8
LA VALIJA
Benjamín,
solo en el cuarto, se hallaba preparando una valija.
Entró
Constance sin llamar y la escondió rápido debajo de la cama.
−¿Qué
guardas tan celosamente?
−Nada.
Un cuadro a medio terminar. No quiero que lo vean hasta que lo haya finalizado.
−Tu
padre me dijo que le vayas a repartir estos sobres. Él no puede, le subió la
presión, se tomó una pastilla y se recostó. ¿Le haces el favor?
−¡Qué
vaya Coty!
−¡No
puede! Está preparándose para su primer día de clases. ¡Es que no entiendes!
¡Tanto te cuesta! Tu padre mantiene la casa y con su dinero te das los gustos:
compras óleos y pinceles, ahorras, sales los fines de semana, y no puedes
hacerle ese favor. Crece, niño, crece…
−Está
bien –respondió Benjamín contrariado, tomó los sobres y salió rápido de la
habitación. Cuando llegó a la mitad del pasillo se detuvo para observar si su
madre salía del cuarto porque no quería que se quedase revisándole sus cosas.
Volvió y cerró con doble llave.
Constance,
detrás de las cortinas, lo vio y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Aquel
niño se hallaba planeando algo que escondía porque era obvio que estaba mal. No
sabía qué, no podía imaginarlo, pero lo sospechaba desde hacía mucho tiempo.
Benjamín
era ambicioso y se encontraba disconforme en ese pueblo viejo que se dormía
amparado en la apatía y en la falta de oportunidades. Cuando iba a la plaza a
vender los cuadros era observado como un loco que no se sabía ganar la vida.
−Parece
un vagabundo −decían−. No, es el hijo de Octavio de Luca.
−No
sé cómo los padres permiten que dé lástima tirado en el piso pidiendo limosnas
por dos cuadros de “mala muerte”.
−Es
rebelde el chico.
−Sí,
les debe hacer la vida imposible.
La
gente que pasaba solamente lo miraba con piedad. Nunca le compraron un cuadro,
pero su figura, repetida hasta el hartazgo, era motivo de habladurías, de
charlas de café y hasta de burlas. Sobre todo de los más jóvenes.
−Hola
Benjamín –se acercó Adrián−. ¿No pasa nada?
−No.
Me ahoga este pueblo de personas tan básicas que no saben apreciar la cultura.
Yo estoy seguro que ni siquiera leen un libro.
−El
diario sí, los clasificados.
−Sí,
y las páginas de los avisos fúnebres.
−Mi
padre lee sobre política –agregó Adrián−. Le interesa saber cómo será el plan
económico de Raúl Alfonsín.
−Seguro
que bueno, nos sacó de la dictadura. Eso ya es mucho decir…
−Sí,
claro. ¿Y tu hermana? –preguntó Adrián dispuesto a saber de Coty ya que
resultaba tan difícil llegar a ella.
−Está
con las clases de maestra. Mejor olvídate de Coty. En eso nos parecemos
demasiado. Cuando perseguimos un sueño lo demás no cuenta. Vivimos para eso y
no desviamos el camino, ni los pensamientos. Los otros son molestias, personas
que quieren cambiar nuestros objetivos. Así son las pasiones y la vocación. El
que nunca lo sintió, no puede comprenderlo. Es el aire que necesitamos para
respirar, oxígeno puro, aunque nos den la espalda y se rían. Sabemos que
debemos, por nuestras convicciones, seguir el llamado y su mensaje, obedecer,
porque es una misión: la más bella que nos ha podido alcanzar. Lástima que dé
tanto sufrimiento porque, de alguna forma u otra, se espera un estímulo que no
llega nunca. ¿Comprendes?
−Más
o menos.
−Oh,
disculpa. Tenía que repartir unos sobres de mi padre. Me olvidé. ¿Te das cuenta
lo que te explico? Estos sueños me desvían de la realidad. Pierdo noción del
tiempo.
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