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El silencioso grito de Manuela (Cap XXI 2da parte)

 


Letizia se estaba preparando para salir al encuentro de Julián. Necesitaba abrazarlo y pedirle asilo; él había sido siempre su protector, su espalda, y ahora más que nunca deseaba hablar con su padre. Tenía ilusión, un amor desmedido, algo así como una obsesión que no podía ser desbaratada bajo ningún argumento. Ya nada resultaba válido porque los lazos de sangre la empujaban hacia la verdad, la única, la irreversible.

-¡Letizia! -gritó Manolo detrás de la parra-. Sal, mujer, de una vez por todas que nos vamos para la casa. Será de Dios, es que no me escuchas…

-Bueno, hombre, no la trate así -dijo la dueña de la pensión cansada de tanto renegar y aturdida por la voz de Manolo.

Letizia parecía sorda; de la habitación no se había movido y seguía arreglándose con el entusiasmo de una adolescente. El cambio era sorprendente, parecía otra persona más joven y más bella.

-Papá yo sé que me estás esperando porque tenemos mucho que decirnos. Perdona te he abandonado. He sido egoísta contigo pero tú sabes lo que he sufrido -repetía como si estuviera estudiando para dar examen.

-¡Letizia! -gritaba Manolo fuera de sí pues había perdido la paciencia.


Por el pasillo de la pensión, apabullada de curiosos, llegaron Manuela, Dolores, Laura y Damián. No entendían nada. Mientras todos permanecían expectantes ante la resolución del caso, Letizia ni siquiera sospechaba lo que estaba ocurriendo a sus espaldas. El caos era propio de cierto desajuste y de falta de autoridad. A Socorro no le importaba el desorden, sólo quería librarse de la presencia de esas gentes a quienes consideraba insanos. Ella no era un buen ejemplo pero ya no permitía en su casa un momento más de aturdimiento porque el ambiente se enrarecía a cada minuto y parecía no tener fin. Letizia, sin escuchar los gritos y sin conocer la existencia de su familia en el patio, salió despacio y con miedo. Todos, al verla avanzar como suspendida en el aire, creyeron que era una aparición y dieron un paso atrás. Ella sin mirarlos, completamente abstraída, se dirigió a Manuela quien cerró los ojos y cruzó las manos sobre el pecho.

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EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
¡Papá!

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