Francisca se automedicaba con benzodiapecinas (tranquilizantes) porque no iba a morir hasta que su hija no estuviera restablecida y pudiera llevar las riendas de la fortaleza de quinientas hectáreas que todavía debía pagar con el trabajo.
En el llano, relucían los campos con los trigales y la paz reinaba en el mutismo de ultratumba; un trébol sobre el musgo amanecía dormido mientras se escuchaba el eco de algún murmullo en el borde donde se unía la melodía con el arpa. Los molinos y los burritos bravos desafiaban a ese aire que, con sofocado movimiento, se entrelazaba por las hendiduras igual que una revolución.
Los placeres se multiplicaban y había nuevos datos y competencias…
En Rosario, durante la nochebuena, alegres grupos de amigos recorrían al ritmo de acordes musicales las calles junto con la popular banda Garibaldina. En la plaza principal frente a la parroquia, se reunía la gente esperando la misa de Gallo y aunque se había anunciado que ella tendría lugar a las doce, recién a las cuatro de la mañana se abrieron las puertas del templo. Los bailes de máscaras se celebraron en las noches de sábado y domingo.
En muchas casas de familia se adornaron árboles de Navidad.
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Los hilos se cruzaban en el firmamento con tejido armónico de redes y apareció un aparato raro por donde se podía hablar a distancia: el teléfono. Alexander Graham Bell lo patentó y lo exhibió en la exposición mundial que conmemoró los cien años de Filadelfia, en Estados Unidos.
Maestro de chicos sordos, Bell se casó con una de sus exalumnas y tuvo la colaboración del joven electricista Tomás Watson. En la presentación histórica, Bell leyó los párrafos de Hamlet a científicos y políticos quienes escuchaban a través de los auriculares.
El artefacto fue testigo de encuentros y discordias para la gente de posición económica desahogada que no dudó en instalarlo en sus hogares. Sin embargo, los labradores trataron de sobrevivir junto con los trastos y en el afán de ver el porvenir arrastraron las miserias en detrimento de su propio bienestar.
Bajo un cielo desamparado, muchas veces lloraron sin atreverse a gritar por la injusticia. El silencio en algún momento los miró de frente y los dejaron desnudos y sin armas. Hubo épocas de resistencia y hostilidad por parte de los gobernantes que sin mostrar las razones les surtieron varios empellones que los obligaron a capitanear sus propias tierras. Demasiado rigor los hizo crecer.
Más tarde, se enarbolaron los estandartes de la libertad sembrados de reproches que fueron guardados en un arco de madera y bronce. Las circunstancias empobrecieron los cuerpos en el fragor de la contienda y desparramaron sus vísceras para ser roídas por los buitres con máscaras de petulantes caballeros. Los campesinos debían ventajar a los enemigos: indios, comerciantes inescrupulosos, dirigentes, farsantes, epidemias, ostracismo…
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Una mujer en el siglo XlX al gobierno de una propiedad era una doncella huérfana que caminaba por las espinas de un terreno aciago y palpaba despacio los contornos. No podía permitirse un respiro porque debía estar al acecho, igual que una fiera que va a ser enjaulada con excesiva velocidad.
Melanie Bourdet Chabot lo sabía y es por ello que tenía que recobrar el vigor necesario, después del fallecimiento de Rodolfo, para hacer frente a la oposición con la rectitud de siempre y así lograr su objetivo principal: criar a los hijos y saldar las deudas.
No quería tampoco que ese carácter compasivo se viera afectado por la rudeza del personaje que debía interpretar para enfrentarse con los hombres. No obstante, sabía muy bien que su actuación resultaría perfecta y que nadie se daría cuenta de que su antifaz era una postura de alguien sensible y humano. En ese refajo interior de tela rígida, con armadura metálica para ahuecar la falda, existía un ser viviente que no quería ser manipulado por nadie.
Doña Francisca jamás buscó persuadir a su hija Melanie sobre los asuntos personales porque sabía que chocaba contra un muro. Ella podía ser cariñosa pero brava, débil pero astuta, un ángel o un demonio. No tenía límites para opinar pero ponía distancia; respetaba al otro para continuar la camaradería; Entendía que no debía juzgar la poca resistencia y la escasa virtud para seguir las leyes.
Melanie era amada por sus hijos y vecinos en un territorio demasiado machista que tal vez buscaba el principio de su ruina. Ella, quizás, podía adivinarlo pero había demasiados valores en juego: recato, honestidad, humildad ante los grandes, soberbia con los depredadores y fidelidad a sus raíces.
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