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El silencioso grito de Manuela (Cap XXII 4ta parte)--Final

 


-¡Yo lo sabía! -dijo Manuela envuelta en penumbras cuando le comunicaron la noticia-. Letizia quería encontrarse con su padre.

Manolo, aturdido, se encaminó hacia la calle porque debía ocuparse de los formalismos.

“Nada es tan exacto como saber que la vida es un continuo transcurrir de los días, y que hay un lugar en el cosmos donde la paz anida sus amadas criaturas.”

Todos sentían como si alguien hubiera apagado el fuego en medio de un hueco ahogado de cenizas y de huesos; mucho cansancio y aridez donde los objetos se desordenaban y los retratos eran sólo recuerdos.

La imagen de Encarnación, de veinte años, colgaba de la pared principal. Damián la observaba mientras recorría los contornos porque se veía real. Era la réplica que guardaba la memoria en resplandores furtivos que entretejían su historia de vida, tan rica y tan diferente a la de Letizia.

El atardecer lo sorprendía, muchas veces, con los álbumes del casamiento de sus padres en las manos porque no se cansaba de mirar a Encarnación. Había pasado demasiado tiempo solo, enfermo, sin el calor de aquella mujer irrepetible. La sentía viva más que nunca porque se había encontrado con ella por primera vez. Ya nadie se la quitaría…

 **

 

Bajo las lámparas agitadas por la ventisca, en un paisaje que parecía de fin del mundo, todos ellos, los que quedaron deambulando en el centro de la nada, despidieron los restos mortales de Letizia. Eran espíritus que retornaban del ayer al incansable tañido del reloj.

A Letizia la recordaron en sus actos mínimos, tan solitarios como sus palabras: el amor a su padre, la obediencia, la entrega total, su indefensión, el llanto… más tarde la lucha por salvarle la vida a Lucía envuelta en sus hábitos de abad transgresor.

Sus hijas no sentían nada por ella porque casi no la conocieron pero parecían destruidas y sin futuro: jóvenes taciturnas, melancólicas al extremo, casi depresivas. No sabían cuál era la verdad pero entendían que debían comenzar de nuevo para intentar borrar el destino marcado.




Pasó el tiempo…

Manuela, con los miedos infantiles y las pérdidas más queridas, rodeada de tisanas, licores de sal, cremas batidas y filosofías egipcias, se fue tratando de darle forma a la felicidad a través de la sabiduría, con ciento diez años cumplidos, hacia su última noche.

**

El SILENCIOSO GRITO DE MANUELA

(Último capítulo)
----------------------------------------------------Gracias por seguir esta novela a través de la red. No es fácil y por eso lo valoro mucho. Ya la he publicado tres veces en internet. La primera fue hace años en 2009; la gente entraba a dejar comentarios enojada con Manuela por su carácter, por ser como era. Manuela fue una persona que conocí muy de cerca, una mujer llena de miedos que no dejaba que sus hijas salieran a la calle, que no quería que se casaran... Todo por miedo a sufrir, a que les pasara algo. Las situaciones tristes, que previamente, tuvo que enfrentar la llevaron a esos límites. Yo la aceptaba tal como era, con sus rosarios, sus estampas, y sus innumerables temores. Por supuesto que, como toda ficción, tiene otros matices que fui agregando para completar cada secuencia.
Novela escrita entre 2006 y 2008.
Amo esta historia y la escribo por pasión a la escritura.
No encuentro en otra cosa tanta felicidad.
Infinitas gracias por estar.

-----Continuaré con otra ficción seguramente... Estoy en mi otro blog con:
  La última mujer.

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