-La tía se mató en la ruta; el auto
chocó con un árbol después de dar varios giros.
-¡No!
-Dicen…-continuó Damián-, que tuvo
un paro cardíaco mientras manejaba.
-Yo sabía que tarde o temprano algo
iba a ocurrirle porque no estaba bien. Demasiados sufrimientos no sólo enferman
la mente sino también el cuerpo. Yo he tenido parte de culpa.
-No importa. Cuando alguien muere
no sirve de nada todo lo que viene después. El dolor no tiene que prolongarse
un día, ni siquiera un minuto más. No se puede pedir perdón ni culpar a otros,
no tenemos que colocarnos tampoco en lugar de victimarios. Ella no volverá…
-Damián, Letizia estaba enferma
desde que era niña. Sus padres la protegieron demasiado de los peligros que
luego la acecharon con más furia. Fue tan frágil siempre que Manuela y Julián
pensaban que iba a morir joven. Se automedicaba por problemas psicosomáticos,
lloraba sin razón aparente y su rostro mostraba, por momentos, una pasiva
violencia hacia el entorno; sin embargo, se mantenía casta y firme ante las
convicciones de su madre a quien debía obedecer. Encarnación, en cambio, era
rebelde, vital, y prometía ser una mujer única con proyectos a largo plazo.
-¿Tienes una fotografía?
-No, pero encontraremos alguna. Te
lo prometo.
-Necesito verla, saber cómo eran sus ojos y su forma de sonreír.
-Era muy bella, imponía su
presencia en cualquier lugar con su personalidad y elegancia. Ya buscaremos un
retrato ahora tenemos que ocuparnos de los jóvenes, de Manuela y del funeral de
Letizia.
Damián ante la ansiedad que le
provocaba conocer a Encarnación se había olvidado de la nueva tragedia que
enlutaba a la familia; es que él, como todos, vivían desde tiempos remotos en
permanentes duelos.
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