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El camino rojo

 

El camino rojo llevaba a "Las Acacias".
Milagros iba en aquella calesa en ayuda de él, Juliancito. Necesitaba obligarlo a crecer.

La vida los había colocado uno frente al otro y eran dos polos opuestos, pero ella, desde el corazón, necesitaba buscar la manera de acercarlo a otro sendero que no fuera el de la plegaria, el de la lástima...

Él no se dejaba ayudar.

El militar Aurelio Correa Viale, vigilaba. Era un centinela de las vidas que lo rodeaban y hasta de las emociones.
No quería que nada estuviera librado al azar porque no le gustaban las rebeldías; sin embargo, el camino rojo lo sorprendió...

No le dio tiempo a dar órdenes.
La vida ofrece otras oportunidades, hay que saber mirar.


SOLA.
La tímida valentía de crecer.

La ventana secreta

 

La buhardilla de la abuela Blanca


La abuela observaba. Don Pedro iba y venía por el pasillo de losas. La cabeza erguida y ese porte de caudillo con el látigo que golpeaba las botas lustrosas, le daba un aire de poder. Hablaba solo, rezongaba, su mal humor iba en aumento. Sin embargo, no tenía grandes razones para quejarse de la vida.

“¿Por qué me haces sufrir tanto?”, pensó Blanca desde lo alto, encerrada tras esas rejas.
‒Algún día ya no podrás andar por la tierra porque volarás por los aires ‒dijo murmurando como una viejecita sin remedio‒. Los tiernos fantasmas de antaño son ahora tus monstruos interiores. ¿Puedes manejar las palabras? Creo que se te escapan desarticuladas e invaden tu corazón empecinado en hacer de tu familia seres tristes. No puedes sostener la mirada porque le temes a la agonía de la culpa. Sabes… por la ventana entra tu silencio como lenguaje oculto de la noche. Me juzgas, me castigas, no me hablas desde hace veinte años o más. No recuerdo bien. ¿Tienes brújula? ¿Dónde está tu norte? Hijo te quedarás solo entre tus soberbios vaticinios.

Doña Blanca cerró la ventana bruscamente y don Pedro se asustó. Miró hacia lo alto pero no vio nada y como siempre no le dio importancia. No quería saber de ella, estaba enojado, la sometía a la indiferencia más atroz, la culpaba de todo. Era sólo una anciana que ya no tenía futuro, pero sí un pasado que él no quería recordar. Estaba sordo a sus caricias, a los besos de antaño y acumulaba cenizas que escondían faltas y errores.

Nadie es perfecto porque somos humanos.

En aquella oscuridad a la que solamente se asomaba la criada Tadea, la abuela sentía compasión por su hijo; podría sepultarla viva que ella lo iba a amar. En su corazón sólo existía la entrega al prójimo, a los seres queridos y a la lluvia.
Los abrazos del sueño estaban próximos… Quizá.


❤






Tu sillón vacío
La Revolución de Mayo
-1810-

La canción del mar

 
La última mujer.

-1912-
Un naufragio.
El baúl de perlas.

Quiero agradecer a los lectores de amazon en kindke unlimited por sumarse a conocer la historia de Rebeca: una novela muy emotiva que escribí con amor. Así lo siento, así lo viví por aquellas épocas de 2018 cuando me presenté al concurso de Amazon.

Infinitas gracias por el apoyo, por estar, por comprarla en papel (lo valoro el doble)
Amazon

A los lectores de Argentina, les cuento que si desean pueden adquirirla en la Editorial Autores de Argentina

y por Mercado Libre.

Siempre digo que en mi país pocos me leen y que en Europa o en otros países americanos tienen diferente mentalidad, otro enfoque; no miran exactamente quién publica por editoriales grandes, sino que les dan la oportunidad a todos. Es tan importante para quien viene luchando desde que era niña.

Gracias por el cariño y por seguir mis letras. Es mucho, los quiero y los necesito para continuar.
Abrazos!!!

Se puede ser libre dentro de cuatro paredes...

 


EMILY, ANNE Y CHARLOTTE BRONTË
-1855-

BIOGRAFÍA NOVELADA

ENLACE---LA LIBERACIÓN

Sallie Deam es una escritora principiante que va a Haworth, la rectoría, donde vive Charlotte Brontë quien se acaba de casar. Sallie quiere escribir una biografía sobre las hermanas y recurre a ella, la única de las tres, que permanece en Yorkshire y que se ha salvado de morir.

Este breve libro es un ida y vuelta, a corazón abierto, un intercambio de sentimientos y de recuerdos, el resumen de las obras maravillosas de las hermanas Brontë y sus carencias, miedos y pasiones.

Cada una mostrará su perfil a través de la palabra de Charlotte, que intentará perpetuar la vida que se les negó...

Una biografía mirada desde el alma

Las hermanas que querían amar y ser amadas.

Siempre me llamó la atención la vida de las Hermanas Brontë, así también como la de Jane Austen: sus obras, la soledad, tanto talento... Es por eso que decidí escribir esta biografía novelada tratando de imaginar, al menos algo, lo mucho que sentían viviendo en la rectoría, junto al cementerio, en medio de los páramos helados y con la tuberculosis asolando esos lugares y su entorno. A pesar de ello, esas niñas tímidas, que no lo eran tanto... pudieron desplegar su inspiración y crear obras inmensas. Emily es mi preferida, pero esta historia o biografía está narrada por Charlotte que fue quien quedó con vida, la última  de ellas, y la que pudo disfrutar un poco del éxito. Me gustó mucho escribir este breve libro porque existían cosas que ignoraba sobre ellas y sus padres, su hermano y la criada Tabby. Fue fascinante entrar en ese mundo.

El silencioso grito de Manuela (Cap IX. 2da parte)


-Mi hija ya debe escuchar el trotecito de los caballos y el sonido de las ruedas de las carretas.

Letizia tuvo la tentación de salir corriendo cuando vio a Manuela observarla con piedad porque le parecía la cara misma de ese hado y su desvastada ironía, pero, a pesar de todo, esas dos almas se amaban y volvieron a unirse para acortar caminos.

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El tiempo pasaba entre los marrones y ocres, a partir de hechos casuales y de rutinas: migas espumosas, cafés, meriendas y salsas gallegas. José estaba en silla de ruedas en su casa de campo contando semillas de mandarinas cuando el cerebro se lo permitía. La cita de todos los días era posar como para un fotógrafo frente al ventanuco y deslizar una tiesa sonrisa de Gioconda. Parecía no conocer la realidad.

Manuela y Julián cenaron pollo perfumado con naranja en la cocina de la residencia y luego, tras una charla, se retiraron a saborear un coñac mientras intercambiaban ideas. En el patio, Rosario, la perra Collie, atacaba el criadero de conejos que eran defendidos por una docena de gatos.

Lucía dormía presa de los dogmas de la iglesia y Dolores y Laura habían salido a divertirse, a ver a sus ídolos de la música y a los jóvenes de su edad que, como toda generación, tenían sus códigos.

Letizia, en cambio, se encontraba a escondidas con Manolo Fuentes, un comerciante de la zona que, según decían las lenguas indiscretas, tenía dudosa reputación. Ella se sentía una joven en blanco y negro que jugaba con las secuencias como si los años no hubieran transcurrido. Manolo era extrovertido y parecía tirano porque su conducta despertaba desconfianza; Letizia lo veía un soberano a la altura de los clásicos, ya no había llanto ni furia solamente deseos de olvidar.

Manolo la acompañaba a los sanatorios y a recorrer las catedrales góticas; viajaban como mochileros y se sentían justos, con sed de venganza, porque pensaban que ésa era la cualidad principal de la condición humana.

-Sabes tú lo que es el sabor amargo.

-No porque le escapo a los malos tragos.

-Pues huyamos entonces a cualquier lugar porque acabarán dando en mi talón de Aquiles.

-Devuelve el alma a tu cuerpo y recupera la pasión que has olvidado porque eres linda y salvaje-le dijo Manolo completamente enamorado y ajeno a los sufrimientos de Letizia.

-Yo no soy la que ves.

-Veo un cuerpo frívolo y un alma doliente.

-Este disfraz mi querido Manolo esconde secretos y muchas personas en una sola. No necesito inventar espacios ni palabras porque ya estoy de vuelta de la vida. He sufrido tanto que todo lo que me rodea me parece superfluo, insignificante y carente de valor. Dios me está poniendo a prueba constantemente por eso desconfío de ti.

-Bueno… bueno… Letizia eres un tanto complicada para mi gusto pero bella y liberal, eso te convierte en un ser apetecible.

-Calla…

Letizia se enojó y se marchó del lugar mientras Manolo la observaba con una copa de jerez en la mano y una sonrisa mordaz.

-Ya volverás, pequeña, porque me necesitas.

Manuela estaba recostada esperando que su hija llegara a la casa porque su tardanza la preocupaba. Tenía un archivo de fotos sobre el regazo que acariciaba con amor, eran retratos de Rocío y de Encarnación que mantenía ocultos en el altillo lejos de la mirada de Damián.

-Vienes de una revuelta estudiantil-le dijo a Letizia cuando la vio atravesar la sala con los zapatos en las manos.

-No hables porque ya no tienes poder sobre mí.

-¡Qué buscas! ¡Contesta!

-Amor.

-Eres necia, recoge la armadura que llevas porque así nadie te verá.

-Tengo puesto mi traje de luto para que no encuentres nada de que avergonzarte. ¡Me miras! ¡Qué ves! Puedo cometer locuras con este aspecto y esta cara.

-Quieres revolución pero caes en el fatalismo. Haces bien porque debes estar preparada para el frío y el fuego; un autor está escribiendo demasiadas páginas.


Letizia sabía que su madre tenía razón a pesar de su bohemia y de su pobre carácter. Ella dependía de ese antro sobre el que se levantaban las ruinas de todos y cada uno de los humanos que habitaron la casa en sus mejores tiempos. En el patio, escuchó el vuelo de una urraca cariblanca que amenazaba con su presencia vigilante. No tenía miedo porque ya no reconocía los calendarios ni las cuerdas del reloj; estaba atrapada entre los gritos y el silencio pero aliviada por haber tenido coraje para combatir con la fuerza que le daba la debilidad. Miró a Lucía dormir en su cama y pensó en la felicidad de los niños, en esa falta de temor ante los riesgos y en aquello que desconocen totalmente: la muerte.

Julián bebía en la biblioteca. Se sentía culpable de no poder cambiar los presentimientos. No recordaba haber vivido años de paz y prosperidad. Todo le parecía lejano y, a pesar de tener fe cristiana, no podía entregarse al idilio que Manuela tenía con Dios.

*

El silencioso grito de Manuela

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El silencioso grito de Manuela (Cap IX. 1era parte)

 
IX


Letizia regresaba bastante repuesta de las salidas nocturnas donde se relacionaba con hombres con estilo y cuerpos afiebrados. Cierta textura en su piel hablaba de una alegría que no presagiaba nada bueno.

Lucía, al igual que sus hermanas, se levantaba muy temprano para ir a la escuela. No esperaba nada de Manuela, quien las atendía, y se iba rápido como escapando de la persecución de sus abuelos. Julián se había convertido en un anciano meloso, con ojos pensativos y gafas de bibliotecario. Sin embargo, se movía con afán entre los pasillos con sus placares atestados de folletos informativos. Se exiliaba en el escritorio a cavilar como si escondiera un tesoro que debía custodiar en demasía.

-A veces, la paz se vuelve guerra para las almas -decía Manuela cuando lo veía absorto mirando la nada.

-Mujer, el destino nos deja sin respuestas. La tempestad se puede desatar en cualquier momento. ¿Tú ves a Lucía? ¿La miras realmente? Cruza el umbral de tu inocencia y piensa en la carita de la niña.

-El futuro es un rompecabezas que parece de humo.

-¡Basta ya! ¡Deja de hablar necedades! Lucía lleva la vejez en su piel alba y la sabiduría de una mujer que ha llegado a sus límites, donde se tuerce el rumbo y se cuentan las horas.

-Lo sé, viejo. Tú crees que yo no sé lo que ocurrirá inevitablemente. Me conoces de toda la vida y todavía dudas de mis presentimientos, si los he tenido desde pequeña cuando me escondía en los roperos a leer libros de medicina.

Manuela y Julián, después de muchos años de no hacerlo, se abrazaron para llorar, como si juntos y aprisionados la tristeza fuera leyenda y no una derrota. La anciana prendió una vela para salvaguardar de los males a su familia.

 

 ***

 


El sol se desvanecía sobre los tejados de Barbastro. Letizia entraba a la iglesia de San Francisco y era observada por algunas mujeres que acariciaban las cuentas de sus rosarios, silenciosas pero alertas. El párroco que se hallaba en el altar principal acomodaba flores y manteles. Letizia se arrodilló; llevaba la cruz de nácar, el vestido de gasa negro y un sombrero. Su tristeza se remontaba a aquel día que el médico le habló de la dolencia de su hija cuando había posibilidades de salvarla; hoy le parecía remoto igual que el mañana. Ella miraba la gente que rezaba y pensaba que, tal vez, eran humildes desdichados que intentaban conversar con Dios.

De repente, comenzó a escuchar antiguas liturgias y entonces se abandonó a esa paz que transformaba su rostro inconmovible: esa coraza que la resguardaba discretamente de sus dramas. Cuando estaba en ese refugio no le importaban las fiestas ni los hombres porque de lo contrario se hubiera sentido egoísta.

Letizia se quedó en el templo hasta las cuatro de la mañana en medio de ese silencio que, como un remolino, aceleraba sus latidos. Ya no había caras achinadas, perros perdigueros y mujeres doloridas, sólo su mínima exhalación y sus preguntas. Todo el sacrificio era poco para intentar salvar la vida de Lucía pero también entendía que no estaba en sus manos ese rescate. No necesitaba el perdón de los superiores, solamente un poco de oxígeno y saber que la misión que alguien le había destinado no era en vano sino que venía cargada de esperanzas.

Manuela, en la puerta de la iglesia, la miraba con ojos llorosos.

------El silencioso grito de Manuela.

        Eternamente Manuela.