miércoles, 11 de septiembre de 2024

Las horas de Coty (2-El tío Rolando-1era parte)

 


2-

EL TÍO ROLANDO

 

Un día de agosto, posterior al fallecimiento de Elvis Presley, el tío Rolando decidió que había llegado su hora de ir en busca de la liberación. Necesitaba paz y una sensación de vuelo, de asomar por fin sus alas escondidas y desplegarlas para no regresar. La vida para él era demasiado aburrida; la vejez lo aturdía y no podía asumir el paso de los años.

Rolando no se quitó la vida como muchos pensaron, sino que la muerte lo sorprendió en su cama como si la hubiese llamado y así se entregó, con indiferencia y malhumor. El que siempre tuvo a los largo de sus ochenta años.

−Válgame Dios, el tío no puede haberse quitado la vida –exclamó espantada Constance.

−Es un pecado para el Santísimo.

−Claro, hermana.

Felisa, aún más fría que el tío, no se inmutó.

Preparó el velatorio en su propia casa, compró galletitas y se aseguró de tener suficiente café para todos. A la tía Felisa le gustaban las reuniones, pero no tenía muchos lugares donde concurrir. Un velatorio no estaba mal a la hora de ver gente. Ella no era una mala mujer, pero sí lejana, solitaria y apática. Rolando le había dado una existencia que no esperaba: silenciosa, pero cargada de reproches, gris y anciana, de obligaciones que Felisa no quería cumplir y que Rolando imponía como todos los hombres de antes, igual a sus abuelos.

−Lo siento, tía –llegaron Constance, Marie Anne y Coty.

Se mezclaron entre el gentío. Esa bulliciosa manera de despedir a los muertos. Una muestra irrespetuosa de decir que no les importaban las despedidas. Coty conversaba con una señora sentada a su lado y parecía tranquila. Llevaba una falda escocesa, una camisa blanca y zapatos de colegio.

−Qué bonita es la hija de Constance –murmuraban.

Entre perfumes de jazmines y tórtolas en los nidos, Rolando se despidió de la vida. Ya no tendría que tomar la sopa en presencia de sus sobrinas o esperar que los nietos tuvieran la gentileza de visitarlo. Felisa le dio la razón, a su manera, y se olvidó de aquel hombre con el que había compartido todos esos años tratando de complacerlo. Quizá, su apatía se debía a la resignación que le llegó un día cuando se dio cuenta de que no podía hacer nada y que tenía que sepultar sus sueños en pos de esa unión. Le cambió la “cabeza” y se entregó al servicio como una misionera. Ahora ambos eran libres.

−¡Otra vez de la iglesia! ¡No me gusta que lleven a Coty con ustedes y le llenen la mente con ideas absurdas! –gritó Octavio.

−¡Por favor! Venimos de sepultar al tío Rolando. ¡Qué en paz descanse!

−¿Murió?

−Sí, pobre santo.

Octavio, al escuchar las exclamaciones de su esposa y de la hermana se fue a su estudio. Era demasiado. No entendía cómo podía haberse casado con esa mujer. Era buena no lo negaba, pero le crispaba los nervios esa conducta benévola que lo justificaba todo, que no veía los errores y los defectos de los otros, que a la mayoría de las cosas pasadas y futuras se las encomendaba a Dios, y que ese mismo Dios le solucionaba los más terribles problemas.

−Lo dejamos en sus manos.

Bajo ese manto sanador que parecía curar las más hondas heridas, Constance y su hermana se fueron a descansar. Las esperaban sus obras de caridad y visitar el hospital para alegrar a los ancianos que las esperaban cada tarde para que les dieran una palabra de sosiego. Estaban tan aburridas que encontraban en esa tarea paz y futuro, otra cosa no podía desear a esa altura y en un pueblo cansado y muerto por las pocas alegrías y las necesidades. Los niños eran los únicos seres felices que corrían por las veredas con la libertad de quien no le tiene miedo a nada y la esperanza de un mañana despojado de lamentos.

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LAS HORAS DE COTY
------------------------------Anorexia nerviosa, La depresión, Santas, Sueños de libertad, Adolescencia e identidad, Amor verdadero, El amor es imposible, Van Gogh, Picasso , Soldi.

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