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Buenas y Santas... (Cap 4 La desaparición de Felicitas-1era parte)

 


“El cerro azul estaba fragante de romero,
 y en los profundos campos silbaba la perdiz”.

Leopoldo Lugones

 

 

 

 

 

SANTA FE DE LA VERA CRUZ

RAMILLETE DE HOJARASCA

 

 

Una noche, plagada de estrellas, Felicitas escuchó el sonido de una guitarra y eso le desató la nostalgia. Agazapada, desde lejos, vio unas manos ágiles que ejecutaban el instrumento. Las mismas que muchas veces había mirado domesticando el hierro. Allí, oculta entre las matas, se quedó hasta que el canto de los pájaros reemplazó el croar de las ranas.

Al otro día, fue a hablar con Antonio a las caballerizas. Había olor a orégano, a plantas de azafrán y mostaza. Él se levantó al verla llegar; estaba sentado sobre el tronco de un árbol centenario con la vista fija en el horizonte. A un lado, el instrumento.

‒Hola.

‒¿Cómo le va, niña? ¿Qué hace tan temprano por acá?

‒Ayer, desde la ventana de mi habitación, escuché cómo tocabas la guitarra. Te felicito.

‒Gracias, mi madre me enseñó… Ella falleció cuando yo era muy niño. Casi no recuerdo las notas musicales.

‒¿Tu madre se llamaba Cruz?

‒Así es…

‒Dime… -dijo Felicitas con curiosidad mientras caminaba alrededor de Antonio‒. ¿Tú has puesto los ojos en alguna criada de la estancia?

‒¡No!

‒Bueno… no te asustes porque no tiene nada de malo.

‒Es que no es cierto ‒contestó Antonio nervioso como si le hubieran dado un latigazo imprevisto por la espalda.

‒Remedios siempre habla de ti.

‒Ella es una mujer muy buena, pero yo no quiero entrar en líos de faldas. Estoy bien solo.

‒Vamos, Antonio. ¿Por qué no me cuentas a quién quieres? ‒le volvió a decir Felicitas.

El capataz se dirigió a la bomba para beber un vaso de agua. En ese momento pasaron unos jinetes riéndose por la calle grande junto a la tranquera. Ambos se quedaron mirando qué dirección tomaban aquellos desconocidos.



‒¡Prepara mi caballo! ‒dijo, de repente, Felicitas.

‒¿Dónde va a ir a estas horas? Doña Emma va a poner el grito en el cielo si no la encuentra. Yo no quiero tener problemas.

‒¡Tú, obedece!

Una nube de polvo y hojas secas la envolvió y salió a todo galope. Sus enaguas blancas de encajes venecianos volaban con el aire fronterizo dejando ver sus piernas. Antonio se quedó observando aquella escena como quien ve algo sagrado. Felicitas iba cubierta con un poncho de Castilla y tenía un chambergo calado.

**

BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.
---------------El camino de la noche.

Buenas y Santas... (Cap 3 Atilio 4ta parte)



‒Disculpe, señora, estamos de paso. Solamente vinimos a saludarla y a decirle que no se preocupe por las cosas del pasado. Que la amistad no se turbe por algún obstáculo sin importancia.

‒Claro ‒dijo su hijo que apareció, tímidamente, detrás de la figura enjuta de don Simón.

‒Pasen a la casa ‒contestó doña Emma desganada porque temía que Felicitas volviera con su mascarita a dar brincos en círculos dejando al descubierto su osadía de siempre.

‒No, gracias ‒dijo Raúl observando de reojo hacia la puerta.

‒Buenas…

‒¿Cómo le va niña Felicitas?

‒Bien, don Simón. Le vuelvo a pedir disculpas por lo ocurrido aquella noche‒contestó y miró a Raúl de una manera extraña: pícara, curiosa y cómplice.

‒No se preocupe, está olvidado. Hasta pronto.

‒Adiós.

Doña Emma ya no entendía nada. Vio a su hija mirar de costado, como escondiéndose, al hijo de don Simón o le parecía a ella.

‒¿Qué estás planeando?

            ‒¿Por qué?

‒A mí no me engañas. Esos ojos brillantes, esa mirada… ¡Vamos que soy tu madre y te conozco bien!

‒Nada, son cosas mías.

Felicitas no quería admitir que Raúl le resultaba un hombre apuesto y educado. Lo imaginó peor aquella noche. Él le enviaba cartas a través de Jeremías, ella le respondía a escondidas de la familia. ¿Quizá, se estaba enamorando?

Atilio llegó al galope con su caballo percherón y encontró a doña Emma acomodando un baúl con trastos de cuando sus hijos eran niños.

‒Veo que la tierra está sufrida. La sequía es el verdadero riesgo; se ve que hace mucho que no llueve.

‒Como tres meses después de una inundación que casi se lleva toda la cosecha ‒contestó doña Emma‒. Tú sabes que yo lo que sé del campo me lo cuenta Gabino, el administrador. Los papeles se los pides a él.



‒Los chacareros somos tercos como mulas y si en un año el tiempo nos castiga, al otro le damos batalla.

‒Así me gusta, hijo. La gente que siente pasión por la tierra da hasta lo que no tiene por el amor al suelo. No sabe de vacaciones, ni de Navidad… Es fiel, como lo fueron nuestros queridos antepasados.

Una mirada negra, indígena, parecía observarlo todo desde la historia. Era como el reflejo de una fogata que llegaba a través de las aguas de un río.

**

BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.
-----------------------Santa bohemia.
-----------------------Santa Paz.

Buenas y Santas... (Cap 3 Atilio-3era parte)

 


Antonio no sabía qué responder ante el acoso de Remedios, quien no se daba cuenta de que él no estaba interesado en ella.

‒Fui a hablar con Bernardino porque mañana va a venir el camión jaula y necesito saber cuántos novillos va a vender.

‒¡No mientas!

‒Digo la verdad, señorita, y disculpe pero tengo cosas que hacer ‒contestó Antonio con timidez.

‒¡Ven acá! ‒gritó Remedios cuando Antonio ya se había esfumado entre los fardos apilados para las vacas y caballos‒. ¡Egoísta!‒dijo por lo bajo.

 


Sentada a la mesa, la niña Felicitas se hallaba escribiendo. Miró a la criada que venía del patio embrutecida por las palabras de Antonio. Cerró el cuaderno. Sobre ellos puso un pañuelo que llevaba atado a la muñeca y se dedicó a limpiar la pluma.

‒¿De qué huyes?

‒No estoy escapando. Es Antonio que me esquiva todo el tiempo.

‒Ya te lo dije, Remedios. Del capataz se dice que ama a otra mujer. Bernardino me lo dio a entender, pero como es un caballero no me quiso contar quién era la dama misteriosa.

‒Niña, no me diga esas cosas. “Corazón que no ve, corazón que no siente”‒contestó Remedios atribulada por las palabras de su patrona.

‒Es que no quiero que te ilusiones. Los hombres en ese sentido son despiadados. No les importa decirles palabras bonitas a una mujer porque no piensan demasiado; tienen un cerebro pequeñito.

‒Pero Antonio vino hoy a la casa a buscarme…

‒¿Sí? ‒contestó Felicitas como dudando de los comentarios de la criada Remedios.

 

 


La luna surgía a ras del suelo en lo hondo de la pradera y ascendía entre las ramas de los álamos que, de trecho en trecho, la ocultaban. Luego, resplandeciente de blancura apareció en el cielo y dejó caer sobre los sembrados un reguero de luz. Parecía un candelabro a lo largo del cual descendían gotas de cristal. Era casi de noche.

Doña Emma con los ojos entornados vio que se acercaba un coche dando grandes bocanadas de polvo a su paso. Era don Simón y su hijo Raúl.

“¿Y ahora qué vienen a buscar?”, pensó Emma contrariada por la hora en que se les ocurría hacer visitas.

**

BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados
------------------------Emma
------------------------El abandono y la pasividad.

Los capítulos anteriores se hallan más atrás en las publicaciones.

El silencioso grito de Manuela (Cap XXII 4ta parte)--Final

 


-¡Yo lo sabía! -dijo Manuela envuelta en penumbras cuando le comunicaron la noticia-. Letizia quería encontrarse con su padre.

Manolo, aturdido, se encaminó hacia la calle porque debía ocuparse de los formalismos.

“Nada es tan exacto como saber que la vida es un continuo transcurrir de los días, y que hay un lugar en el cosmos donde la paz anida sus amadas criaturas.”

Todos sentían como si alguien hubiera apagado el fuego en medio de un hueco ahogado de cenizas y de huesos; mucho cansancio y aridez donde los objetos se desordenaban y los retratos eran sólo recuerdos.

La imagen de Encarnación, de veinte años, colgaba de la pared principal. Damián la observaba mientras recorría los contornos porque se veía real. Era la réplica que guardaba la memoria en resplandores furtivos que entretejían su historia de vida, tan rica y tan diferente a la de Letizia.

El atardecer lo sorprendía, muchas veces, con los álbumes del casamiento de sus padres en las manos porque no se cansaba de mirar a Encarnación. Había pasado demasiado tiempo solo, enfermo, sin el calor de aquella mujer irrepetible. La sentía viva más que nunca porque se había encontrado con ella por primera vez. Ya nadie se la quitaría…

 **

 

Bajo las lámparas agitadas por la ventisca, en un paisaje que parecía de fin del mundo, todos ellos, los que quedaron deambulando en el centro de la nada, despidieron los restos mortales de Letizia. Eran espíritus que retornaban del ayer al incansable tañido del reloj.

A Letizia la recordaron en sus actos mínimos, tan solitarios como sus palabras: el amor a su padre, la obediencia, la entrega total, su indefensión, el llanto… más tarde la lucha por salvarle la vida a Lucía envuelta en sus hábitos de abad transgresor.

Sus hijas no sentían nada por ella porque casi no la conocieron pero parecían destruidas y sin futuro: jóvenes taciturnas, melancólicas al extremo, casi depresivas. No sabían cuál era la verdad pero entendían que debían comenzar de nuevo para intentar borrar el destino marcado.




Pasó el tiempo…

Manuela, con los miedos infantiles y las pérdidas más queridas, rodeada de tisanas, licores de sal, cremas batidas y filosofías egipcias, se fue tratando de darle forma a la felicidad a través de la sabiduría, con ciento diez años cumplidos, hacia su última noche.

**

El SILENCIOSO GRITO DE MANUELA

(Último capítulo)
----------------------------------------------------Gracias por seguir esta novela a través de la red. No es fácil y por eso lo valoro mucho. Ya la he publicado tres veces en internet. La primera fue hace años en 2009; la gente entraba a dejar comentarios enojada con Manuela por su carácter, por ser como era. Manuela fue una persona que conocí muy de cerca, una mujer llena de miedos que no dejaba que sus hijas salieran a la calle, que no quería que se casaran... Todo por miedo a sufrir, a que les pasara algo. Las situaciones tristes, que previamente, tuvo que enfrentar la llevaron a esos límites. Yo la aceptaba tal como era, con sus rosarios, sus estampas, y sus innumerables temores. Por supuesto que, como toda ficción, tiene otros matices que fui agregando para completar cada secuencia.
Novela escrita entre 2006 y 2008.
Amo esta historia y la escribo por pasión a la escritura.
No encuentro en otra cosa tanta felicidad.
Infinitas gracias por estar.

-----Continuaré con otra ficción seguramente... Estoy en mi otro blog con:
  La última mujer.

¿Qué es el miedo?


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La última mujer
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El silencioso grito de Manuela (Cap XXII 3era parte)


 

-La tía se mató en la ruta; el auto chocó con un árbol después de dar varios giros.

-¡No!

-Dicen…-continuó Damián-, que tuvo un paro cardíaco mientras manejaba.

-Yo sabía que tarde o temprano algo iba a ocurrirle porque no estaba bien. Demasiados sufrimientos no sólo enferman la mente sino también el cuerpo. Yo he tenido parte de culpa.

-No importa. Cuando alguien muere no sirve de nada todo lo que viene después. El dolor no tiene que prolongarse un día, ni siquiera un minuto más. No se puede pedir perdón ni culpar a otros, no tenemos que colocarnos tampoco en lugar de victimarios. Ella no volverá…

-Damián, Letizia estaba enferma desde que era niña. Sus padres la protegieron demasiado de los peligros que luego la acecharon con más furia. Fue tan frágil siempre que Manuela y Julián pensaban que iba a morir joven. Se automedicaba por problemas psicosomáticos, lloraba sin razón aparente y su rostro mostraba, por momentos, una pasiva violencia hacia el entorno; sin embargo, se mantenía casta y firme ante las convicciones de su madre a quien debía obedecer. Encarnación, en cambio, era rebelde, vital, y prometía ser una mujer única con proyectos a largo plazo.

-¿Tienes una fotografía?

-No, pero encontraremos alguna. Te lo prometo.

-Necesito verla, saber cómo eran sus ojos y su forma de sonreír.


-Era muy bella, imponía su presencia en cualquier lugar con su personalidad y elegancia. Ya buscaremos un retrato ahora tenemos que ocuparnos de los jóvenes, de Manuela y del funeral de Letizia.

Damián ante la ansiedad que le provocaba conocer a Encarnación se había olvidado de la nueva tragedia que enlutaba a la familia; es que él, como todos, vivían desde tiempos remotos en permanentes duelos.

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EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA.
Grito de Mujer.
Muerte súbita.
Locura de amor.

El silencioso grito de Manuela (Cap XXII 2da parte)

 



Manuela tenía fiebre y deliraba. Nadie sabía cómo terminaría todo pero estaban hartos de sufrir. Podrían haber desaparecido en un arrebato para aliviar los males. Tenían ansias de matar o de morir, les daba lo mismo la cárcel o las entrañas de la tierra, la fauna mortuoria o los ratones de la prisión, el cielo o el infierno.

Dolores y Laura, abatidas hasta la médula, no coordinaban palabras y ya no sentían nada por aquellos que se habían ido ni por los que permanecían a su lado. El final estaba instalado en el alma de cada una como una premonición bíblica. No sabían para qué habían nacido. Manuela se debatía con el ardor de los cobertores y sus arrugas congeladas.

-Tu padre está cercano -dijo.

 ***

 

Damián entró por el pasillo plagado de telarañas y se asomó con gesto taciturno a la sala vacía. Se sentó en el sofá arañado por la gata Máxima y lloró desconsoladamente. Los recuerdos se amontonaban en su memoria como soldados ciegos y torpes. Quiso recordar a su madre pero no pudo porque jamás había visto una fotografía de ella, lejos de protegerlo habían acentuado el dolor con aquella absurda idea de que no debía conocerla nunca. Su otra madre, quien lo crió, Letizia, era una sombra incorpórea que se desdibujaba y daba paso a una imagen inválida; sin embargo, él la amaba.



Manolo, quien acababa de llegar, lo miró desde el pasillo y creyó comprender el mensaje.

-¿Qué ha pasado? -preguntó.

Damián levantó la vista empañada por las angustias acumuladas en su corta vida, ahogado por las secuelas de cada una de las palabras dichas, de las malas noticias, de llantos intempestuosos en medio de oraciones y pedidos.

**

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA.
Eternamente Manuela.
Lejos... Grito de mujer.
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El silencioso grito de Manuela (Cap XXII 1era parte)

 


La intensidad del momento la inducía, con vehemencia, hacia un lugar no imaginado. Letizia quería hablar con su padre.

-¡Papá!-gritaba mientras manejaba por la ruta con rumbo desconocido. Estaba representando el papel protagónico en una serie de absurdos desencuentros; acaso quería volver a la niñez para ocultar su cuerpo entre los brazos de Julián que la amaba tanto.

Era delirante y rabiosa su manera de conducir el vehículo que se hallaba librado al azar.

Damián, en un taxi, seguía el recorrido a cierta distancia sin perderla de vista pues pensaba que en algún momento se iba a detener para regresar; el desparpajo de Letizia la impulsaba a cometer cualquier delito porque estaba fuera de sí.

Julián era su tabla de salvación en esa vida infecunda que le tocó en suerte. ¿Cómo habían dejado que se muriera sin su ayuda? Estaba desesperada porque no podía creerlo. Su madre era una desquiciada que no la había buscado para tratar de hacer lo imposible por conservarle la vida.

-¡Loca, insana! Me las vas a pagar. Por tu culpa soy todavía una niña sin identidad, por tu culpa no puedo asumir las pérdidas. Te ahorcaré con mis propias manos cuando llegue a casa, pero no me reconocerás…

Así comenzó a arañar su rostro hasta hacerlo sangrar mientras manejaba a una velocidad tan riesgosa para ella como para los demás automóviles que transitaban por la ruta.

***

Barbastro se encontraba desierto por los calores. En la residencia, el hielo de la muerte trepaba las paredes para instalarse junto a la cama de Manuela.



Ese cuerpo anciano se aferraba a las sábanas en una lucha íntima. Sabía que los tiempos eran cortos y estaba agotada del mismo cansancio de los años. Manuela pensaba que le faltaban pocas horas de vida, entonces se aferraba a los recuerdos felices y casi inexistentes. Buscaba a Julián igual que Letizia para que la ayudara a resolver su último problema.

-Hija, tu padre sabe diferenciar la inocencia y la malicia, el odio y el amor, los errores y las virtudes… Espera, no cometas una barbaridad porque yo sé que, aunque te encuentras turbada por espíritus oscuros, llevas la sabiduría en la sangre.

**

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA.
Eternamente Manuela.
Mi padre.

El silencioso grito de Manuela (Cap XXI 4ta parte)


 

Letizia la miraba absorta con el rostro transfigurado y con un gesto de desprecio, enajenada y fuera de sí.

-¡No! -dijo sosteniéndose la cabeza con las manos, luego se llevó por delante a Manuela, la arrastró del pelo y la dejó tendida en el piso.

Dolores y Laura la ayudaron a levantarse porque estaba casi desmayada y Damián corrió hacia el auto en dirección a Letizia que se disponía a utilizarlo con la finalidad de escapar de ellos.

-¡No me sigan! -gritaba.

Siempre se sabe dónde empieza una historia pero no cuando termina; en este momento, el punto final lo daría Letizia porque ya estaban jugadas todas las cartas. Nada se podía hacer.

El castigo del cielo era como una bendición que la llevaba de la mano a abrir la última puerta, sin llaves.

Letizia se subió al automóvil y arrancó a toda velocidad con rumbo desconocido. De manera fatídica, los gestos no concordaban con el cuerpo ni con la expresión de los ojos. No conocía a nadie.

Manuela, en el revuelo de sus ideas infantiles, con los miedos a cuestas de toda una vida consagrada a los altares, lloraba abrazada a Manolo mientras Damián  había salido detrás de Letizia en un taxi.

-¡Pobre, hija, no pudo soportarlo!

-Señora, no se mortifique; recuerde que ella no está en su sano juicio, no sabe quién es y adónde va.

-Ya muérdete la lengua -dijo Manuela suavemente sin deseos de pelear con ese hombre que había odiado tanto y que sin querer se había convertido en su sostén.

-Abuela, vamos que Damián la va a encontrar.


En el umbral de la pensión, Socorro daba las gracias a Dios mirando las cumbres con el desparpajo de una mujer insolente, sin humanidad y con la frialdad de quien no tolera el sufrimiento ajeno. Era demasiado para su paciencia tener que combatir con gente con patologías a esa altura de su vida. Le daban asma bronquial y cardíaca esas criaturas endebles y desecadas; se había librado de Letizia y eso merecía un brindis con vino Tokaji. Llamó a los inquilinos y a su amiga Eulalia.

-No deberíamos hacer esto, es una pobre mujer.

-Estamos felices de que se haya ido a respirar otros aires. ¿No les parece?

-Sí pero puede regresar con el cuero avellanado.

-¡Qué cosas dices!

-No se fíe, Socorro, que ese espectro tiene más astucia que usted y si se descuida la deja seca -dijo Eulalia con las ansias de clavar un aguijón en la tranquilidad de la pensionista.

**

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA.
Eternamente Manuela.
El camino.

El silencioso grito de Manuela (Cap XXI 3era parte)

 


-Tú que dices ser mi madre, llévame con papá porque necesito pedirle perdón.

-No -dijo Manuela llorando.

-Eres mala.

-Hija, no sé cómo decirte… tú no puedes…

Manuela, a punto de trastabillar, no quería que supiera que Julián había muerto. Con Manolo habían decidido que jamás se lo dirían por temor a una reacción, aunque no sabían bien si ella llegaría a entender y a aceptar la partida de un padre a quien consideró siempre su dueño, el ser que más la amaba, el que daba la vida por ella.

Letizia, convertida en una novia frustrada, como lo fue siempre, con ese vestido blanco, reflejaba la confusión y la debilidad. Atrás había quedado su presente manipulado por otros con ideas retorcidas; ella sólo quería hablar con Julián y los demás la miraban con estupor.

-Vamos… vamos… despejen el lugar -decía Socorro-. Tengo que seguir con la limpieza porque hoy es sábado. Es que no se dan cuenta que molestan a los inquilinos. Vaya, gente mezquina y sin sentido común.

-Deje que “La Nueva” se despida, no ve que se va y ya no va a volver. Mejor que se lleve el gato. ¿No? Usted que dice… -respondió la vecina a espaldas.

Letizia seguía parada frente a Manuela en actitud suplicante. Su madre, completamente estática, no se atrevía a emitir palabras por temor a una reacción que al ser enfermiza culminaría de mala manera.

-Tú, hereje, dime: ¿Papá dónde está?

-Letizia, ven vamos a casa -dijo Manolo mientras la sostenía del brazo y la llevaba hacia la puerta.

-¡Por fin! -gritaba Socorro eufórica.

-“La Nueva” era buena. ¿No le parece?

-Cállese que se puede arrepentir.

-Es que parecía tan dulce con ese gato en brazos.

-¡Basta!

Manolo sostenía el cuerpo esquelético con desconfianza porque no sabía cómo hacer para expresarle su sentimiento, aunque se hallaba confundido. Letizia, muy vulnerable, lo miraba fijo tratando de roer sus pupilas transparentes.

-Hija, vamos al auto.

-Déjame. ¿Dónde está papá? Me mienten.


-Mira, no te lo hemos dicho para protegerte. Has sufrido mucho y tienes derecho a un minuto de paz pero creo que ya ha llegado el momento porque la situación es insostenible. ¿No le parece, Manuela?

-¡Basta, infeliz!

-No me trate mal, usted sabe que no se puede seguir ocultando la verdad.

-Letizia, hija mía, te amo. Tu padre ha muerto -dijo Manuela llorando a los gritos.

-Cálmese que le va a hacer mal.

**

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela.
Novia frustrada.


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El silencioso grito de Manuela (Cap XXI 2da parte)

 


Letizia se estaba preparando para salir al encuentro de Julián. Necesitaba abrazarlo y pedirle asilo; él había sido siempre su protector, su espalda, y ahora más que nunca deseaba hablar con su padre. Tenía ilusión, un amor desmedido, algo así como una obsesión que no podía ser desbaratada bajo ningún argumento. Ya nada resultaba válido porque los lazos de sangre la empujaban hacia la verdad, la única, la irreversible.

-¡Letizia! -gritó Manolo detrás de la parra-. Sal, mujer, de una vez por todas que nos vamos para la casa. Será de Dios, es que no me escuchas…

-Bueno, hombre, no la trate así -dijo la dueña de la pensión cansada de tanto renegar y aturdida por la voz de Manolo.

Letizia parecía sorda; de la habitación no se había movido y seguía arreglándose con el entusiasmo de una adolescente. El cambio era sorprendente, parecía otra persona más joven y más bella.

-Papá yo sé que me estás esperando porque tenemos mucho que decirnos. Perdona te he abandonado. He sido egoísta contigo pero tú sabes lo que he sufrido -repetía como si estuviera estudiando para dar examen.

-¡Letizia! -gritaba Manolo fuera de sí pues había perdido la paciencia.


Por el pasillo de la pensión, apabullada de curiosos, llegaron Manuela, Dolores, Laura y Damián. No entendían nada. Mientras todos permanecían expectantes ante la resolución del caso, Letizia ni siquiera sospechaba lo que estaba ocurriendo a sus espaldas. El caos era propio de cierto desajuste y de falta de autoridad. A Socorro no le importaba el desorden, sólo quería librarse de la presencia de esas gentes a quienes consideraba insanos. Ella no era un buen ejemplo pero ya no permitía en su casa un momento más de aturdimiento porque el ambiente se enrarecía a cada minuto y parecía no tener fin. Letizia, sin escuchar los gritos y sin conocer la existencia de su familia en el patio, salió despacio y con miedo. Todos, al verla avanzar como suspendida en el aire, creyeron que era una aparición y dieron un paso atrás. Ella sin mirarlos, completamente abstraída, se dirigió a Manuela quien cerró los ojos y cruzó las manos sobre el pecho.

**

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
¡Papá!

El silencioso grito de Manuela (Cap XXI 1era parte)


 

Sonó el teléfono.

-¡Por favor vengan a buscar a la loca que se volvió a escapar!

-¡No puede ser!

Manolo salió corriendo de su casa rumbo a la pensión de Socorro pues Letizia había regresado y nadie entendía cómo, con sus facultades mentales alteradas, había llegado al lugar. Estaba tentando al diablo cada vez que miraba a esa mujer corpulenta y de extraño carácter. Parecía que hubiera adivinado su vida compleja, los misterios y pecados que Socorro ocultaba desde hacía muchos años.

Letizia no se movía y la dueña de la pensión tampoco; ambas estaban a punto de emplear la fuerza y de luchar por una causa sin dejar ni ganadores ni víctimas. Con sus venganzas absurdas, tenían la obsesión de odiar la vida que las había enlutado como soldados de conflictos bélicos. Sin embargo, Letizia quería ocultarse en su pieza para que no la encontraran los verdugos. Corrió al cuarto y cerró la puerta; ahí se revelaban sus más íntimas imágenes aunque el espejo no le decía nada. Nadie podía juzgarla por sus pesadillas porque estaba empapada con sangre desde que nació. Aquella tarde lluviosa de verano contrastaba con el aire viciado del presente y ensombrecía el recuerdo de una niña en una canastilla de mimbre con ruedas de madera, el ajuar de la abuela Francisca, el amor de su padre, los celos de Rocío y sus piernas atrapadas por los grillos de la gata Máxima. No quedaba nada de aquella felicidad.

 ***

El mundo a sus pies era como un cántaro vacío que no le confiaba los planes a seguir. Ella, abrazada a esa existencia que le había tocado en suerte, no se daba por vencida. Quería combatir pero no sabía con quién; necesitaba el apoyo de Julián para fortalecerse y poder así enfrentar a los últimos guerreros, aquellos que tenían escrito en un papiro el origen y el fin de sus pasos.

Sacó del arcón de Socorro un vestido que había dejado olvidado y que le había regalado su padre. Era blanco de seda con encaje chantilly en las mangas ajustadas. Jamás pensó que volvería a usarlo porque desde que supo la noticia de la enfermedad de Lucía se vestía totalmente de negro, pero ahora era diferente porque iba a encontrarse con su padre. Ese acontecimiento merecía un cambio y para ello estaba preparada; por una increíble razón se sentía liberada aunque nadie lo aceptara. ¿Letizia habría recuperado la cordura?



A la pensión llegó Manolo con su hijo Antonio y fue interceptado por Socorro que no titubeó en culparlo por su negligencia.

-Disculpe pero en el momento que ella se escapó no se hallaba a mi cargo -dijo resignado y con la apatía propia de quien ya no tiene más energía para enfrentar los hechos reiterados.

-¡Llévesela!

-Lo haré, no se preocupe, yo soy el único responsable y la cuidaré hasta que Dios diga…

**

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela.
El vestido blanco.

El silencioso grito de Manuela (Cap XX 4ta parte)


         En la casona nadie sabía que Letizia se había marchado porque no se habían despertado.

Manuela permanecía en la cama con el rosario en las manos y la cómoda repleta de velas encendidas junto al retrato de su hija. Miraba la fotografía que parecía hablarle:

-Yo voy a rezar por ti, madre, no te preocupes, después iré a misa de seis de la tarde y me recluiré en mi habitación para ayunar.

Esa obediencia de Letizia la lastimaba porque habían pasado muchos años. Había sido demasiado severa con ella que era una joven que debería haber vivido su adolescencia libre de privaciones, con alegría y sin miedo. Manuela le había transmitido sus fobias y había destruido la belleza de una época irrepetible. Se lamentaba. En lo más profundo de su corazón deseaba volver atrás para no cometer errores y revertir de a poco las secuencias. Era tarde para pedir perdón por sus egoísmos porque su hija no sabía lo que era renunciar a las creencias, olvidarse de los reclamos sociales, ser mártir y sierva de una madre frustrada y niña. Letizia ya no pertenecía al mundo.

Manuela se levantó como pudo de ese lecho que le trituraba los huesos; tomó agua de un vaso que tenía en la mesa de luz y se fue hacia la cocina. Arrastraba los pies como paciente hemipléjico. Las hijas de Letizia se habían ido al colegio, en una jornada más, sin importarle la presencia de su madre en la casa. Es que no la conocían porque el paso de los años había remarcado la ausencia, los segundos incontables, la soledad de adentro. Ni Julián ni los nietos podían compensar la desnudez del alma, ese hueco que se lleva siempre como un secreto indisoluble.

Manuela, después de colocar los tulipanes en el retrato de Rocío, se fue a despertar a Letizia.

-Hija, es un bello día.

Nadie respondió al llamado que parecía venir desde el fondo de los murallones.

-Iremos de compras con Antonio sin el majadero de Manolo, traeremos ropa nueva de colores brillantes. ¡No! -gritó Manuela al darse cuenta de que Letizia se había marchado dejando la cama revuelta y el cuarto en penumbras.

La anciana cayó al piso de rodillas con los ojos extraviados y el corazón a punto de dejar de latir porque la atrapaba el temor a la desprotección total.

-¡Otra vez no! -gritó con todas las fuerzas y la impotencia de sentir que era imposible contrariar al destino.

Permaneció dos horas en la piso; jadeaba como una moribunda.



-¡Abuela!

Damián no podía encontrarla; tampoco quería ir al cuarto de Letizia porque le causaba estupor entrar en ese anticuario con olor a naftalina y a flores marchitas. Manuela se arrastró hacia la puerta de la sala y se asomó buscando ser rescatada.

-Damián trae el jarabe de olivo que me muero.

*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA.
Eternamente Manuela.
Los tulipanes.
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