Isa se fue por el camino del cementerio junto a la iglesia. Había dos sepultureros, de rostros níveos y glaciales, que se despertaron cuando ella les gritó con todas sus fuerzas. Estaban descansando entre dos tumbas.
Una sombra encapuchada la seguía en su recorrido por el camposanto; Ella no se animaba a mirar hacia atrás. El hombre no hablaba. Si Isabel se detenía, él también lo hacía; Llevaba una hacha en la mano. Cuando regresaron, les contó a los trabajadores lo sucedido… Cada uno tomó un bastón y recorrieron el lugar, entre mausoleos prehistóricos y lápidas de piedra, pero no encontraron a nadie. El espectro había desaparecido o quizás vivía en la imaginación de Isabel ; la parca siempre la buscaba porque quería hablarle como a los moribundos que, en el minuto final, parecen estar en comunión con alguien que los llama en silencio. ¡La enigmática muerte!, tan oscura para Isabel pero tan presente.
Los escépticos piensan que las apariciones existen sólo en la mente de quienes las ven. Para ella esa ánima era la manifestación del alma de todos los humanos muertos; Tal vez una amenaza, un verdugo que la buscaba para darle fin.
Isabel Law recordó que su madre Tate le relataba siempre que Santo Tomás Becket fue asesinado durante una misa en
El torreón de la fortaleza, la torre blanca, no había sido encantada por nadie. Según la tradición, cuando se construyó en el siglo X, se practicó el sacrificio de un animal para alejar los espíritus maléficos.
Ese ambiente tórrido a Isabel la turbaba tanto que parecía extraviada, herida y destrozada, como un mísero esqueleto sin identidad, muerto después de una guerra o amante de su rey.
Se atrevió a mirar su propia sombra en la atmósfera entumecida por las batallas personales. Su gracia era el consuelo y la balanza; no había rivales, sólo debía procurar comida para los banquetes, limpiar el oratorio, proteger embarazos ajenos y sin futuro, obedecer al varón todopoderoso.
¡Isabel quería tener un bebé en sus brazos!
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