depredadores y fidelidad a sus raíces.

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LA ABUELA FRANCESA.
De Suiza a América.
-1865-

Personajes de novela: Buenas y Santas...

 


DOÑA EMMA SAGNIER: la dueña de la estancia “La Candelaria” ubicada en Santa Fe de la Vera Cruz-Argentina. Ella, viuda, era una mujer frontal que acostumbraba a dar órdenes y sus mandatos resultaban ser como leyes que había que cumplir gusten o no. Emma guardaba demasiados secretos, no era perfecta como todos creían.

FELICITAS SAGNIER: la hija adolescente de doña Emma y de don Emilio, fallecido hace muchos años. La joven era demasiado rebelde y solía escapar con su caballo los días soleados con rumbo desconocido para no oír a su madre.

ANTONIO (el capataz): hijo de Cruz, recogido en una estación de trenes. Fue llevado con su madre a la estancia para ampararlos a los dos. La madre murió joven y él de niño empezó a trabajar la tierra.

JEREMÍAS (el criado negro): alegre, divertido, solidario… Siempre ayudaba a Felicitas a ocultar sus salidas imprevistas y era tratado como uno más de la familia. Le confiaban los secretos y él era totalmente fiel a doña Emma y a Felicitas a quien quería muchísimo.

RAÚL NEDER: hijo de don Simón. Ocupaban los terrenos linderos y eran millonarios. El candidato ideal para casar a Felicitas con una opulenta fiesta como le gustaba a doña Emma.

MARIANO PELAYO: dueño de tierras y de hacienda; vivía en la zona y acostumbraba a ir vestido de gaucho rústico, desaliñado y con demasiado polvo en sus botas. Era irrespetuoso y callejero.

LAUREANO: nativo que había llegado a trabajar a “La Candelaria” cuando era joven recomendado por el comisario.

REMEDIOS: criada de confianza de doña Emma y como una hermana para Felicitas. De jóvenes, muy amigas y de grandes enemigas. La vida y los caprichos de la dueña del lugar las habían colocado en esa situación irreversible.

 

PERSONAJES SECUNDARIOS: don Simón Neder y su esposa Ángela, Atilio y Bernardino (hermanos de Felicitas), Josefina (hija), Josefa (la cocinera), Pietro (músico), Francois y Justine (franceses), Lucrecia (prima de doña Emma).


BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados



 

La abuela francesa (Melanie y Rodolfo 4ta parte)

 


Al llegar a él, en un arrebato lo sacudió una y otra vez pero el pecho no respondió a los golpes. Quizá fue una trombosis o una embolia procedente de otra parte del organismo.

El galán que adornó sus versos y que idolatró cada acto de su imponente carácter, había muerto. No supo qué hacer, ella que siempre resolvía todo estaba ahora desorientada; quería dar órdenes y lo único que hacía era mirar la cara negra de Nicolás que la observaba, tieso y asustado.

La exequias se realizaron al día siguiente.

Francisca lloró el fallecimiento de su yerno y sumó una angustia más a su alma. El suelo, que bajo su manto rústico, lo vio combatir por los principios le daba la bienvenida al edén para guardarlo en el claustro eterno. La devota oración de Melanie y Francisca se dividía por palabras que se entrecruzaban y daban paso a un estrepitoso lamento que iba más allá de las profundidades.

‒Dad, oh Dios mío, el descanso necesario a mi cuerpo. Os suplico me bendigáis desde el cielo y me guardéis esta  noche de todo mal. Velad vos mismo por mí, sed mi luz en medio de las tinieblas‒rezaron las dos juntas, a coro y en voz alta mientras leían una estampa que parecía un papiro.


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Rodolfo Chabot y Juan José Bourdet se fueron con el siglo llevando sus ilustres apellidos, sin saber que no volverían a sentir el aire fronterizo, ni a escuchar el chirriar de las cigarras o el ladrido de sus guardianes.

Todo se terminaba allí, en el preciso instante en que la maraña de sensaciones lo llenaba todo de temblores, donde el reloj detenía sus agujas y se quedaba callado para luego iniciar su marcha lenta hacia las estrellas.

Dos hombres se marcharon sin conocer a una generación que posteriormente podría romperse en pedazos ante el enigma de la vida, sin entender el porqué y el cómo de ese hado maquiavélico.

La estancia quedó desierta con la ancianidad que dejan los dolores; parecía cavilar despacio mientras el molino daba vueltas como una esfera que marcaba los vértices del poncho en esa llanura a veces escabrosa.

Por algún recodo con humo y olor a huerta, Melanie lloraba sus penas para ocultarse de los niños y poder estar sana en cuerpo y alma. Es que, a pesar de tener muchos hermanos, se sentía muy sola pero sabía que tendría que andar a paso firme por un arduo camino.

Doña Francisca, desde su casa, lamentaba la suerte de su hija y duplicaba la pena de los que la rodeaban. Quería reparar la pérdida con ese gemido que se parecía a la queja de un ánima en algún film de suspenso. A Melanie no la ayudaba su descontrol, tampoco la entendía si ella siempre fue un ejemplo de potencia para sobrellevar los castigos y las dificultades de una vida poco normal. Con sus proyectos construyó el hogar y no sólo ayudó a los hijos sino que les dio las reglas de una educación frontal, en donde el amor al trabajo era el apotegma legado por sus padres.


La mole de sabiduría estaba por derrumbarse y eso su amada Melanie no podía soportarlo. La ausencia de apetito, el dolor torácico, la desesperanza y la falta de ánimo se debían a una complicada depresión que quizá tenía su origen en la niñez o en el desarraigo. Francisca terminó por acostumbrarse a la dolencia, se olvidó de cómo eran antes sus gustos y costumbres y ni siquiera intentó salir de esa nube oscura.

 

El paciente depresivo no va en busca del mundo, sino que se siente abrumado por él.

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LA ABUELA FRANCESA
LA LUCHA FEMENINA

La abuela francesa (Melanie y Rodolfo 3era parte)

 

Durante el gobierno del Dr. Nicolás Avellaneda en el período 1874-1880 se sancionó la Ley de Inmigrantes. Dicha ley aseguraba a los extranjeros una serie de derechos: alojamiento gratuito durante cinco días al llegar al país, seguridad para trabajar en el oficio que fuera de su agrado y pasaje hasta el lugar donde desearan radicarse.

El presidente transformó a Buenos Aires en Capital Federal, en tanto que erigía la ciudad de La Plata, dando término a un problema de más de medio siglo.

El primer mandatario de la Nación llegó a Rosario el 4 de noviembre de 1879 para presidir la Fiesta Nacional del Trigo destinada a exaltar la exportación en gran escala de cereales a Europa realizada en esta ciudad el año anterior; luego recorrió las colonias de la provincia. Los campesinos se alegraron ante la llegada de tan ilustre persona pero no dejaron de mostrar su nerviosismo. Melanie y Rodolfo se jactaban de ser muy buenos labradores, diestros en el manejo de los instrumentos agrícolas y herederos de un distrito que pronto sería de ellos totalmente; aún faltaba un poco para cancelar la deuda.

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A pesar de los esfuerzos, los meses se iban igual que los deseos de subir un peldaño más, se sentían frustrados porque las cosechas no devolvían el salario que esperaban para lograr las metas. Los esposos decidieron instalar una fábrica de queso.

Melanie olvidó sus adorados libros y se dedicó a la labor con entusiasmo y esfuerzo. Parecía una actriz que, entre bastidores, trataba de actuar y dirigir la obra con la aprobación de Rodolfo que se ubicaba detrás del telón, pues era una persona endeble y enfermiza. No había duda que ella intentaba apuntalar al destino con artimañas propias de un hombre. Esa tenacidad la había heredado de la madre; el porvenir no la asustaba, al contrario le daba coraje y virilidad. Quería hacer justicia con mano propia frente a los indios sacando la fusta ante ese enemigo o cualquier otro que invadiera su territorio.

Una tarde junto al crisol, esa cavidad abrasada por el metal fundido, escuchó que uno de sus hijos venía corriendo en su busca por la calle de amapolas; las mejillas húmedas demostraban que algo ocurría. Pensó en Francisca que se hallaba al borde del barranco, entre la fuga y los instantes que la amarraban a una existencia de trampas, pero se trataba de su esposo Rodolfo Chabot.

El pequeño Nicolás (el primer niño que tuvo un nombre adaptado a las leyes argentinas) no podía hablar; su cara ennegrecida por el tizne del horno gesticulaba sin control.

‒Papá se cayó‒dijo.

Rodolfo se había desplomado al pie de un fresno que estaba situado entre la cabaña de los peones y el galpón de la herramientas. Su cuerpo parecía pedir una bocanada de aire, pero no tenía signos de violencia. ¿Un infarto acabó con su vida?

Melanie no sabía nada del tejido cuyo riego se interrumpe por el bloqueo de un vaso o una arteria que suministra sangre al órgano. Al llegar a él, en un arrebato lo sacudió una y otra vez pero el pecho no respondió a los golpes. Quizá fue una trombosis o una embolia procedente de otra parte del organismo.

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LA ABUELA FRANCESA
De Suiza a América
-1865-
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