Letizia la miraba absorta con el
rostro transfigurado y con un gesto de desprecio, enajenada y fuera de sí.
-¡No! -dijo sosteniéndose la cabeza
con las manos, luego se llevó por delante a Manuela, la arrastró del pelo y la
dejó tendida en el piso.
Dolores y Laura la ayudaron a
levantarse porque estaba casi desmayada y Damián corrió hacia el auto en
dirección a Letizia que se disponía a utilizarlo con la finalidad de escapar de
ellos.
-¡No me sigan! -gritaba.
Siempre se sabe dónde empieza una
historia pero no cuando termina; en este momento, el punto final lo daría
Letizia porque ya estaban jugadas todas las cartas. Nada se podía hacer.
El castigo del cielo era como una
bendición que la llevaba de la mano a abrir la última puerta, sin llaves.
Letizia se subió al automóvil y
arrancó a toda velocidad con rumbo desconocido. De manera fatídica, los gestos
no concordaban con el cuerpo ni con la expresión de los ojos. No conocía a
nadie.
Manuela, en el revuelo de sus ideas
infantiles, con los miedos a cuestas de toda una vida consagrada a los altares,
lloraba abrazada a Manolo mientras Damián
había salido detrás de Letizia en un taxi.
-¡Pobre, hija, no pudo soportarlo!
-Señora, no se mortifique; recuerde
que ella no está en su sano juicio, no sabe quién es y adónde va.
-Ya muérdete la lengua -dijo Manuela
suavemente sin deseos de pelear con ese hombre que había odiado tanto y que sin
querer se había convertido en su sostén.
-Abuela, vamos que Damián la va a encontrar.
En el umbral de la pensión, Socorro
daba las gracias a Dios mirando las cumbres con el desparpajo de una mujer insolente, sin humanidad y con la frialdad de quien no tolera el sufrimiento
ajeno. Era demasiado para su paciencia tener que combatir con gente con
patologías a esa altura de su vida. Le daban asma bronquial y cardíaca esas
criaturas endebles y desecadas; se había librado de Letizia y eso merecía un
brindis con vino Tokaji. Llamó a los inquilinos y a su amiga Eulalia.
-No deberíamos hacer esto, es una
pobre mujer.
-Estamos felices de que se haya ido
a respirar otros aires. ¿No les parece?
-Sí pero puede regresar con el
cuero avellanado.
-¡Qué cosas dices!
-No se fíe, Socorro, que ese
espectro tiene más astucia que usted y si se descuida la deja seca -dijo
Eulalia con las ansias de clavar un aguijón en la tranquilidad de la
pensionista.
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