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Hija única. Libro de recuerdos, por Pedro Carbonell (España)

 


Aunque me he apartado un poco del mundillo indie, nunca he dejado de interesarme por él. Pongo aquí una breve reseña que le hice a un libro de una escritora argentina que pertenece a esta corriente literaria. Este texto es parte integrante de mi novela "El crítico y su reino".

Título: "Hija única. Libro de recuerdos"
Autor: Luján Fraix
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 144

Luján Fraix es una escritora argentina de ascendencia francesa que se autoedita y tiene en la actualidad una producción literaria muy copiosa, pues es tremendamente prolífica. Sobre todo, ha abordado la poesía, la autobiografía y la novela.

"Hija única. Libro de recuerdos" es una obra autobiográfica que en muy pocas páginas recoge los aspectos que la autora considera que han resultado fundamentales en su vida, como cuadros descriptivos de la infancia, el colegio y el instituto, sus padres y otros familiares, sus romances con algunos chicos, o cuando comenzaron a dar sus frutos sus primeros textos literarios, como cuando acudió a un taller de escritura que impartía Martha Eloísa Darío, bisnieta de Rubén Darío.

La autora localiza pocas fechas en el tiempo y el lector debe seguir con atención según qué momentos de su biografía, pues la prosa que emplea se puede considerar que es lírica y por tanto, a veces, algo evanescente. Sobre todo ofrece información concreta sobre las ediciones de sus propios libros.

El libro tiene la particularidad de que alterna prosa con composiciones en verso. También toma a veces citas o versos de otro autores, como Borges, Tamaro o Benedetti.

Me ha parecido un buen libro que intenta sobresalir, en cuanto a estilo, del promedio general. Es breve y su lectura no es para nada compleja, sino todo lo contrario: es fácil de seguir.
18/09/2021

HIJA ÚNICA. Libro de recuerdos, por Pedro Carbonell

Pedro Carbonell
Autor de "Minucias", "Miniaturas", "La familia", "Mosaico", Fábula de la redención", entre otros

Enlace👇

El arte de regalar libros

 Regalo tres ejemplares de mis novelas, los últimos que me quedan (en papel).  Si son lectores de Argentina me pueden escribir a lujanfraix@hotmail.com

 “Todos somos únicos, sólo que nunca como nos imaginamos".

---KATE MORTON




Me quedan tres últimos ejemplares en papel de:


BUENAS Y SANTAS... Los hijos olvidados
ARGENTINA, 1910
SANTA FE DE LA VERA CRUZ


La Candelaria, establecimiento rural de doña Emma: una mujer poderosa y autoritaria. La niña Felicitas, hija menor de la dueña de la estancia, es rebelde y trata de desafiar las leyes éticas y morales de una época donde los prejuicios sociales la obligan a guardar las apariencias. Un amor prohibido y su irrespetuoso carácter terminan por enfermar a su madre que toma una drástica decisión. Una tarde embarcan para Francia llevando como única compañía a Remedios, la criada.

Por aquellos años, las personas adineradas de Argentina solían viajar al hemisferio norte para alejar a sus hijos de supuestos amores inoportunos.

Cuando regresan, después de dos años, están irreconocibles. Cada una oculta secretos inconfesables y la carga de un misterio demoledor que las separa... Serán enemigas de por vida. ¿Y los hijos olvidados?

La pobreza del alma, a veces, no tiene vuelta atrás.


Los temas de esta novela son tratados con filosofía y lirismo: el temor a la muerte, los secretos, el amor, los juicios de la sociedad, la dignidad del hombre, los valores humanos, el poder de la verdad...dejando un mensaje claro desde la psicología de los personajes.
LA ABUELA FRANCESA. De Suiza a América-1865-
"La abuela francesa" no es una historia de inmigrantes como todas sino es una novela escrita desde el corazón por una bisnieta que aprendió a amar la tierra como ellos y lo que significa hoy en día para sus descendientes el nombre Melanie, un ejemplo de tenacidad y de valores. El legado que dejó son sus huellas indelebles y la fuerza de su temple.

Melanie era hija de Francisca y de Juan José quienes vinieron de Suiza en l860. Ellos soñaban con un territorio lejano, próspero y contaban de él mil relatos fantásticos. Camaradas de ese mar, desafiaron las leyes tras recibir algún mensaje divino y pudieron vencer los obstáculos.

Aquella mujer, una indomable guerrera de la vida, se instaló en la vivienda con una parcela de ochenta hectáreas que las compañías inglesas les entregaban junto con los víveres y arados, además de los bueyes y manceras, ya que debían pagar ese terreno con su faena. Construyó fosas e hizo guardia de noche para defenderse de los ataques, al mismo tiempo cavó pozos y colocó cadenas que anunciaban la llegada de los nativos.

La joven se casó con su primer esposo y tuvo seis hijos y cuando él murió, ella continuó con los animales y los sembrados que atestiguaban toda la abnegación de una dama solitaria en pie de guerra. Pagó sus tierras, compró más hectáreas y edificó una fábrica de queso con numerosos empleados; la producción era vendida después en la población vecina.

Tiempo más tarde conoció a François que venía de los combates de Europa y le dio trabajo en su establecimiento.
Melanie fue una de las primeras fundadoras del pueblo, donó dinero para la construcción del templo y para los bancos de la Basílica “Nuestra Señora del Pilar” que llevaban su nombre en letras doradas y que actualmente se encuentran en la capilla del Colegio Católico “Niño Jesús de Praga”.

Melanie y François se casaron y tuvieron tres hijos, pero al tiempo el francés murió con su opulento título de militar y su afán desmedido de contienda. Ella, viuda dos veces, dio examen frente al Ser Supremo y partió en busca de la dicha perdida.
Comenzó a viajar constantemente a Francia ya que amaba la tierra de Colette, aquella viejecita de nívea mirada, madre de François. Con los años acrecentó su capital y se convirtió en una mujer de carácter que fue un ejemplo de lucha para las generaciones futuras.

Melanie, en la estancia, era una hacendada orgullosa de su patrimonio que había logrado ella sola con la furia de su genio, duro y varonil. Tuvo alegrías que compartió bajo la higuera donde se reunía con sus nietos que le decían Gra-Mamá. Sintió el cariño y la nostalgia, el desarraigo y la grandeza como vivencias auténticas; dio vida a otros con sus mismos ojos y con su valentía: seres libres en busca de legados, caballeros irrepetibles y campesinos buenos.
PUERTO soledad. Guerra de Malvinas-1982-
ISLAS MALVINAS
ATLÁNTICO SUR
CORAJE Y SACRIFICIO: HÉROES


Puerto soledad nos enfrenta en primer lugar a la Guerra de Malvinas y sus consecuencias. Emilio Torres regresa a su espacio, la vida, y es allí donde comienza la verdadera batalla. Sigue siendo "el combatiente" más que nunca porque una sociedad entera le demuestra constantemente la otra cara: soledad, marginación, ausencia de oportunidades, el poder como herramienta de manipulación.

El amor aparece desdibujado... ¿Es un sueño o una realidad?
Son sus fantasmas interiores aquellos que lo empujan hacia una felicidad improbable.
¿Por qué su tía lo odia tanto?
Emilio Torres, el héroe... ¿Inventa una historia para escapar de la demencia de no poder vivir?

-¿Hacia dónde viajero?-le pregunta una diosa maya.

Llegar hasta Rubén Darío...

 


Escribí este libro hace un tiempo. Alguien muy querido me regaló un cuaderno de cien hojas y decidí empezar a contar anécdotas de mi vida.
Hace mucho en la revista literaria PROA fundada por Jorge L. Borges, entre otros, vi que habían publicado una especie de Diario de Pablo Neruda donde contaba su infancia en su país natal, la amistad con Miguel Hernández y con Gabriela Mistral. Iba intercambiando esas historias con pequeños versos y entonces me inspiré para hacer algo parecido a manera de entretenimiento.

Hoy le puse de título Hija única. Libro de los Recuerdos (demasiado conocido) pero pensé que no podía llamarse de otra manera. Es una autobiografía de pocas páginas que tiene que ver con la vida, con el amor y el desamor, con la vocación por la escritura... y con la lucha.
Yo también tuve una amiga célebre Martha Eloísa Darío y Lacayo (bisnieta del escritor Rubén Darío)

HIJA ÚNICA. Libro de los Recuerdos.

Niña-viajera

 


Siempre me consideré una niña viajera
porque podía volar dentro de cuatro paredes.
Podía ser princesa, maestra y alumna,
escritora... servir el té
y criar un gato como si fuera mi hijo.

Mi imaginación era tan vasta
que llenaba todos los vacíos;
de niña me sirvió para entretenerme,
de grande para sobrevivir.

Qué bueno era no tener idea de las horas
ni de la finitud de la existencia.
Vivir el presente
como única posibilidad.

L.Fraix

HIJA ÚNICA-LIBRO DE RECUERDOS

Hija única---Palabras como pájaros---1era parte

 


Palabras como pájaros

__________________________________



Nací a la medianoche en primavera. Mis padres, que ya eran grandes, sintieron que un sueño se convertía en realidad.
Las callejas de mi pueblo mostraban un campanario bendecido por mi bisabuela Melanie, allá por el 1900.
 En el retablo de la luna quedaron mis ojos negros…

La gente, en los veranos, se sentaba en las veredas a tomar aire. Nosotros jugábamos sin tener miedo a nada; nos reíamos, disfrutábamos de las tardes sin brújulas. La única responsabilidad era aprender.
Mi infancia fue la época más feliz de mi vida.

Las aceras que, entre la enramada, enlazaban sus tramas me envolvían en guerras de indios, toldos y plumas, viajes a países de princesas etéreas con libros, poemas y comparsas. Participé del carnaval; la carroza se llamaba Pimpollo y yo iba vestida de flor. Entre luces y sombras, las máscaras mostraban el artificio de lo efímero. A mí no me gustaban mucho esos festejos, me parecían algo desenfrenados; querían arruinar mis mejillas empolvadas. Yo no jugaba, sólo miraba. Parecía muñeca de cera, no quería que me tocaran… Prefería la paz de mi casa.  En aquellas jornadas de modista criando bebés de felpa, me abrazaba a mi gato negro. Yo lloraba y él, desesperado, no sabía cómo consolarme.

Solía viajar en tren en algunos inviernos. Veía los campos desnudos y los tejados blancos. Las chimeneas parecían envejecidas por la bruma cuando el día tomaba su fotografía. Eran las estaciones del alma que escribían su historia.
No tenía idea de las horas y de la finitud de la existencia porque era dichosa.
El recuerdo de aquellos días me trae la perfección de los momentos y me enfrenta a una realidad diferente, pero me quedan sus rastros, las fotografías y el culto a la amistad.

Llueve la tarde
sobre el rojo tejado
risas de niños.



En la adolescencia engañaba al espejo cuando mi rostro me decía que parecía un angelito del cielo. Quería ser mayor, corría delante de mis propios pasos. Necesitaba llegar… ¿Dónde?


La esperanza invadía un mundo en donde la música encontraba sus horarios, era cuidadosa y sabía, espiritual. Me abandonaba a las ideas intelectuales con mi mirada pulcra de joven rebelde y solitaria. No veía a la gente porque soñaba con una de mis obras: encontrar un amor único que llenara los espacios vacíos con la sabiduría del equilibrio.

Dibujaba poesías, pintaba cuentos… con un sentimiento único e irrepetible y con el íntimo deseo de permanecer a la vera de los días, razonablemente feliz.
Existía una historia adulta que me esperaba entre cuadernos y patios, con un jardín de pétalos chinos y de golondrinas.
Yo me internaba por los recodos de mi casa colonial y entre la periferia de un Arca poblada de gatos me dormía para seguir soñando.

Se abre el libro mayor…
Y allí figuran los primeros miedos y los insomnios que hablan. Veinte años sobresaltada por los temores. Dos ojos severamente recorriendo los rincones que suenan a cristales rotos y la manta de lana juega en mis hombros como los cien folios en sus gotas de miel.
¡Todo se registra en las páginas de la vida!
Mis padres
y la ausencia de ellos,
la casa rural,
la gata Milagros,
el dolor,
la página en blanco…

-------------------HIJA ÚNICA. LIBRO DE RECUERDOS

La fascinación de las orillas

 

¿Y la laguna de patos?
Demasiado inmensa era su fascinación. Me sentaba en la orilla entre los plumerillos y los miraba, había también flamencos y más lejos desplegaba su belleza el pavo real. Era la chacra de mi tío con sus ovejas y dulces de duraznos. Mi tía Carmen azucaraba los encuentros entre cortinas al crochet y tejidos.
Tenía la voz suave con en susurros y me recibía con sus abrazos de mamá tierna y consoladora. Bordaba manteles y servía un té con masitas en aquellas tacitas inmaculadas.
Llegaba la abuela María y el tío Antonio. Eran demasiado distantes porque vivían como esos pájaros: libres, sin pensar, en comunión completa con el presente y su más pura esencia.
No sería yo sin esos recuerdos porque habitaban los recodos de los días, dejando señales de respeto y de valores. Los principios y la honestidad como baluarte.

❤❤HIJA ÚNICA. Libro de los Recuerdos

Hija única---Arcón de Tiempo

 

  

Arcón de tiempo

Fotografías



Quiero convencerme de que el tiempo pasó. Recorro una a una las fotos en las que fui feliz. ¡Cuántas paredes, cuántos muebles, cuántas plantas! Es mi vida multiplicada en cada uno de esos días. Dormí bajo estos techos, hice travesuras, reí, soñé, prometí… Ésa fui yo, más sola hoy que entonces, ésa era mi abuela y esos mis padres. El pomelo lo planté y llegué a comer sus frutos y a las mascotas las abrigué con mi calor de niña.


Los atardeceres melancólicos formaron parte de mi adolescencia en aquella habitación donde escribía relatos y leía versos. No es la añoranza obligada por un vuelo de gaviota. Soy real, de corazón, de misterio…; soy la que jugaba a los indios en el jardín con mis amigas y regaba jazmines.

¡Cómo pude crecer tanto!
Recuerdo… La tía Catalina me leía cuentos sobre su regazo mientras yo miraba sus ojos color del cielo.
‒Otra vez, otra vez…

La casa era el mundo y la vida. Nunca triste, ni rota, ni vacía… Era auténtica con polvo, aire, fuego, enredaderas y ropa colgada en la cuerda secándose al sol. El verano abrasaba mientras me dormía entre las páginas noveladas.

HIJA ÚNICA.
Libro de Recuerdos.

Hija única. Libro de Recuerdos

 



Hija única. Libro de Recuerdos  es una autobiografía de la autora.


A través de sus páginas revive su infancia, la casa de los abuelos, los padres y su vocación por la escritura.
Es un diario de alegrías y de cristales rotos, cuando el amor y el desamor dibujan tenues pinceladas frente a la edad de los espejos: los que muestran el verdadero rostro.

La autora, hija única, nos acerca la luz del escritor solitario frente a la página en blanco: su refugio.
Una vida mágica para los demás, iluminada, fecunda, abierta al sol... pero desolada por un destino inexorable.

"Todos debemoss ser valientes frente a las batallas"

HIJA ÚNICA.
libro de Recuerdos.

Llorar no arregla nada...

 


Rosaura sabía que el amor estaba del otro lado del miedo, pero ella se sentía segura junto a su madre. Ella era su motivo de vivir. 

¿Hasta dónde llegaba ese sacrificio?

Más allá de la muerte, más allá de los deseos más íntimos... Tenía que sobrevivir siendo la hija perfecta, la que soñaba Magdalena, la que ella necesitaba. 

¿Y el egoísmo?

No existía esa palabra en la Biblia de Magdalena.

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Querida Rosaura (Cap II-4ta parte)

 

¿Para qué tantas preguntas? ¿Qué complicados que son los mayores? Mientras continuaba la discusión, ella se recluía en el cuarto donde había una caja con la ropa del bebé: unos baberos de linón bordados en punto sombra, un ponchito con motas, batitas y toallas. Sacaba todo de su lugar y luego lo volvía a acomodar con prolijidad. Miraba el techo y las paredes desteñidas y sentía escalofríos, miedo a una oscuridad completa y a esas verdades latentes que no se podían modificar: la cadena humana, ese eslabón que se cortaba con un ruido seco de hierros, el dolor que no conocía todavía y el perfume como una bocanada de humo que entraba por las grietas.

-Mamá, mamá…-dijo llorando-.Una estrella entró a la habitación y me miró de cerca, vino a pedirme el amor que yo no le doy.
-Niña, deja las fantasías, no sientas culpa porque eres muy pequeña. Todavía no sabes nada de la vida.
-Tú sí sabes, cuéntame…
-Eres mi única hija-contestó Magdalena con cierto aire posesivo de madre controladora y absorbente.


 --- Querida Rosaura
      ¿Cuánto dura el amor?
       La eternidad

Querida Rosaura (Cap II-3era parte)

 



Los abuelos se fueron sin haber logrado llevarse a Rosaura a quien veían como una especie de niña sudafricana y huérfana, mal alimentada y sin ropa. Pero no era así. Magdalena se desvivía por cocinar lo mejor o lo que más le gustaba a ella, tejía mucho y Rosaura tenía también vestidos costosos y de buen gusto que le regalaba su madrina Isabel. Era una niña fina en medio del terreno agreste, con el alma ebria de tanto beber lágrimas.
El tío Agustín, quien era un artista, se encargaba de darle educación antes de que le tocara ingresar al colegio. La pequeña Rosaura ya sabía las letras y los números de memoria, escribía el nombre e intentaba leer junto al fogaril en las noches de invierno cuando la vida estaba hecha de colores.



El 12 de octubre de 1928, Irigoyen prestó por segunda vez el juramento constitucional. Llegaba nuevamente a la presidencia, pero las circunstancias no eran las mismas del año 1916.
Su salud estaba quebrantada; su partido se había dividido. La crisis mundial se insinuaba ya con evidencia.
El descontento sucedió rápidamente al entusiasmo inicial. La oposición comenzó a organizarse; se acusaba al presidente de descuidar la administración pública y de dilatar la solución de los problemas más urgentes; a sus colaboradores de mantenerlo “rodeado” y al margen de la realidad política del país.
“Cuando un pueblo tiene personalidad propia y un alma nacional formada por el conjunto de sus tradiciones históricas, y permanece unido por ideales comunes, costumbres e idioma, constituye una verdadera Nación.”



En la hacienda de campo, cercada, con la casa de labor y los establos respectivos, Magdalena estaba esperando un bebé. Juan seguía escapando hacia el granero para observar las plantas gramíneas con espigas y semillas molidas y también para no escuchar al abuelo José. Se sentía preso y alborotado en una jaula, con las alas maltrechas, y cansado de tanto golpear las rejas.

Rosaura se hallaba feliz con la llegada del hermanito a quien veía como un muñeco para jugar, pero ya le tocaba ir al colegio. El hecho de sentarse en los bancos de las aulas de la escuela 230 Paula Albarracín le daba mucha ansiedad y emoción; aunque entendía que al principio se aburriría mucho porque ella ya sabía leer y escribir. El tío Agustín le había enseñado; Magdalena se lo agradecía de corazón. Había descubierto a un hermano dispuesto a colaborar, noble, un ejemplo de rectitud como lo era Juan, su esposo.

Los útiles que Rosaura tuvo que llevar el primer día de clases fueron los justos y necesarios, pero también los de mejor calidad. Magdalena no quería que su padre hiciera un solo comentario, por eso para estas ocasiones buscaba el dinero que tenía enterrado bajo las chapas del galpón. Ella sabía que había que darle importancia a la educación, aunque el destino le indicara que tenía que dejar sus huesos cautivos entre la vegetación y los trinos.


El tío se subió al sulky y acercó al colegio a Juan José y a Rosaura; les dijo que se portaran bien, que el más grande cuidara del más chico y que a la salida volvería a buscarlos, pero, al pasar las horas, quien se presentó frente al instituto en su automóvil Nash fue José Shalli. El abuelo, altanero como pocos, pensó en tener un buen gesto despojado de toda soberbia. No le salía bien.
-Vengo a llevar a los niños para la casa.
-Padre, con todo el respeto, yo he venido a recogerlos -dijo Agustín alterado porque sería reprendido por Magdalena sino cumplía con lo acordado.
-Eres necio.
-Padre, no me obligue…
-Eres un inepto que no te sabes ganar la vida, no hables con derechos porque no los tienes. Yo soy el abuelo y merezco disfrutar de mis nietos.
-Magdalena no quiere que los niños se acostumbren a una vida que ella no les puede dar. A Juan José y a Rosaura no les falta nada, comprenda…
-Abuelo -dijo Juan José -Otro día lo voy a visitar pero ahora tenemos que volver al campo porque mamá se va a preocupar.

El tío los tomó de la mano y en silencio se subieron al sulky para regresar a la granja. José Shalli tuvo que guardarse el orgullo y sus discursos cristianos para otro momento. Su hija ya era una mujer que tenía dominio y poder. De qué se quejaba si él la había educado así; solamente, a su criterio, se había equivocado en la elección del marido a quien consideraba un blando portador de cansancio.

De---Querida Rosaura
         ¿Cuánto dura el amor?
                              La eternidad.

Querida Rosaura (Cap II-2da parte)

 


Ella se ponía a preparar la cena sin escuchar, como era su costumbre, los reclamos de su esposo que ya no sabía qué hacer con la terquedad de Magdalena. Por momentos pensaba qué los unía en el matrimonio, por otros sentía que nada los separaba. Estaban acostumbrados a estar juntos sin esperar respuestas, con la pálida alegría de las presencias y la seguridad de pisar suelo firme.

“El amor crece con los años y cada uno ejerce la custodia del otro, sin presiones y con todos los riesgos”, pensó Juan con la mirada extraviada entre las matas porque veía que algo se movía… Era Juan José que había construido, en la maleza, una especie de huta para aguardar a las liebres que pasaban por el camino y echarle los perros.

Su padre, al verlo alborotar los pastizales, comenzó a reírse pues le daba gracia la ocurrencia de aquella “cosa” que removía la tierra.
-Que sea feliz-dijo como si en la casa se librara la guerra contra la esclavitud.
Como viento que gira en grandes círculos y a modo de torbellino, se acercaba José Shalli e Isabel. Venían por el camino polvoriento barrido por el fuego de los payadores y por el juramento de los chacareros.  Los abuelos llegaban a desbaratar la paz con una palabra, con todos los esquemas establecidos y una sola identidad.

-¡Están de vuelta!-dijo Magdalena enojada desde la cocina entre las verduras y legumbres, con las manos húmedas y el delantal a medio camino.
Juan escapó por la puerta de atrás porque no soportaba las ínfulas de su suegro que lo hostigaba con sus ojos. Se sentía desnudo cuando esa mirada se posaba en su cuerpo.
-Cuándo voy a llegar a una fonda lujosa.
-Nunca, papá, deje de atormentarme, quiere…
-¿Hay que pagar para estar de huésped?
           -Por favor. ¿Qué necesitan?

Rosaura corrió a subirse a la falda de su abuela Isabel como tratando de buscar abrigo en ese cuerpo embriagador. Era bueno tener un refugio con la pureza y la figura agigantada de una madre.
La hornacina ardía con su fuego igual que el corazón de Magdalena que estaba a punto de estallar de ira ante los gestos de su padre. Esa voz entonaba las sílabas de manera brusca y catedrática.
-Vamos a llevar a Rosaura al pueblo para que se alimente bien.
-Esto es el colmo del absurdo. La niña se queda con sus padres. ¡A quién se le puede ocurrir!
-No ves que está temblando -dijo Isabel que sostenía a Rosaura acurrucada en su regazo.
-¡Se queda acá!-gritó Magdalena harta de soportar a su padre y su manera despectiva de tratar a su familia.
Rosaura miraba a Magdalena como quien ve a una santa a punto de ser ultrajada porque la amaba muchísimo. La veía defender su dignidad con el poder de una soberana dueña de sus propias leyes.
-Hola… cómo le va, abuelo -dijo una voz desde la puerta.
Era Juan José que se acercó al dintel con tres palomas y una liebre muerta que arrastraba por las orejas.
-¡Un conejo! -dijo Rosaura.
-Vete para el galpón con esas porquerías y con la tierra que traes…
Entre las herramientas oxidadas, tembloroso y descolocado, Juan José encontró a su padre.
-¿Le tiene miedo al abuelo? -le preguntó el niño.
-No, hijo, es que tenemos diferentes pensamientos. Él es un hombre muy rico.
-Y eso que tiene que ver.
-Bueno, no acepta nuestra manera de vivir.
-No le haga caso, papá. El abuelo José no sabe lo que se pierde…


Juan sonrió con cierta tristeza pues había algo en él que lo retrasaba, como si en vez de avanzar retrocediera en el tiempo. Era un impedimento psicológico que lo sumergía en una cisterna y que le oprimía el pecho, un vacío existencial que lo aquietaba hasta dejarlo inmovilizado. Ni Magdalena que era de carácter fuerte podía estimular su falta de pasión. Es que estaba resignado a una vida en contienda con su propio yo al que sí necesitaba resucitar porque se hallaba medio muerto por los avatares del destino. Juan pensaba que debía hacerle frente a José Shalli porque no tenía razón pero sus palabras y los gritos del anciano lo amedrentaban, entonces huía para no escucharlo hablar necedades. Prefería estar entre los gorgojos y el olvido, quemado con el fuego de su locura, pero jamás ofenderlo.

A Juan, a veces, la arritmia le jugaba una mala pasada. Es que estaba demasiado expuesto, parecía que no le importaba su decadencia económica; sin embargo, el sufrimiento lo llevaba por dentro como un nudo que le oprimía las arterias. No podía ser libre y esa angustiosa situación lo enmudecía con la soledad de la resignación.

Querida Rosaura
¿Cuánto dura el amor?
La eternidad

Querida Rosaura (Cap II-1era parte)

 



Rosaura guardó el barquito de papel que le regaló el tío Agustín en una revista de Magdalena sobre plantas, cultivos y semillas. “A los arbustos rosáceos de tallos ramosos, con aguijones, hojas compuestas y flores terminales se los llama rosales”, decía un artículo que la niña observaba detenidamente mirando las imágenes porque no sabía leer. Es que recién había cumplido tres años. Ella se escapaba hacia el patio trasero para escuchar cómo el tío Agustín tocaba el acordeón sentado en una silla de tres patas; allí también se acurrucaba contra la pared, en el piso, vestido de marinerito con un gato en los brazos, su hermano Juan José de siete años. El niño, silencioso, atrapaba la melodía con un gesto de vergüenza que lo empapaba de ternura.

El tío Agustín era obrero de la música pues parecía no tener empleo alguno, sólo criaba cerdos con postura de capataz en los fondos mientras hacía el inventario de sus bienes y efectos, pero lo que más le gustaba era el arte y los instrumentos de viento. Sin duda, era un bohemio escapado de alguna galera de mago. Una imagen insepulta de payador.

Rosaura tenía un triciclo deslucido que había heredado de alguien. Por las noches se paseaba por la vereda de ladrillos, sola en la oscuridad, y se detenía a mirar el cielo. La Cruz del Sur parecía suspendida sobre los campos. Magdalena le había contado, con sueños de evangelización,  que cada una de las estrellas que brillaban era una persona que había fallecido, que se hallaban en una especie de faja de luz blanca y difusa que atravesaba casi toda la esfera celeste, de Norte a Sur, y que nos miraban, tal vez, con los ojos vidriosos y el alma carente de afecto. Eran astros con vida que sentían el peso del llanto en la vastedad del tiempo.


La niña rubia quería saber  cómo los espíritus huían de los cuerpos y podían ascender a grandes alturas sólo para observar los pasos de los seres amados. Ella no entendía de religiones pero llevaba una medallita muy pequeña de la Virgen de Luján. La estampa la acercaba al secreto de la fe con una ilusión casi desgarradora.
-¡Rosaura ven acá!-le gritaba Magdalena.
-Trátala con más dulzura, no ves que es pequeña.-le contestaba Juan con un hilo de voz.

Juan José era muy apegado a su madre, aunque parecía algo díscolo  como Juan. Casi no hablaba y se iba al campo a cazar palomas y liebres; en los terrenos lindantes, frente a los cercos de cinacina, pastaban las vacas y él las observaba, pero esos animales le producían pensamientos melancólicos. Tal vez, estaba celoso de Rosaura porque atraía toda la atención; sin embargo, Magdalena no la protegía tanto. Seguramente, la amaba pero se mostraba distante con la niña que no pedía nada porque, con sus tres años, ya se daba cuenta de que no debía esperar mucho de su madre. La veía obsesionada, como si arañara una ilusión con perfume a incienso y a hojas de retamas.

Magdalena ejercía la autoridad moral y no escuchaba consejos porque se sentía superior; era una persona omnipotente que creía que todo lo hacía bien y despertaba rencores en los demás. Era dispersa, nerviosa, fría… Su familia la consideraba demasiado autoritaria; en definitiva, era como su padre José Shalli. Lo que nadie podía explicar era el hecho de haberse casado con un hombre manso y sin doctrinas. Juan vivía fracturado por la obligación y la timidez, con un destino indisoluble.
-Voy a hacer un guiso de lentejas con panceta y morcillas.
-¡Otra vez!
-Déjame en paz.


-El médico te dijo que trates de comer liviano por el hígado-comentó Juan cansado de las descomposturas de Magdalena.
*
Querida Rosaura

“Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie” (Emily Dickinson)


Damas
que dibujan sus pasos
escribiendo estelas
de amor y de llanto,
con solemnidad.

Damas
que el ayer trae
            entre claustros e idilios
peregrinando los tiempos
de su libertad.

Damas
confinadas al silencio,
a esperar por el camino viejo
de rosas blancas,
la eternidad.


L.Fraix


Todas mis novelas tienen a la mujer como protagonista:

* Los gatos del campanario
* La nodriza esclava.
* La abuela francesa.
* El silencioso grito de Manuela.

* Querida Rosaura.
*Buenas y Santas...
*Licia. Hermana mía.
*La última mujer
*Aluen
*Hellen, escribe...
*La liberación. Hermanas Brontë


¿Por qué será? Pienso que LA MUJER tiene más cosas que decir, conozco su mundo interno, sus alegrías y tristezas, sus carencias... Sin embargo, mi primera novela el protagonista fue un hombre llamado Emilio y la historia se titulaba El Autómata que después pasó a llamarse PUERTO soledad y que es la más vendida en papel que tengo en la plataforma de Amazon.

Querida Rosaura (Cap I-5ta parte)

 


A Juan lo encontró su hermano Bernardo que venía cortando camino por el medio del campo con cinco perros y una rama que utilizaba para abrir paso entre los sembrados. El hombre era un verdadero baquiano que conocía a la perfección las leguas de llanura, bosques y cultivos. Lo encontró tapado con un poncho.

-A la soja se la están comiendo los bichos -dijo removiendo la tierra que parecía polvo fino.
-Y bueno…
-No llueve; el año pasado para esta época ya habían caído noventa milímetros.
-Y bueno…-volvió a decir Juan totalmente ausente, sin ganas de hablar de nada.
El aire parecía dormido en esa temporada de sequía que amenazaba a los animales a la postración completa; estaban flacos y desmejorados. El estío venusto gritaba su porfía.
Bernardo no se daba cuenta de los conflictos interiores de su hermano porque él era distinto; le importaban las historias de mujeres pero no tenía con quien abordar esos temas, también le interesaba el campo, guardar el dinero de las cosechas y no gastarlo en nada. Soñaba con las pepitas de oro que algunos conquistadores encontraban en los arenales. Vivía al límite de la indigencia total. Bernardo era de esos campesinos que cuando morían, de viejos y enfermos, dejaban fortunas debajo de los colchones, detrás de los mosaicos, bajo las raíces de algún árbol… Billetes que, obviamente, ya no servían y que nadie los encontraba hasta después de diez o quince años. Era un hombre subterráneo, de huesos amarillos, que actuaba como un juez frente a la presencia de la inseguridad. Parecía saberlo todo debajo de esa figura sellada por la rigidez de sus palabras.

Juan no se parecía mucho a él; sin embargo, había algo que los unía: el amor por la tierra, arañar el surco hasta quedarse rendido, no alejarse jamás de su predio ni para ir de vacaciones. Ese tema no se tocaba en la familia. Tenían que vivir para el campo, revisando papeles y haciendo cálculos de la mañana a la noche, con el lápiz detrás de la oreja intentando buscar el disfrute en un mate y en un buen asado. Ellos flotaban entre las raíces y el lodo, tratando de desmembrar la sabiduría que los devoraba como un monstruo porque sabían manejar los espacios.

Los chacareros no se quejaban porque estaban acostumbrados a una existencia  sin sorpresas, igual cada jornada. Debían esculpir bajo ese semillero de la nada una posición sólida.  Para los demás, eran esclavos de la propiedad a la que le debían respeto y cuidados diarios, sin feriados ni fiestas navideñas. Nadie les simplificaba las cosas y el gobierno los torturaba, desde tiempos inmemoriales, con impuestos que no justificaban las ganancias. Pero igual era inútil rivalizar con ellos porque se aferraban al suelo que los vio nacer, con las garras propias de quien está dispuesto a dar la vida por lo que ama, a morir de hambre por defender el honor y a venerar la sangre de los ancestros.



Magdalena y Juan luchaban de igual manera por un lugar que estaban construyendo con el esfuerzo y la disciplina de ella y con la tranquilidad de él que entendía, en el fondo, el verdadero concepto de una realidad que podía modificarse. Tal vez, no sabía cómo hacerlo y por eso se abandonaba a la desesperanza. Sólo Juan decidía si quería contestar esos interrogantes. Para él, la atmósfera le pedía un luto  cubierto por una estela de humo que lo adormecía, bajo esa hojarasca de los hados, dejando sus sentidos embriagados.


Querida Rosaura
¿Cuánto dura el amor?
La eternidad.

Querida Rosaura (Cap I-4ta parte)

 




José soportaba los improperios de su suegro con altura; era un hombre muy culto e inteligente. Con el correr de los años, seguramente, podría demostrarle a toda la familia que estaban equivocados porque llegaría a cielo arriba con azotes y sin pecados.
-Al hombre hay que amarlo por sus sentimientos y por su mundo interior, no importa el dinero o el apellido -decía Isabel frente a las hermanas que pensaban diferente.

En esa iglesia, construida con barro reforzado, moldeada en forma de ladrillo y secada al sol, desprovista de todo hasta del mismo Dios crucificado, Rosaura recibió los primeros sacramentos. Su madrina le regaló un vestido hecho con calados y lazadas, blanco, con una capa de tafetán con trencillas e hilos dorados y le compró también alhajas de oro para que la pequeña luciera ese día. El incensario reavivaba el perfume de las velas que se empolvaban con el furor de la gracia.

Magdalena quería mucho a Isabel y a su futuro esposo pero no realizó fiesta después de la ceremonia porque decía que la casa no estaba en condiciones para realizar agasajos.
-No importa, yo entiendo -dijo Isabel con un gesto de compasión que irritó a Magdalena que no quería que nadie le tuviera lástima y menos alguien que, obviamente, iba a correr la misma suerte que ella.
Sin embargo, José Shalli e Isabel, los abuelos, llegaron a la granja en un automóvil Nash (1919), con capota negra y cuatro puertas, amplio y ostentoso, con las hijas arrogantes y la pompa de su poderío. Don José vestía saco de casimir color gris, pañuelo de seda a cuadros, botines de becerro y espuelas peruanas; llevaba una pipa en un estuche de pana bordó con sus iniciales bordadas y anillo de oro. Juan los miró, desde lejos, entre los cardos, y supo que la tranquilidad estaba en peligro pues el  hombre de negocios no dejaba de mostrarse molesto y hasta incómodo en la modesta casa. Juan Waner se ofendía muchísimo y hasta llegó a despreciarlo más de una vez pero jamás lo mencionó porque era muy respetuoso. No quería herir a nadie, ésa era su premisa aunque un batallón de energúmenos le pasara por encima. Se quedaba bajo la arboleda como un pájaro amodorrado, con el defecto de ser un hombre sin huellas en un desierto que lo castigaba por la espalda.

-Mira qué ocurrencia… venir… -dijo Magdalena completamente furiosa ante la llegada intempestiva de su refinada familia.
-Hija, felicidades.
-Gracias, pero no tenían que molestarse. Yo…
-Nada. Dile a tu marido que se apure con los negocios que se le viene la noche.-dijo José Shalli con ironía.
-Papá, usted no se preocupe, esto es lo que yo elegí…
-¡Sin mi consentimiento!
-Bueno, cálmese -dijo Magdalena con un miedo terrible de que Juan escuchara la conversación. Él, detrás de la puerta, ya había oído esas palabras que le provocaron un intenso dolor en el pecho.

Juan se consideraba condenado a la discriminación por un suegro que también había comenzado de la nada; sin embargo, no conservaba un poco de humildad frente a quienes no tenían el mismo talento o capacidad para superarse en corto tiempo. Él se encerraba en ciertos mandatos institucionales, estaba subordinado a pautas establecidas y rígidas que se inclinaban hacia conductas generales. El dinero era el principio y el fin de todo contenido y la vida giraba alrededor del éxito económico. Con esos ejemplos educó a sus hijas que eran su espejo porque no conocían otra forma de relacionarse con los demás; eran exigentes y materialistas, testigos y protagonistas de un presente que no admitía un futuro de carencias. Ellas, en el fondo, lo sabían por eso se rebelaban, por la furia que les ocasionaba no poder ver más allá. Estaban obligadas al triunfo de las ideas que edificaban en falta con la realidad. En el espacio sideral eran solamente minúsculas partículas de suelo estéril.


A Magdalena no le importaba tanto el dinero, pero sí había heredado el carácter de su padre. Estaba consagrada a un marido ausente que remarcaba la pobreza y que no hacía nada para salir de ella y a una hija que amaba mucho, a pesar de que no sabía cómo demostrárselo porque dentro de su alma se libraban demasiadas batallas. El polvo cuarteado y desértico de un territorio lacerado por una naturaleza que tenía la última palabra, le decía que estaba condenada a la muerte de sus sueños.

Juan, después de haber escuchado las palabras de José Shalli, se recluyó en el galpón donde guardaba el tractor viejo de su abuelo y se quedó allí hasta el anochecer. A unos diez metros y como dibujando un patio de tierra pisoteado por las gallinas, que quedaba entre los naranjos y el palenque, había un rancho envuelto en un pajar. En su interior, se hallaba una cama armada con un recado y varias llantas de galeras dispersas a modo de sillares. A menudo, encendía el brasero y recordaba las recomendaciones de Magdalena:
-¡Te vas a morir asfixiado! La combustión incompleta del carbón forma un gas tóxico.

😔

Querida Rosaura
¿Cuánto dura el amor?
La eternidad