Francisca se
automedicaba con benzodiapecinas (tranquilizantes) porque no iba a morir hasta
que su hija no estuviera restablecida y pudiera llevar las riendas de la
fortaleza de quinientas hectáreas que todavía debía pagar con el trabajo.
En el llano,
relucían los campos con los trigales y la paz reinaba en el mutismo de
ultratumba; un trébol sobre el musgo amanecía dormido mientras se escuchaba el
eco de algún murmullo en el borde donde se unía la melodía con el arpa. Los molinos
y los burritos bravos desafiaban a ese aire que, con sofocado movimiento, se
entrelazaba por las hendiduras igual que una revolución.
Los placeres se
multiplicaban y había nuevos datos y competencias…
En Rosario, durante
la nochebuena, alegres grupos de amigos recorrían al ritmo de acordes musicales
las calles junto con la popular banda Garibaldina. En la plaza principal frente
a la parroquia, se reunía la gente esperando la misa de Gallo y aunque se había
anunciado que ella tendría lugar a las doce, recién a las cuatro de la mañana
se abrieron las puertas del templo. Los bailes de máscaras se celebraron en las
noches de sábado y domingo.
En muchas casa de
familia se ornamentaron árboles de Navidad.
***
Los hilos se
cruzaban en el firmamento con armónico tejido de redes y apareció un aparato
raro por donde se podía hablar a distancia: el teléfono. Alexander Graham Bell
lo patentó y lo exhibió en la exposición mundial que conmemoró los cien años de
Filadelfia, en Estados Unidos.
Maestro de chicos
sordos, Bell se casó con una de sus alumnas y tuvo la colaboración del joven
electricista Tomás Watson. En la histórica presentación, Bell leyó los párrafos
de Hamlet a científicos y políticos
quienes escuchaban a través de los auriculares.
El artefacto fue
testigo de encuentros y discordias para la gente de posición económica
desahogada que no dudó en instalarlo en sus hogares. Sin embargo, los
labradores trataron de sobrevivir junto con los trastos y en el afán de ver el
porvenir arrastraron las miserias en detrimento de su propio bienestar.
Bajo un cielo
desamparado, muchas veces lloraron sin atreverse a gritar por la injusticia. El
silencio en algún momento los miró de frente y los dejó desnudos y sin armas.
Hubo épocas de resistencia y hostilidad por parte de los gobernantes que sin
mostrar las razones les surtieron varios empellones que los obligaron a
capitanear sus propias tierras. Demasiado rigor los hizo crecer.
Más tarde, se
enarbolaron los estandartes de la libertad sembrados de reproches que fueron
guardados en un arcón de madera y bronce. Las circunstancias empobrecieron los
cuerpos en el fragor de la contienda y desparramaron sus vísceras para ser
roídas por los buitres con máscaras de petulantes caballeros. Los campesinos
debieron aventajar a los enemigos: indios, comerciantes inescrupulosos,
dirigentes, farsantes, epidemias, ostracismo…
***
Una mujer en el
siglo XlX al gobierno de una propiedad era una doncella huérfana que caminaba
por las espinas de un terreno aciago y palpaba despacio los contornos. No podía
permitirse un respiro porque debía estar al acecho, igual que una fiera que va
a ser enjaulada con excesiva velocidad.
Melanie Bourdet
Chabot lo sabía y es por ello que tenía que recobrar el vigor necesario,
después del fallecimiento de Rodolfo, para hacer frente a la oposición con la
rectitud de siempre y así lograr su objetivo principal: criar a los hijos y
saldar las deudas.
No quería tampoco que ese carácter compasivo se viera afectado por la rudeza del personaje que debía interpretar para enfrentarse con los hombres. No obstante, sabía muy bien que su actuación resultaría perfecta y que nadie se daría cuenta de que su antifaz era una postura de alguien sensible y humano. En ese refajo interior de tela rígida, con armadura metálica para ahuecar la falda, existía un ser viviente que no quería ser manipulado por nadie.
Doña Francisca jamás
buscó persuadir a su hija Melanie sobre los asuntos personales porque sabía que
chocaba contra un muro. Ella podía ser cariñosa pero brava, débil pero astuta,
un ángel o un demonio. No tenía límites para opinar pero ponía distancia;
respetaba al otro para continuar la camaradería; entendía que no debía juzgar
la poca resistencia y la escasa virtud para seguir las leyes.
Melanie era amada
por sus hijos y vecinos en un territorio demasiado machista que tal vez buscaba
el principio de su ruina. Ella, quizá, podía adivinarlo pero había demasiados
valores en juego: recato, honestidad, humildad ante los grandes, soberbia con
los depredadores y fidelidad a sus raíces.
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