“Tengo que poner a rodar una piedra que comience rápido a girar para lograr que otras entren en movimiento, es una cadena”, pensó mientras contaba los billetes que le había dado Mark. Alan permanecía envuelto en una frialdad insolente y oscura.
‒¿Qué
estás planeando?‒le preguntó Harry al verlo tan callado.
‒¿Sabes
que el abuelo se va de viaje?
‒¿Dónde?
Hace años que no sale de la casa.
‒En
un crucero con Rebeca y el marido. Un barco lleno de ricos que viven a costa de
los pobres y que se mofan de ellos. ¡Malnacidos!
‒Odio
la alta sociedad‒comentó Harry con resentimiento.
‒Son
soberbios, dan asco. Pero no te preocupes, yo mismo me ocuparé de ponerlos en
el lugar que se merecen… Rufianes.
‒Bah…
nosotros no podemos hacer nada.
‒Yo
sí puedo‒respondió con seguridad Alan al comentario de Harry que parecía ajeno
a los pasos que iba dar. Él no tenía tantas ambiciones. Sabía de su reputación,
de lo que la gente pensaba de él y no estaba dispuesto a cambiar ni a enmendar
los errores.
‒Me
voy a jugar a los naipes, nos vemos a la noche. ¿Trajiste dinero? Guárdalo,
ahora no lo necesito.
‒Está bien‒contestó Alan con un hilo de voz. Estaba aturdido por las ideas que se agolpaban en su mente como soldados ciegos y torpes.
La
habitación espaciosa estaba rodeada de armarios de cristal y amueblada con un
espejo de luna montado sobre las columnas y una mesa de nogal. Tenía tres
ventanas por donde entraba la luz de la mañana con rejas y arabescos egipcios.
El fuego de la chimenea se tornaba difuso, tendía a apagarse… La primavera era
inminente. Wilson se hallaba sentado con un periódico en las manos, leía sin
ver. Rebeca todavía no había preparado ni la mitad de las cosas que iba a
llevar. Se la veía entusiasmada.
‒¿Le
temes a algo?‒le preguntó a Wilson.
‒Me
siento inseguro, no sé. Como que he perdido la confianza.
‒¿En
quién?
‒En
todo. La vida es impredecible y te golpea suave primero para que puedas
soportar el hachazo que vendrá después.
‒¿Lo
dices por mi enfermedad?
‒También.
Lo digo en general. Somos tan vulnerables. Tenemos el destino marcado.
‒A
veces el destino lo armamos nosotros mismos con nuestras elecciones de vida,
con el camino que tomamos y con los riesgos. Si te quedas dentro de la casa es más difícil
que te suceda algo imprevisto.
‒Pasa
igual. Alguien dicta la sentencia.
‒¡Qué
fatalista! ¡No me asustes, Wilson! Se supone que tienes que darme ánimos. No
puedo deprimirme en mi estado. Sabes que he sufrido mucho desde que nos casamos
y ahora con mi mal. Deberías ser más complaciente. ¡Caridad!‒gritó Rebeca para
que Wilson reaccionara.
‒Sí,
amor, perdona. Sé que siempre quisiste el hijo que Dios no nos regaló y que
padeciste mucho por eso. Lo siento tanto.
Wilson
la abrazó con ternura tratando de dar calor a ese cuerpo helado. Los ojos se le
nublaron y un temblor le recorrió la piel. Era emoción y miedo, un dolor
natural ante el peligro. Sabía que había elegido bien; el viaje sería
enriquecedor para Rebeca y le daría la energía que le faltaba para enfrentar
otra batalla. No existía ningún misterio. La vida los premiaba de alguna manera
con la compañía de Carl y Amy que eran como hermanos y también con la presencia
del padre cariñoso; Mark era el sostén de la familia.
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