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-Las noches se dibujan con sueños, sabes-le decía a Milo que la miraba arrobado con un sopor de gato aniñado.-En el cielo está Santiago qu...
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En su cesto de costura tiene mi madre querida tantos hilos de colores que a veces me maravilla. Hay allí una rosa de luz, ...
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Cuando todo estaba listo para partir del puerto de Southampton, una huelga de mineros del carbón-que peleaban por conseguir un salario mín...
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Napoleón lll le declaraba la guerra a Prusia y contaba con el apoyo de los estados alemanes, la amistad de Rusia y la neutralidad de Aus...
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La intensidad del momento la inducía, con vehemencia, hacia un lugar no imaginado. Letizia quería hablar con su padre. -¡Papá!-gritaba m...
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Frente a la iglesia, en la puerta de un cafetín, Mariano Pelayo estaba hostigando a una señorita. Aquel hombre de rostro curtido y negras ...
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Felicitas se levantó sin saber qué hacer; nunca había tenido que cambiarse sola de ropa, ni ordenar sus cosas, ni encender una vela. Todo ...
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Felicitas , hija menor de doña Emma, era una adolescente rebelde en épocas donde había que cuidar las apariencias. No le gustaba el cam...
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Parecía que en medio de esa vorágine de desconocidos, ella había encontrado su lugar, sin billetes y sin recuerdos. Se resignaba a vivir o...
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ÚLTIMO DISPONIBLE en Mercado Libre-Argentina-página de la Editorial. Gracias, gracias, gracias. . Me alegra que les haya gustado esta hist...
Ángeles de la guarda
La trama del adiós (ex La Novia)
Por
las tardes, su rostro angélico era observado a través de las rejas del cancel
igual que una criatura inválida. Ella ocultaba las ansias de demostrar los
sentimientos cuando el reloj marcaba las horas de extremo retiro. Su fobia por
el ambiente exterior la obligaba a recluirse, pero también la sentenciaba a
palpar la frigidez de témpano de quienes la rodeaban porque Pilar no reclamaba
salir del encierro, no pedía nada, no lloraba… pero esperaba. Quería recoger
sus restos en mutación completa y obligar a que el mundo la viera como si fuera
inteligente. La muerte de su padre la había marcado a fuego igual que a
Salvador y los había convertido, con los años, ya de adultos, en personas
endebles.
A
la sombra de las cortinas, escuchaba el llanto de Úrsula que no veía más allá
de sí misma y de su adorado Salvador. Ellos no reparaban en sus ojos fijos y en
sus monosílabos de infante. Decían que se parecía a la abuela Margarita que se
había sometido al rigor psicológico de su esposo, pero Pilar era soltera y tal
vez nunca tendría un novio porque era incapaz de entregar su corazón castigado
por el rechazo de una vida inexistente.
Afuera,
se rellenaban los espacios con la agitación de las pasiones de quienes se
atrevían a enfrentar las luchas como indios de Gujarat con voluntad y
determinación. A la casa, que olía a sándalo, no entraban esos juicios porque
la mansedumbre cubría como una telaraña la desnudez de las culpas.
La Navidad no es sólo una palabra
LA NAVIDAD ES MÁGICA
Navidad de ayer, de hoy y de
siempre... Con abuelos, tíos y primos... en
una casa de campo o en un chalet de cuentos.
Soñar
historias color de rosa, asomar a la vida las esperanzas, sintiendo la verdad
como un reino: ese lugar secreto donde anida la sabiduría.
Arbolito
amado, con alma de madre... Dejó de vivir a los cuarenta años cuando su dueña
se fue a contar estrellas...
Navidad de verano, sin nieve
ni frío, entre versos y gatos contando las horas nocturnas con violines,
mariposas y luceros.
Navidad... De
hoy pintada con arabescos de leyenda, quieta,
sosegada... que busca el brillo en los minutos
incontables.
Todo
sigue siendo bello en cualquier tiempo y a cualquier hora.
La Navidad no es sólo una palabra.
Aluen (luz de luna)
Aluen,
el otro día en la iglesia, no quiso ir a leer versos con Luisa al orfanato y se
quedó mirando por el ventanuco como una viejecita centenaria.
‒Hija,
necesito unos pepinos y cebollas de la huerta. ¿Me los alcanzas? ‒dijo el padre
Hilario al pasar y ella sintió indiferencia de parte de él, como si no le
importara más su situación.
Fue
al patio y buscó las verduras entre la delicia de los árboles y de los trinos.
El sol le golpeaba el rostro igual que la risa del niño, en ese lugar donde
habían jugado y reído muchas veces. Sintió impotencia y dolor, incomprensión.
Por el camino de piedras, detrás de la iglesia, había un caballo atado a un
barral. Era de algún indio manso que vendía leña. Aluen dejó la cesta con las
verduras y abrió la puerta de tejido rústico, salió a la calle y se detuvo para
mirar a un lado y al otro del camino. Al rato, desató el caballo, subió como
sabía hacerlo cuando era niña en la tribu y desapareció…
‒¡Y
los pepinos! ‒gritó el padre Hilario a la media hora cuando se asomó al patio.
Nada. Vio la puerta abierta y se imaginó lo peor, juntó las manos en forma de
cruz, sacó el rosario, miró el cielo y tembló como una hoja ante el trueno.
‒Se
fue ‒murmuró.
*
Perder el Alma
Cuentos de Navidad II
JAZMINES DE
NAVIDAD
Me
gustaba ver cómo el abuelo Coco tomaba la sopa.
La
abuela lo atendía demasiado, y él no dejaba de murmurar. Añoraba las tardes de
campo y sol, sus cabalgatas; la llegada de sus hermanas y el carruaje brillante
de la madre europea que calmaba sus ansias de ser otro.
Coco,
sentado al lado de la ventana, no dejaba de mirar el plato. Algo esperaba: un
saludo, una caricia… Su madre europea había partido hacía ya mucho tiempo y lo
había dejado solo. La extrañaba.
Yo
lo observaba en silencio, casi sin moverme.
−Se
viene la Navidad –dijo al pasar, y nadie le respondió.
No
le gustaban mucho las fiestas porque
le pesaban las ausencias. Él no era un hombre de festejos; había que trabajar
el campo.
Los
vecinos solían pedirle dinero porque sabían que tenía, y él se dejaba envolver
cuando los elogios eran muchos. Parecía rudo y malhumorado, pero cambiaba
cuando estaba contento. No ocurría a menudo, pero siempre era bueno esperar
algún feriado o algún santo para verlo algo despreocupado.
De
repente, un ruido de motor de automóvil hizo que levantara la mirada del plato.
−Ahí
viene Segundo –exclamó apurado, y se puso de pie−. Mejor vete por atrás –me
ordenó.
Es
que a la casa llegaba su hijo preferido con los nietos. La visita que lo
colmaba de todo aquello de lo que carecía y añoraba.
La
abuela me llevó al patio y me acompañó por el caminito de la parra con sus uvas
en racimos, me llenó las manos de jazmines; tantos que no podía sostenerlos.
−Para
mamá –me dijo−. El portón que da al callejón de tierra está abierto.
Yo
me fui con la soledad amarrada a la falda de volados y puntillas, en silencio,
con una lágrima apretada. El abuelo Coco era así, ya lo conocía, no tenía que
asombrarme, pero sufría.
Aquellos
jazmines inundaban con su perfume mi casa en la Navidad.
No importa cómo… Solo, con un amigo, con tu perro o tu gato, leyendo un libro, con tus padres ancianos, de viaje, con tu hijo, en pareja… La verdadera esencia está dentro tuyo.
La escritura es puente y salva vidas, así lo decía Ernesto Sábato. El arte acompaña, sana, da paz y felicidad, no existe dicha más grande en otro sitio que no sea crear. Por lo menos yo no la he encontrado. Muchos que escriben, con vocación, saben de lo que hablo.
Les dejo estos relatos, algunos melancólicos otros felices. La vida es eso, y desde hace un par de años La Navidad ya no es la misma. Por eso digo siempre: ¡vive tu propia Navidad! No aquella que les gusta a los demás, vive la tuya, la propia, la auténtica.
La última mujer (Cap III. Magnates y Banqueros 2da parte)
Cuando
todo estaba listo para partir del puerto de Southampton, una huelga de mineros
del carbón-que peleaban por conseguir un salario mínimo-impidió el
abastecimiento y hubo que postergar la salida. Para juntar las seis mil
toneladas necesarias para mover la nave, los empresarios de la White Star
debieron apelar a los sobrantes de carbón que quedaban en los depósitos de los
barcos que acababan de llegar y se encontraban en proceso de descarga.
Superado
ese escollo, en el mismo momento de la partida-el mediodía del 10 de abril-hubo
otro episodio considerable: la poderosa succión de las hélices del Titanic rompió las amarras del buque New
York, cuya popa derivó rápidamente hacia el Titanic.
Sólo las maniobras del capitán Edward Smith y de los remolcadores que lo
guiaban pudieron evitar el choque.
A
pesar de los bombos y platillos con que anunciaron su viaje inaugural para
primera y segunda clase se vendió menos de la mitad de los pasajes y para
tercera no se llegó a dos tercios de su capacidad.
Algunos
viajeros como Astor, quien estaba de luna de miel con su segunda esposa,
poseían grandes fortunas: el magnate minero Benjamín Guggenheim, Henry Harry`s,
fundador de la tienda Macry`s, Isador Strauss… También hubo ausentes como el
banquero John Pierpont Morgan y el rey
del acero Henry Clay Frick, quienes habían hecho reservas pero luego las
cancelaron.
**
Rebeca
no dejaba de admirar el glamour de las damas y de los caballeros que circulaban
por el andén. Agradecía haber tomado la decisión de formar parte de esta
experiencia inolvidable. Su mirada ávida de saber recorría aquellos cuerpos
envueltos en tejidos combinados con faldas rectas y sobrefaldas. Los vestidos
llevaban cintas que cruzaban en la espalda con encajes, botones, frunces y
volantes.
‒Permiso‒dijo
una dama con un sombrero inmenso y llamativo que tenía plumas costosas de avestruz.
‒Mira ‒le
comentó Amy.
Se
acercaba una señora con un clásico traje sastre de sarga oscura con adornos de
terciopelo y cuello de piel de pantera muy de moda en París.
‒Se usa también la chinchilla de pelo plateado y hasta el zorro negro‒dijo Rebeca extasiada frente a ese desfile de modas de la alta sociedad.
‒¡Vamos! ‒exclamó
Wilson tomando del brazo a Rebeca para subir a la nave entre el gentío, el
alboroto, los gritos y saludos de despedida‒. Ya verás a todos ellos en el
barco cuando nos inviten a alguna de sus tertulias o fiestas.
‒No
es maravilloso, amiga.
‒Es
único.
Mark
se mantenía alejado de ellos y de la multitud. Se sentía viejo, cansado y
aburrido. Ya nada podía sorprenderlo, estaba de vuelta de la vida.
‒¡Papá,
no se quede atrás! ‒le gritó Rebeca.
‒Sí,
hija. No te preocupes.
‒Wilson,
vigila a mi padre que es muy mayor y le puede pasar algo. Entre tanta gente
tengo temor que se pierda o que alguien lo lastime.
‒Ya
está acá, amor.
Mark
los miró con una sonrisa piadosa y el deseo de que la tierra o el agua se lo
tragase. No tenía ganas de estar con gente ni de poner cara de felicidad.
Fingir era una tarea muy difícil para él. Ya se encontraba en el último escalón
de la vida, sin apremios económicos pero, en los últimos años, muy vacía.
‒Es
muy bonito.
‒¡Bonito
es poco, papá! ¡Es alucinante!
‒Hijita,
te mereces mucho más. Disfruta.
‒Gracias‒respondió
Rebeca y le dio un abrazo apretado a Mark a quien se le nublaron los ojos.
La última mujer (Cap III. Magnates y Banqueros. 1era parte)
III
MAGNATES Y
BANQUEROS
Inglaterra, abril de 1912
Amanecía.
La
ciudad continuaba sumida en la niebla y las farolas del alumbrado lucían como
perlas. A través del envoltorio aislante de aquella espesa humedad, la vida
seguía rodando por las grandes arterias con el rumor del viento poderoso.
Dentro de la casa el resplandor de las brasas daba calidez al momento. Mark se
fue tranquilizando. No había persona a quien guardara más secretos que a Violet,
pero no quería exponer una noticia que no le correspondía decir a él.
‒¿Estás
listo, papá? ‒gritó Rebeca desde la puerta de entrada.
Lucía
un traje con mangas amplias en contraste de colores; la falda llevaba rosas en
forma de cascadas sobre los laterales y arrastraba una cola importante color
púrpura. Completaba su atuendo un abanico y el Violetta de Parma de Borsari.
La
última década del siglo XIX fue la época de los perfumes de violetas, cuya
fragancia respondía a la moda y a los cánones de belleza femenina imperantes.
‒Disfrute
mucho señor Cooper. No se preocupe por nada. Yo cuido la casa y los guardianes.
‒Adiós,
fiel amiga ‒respondió Mark acongojado.
‒Oh…
por favor. No se ponga así, son sólo unos días. Ya verá qué feliz que regresa.
Es una hermosa experiencia.
‒Es
que a veces las personas grandes se ponen tan sensibles y más cuando han
perdido a su compañera‒le dijo en voz baja Wilson a Violet.
‒Entiendo,
lo sé bien.
Después
de un interminable saludo a la mucama y a sus perros ovejeros, Mark miró el
jardín, las plantas que había cuidado Sarah y la glorieta donde se sentaba a
leer. Hizo un inventario de su lugar y abrigó dentro del alma ese mundo tan
suyo, tan querido, que iba a abandonar por unos días. Se sintió viejo y
acabado, justó él que era un hombre de negocios. La constructora de faros: su
obra maestra.
En
el puerto de Southampton se encontraron... Carl y Amy Bramson todavía venían
discutiendo sobre los cuidados de los hijos. Al fin, las consuegras se iban a
encargar de la tarea en conjunto. No podían estar mejor atendidos. En un
principio, Amy había decidido llevar a Román y a Beatrice pero después cambió
de idea porque Rebeca y Wilson no tenían hijos y sólo los acompañaría Mark.
La
muchedumbre se agolpaba en el puerto para despedir a los pasajeros: familiares,
amigos, sobrinos, tíos… Mark Cooper llevaba su baúl en una mano y en la otra el
bastón. No había querido desprenderse de él, es que nunca lo hacía y su familia
no se daba cuenta de nada. Siempre les pareció normal, menos a Alan que
acechaba entre los pasajeros de tercera clase. Estaba preparado para zarpar con
ellos, a escondidas, con la intención de recuperar algo que le pertenecía. Su
avaricia iba en aumento como su delirio. Le había dejado una nota a Harry, su
padre, sobre la mesa.
Me voy en busca de la vida y del futuro, la prosperidad que ambos necesitamos. Estoy en el Titanic. Hasta la vuelta.
Cuando
Harry vio la nota no entendió; pensó en las tantas locuras de su hijo.
Evidentemente, tenía a quien salir. No le dio demasiada importancia porque
recordó que le había contado, días antes, que su padre se iría de viaje en el
coloso. Creyó, al pasar, que Mark lo había invitado y hasta lamentó, con
resentimiento, de que no lo haya hecho con él. Luego, reflexión por medio,
llegó a la conclusión de que era mejor haberse quedado porque no se llevaba
bien con su hermana Rebeca y menos con el aristocrático pedante del marido.
‒Ay,
Alan, sí que eres loco ‒murmuró entre el humo del cigarro‒. Vamos a ver qué le
traes a tu padre.
Harry
se recostó en una especie de camastro y se quedó dormido. Al rato, gritó entre
sueños:
‒¡No!
*
La última mujer (Cap II Los vigías. cuarta parte)
‒El barco de los ricos mafiosos está por zarpar‒dijo uno.
‒¿Cuándo?
‒Mañana.
‒Bueno
sería tratar de desvalijar a alguno de esos desgraciados que viven todo el día
de fiesta y fumando cigarros importados.
‒Las
mujeres llevan collares caros que les regalan los amantes de turno.
‒Hay
que tener cuidado porque la zona suele estar vigilada.
Alan
escuchó, de lejos, esas conversaciones y la sangre se le convirtió en fuego
dentro del cuerpo.
¿Por qué algunos tenían tanto y otros nada? Porque trabajaban y luchaban por superarse, le diría seguramente su abuelo. Ésa era pura teoría y llevaba demasiado tiempo. Él tendría que conseguir la maleta de Mark lo más rápido posible, pero las horas no pasaban y la ansiedad lo consumía…
Se
fue para la residencia de Mark con la intención de buscar alguna noticia reciente.
No podía pedirle más, pero sí observar sus movimientos. Se acercó a la reja y
vio que el ambiente estaba tranquilo. Los perros ovejeros se hallaban atados en
el patio trasero y la puerta del jardín se encontraba abierta. Se sentía
incompleto, con un afán corrosivo de ladrón que arremete contra la víctima más
inocente porque sabía que la oportunidad se le presentaba casi regalada y a sus
pies. No podía desaprovecharla.
Se
asomó al cuarto de Mark sigiloso como asesino serial pero no vio a nadie.
Lejos, se escuchaba a Violet que estaba cantando. Sobre la cama de su abuelo
había un abrigo liviano, un sombrero de fieltro y dos maletas: una de ellas era
el baúl que, según el anciano, contenía el tesoro.
Alan
sintió un escalofrío de ultratumba al comprobar que su abuelo se llevaría el botín a bordo. ¡No podía ser verdad! ¡Maldición! No sabía qué hacer ni qué
pensar. El plan se le desbarató en menos de un minuto y la ilusión de
apoderarse del dinero ya no podía ser posible.
‒Tramposo‒dijo
por lo bajo‒. Ingrato.
‒¡Joven
Alan!‒escuchó de repente. Era Violet que lo descubrió espiando por las
ventanas‒. ¿Necesita algo? ¿Por qué no entra a la casa y se despide de su
abuelo que mañana parte de excursión?
‒No,
me emocionan las despedidas.
‒Oh…
No diga eso que acá no se va a morir nadie. Es por unos días que se va. No sea tan
sensible. Es un niño, usted. ¡Tan tierno!‒comentó Violet con cierto candor.
‒Gracias,
soy muy sentimental.
‒Bueno,
si le hace mal yo le digo que usted vino a despedirse y que le dejó un abrazo.
‒Sí,
mejor‒respondió Alan y escapó perturbado por sus mentiras del jardín de Mark
con las ambiciones destrozadas.
La última mujer (Cap II Los vigías-tercera parte)
‒A
veces me siento tan sola aunque esté contigo‒comentó Rebeca en voz baja
mientras doblaba la chaqueta que iba a usar al día siguiente.
‒¿Por
qué, amor?
‒No
sé. Eres tan callado. No me cuentas lo que sientes, si sufres o no, si estás
feliz o te abruma esta convivencia. Si te aburres conmigo.
‒Estoy
bien.
‒No
parece.
‒Dejemos
de hacer planteos y pensemos en los hermosos días que nos esperan frente al
mar. ¿No es maravilloso?
‒Sí.
Trataré de disfrutar mucho de este viaje inolvidable.
Por
otro lado, Carl y Amy Bramson debatían los pormenores de aquella travesía con
alegría. Tenían que buscar a la mamá de Amy para que se ocupara de la casa y de
los niños mientras ellos estuvieran ausentes. Ése era todo un tema.
‒Doy
mi palabra de honor que va a aceptar‒dijo Amy ante las dudas de Carl porque la buena señora era muy independiente y no
le gustaba estar muchas horas de
niñera.
‒Podríamos
llamar, en todo caso, a mi mamá que es tan amorosa y le encanta venir de
visita, jugar y entretener a nuestros hijos.
‒¡Ya
nos vamos a pelear de nuevo!‒gritó Amy‒. Sabes que como mi adorada madre no hay
otra.
‒¡Las
mujeres! ‒exclamó Carl cansado de hablar de las suegras.
La
conversación, casi frívola, no se empañó en ningún momento por un mal augurio.
Ellos, a pesar de ser muy amigos de Rebeca y el esposo, no sabían de la
enfermedad. El matrimonio Cooper-Taylor lo mantenía en secreto porque no quería
que la gente mirara a Rebeca con compasión ya que era tan joven. Esa cruz no
podía cargarla, era doble, y la quebraba…
Para salir de los atajos
hay que estar bien de espíritu.
Rebeca
eso lo sabía muy bien. Se necesitaba fuerza y valor, tener el alma pura de
sentimientos negativos y soñar con aquello que podría ser posible: la sanación.
‒Yo
creo que después de esta hermosa experiencia, Rebeca va a quedar
embarazada‒comentó Amy.
‒Puede
ser.
‒¡Sí
que eres corto de palabra! Ay… sí. Sería maravilloso. A ese matrimonio le falta
un niño.
Carl
se quedó cavilando unos instantes. Le sorprendían las palabras de Amy y también
lo tranquilizaban.
‒Un
hijo es una bendición y Dios sabe cuál es el momento indicado para enviarlo. No
hay que tener demasiadas expectativas.
‒Yo
la adoro a mi amiga Rebeca y pienso que ahora es su momento. Ella lo desea, lo
sé desde siempre.
Caminó
por un callejón lleno de perros y tachos, con grandes lagunas de agua estancada
y verde. Allí conocía a algunos amigos de esos que suelen caminar por rutas
oscuras.
‒El
barco de los ricos mafiosos está por zarpar ‒dijo uno.
**
Quiero saber de ti...
−No –murmuró Paula y le dio un abrazo. Lo veía tan entregado que le daba inmensa ternura. Ese amor que sentía por Hellen era tan intocable y puro que seguramente le duraría toda la vida. La había idealizado demasiado, transformándola en un ser lejano a lo terrenal, una especie de ángel sin vida propia que besaba con labios fríos. La mujer estampa que aparecía y se ocultaba dejando amor en sus ojos azules, plegarias en sus manos, y la inocencia cargada de letanías. Era la misma bandera, una gaviota, el fervor, la mirada, el triste viaje. ¿Dónde? Nadie lo sabía. Leonor se encargaría de averiguarlo si podía, pero eso significaba esperar y Facundo tenía demasiada ansiedad. La impaciencia que tendría que sepultar bajo tierra porque la vida estaba por venir y ese pasado era sólo eso: ceniza.
Su propio infierno o su propio cielo
La trama del adiós. Las ofensas, el abandono... los justos
Posicionado en el top 100 del Premio Literario de Amazon 2017
La Novia nos adentra en una historia familiar con personajes bien construidos que llevan su propio peso dentro del clan y la sociedad.
Creencias, intereses, pasados,rencores, intereses, mentiras... todo esto se destapa con crudeza cuando un hecho luctuoso sacude los cimientos de esta familia. Pero, ¿quien es esa mujer vestida de novia?...
Fraix desarrolla esta novela con lenguaje cercano y nos sitúa en un escenario cotidiano donde los personajes cargan su propio infierno.
El estilo de esta novela es cercano al teatral por la presentación de escenas y diálogos, lo cual agiliza la trama pues sitúa directamente en el foco de la escena. Es el sello personal de la autora.
En mi opinión, entretenida y bien escrita.
El protagonista de la novela se mueve en una ambivalencia que le atormenta, y es porque vive entre
personajes con valores muy dispares. Y él es consciente de lo bueno y lo malo que le rodea.
Muy bien narrada; la autora maneja con maestría la descripción de los personajes.
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LA TRAMPA