viernes, 6 de septiembre de 2024

Perder el Alma (7-La ciudad de los espejos-2da parte)

 


−¿Quién vive en la casa? –preguntó el otro oficial que sacó una libreta para anotar.

−Nosotros y mis dos hijos Aníbal y Hortensia.

−¿Y dónde están? –gritó el otro desde las habitaciones.

−En el pueblo –agregó Fidel temblando y sin comprender cómo el policía no había encontrado a Susan quien escapó en esa dirección. La imaginaba acorralada y destilando furia entre las paredes descoloridas, con olor a humo y humedad.

−Está bien –agregó el oficial−. Disculpe las molestias.

−No, señor. A sus órdenes –respondió Fidel aturdido.

Fidel y Martina se miraron sin comprender.

Cuando se retiraron los oficiales y sólo fueron un punto en la distancia, muy lejos, ellos se acercaron al cuarto, pero no había nadie. Investigaron en la habitación de Aníbal y todo se hallaba en su lugar.

−Hortensia –llamaron bajito.

La soledad era perturbadora y no había rastros de Susan ni de Alma. Tampoco de la ropa que usaba la niña y de la valija que había traído cuando llegó al campo.

−Se fue, viejo –dijo Martina llorando.

−No puede ser, mujer. ¿Cómo lo hizo tan rápido?

−Mira, está todo vacío. ¿Por qué se esconde así? Ella robó ese niño. ¿Comprendes?

−Puede ser. Por eso se esconde. Pero no va a poder vivir así siempre. ¿Y por qué lo hizo? No tiene derecho.

−No sabemos. Los Ferrer la cambiaron, le “lavaron el cerebro” y se convirtió en una persona mezquina y envidiosa.

Martina y Fidel se quedaron desolados, sin saber qué hacer y qué pensar. Salieron al patio, entre las gallinas y patos, y miraron el horizonte, la calle que llevaba a las estancias vecinas y a la ruta. Pasaban los carros de lecheros y algún auto viejo que todavía circulaba por los senderos agrestes. Los usaban para no arruinar los nuevos que mantenían inmaculados dentro de los galpones. El auto verde de Fidel estaba todo rayado; se lo arruinó una niña cuando Martina fue de visita a la casa de un familiar. Aquella niña odiaba a Martina porque decía que venía siempre a la hora de la merienda. Comentaba que lo hacía a propósito para no gastar en comida.

−¡Malcriada!

−¡Tacaña!

Caminaron con sigilo entre el barro de los cerdos, por los tinglados donde guardaban los tractores antiguos y los carros de los bisabuelos. Caía una llovizna espesa y había olor a tierra mojada, a pasto y a comida de aves. Los seguían los perros moviendo las colas y cuatro gatos tricolores.

−¡Hija! –gritó Martina.

Susan se hallaba acurrucada en un rincón, sentada sobre la maleta con la niña en brazos y temblando de frío. Lloraba.

−Hijita –volvió a decir Martina y se acurrucó junto a ella. Estás helada, te vas a enfermar. Dame a la niña, hay que arroparla y llevarla junto al fuego. Por favor, trae la valija. Vamos para la casa.

−No. Me quedo acá.

Susan no quería moverse de la cueva, pero moriría de frío y de abandono.

 

En el invisible umbral
que me separa del llanto
está el reverso del sol
que me acaricia…
La mañana
es un huracán de soledad
que guarda vigilia, sueños,
desconcierto
y busca bendecir a los malos,
desterrar la soberbia,
y la loca fragilidad de la mentira.
 
La esperanza ya no basta.
En la ciudad de los espejos
se reproduce el miedo.
 
 

Susan Alina Avellaneda, una actriz de ficción, parecía inerte. Se estaba dejando morir, y con ella un inocente bebé que no tenía la culpa. Debía devolverla por el bien de todos. Alma, de grande, entendería las razones y juzgaría, desde su lugar, el comportamiento de su madre, de Susan y de todos aquellos que cometieron tantos errores. Pero Susan le estaba quitando ese derecho: la identidad.

Así como estaba le arrebataba también la vida.

−Hija, reacciona. ¡Por Dios, Hortensia!

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PERDER EL ALMA
--------------------Madre hay una sola, Alma, Santas, La venganza, El gato rojo, La Liberación, Hija, Eternidad, Amor Verdadero.

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