Julián compraba coches último modelo para agasajar a sus hijas mientras trataba de adivinar un futuro detrás de las cortinas tejidas al crochet, pero sólo lograba aturdirse con su propia ambición sin alcanzar a ver que aparecían sombras furtivas, irreconocibles, sospechosas, que luego dejaban un hueco que, en la ventolina, parecían un tenue cachetazo.
Letizia y Encarnación, como reinas con sus vasallos, eran la clave para entender el porqué de los misterios que perturbaban la casona; la huida hacia lugares remotos con la convicción de llevar el cuerpo y el alma unidos era la solución y la necesidad. ¿Sabían dónde se hallaba ese sitio alumbrado por las teas o era simplemente la resignación de entender que si escapaban existía la separación?
No debían demostrar temor ante Manuela porque con ello avivaban su pesimismo, pero estaban cansadas de vivir a la sombra de los otros.
Letizia, de todas maneras, rezaba para ocultar las conspiraciones, las demoras y los titubeos. Cuando miraba el retrato de Rocío, los nubarrones aclaraban el firmamento y las ideas volvían a un lugar reverenciado donde Manuela ubicaba los cuchillos y los credos.
La muerte esperaba que el dolor se atenuara con la melancolía de las noches y la hipocresía de la calle y su provocación, pero Manuela se redimía con los anatemas de los sacerdotes, arrodillada desde el atrio hasta el altar, detenida siempre en el futuro…
Encarnación, acalorada e impaciente, se encontraba con Alejandro Roca en el invernadero entre el sopor de las begonias y los lirios. Parecía una calandria en estado de gracia, moribunda y despierta, casi degollada por Manuela pero sin ningún límite. Tenía la prudencia del peligro bajo su anatomía y Alejandro ya no pensaba en las rejas cuando la casa brillaba con el llanto de una voz egoísta.
No había violines pero sí se escuchaban las cítaras en novena sinfonía de réquiem entre los musgos; Encarnación parecía una alhaja de oro que traía sus llamaradas a envejecer junto a otro cuerpo sin edad.
Ella miró a Alejandro a los ojos; no quería hablar. La mujer que existía en su interior intentaba ser prudente, aunque fuera en apariencias. Forcejeó para huir pero él la amarró con fuerza. Algo se transformó en esa mirada que, a veces, parecía distante. Un breve gesto de alegría apareció en su rostro como si escondiera un secreto.
Alejandro encendió un cigarrillo y decidió que pronto tendría que visitar a Julián y a Manuela. Tenía poca experiencia pero estaba dispuesto a hablar de cualquier tema: de su pasado y del amor, de la familia humilde a la cual pertenecía, ¿del casamiento con Encarnación?...
Recuerden que si quieren leer la novela completa pueden descargar el PDF en la publicación anterior.
Hola Luján! feliz día del libro. Te agradezco que nos ofrezcas tu libro en PDF que ya me lo he bajado.
ResponderEliminarCuídate, abrazos.
Gracias querida amiga. Es una alegría que hayas bajado el libro.
EliminarMi profesora de artes decía siempre "el libro tiene que circular, no importa cómo..."
Un abrazo enorme. Cariños y gracias.
me emociona como eres un abrazo inmenso desde Miami
ResponderEliminarQué bonito, gracias querida amiga. A mí me emociona que me digas eso.
EliminarTe deseo lo mejor. Cuídate mucho. Te escribí por facebook por lo que te pasó.
Descansa. Un abrazo grande. Ya voy a ir a tu blog.