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El silencioso grito de Manuela (Cap XXI 4ta parte)


 

Letizia la miraba absorta con el rostro transfigurado y con un gesto de desprecio, enajenada y fuera de sí.

-¡No! -dijo sosteniéndose la cabeza con las manos, luego se llevó por delante a Manuela, la arrastró del pelo y la dejó tendida en el piso.

Dolores y Laura la ayudaron a levantarse porque estaba casi desmayada y Damián corrió hacia el auto en dirección a Letizia que se disponía a utilizarlo con la finalidad de escapar de ellos.

-¡No me sigan! -gritaba.

Siempre se sabe dónde empieza una historia pero no cuando termina; en este momento, el punto final lo daría Letizia porque ya estaban jugadas todas las cartas. Nada se podía hacer.

El castigo del cielo era como una bendición que la llevaba de la mano a abrir la última puerta, sin llaves.

Letizia se subió al automóvil y arrancó a toda velocidad con rumbo desconocido. De manera fatídica, los gestos no concordaban con el cuerpo ni con la expresión de los ojos. No conocía a nadie.

Manuela, en el revuelo de sus ideas infantiles, con los miedos a cuestas de toda una vida consagrada a los altares, lloraba abrazada a Manolo mientras Damián  había salido detrás de Letizia en un taxi.

-¡Pobre, hija, no pudo soportarlo!

-Señora, no se mortifique; recuerde que ella no está en su sano juicio, no sabe quién es y adónde va.

-Ya muérdete la lengua -dijo Manuela suavemente sin deseos de pelear con ese hombre que había odiado tanto y que sin querer se había convertido en su sostén.

-Abuela, vamos que Damián la va a encontrar.


En el umbral de la pensión, Socorro daba las gracias a Dios mirando las cumbres con el desparpajo de una mujer insolente, sin humanidad y con la frialdad de quien no tolera el sufrimiento ajeno. Era demasiado para su paciencia tener que combatir con gente con patologías a esa altura de su vida. Le daban asma bronquial y cardíaca esas criaturas endebles y desecadas; se había librado de Letizia y eso merecía un brindis con vino Tokaji. Llamó a los inquilinos y a su amiga Eulalia.

-No deberíamos hacer esto, es una pobre mujer.

-Estamos felices de que se haya ido a respirar otros aires. ¿No les parece?

-Sí pero puede regresar con el cuero avellanado.

-¡Qué cosas dices!

-No se fíe, Socorro, que ese espectro tiene más astucia que usted y si se descuida la deja seca -dijo Eulalia con las ansias de clavar un aguijón en la tranquilidad de la pensionista.

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EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA.
Eternamente Manuela.
El camino.

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