4-
LAS OBRAS DE ARTE
−¿Quién
era ese joven con el que estabas anoche? –le preguntó Octavio a Coty en el
desayuno.
−Un
amigo de Benjamín.
−Bien
–respondió algo serio y contrariado.
−¿Desde
cuándo te fijas tanto en la juventud? –le reprochó Constance mientras servía el
café.
−Desde
ahora. ¿Hay algún problema? –respondió Octavio, tomó una tostada y se fue al
estudio−. Vuelvo al mediodía, tengo que repartir fotografías. ¿Y Benjamín?
Seguro que está durmiendo. ¿Cuándo va a trabajar en serio?
−Cuando
sea grande −dijo Coty entre risas cómplices con su madre.
Marie
Anne apareció con los pelos alborotados, bostezando y en camisón. Constance no
quería que apareciera en ropa de dormir delante de Octavio. Por más confianza
que se tenían, él era un hombre.
−No
te enojes, hermanita. Vi que tu marido se fue y que dijo: hasta el mediodía.
−¿Y
si regresa por algo?
−Me
escapo. No seas tan rígida. ¿Quién me va a mirar a mí? Ni que me exhiba
desnuda.
−¡Dios
querido! ¡Qué dices!
Coty
y la tía se reían de Constance y su severidad. Tal vez, tenía motivos para
desconfiar de Octavio, pero si ése era el caso no lo iba a contar ni muerta.
Era demasiado estricta consigo misma y con sus valores. Nadie entendía cómo
había tenido dos hijos. Ni la propia Coty podía aclarar ese enigma. No
imaginaba a su madre teniendo relaciones sexuales porque la veía tan casta y
pura, intocable. Hasta pensaba que Benjamín y ella podían ser adoptados.
Locuras que se le ocurrían frente a los modales pulcros de Constance y su
eterna delicadeza. Parecía de porcelana. La tía Marie Anne lo mismo, pero menos
acartonada. Ambas eran muy sutiles, finas y educadas: pequeñas piezas únicas e
irrepetibles.
Coty
había heredado esas formas, pero adaptadas a los años ochenta. Igual no era
parecida a las muchachas de su edad; respetaba las ideas de los mayores y
seguía el ejemplo. Cuando algo le parecía injusto, se defendía, pero a
distancia para no herir a nadie.
Benjamín,
en cambio, al ser varón, iba y venía como quería y Constance lo vigilaba de
lejos, sin entorpecer sus atropellos pero siempre con el consejo a tiempo. Era
buen chico, pero bohemio y despreocupado. No ayudaba a Octavio porque tenía
otros planes, que no quería comunicar, pero que todos sospechaban.
Constance,
ante la perspectiva de ese futuro, se rezaba diez rosarios seguidos para que el
Hacedor cambiara las ideas de su hijo, porque como decía Octavio, con fastidio,
todo lo dejaban en manos de Dios. Y así el gran Creador del Mundo cargaba sobre
sus espaldas no sólo su cruz sino la de Benjamín: un joven bohemio y divertido.
−Voy
a ir hasta la plaza a vender unos cuadros. Bueno, hoy no porque hace mucho
calor. Mañana, si llueve, me parece mejor. ¡El clima está tan raro! ¿No? –le
contó a la tía que estaba tomando el desayuno en camisón en la cocina.
−Hijito,
qué paciencia. ¿Te gusta estar tirado en el piso como un pordiosero queriendo
vender esos cuadros?
−¡Son
obras de arte! ¡Cómo esos cuadros! Tía, por favor. ¡La cultura se respeta!
Claro, lo que pasa es que no soy famoso. Ya lo seré algún día y ni les dirigiré
la palabra.
−¡Qué
tonterías dices!
−Me
subestiman. Me cortaré una oreja como Van Gogh.
−¿Cómo
quién?
−¡Te
das cuenta! ¡No conoces a los grandes pintores! No tienes autoridad para hablar
ni para dar órdenes. Primero infórmate y luego me aconsejas.
**
No hay comentarios:
Publicar un comentario