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Perder el Alma. Me deben una vida...

 


-----------LA FUGA
               AMOR DE MADRE
               ¿CULPABLE?


La vida, a veces, nos obliga a usar una máscara.

Es que somos vulnerables frente a la soberbia cuando nos sentimos avasallados.

Resistir es la palabra.

Susan lo hizo. Años de batallas frente a los verdugos incansables que arremetían sin piedad frente a sus ojos tristes. Ella no reclamaba, no discutía, porque no debía…

Si la echaban a la calle tendría que volver a su jaula virginal a deshojar margaritas: pobre, lejos, exiliada.

Ella soportaba la penitencia, los gritos y los agravios, sin inmutarse y sin despertar sospechas. Parecía feliz y orgullosa de ayudar, hasta que se dio por vencida.

En su propio mundo de cuatro paredes, pensó en un plan con las pocas armas que le ofrecía ese entorno asfixiante. La cabeza le estallaba frente a los dardos que, a diario, debía soportar cuando la falta de aire la obligaba a buscar refugio en las lágrimas.

¿Se puede soportar tanto destrato?

Susan no se consideraba culpable.

**

PERDER EL ALMA
Me deben una vida...

Personajes de novela: Aluen

 


Aluen era la niña india que escapó de su tribu cuando murieron sus padres.
Quería vivir de otra manera, tener un futuro diferente... Recorrer las calles de los pueblos y que la gente la mirara como una niña más, igual a todos.

Ese derrotero la llevó por tantos sitios, laberintos de imágenes y de sentimientos encontrados, noches cerradas, refugios debajo de los árboles acompañada de su caballo... Muchas veces al lado del río, llorando, quiso terminar con su vida; sin embargo, siempre intento resistir los malos tratos y el abuso del hombre que creía bueno, escuchó  los consejos de doña Ramona, y cuando conoció a Pedro su vida cambió para siempre.

Pero...
Su tío Namba, de la tribu tehuelche, la buscó más de una vez porque la quería a su lado. Su obsesión era más fuerte y no entendía razones. Solía aparecer de improviso como un fantasma tras las ventanas de la iglesia donde Aluen solía refugiarse para huir de las acechanzas.

¿Y el padre Hilario de Alcalá?
De él recibió los más claros mensajes, la enseñanza.

Tuvo un hijo que desapareció...
De eso nadie quería hablar.
***********************

Aluen era, al extremo, una mujer tierna, tan sensible como aquellos que han sufrido mucho y que cargan heridas sin sanar. A pesar de eso, tenía amor de sobra para dar y estaba dispuesta a entregarlo sin esperar nada a cambio.

*

Aluen arrastró su profundo cansancio de casi veinte años, la guerra por la dignidad y el respeto de su origen; era guardiana de los segundos acumulados y de regresos porque todos, en ese universo humano, parecían escapar de la realidad a otra realidad menos cruel que resultaba, en definitiva, más enemiga y vacía.

***

Aluen (luz de luna)
La colonización de la Patagonia argentina
Los indios tehuelches
(novela plagiada en Amazon)

Perder el Alma (Cap 2-La extraña carta. 2da parte)

 


−¿Estás indeciso, hijo?

−Iré a mi casa. Me queda cerca, sólo que no voy nunca porque me aturden los gritos y los reclamos. Ese desvarío que no es más que insatisfacción y resentimiento. La ausencia de papá me duele más que todo. Yo era chico cuando murió y no he podido superarlo.

−Tienes que acomodar un poco esas vidas.

−La carta puede traer luz a tanto desconcierto. Bendiciones, padre.

−Qué Dios te acompañe.

 

 

Mía ya había hecho la denuncia para que la policía buscara a su hija.

No estaba segura de que se la llevó  la mucama; sin embargo, habían desaparecido las dos al mismo tiempo. Mía no podía creer que, después de haberla asistido en el parto, Susan le hubiera arrebatado a la niña. Parecía tan dulce y entregada, tan solidaria. Pero la sirvienta, como ella la llamaba, tenía todo calculado desde tiempos inmemoriales; al único que quería y respetaba era a Salvador porque él era una víctima y porque le daba un lugar, el que merecía, aunque a veces desconfiaba de ella o la retaba. Susan le perdonaba todo; a los demás los aborrecía, pero trataba de disimular.

Mía esperaba noticias.

Recorría el salón consumida por alguna pastilla tranquilizante y miraba los techos y las terrazas con los ojos vidriosos. Dos veces había perdido a Alma: primero cuando se la llevó la mujer fantasma y la entregó en brazos de la abuela Úrsula y ahora…

¿Qué mal había hecho para merecer tanto castigo?

Su frivolidad traspasaba los límites del asombro, pero ella no se daba cuenta. El egoísmo era parte de su carácter altanero, y la soberbia se confundía con los impulsos de Roberto y de su madre. Eran despreciables y merecían el infierno, así lo creía Susan. Por ello se llevó a la niña, para castigarlos, pero también para salvarla de ese destino gobernado por cerebros huecos.

−¡Recorriste el pueblo! –le dijo a Roberto cuando entró dando un portazo y sin deseos de hablar.

−Si la policía no la encuentra… ¿Qué puedo hacer yo?

−¡Colaborar! –le gritó fuera de sí. Me preocupa mamá.

−Ah, claro. ¿Y la niña? ¡Una sobrina! ¡Tu sangre! Si mamá mató a papá se merece eso y mucho más.

−¡No hables así de nuestra madre! ¡Ella no fue! –vociferó Roberto alienado, y con el capricho del primer día cuando Dolores se entregó a la policía. Él sabía que ella lo estaba cubriendo para salvarlo porque Susan lo había denunciado, pero que no había cometido ningún crimen.

Para Mía primero estaba Alma.

No tenía espacio para otras conjeturas. La niña era su motivo de ser y encontrarla era la única razón para vivir. Si tenía que pedir perdón lo haría, se arrodillaría frente al mismo Dios, rezaría y suplicaría. No quería, no podía, seguir sin ella. No le interesaba cada día y cada noche porque estaba atrapada en una jaula de barrotes de acero.

−¡Tú te cavaste tu propia tumba! ¡Ahora, hazte cargo! –le gritó Roberto−. ¡Y basta de chillar!

−¿Y tú eres perfecto? ¿Desde cuándo exiges paciencia y respeto?

−¡Yo soy un desastre pero me hago cargo!


−Ah… ¿sí? Entonces… ¡Ve a sacar a mamá de la cárcel! ¡Cobarde! ¡Di que fuiste tú quien mató a papá y no dejes que ella cargue con un crimen que no cometió!

−¡Yo no fui! ¡Yo no fui!

Mía salió de la habitación y lo dejó solo con toda la furia contenida.

−Dios está con nosotros –se oyó desde el pasillo.

−¡No! –reaccionó Roberto por lo bajo al comprobar que se trataba de Guillermo.

Los dos hermanos, frente a frente, se miraron en silencio.

Guillermo, como sacerdote que era, trataba de calmar los ánimos. El ambiente, tenso, no dejaba espacio a las palabras que se escapaban sin la única oportunidad de salvar lo poco que quedaba de cordura.

−Sabes que Mía volvió a perder a su hija. Bueno… ¡Qué vas a saber tú si nunca te enteras de nada!

−¿Qué pasó?

−Desapareció. Suponemos que se la arrebató Susan porque tampoco está por ningún lado.

−¡Dios mío! Hay que conservar la calma.

−¡Qué fácil que es todo para ti!

******************************

PERDER EL ALMA
Me deben una vida...
La venganza.

Perder el Alma. (Cap 2-La extraña carta. 1era parte)




2-LA EXTRAÑA CARTA

 

¡Busquen a la niña!

 

Guillermo permanecía en la sacristía. Había ido a hablar con el padre Roque porque sentía la necesidad imperiosa de desahogarse. Aquellos huesos amarillos, el polvo de los ladrillos, los gatos en cortejo maullando desesperados y finalmente la carta de Clara Franch, lo habían aturdido demasiado.  Su vida en paz se había transformado en un caos. Él era el niño bueno de la casa, el que su padre Salvador amaba y admiraba, ¡tan diferente! Roberto y Mía le parecían lejanos y ajenos, con otro color de sangre y otro destino. La carta de Clara junto al revólver de su padre lo envolvía en la misma tela, en ese halo sobrenatural, sin encontrar respuestas.

−Dicen que mi madre está presa porque mató a mi padre.

−Es todo tan confuso, hijo –respondió el padre Roque−. Los huesos de esa mujer no fueron reclamados y los sepultamos en el patio de la iglesia. Creo que ella deseaba eso.

−Porque allí están las cenizas de mi padre.

−Entonces es verdad lo que dice la carta. Habría que entregarla a la policía. Tal vez, así dejen en libertad a tu madre.

−No sé qué pensar. Sabe que en otras épocas yo mismo me encontraba, de repente, con una mujer enigmática, blanca y celestial, que me miraba con un amor inmenso y me trataba como su hijo. Siempre estaba rodeada de gatos que la seguían, por eso después fueron todos al campanario, para dormir con ella, para acompañar su descanso eterno y reclamar justicia con sus mirada hipnóticas.

−Ahora que lo cuentas, recuerdo a una mujer extraña que confundía la iglesia con un cementerio y que dejaba al descubierto sus huesos amoratados.

−Yo creo que era mi madre.

−¿Qué? No puede ser, te dejas llevar por esa historia poco creíble.

−Es que ella amaba a papá, y se quedó sola toda la vida para esperarlo…

−¿Esperarlo? Si lo amaba ¿por qué lo mató?

−Para vengarse.

−Entonces, no era tan buena.

En el fondo Guillermo no creía que pudiera ser su hijo porque era el menor. Su padre no había vuelto a ver a Clara Franch después de que se casó con Dolores. La dejó por ella y por su absurda manipulación sexual. Ahora, Guillermo, el sacerdote caritativo y humano, diferente a todos, estaba más confundido que nunca y nadie podía aclarar sus dudas, sólo Dolores y estaba en la cárcel. La buscaría y le entregaría la carta a su abogado o a un juez. No sería fácil, pero no podía quedarse con las manos cruzadas mirando pasar los días en la oscuridad del claustro. Aunque le había prometido al padre Roque que en la casa abandonada, al lado de la parroquia, levantaría un comedor para niños y adultos carenciados. Necesitaba ayudar a otros que solos no podían salir adelante. La vida ingrata los golpeaba y él había llegado a la tierra para devolverle la cura a esos corazones demasiado castigados.



“Cuando vivía papá todos lo veían como un impedimento, la trampa que los tenía amarrados, que no les permitía ser libres para buscar el destino. Yo lo miraba desde mi lugar humilde, sin nada, desprovisto de lo más elemental, y los veía peleándose por dos pesos, con la mezquindad y la avaricia desmedida. Luego cuando papá murió o lo mataron, ellos entraron en un laberinto sin freno ni límite y fueron cayendo por un barranco envueltos en brumas, desolados, aturdidos, locos… ¡Qué triste!”, pensó Guillermo mientras tomaba un café solo en la iglesia, y los ecos de aquellos muros lo envolvían con sus plegarias intrigantes. ¡Cuántas escaleras y sótanos! ¡Cuánto ser vivo que parece muerto!

**

PERDER EL ALMA
Me deben una vida...
Escríbeme una carta.

Perder el Alma (Cap I-fantasmas, gritos y salmos. 2da parte)



Los gritos de Dolores y su locura le calaron hondo en las entrañas para dejar a la vista las miserias que nunca tuvo y la envidia y el odio que no conocía…

El entorno enferma a la más sana de las personas.

 

El tren se detuvo en el pueblo siguiente…

Susan, sin pensarlo dos veces, y como perdida, descendió del vagón y se ocultó entre la gente. Era un milagro que Alma todavía no hubiera llorado. Es que conocía sus cálidos brazos. La tapó mejor con la manta de lana. Lo que nunca había pensado hasta ahora era que no tenía dinero. ¿Cómo alimentaría a la niña? ¿Y ella? Morirían las dos atrapadas por aquellas miradas desprolijas, que parecían piadosas porque no la veían como una pobre mujer limosnera. Caminó al costado de una plaza donde jugaban unos niños. Recordó que muchos decían que en el año 2000 llegaría el fin del mundo: guerras, epidemias… La Biblia lo decía.

“¿Fue Nostradamus o la Biblia, los historiadores o quién?”, pensó con la vista en un punto fijo, dispersa.

No se le ocurría otra idea que permanecer sentada en ese banco helado escuchando las risas. Ella no era feliz, pero tenía esperanzas. Le había robado el bebé a la patrona engreída; la castigó por todos los hachazos verbales que, desde lo alto, desde aquel podio en el que se subía para castigar a los humildes, le había propinado y ahora sabía que la buscaría por cielo y tierra. Por eso debía esconderse mejor. No le temía a Dolores y a Roberto, pero sí a Mía.

¿Y Guillermo? Era el sacerdote de la familia y vivía en un monasterio. Siempre se enteraba tarde de todo, pero también tenía el alma sana y comprensiva.

De lejos, vio un carro de lechero que regresaba al campo con los tarros vacíos. Se apuró. Lo detuvo.

−¿Va para la media legua, cerca de la ruta?

−Sí, mujer.

−¿No me acerca? Después yo sigo caminando porque la casa me queda a unos pasos.

−¿Y con ese chico va a ir arriba del carro? Va a llorar el crío.

−No se preocupe por eso. ¿Me ayuda?

−Me molestan los niños chillones.

−Por favor. Tenga compasión. Es un rato, media hora.

−Está bien –respondió el tambero acomodándose la boina de vasco.

¿Cuánto duraría ese vagar de mujer desaparecida en busca de fundamentos perdidos para salir decentemente del mundo, de esa trampa?

No lo sabía. Ella no podía alterar esa realidad, esa búsqueda de partes olvidadas, que se le presentaba como un hecho permanente. La colaboración tenía que llegar de afuera, de otros. Un faro en ese viaje. Recuperar el ritmo de vivir.

−La dejo acá porque yo tengo que seguir más adelante –dijo el tambero. Fue la única palabra que compartió en el corto trayecto.

−Sí, gracias, está bien. Y disculpe si lo molesté, no tenía otra alternativa. Qué le vaya bien.

−Me puede devolver el sombrero –le respondió el hombre porque Susan se había olvidado de entregarle un sombrero de paja que le había prestado para protegerse del viento.

−Oh, perdón.

Se lo dio, y el campesino apuró al caballo y partió sin mirarla. Le había fastidiado demasiado tener que ayudarla ya que desconfiaba de ella y de ese bebé que cargaba…

“Mejor es no meterse en esos asuntos oscuros; la mujer tenía mala cara. ¿Quién sabe dónde irá a parar con ese chico mal comido? Pobre, no tiene la culpa de esa madre que le tocó”, pensó el desconocido mientras se alejaba por esas pampas sucias del polvo de los caminos, de las cosechadoras y de las camionetas atiborradas de pasto para las vacas.


Susan empezó a caminar por el sendero hasta llegar a la humilde casa. En definitiva, se hallaba a pocos kilómetros de la mansión de los patrones en el pueblo vecino. En un principio, arrebatada por la furia, pensó en escapar al sur y desaparecer para siempre.

Es grande el resentimiento cuando el rencor se apodera de los sentidos, se busca huir para hallar la paz anhelada que puede parecer ajena y hasta imprecisa, pero necesaria.

Alma tenía un chupete enorme y ya estaba empezando a inquietarse. Demasiado había soportado el arrebato de Susan, el corto viaje en tren y las sacudidas del carro. Parecía sentir más tranquilidad en los brazos de Susan que en su casa dorada junto a Mía, su madre. La niña ya percibía las tormentas, y cualquier viento era más sanador que una mansión con fantasmas, gritos, salmos y muros de piedras preciosas.

**

PERDER EL ALMA
Me deben una vida...
Escaparse de uno mismo.

Perder el Alma. (Cap 1-fantasmas, gritos y salmos. 1era parte)

 


PRIMERA PARTE
Por las malas...


1-FANTASMAS, GRITOS Y SALMOS

 

¡Es mi hija!

 

Susan Alina Avellaneda siempre quiso tener un hijo…

Aquel día, veinte años atrás, lo había robado y hoy no estaba arrepentida porque Alma era el único motivo que tenía para luchar por su vida. No le importaba Mía, su verdadera madre, ni los derechos de Alma: saber cuál era su identidad. Ella la había educado con amor, el que le hubiera faltado en aquella casa desierta de abrazos, donde, como mucama, fue humillada hasta el hartazgo por Dolores y por Roberto, su hijo. De Salvador Ferrer, el patrón, no tenía nada que decir, era una víctima igual que ella. Por eso murió en soledad o lo mataron… No lo sabía, ya no le importaba.

Tenía la obligación de vivir para continuar cuidando a la luz de sus ojos, pero el virus traicionero, el que la había alcanzado por descuido, la estaba dejando sola y aislada, a punto de partir sin poder despedirse.

−Hija…

 

 

Argentina. Año 2000.

Susan entró al cuarto de Mía, ella permanecía dormida. De lejos, vio a la niña Alma, un rato antes, jugar en sus brazos con el rostro alegre y la respiración sonora y profunda. Ella despreciaba a esa familia por haber ofendido su dignidad con el solo fundamento de ser la esclava, el ser que renegaba de su ignorancia pero que sabía de las miserias de aquellos a quienes les importan sólo las apariencias.

La mucama retrocedió con los ojos entornados y llenos de lágrimas. Derrumbó un botijo antiguo que estaba sobre el cajón de las medicinas. Mía no se inmutó. Al lado de la cama, un brizo envuelto en lanas color rosa esperaba la siesta para atrapar a Alma y guardarla en su sopor.

Un destello de furia se apoderó de Susan mientras su mano se aferró al borde de la cama donde Mía dormía. Los repudiaba, quería acabar con esa familia.


En ese momento, Alma comenzó a llorar. La criada retrocedió nuevamente. Ese lamento penetró en su corazón como un ensordecedor grito que quemó sus vísceras; entonces, volvió junto al lecho, levantó a Alma y la cubrió con un manto blanco. Sin hablar, poseída por un endemoniado salvajismo, huyó por el camino hacia llegar a la estación. Escuchó un silbato desde lejos y esperó… No podía perder más tiempo.

Sin ser vista por nadie, logró subir al tren con rumbo desconocido.

Susan Alina Avellaneda se perdió entre el polvo de los caminos y la sirena del tren que parecía desbocado. Tenía que huir a algún lugar distante, entre el cielo y el mar, donde pudiera convertirse en la madre que soñaba.

Ella no era una mala mujer, pero las humillaciones la habían alcanzado a rozar y la apatía no le permitía resolver los problemas urgentes. Quizá, no quería. El egoísmo de los otros era tan cruel que le había colocado un disfraz delante de los ojos. No podía razonar bien; no era aquella Susan, la de los primeros tiempos, porque los años y las carencias la cargaron de resentimientos. La maldad de los otros entró en su cuerpo como una aguja de acero y se cansó de repetir:

−Sí, señora.

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PERDER EL ALMA
Me deben una vida...

La nodriza esclava. Dinastía Tudor-1510

 


Isa se fue por el camino del cementerio junto a la iglesia. Había dos sepultureros, de rostros níveos y glaciales, que se despertaron cuando ella les gritó con todas sus fuerzas. Estaban descansando entre dos tumbas.

Una sombra encapuchada la seguía en su recorrido por el camposanto; ella no se animaba a mirar hacia atrás. El hombre no hablaba. Si Isabel se detenía, él también lo hacía; llevaba un hacha en la mano. Cuando regresó, les contó a los trabajadores lo sucedido… Cada uno tomó un bastón y recorrieron el lugar, entre mausoleos prehistóricos y lápidas de piedra, pero no encontraron a nadie. El espectro había desaparecido o quizá vivía en la imaginación de Isabel; la parca siempre la buscaba porque  quería hablarle como a los moribundos que, en el minuto final, parecen estar en comunión con alguien que los llama en silencio. ¡La enigmática muerte!, tan oscura para Isabel pero tan presente.

Los escépticos piensan que las apariciones existen sólo en la mente de quienes las ven. Para ella esa ánima era la manifestación del alma de todos los humanos muertos; tal vez una amenaza, un verdugo que la buscaba para darle fin.

Isabel Law recordó que su madre Tate le relataba siempre que Santo Tomás Becket fue asesinado durante una misa en la Catedral  de Canterbury en 1170. Decían que volvía a visitar la Torre de Londres de la que era gobernador. Dos niños, el joven príncipe Eduardo V y su hermano el Duque de York, asesinados por su tío Ricardo III en 1483, se paseaban por los corredores vestidos con túnicas.

El torreón de la fortaleza, la torre blanca, no había sido encantada por nadie. Según la tradición, cuando se construyó en el siglo X, se practicó el sacrificio de un animal para alejar los espíritus maléficos.

Ese ambiente tórrido a Isabel la turbaba tanto que parecía extraviada, herida y destrozada, como un mísero esqueleto sin identidad, muerta después de una guerra o amante de su rey.

Se atrevió a mirar su propia sombra en la atmósfera entumecida por las batallas personales. Su gracia era el consuelo y la balanza; no había rivales, sólo debía procurar comida para los banquetes, limpiar el oratorio, proteger embarazos ajenos y sin futuro, obedecer al varón todopoderoso.

¡Isabel quería tener un bebé en sus brazos!

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LA NODRIZA ESCLAVA
Dinastía Tudor
-1510-

Personajes de novela: la abuela Rosa



La taza Isabelina de mi abuela materna Rosa.
No llegué a conocerla porque falleció cuando tenía sesenta años y yo todavía no había nacido. Mi madre no se había casado.

La abuela Rosa era una mujer de mucho carácter. En aquella Pampa Gringa, en medio de la oscuridad de la noche y alumbrada con una vela o un farolito, ella salía a tirar con su escopeta cuando escuchaba algún ruido. El arma la tenía detrás de la puerta.

Los miedos de Rosa...
Los ladrones que acechaban los campos.

Mi abuelo, algo tranquilo, la dejaba porque él era quizá demasiado indiferente o triste.
Mi madre heredó aquel genio bravío y yo también, aunque muy sensible.
Tengo mis convicciones y las defiendo.
**

Cuento su historia en este libro
QUERIDA ROSAURA
¿Cuánto dura el amor?
La eternidad.

ARGENTINA
-1923-

LA PROBLEMÁTICA SOCIO-ECONÓMICA DE LOS ARGENTINOS EN ESOS AÑOS.
¿CÓMO VIVÍAN LOS AGRICULTORES HUMILDES EN LAS PAMPAS DEL SUR?

Rosaura Waner fue una persona que no supo disfrutar ni entender la vida. Se entregó a los demás como si tuviera que cumplir una misión.



Amó a su madre Magdalena quien reprimió, desde niña, sus deseos más queridos; la obligó a ser una mujer y a llevar sobre sí las cargas de un adulto.

No disfrutó de los momentos por hallarse inmersa en un pasado que le dejó secuelas hondas: la muerte temprana de Magdalena y la de su hermano Juan José de treinta y cinco años. Si su madre no hubiera fallecido, ella no se hubiera casado.

Rosaura vivió para para llorar de la mañana a la noche a sus muertos, para velar por su hermano menor, Rubén, hasta el último día. A María, su hija, la cuidó como un tesoro que le costó mucho concebir. Sintió terror por su salud porque conocía de memoria el sabor de las ausencias; ahogó su juventud con reclamos absurdos y extendió la doctrina de su madre hasta el final de su historia. Según sus propias palabras amó a un Dios que le arrebató la vida.

¿Puede una mujer vivir para los demás solamente para ser querida, quedarse detenida en el pasado llorando a sus muertos e ignorar, de alguna manera, a su esposo e hija?

¿Cuál será el porvenir de mi pasado?
José E. Pacheco

Licia. Hermana mía, por Ivan do Carmo

 


Interpretación de este texto por Evan do Carmo. (Brasilia)


Versos entrelazados como hilos de la memoria, Celine volando en el tiempo buscando su historia. 

Alas y risas, sueños que persisten; Madame Olimpia, Luis José, memorias que existen. En el refugio del pasado, como un pájaro libre, Celine encuentra amparo donde el corazón revive. 

Lisa, la abuela, se despide con una sonrisa serena cayendo como cascada en el eterno terreno. Las madreselvas susurran... testigos de la despedida, nubes se anidan en los árboles como cómplices de la vida. 

Licia, hermana querida, esta historia es un tesoro, un lazo eterno, un poema de amor verdadero.

LICIA. HERMANA MÍA


EN EL MARCO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA, LA LEYENDA DE LOS OJOS AZULES.

Rosalie y Antoine Florent se casaron en la iglesia de San Eustaquio construida entre 1532 y 1632 en el barrio de Les Halles. Al año siguiente nació Alexandre, el primer hijo de la pareja. El niño, con el paso del tiempo, se transformó en un joven tímido y caviloso. Daba sus lecciones recitando como si fueran sermones.


Cuando llegó al mundo Celine, él ya tenía catorce años y empezó a comportarse de manera extraña. Alexandre hablaba sobre leyendas, demonios, brujos y le atraía mucho todo lo que estuviera relacionado con la monarquía. Decía que Celine, su hermana, de enormes ojos azules, tenía poderes sobrenaturales y que podía percibir la muerte cercana. No precisamente para que la alcanzara sino para demostrarle su existencia.

Lejos, en el otro extremo de la ciudad, la señorita Louise Héland, quien solía recoger los residuos de las Tullerías para comer, encontró un día un bebé abandonado en una plaza. Inmediatamente se lo llevó y lo ocultó en la casa de huéspedes de Madame Delfine Blanduriet, situada en la parte baja de la calle de Santa Genoveva, donde ella vivía de prestado.

Dos familias, una historia. La infancia, la figura materna agigantada como símbolo, las supersticiones arcaicas, el abandono y la Revolución francesa.

"No hay distancias cuando se tiene un motivo" Jane Austen

 


Gracias Japón por leer "Buenas y Santas..."
Jamás pensé en llegar tan lejos.




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"No hay distancias cuando se tiene un motivo" (Jane Austen)






BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.