¿Para qué tantas preguntas? ¿Qué complicados que son los mayores? Mientras continuaba la discusión, ella se recluía en el cuarto donde había una caja con la ropa del bebé: unos baberos de linón bordados en punto sombra, un ponchito con motas, batitas y toallas. Sacaba todo de su lugar y luego lo volvía a acomodar con prolijidad. Miraba el techo y las paredes desteñidas y sentía escalofríos, miedo a una oscuridad completa y a esas verdades latentes que no se podían modificar: la cadena humana, ese eslabón que se cortaba con un ruido seco de hierros, el dolor que no conocía todavía y el perfume como una bocanada de humo que entraba por las grietas.
-Mamá, mamá…-dijo llorando-.Una estrella entró a la habitación y me miró de cerca, vino a pedirme el amor que yo no le doy.
-Niña, deja las fantasías, no sientas culpa porque eres muy pequeña. Todavía no sabes nada de la vida.
-Tú sí sabes, cuéntame…
-Eres mi única hija-contestó Magdalena con cierto aire posesivo de madre controladora y absorbente.
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