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La última mujer (Cap II-Los vigías 2da parte)

 


“Tengo que poner a rodar una piedra que comience rápido a girar para lograr que otras entren en movimiento, es una cadena”, pensó mientras contaba los billetes que le había dado Mark. Alan permanecía envuelto en una frialdad insolente y oscura.

‒¿Qué estás planeando?‒le preguntó Harry al verlo tan callado.

‒¿Sabes que el abuelo se va de viaje?

‒¿Dónde? Hace años que no sale de la casa.

‒En un crucero con Rebeca y el marido. Un barco lleno de ricos que viven a costa de los pobres y que se mofan de ellos. ¡Malnacidos!

‒Odio la alta sociedad‒comentó Harry con resentimiento.

‒Son soberbios, dan asco. Pero no te preocupes, yo mismo me ocuparé de ponerlos en el lugar que se merecen… Rufianes.

‒Bah… nosotros no podemos hacer nada.

‒Yo sí puedo‒respondió con seguridad Alan al comentario de Harry que parecía ajeno a los pasos que iba dar. Él no tenía tantas ambiciones. Sabía de su reputación, de lo que la gente pensaba de él y no estaba dispuesto a cambiar ni a enmendar los errores.

‒Me voy a jugar a los naipes, nos vemos a la noche. ¿Trajiste dinero? Guárdalo, ahora no lo necesito.

‒Está bien‒contestó Alan con un hilo de voz. Estaba aturdido por las ideas que se agolpaban en su mente como soldados ciegos y torpes.



La habitación espaciosa estaba rodeada de armarios de cristal y amueblada con un espejo de luna montado sobre las columnas y una mesa de nogal. Tenía tres ventanas por donde entraba la luz de la mañana con rejas y arabescos egipcios. El fuego de la chimenea se tornaba difuso, tendía a apagarse… La primavera era inminente. Wilson se hallaba sentado con un periódico en las manos, leía sin ver. Rebeca todavía no había preparado ni la mitad de las cosas que iba a llevar. Se la veía entusiasmada.

‒¿Le temes a algo?‒le preguntó a Wilson.

‒Me siento inseguro, no sé. Como que he perdido la confianza.

‒¿En quién?

‒En todo. La vida es impredecible y te golpea suave primero para que puedas soportar el hachazo que vendrá después.

‒¿Lo dices por mi enfermedad?

‒También. Lo digo en general. Somos tan vulnerables. Tenemos el destino marcado.

‒A veces el destino lo armamos nosotros mismos con nuestras elecciones de vida, con el camino que tomamos y con los riesgos.  Si te quedas dentro de la casa es más difícil que te suceda algo imprevisto.

‒Pasa igual. Alguien dicta la sentencia.

‒¡Qué fatalista! ¡No me asustes, Wilson! Se supone que tienes que darme ánimos. No puedo deprimirme en mi estado. Sabes que he sufrido mucho desde que nos casamos y ahora con mi mal. Deberías ser más complaciente. ¡Caridad!‒gritó Rebeca para que Wilson reaccionara.

‒Sí, amor, perdona. Sé que siempre quisiste el hijo que Dios no nos regaló y que padeciste mucho por eso. Lo siento tanto.

Wilson la abrazó con ternura tratando de dar calor a ese cuerpo helado. Los ojos se le nublaron y un temblor le recorrió la piel. Era emoción y miedo, un dolor natural ante el peligro. Sabía que había elegido bien; el viaje sería enriquecedor para Rebeca y le daría la energía que le faltaba para enfrentar otra batalla. No existía ningún misterio. La vida los premiaba de alguna manera con la compañía de Carl y Amy que eran como hermanos y también con la presencia del padre cariñoso; Mark era el sostén de la familia.

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La última mujer
-1912-
Un naufragio
El baúl de perlas

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