Las
horas de Coty
Coty
hubiera querido ir a la fiesta de graduación vestida con el uniforme del
colegio, pero las alumnas debían llevar sus galas y cada una eligió la suya.
Algunas de las niñas no tenían dinero para lujos y se sentían discriminadas.
Esa situación ponía triste a Coty que era demasiado sensible.
−No
pienses tanto en los demás. Diviértete. Siempre tratando de complacer a los
otros. ¿Y en ti quién piensa?
−Yo
misma. No necesito de nadie.
Coty
había elegido un vestido azul en tela brillante de lurex con mangas al codo que
se ajustaban con un gran puño, escote corazón, tiro bajo bien ajustado en la
cintura y falda fruncida a la rodilla. En cambio Natalia, su mejor amiga, se
vistió de color salmón con volantes de encaje blanco en la sobrefalda y hombros
descubiertos. El vestido era largo y casi lo arrastraba por detrás. Natalia era
una modelo de elegancia y sofisticación.
A
la fiesta, realizada en el gimnasio del Instituto San Francisco, fueron todos
los familiares y hasta la tía Felisa quien tuvo que cambiar de traje y
esmerarse un poco en elegir algo acorde a las circunstancias.
La
música era atronadora y se escuchaba desde Whitney Houston hasta Phil Collins.
Tantos temas y letras maravillosas de
una década inolvidable. Todo un mundo donde la esperanza se vestía con sus
mejores brillos y la vida parecía larga. Nada podía detener a esa juventud en
busca de milagros y de risas. Los abrazos iban y venían porque no había tregua
y las puertas se abrían con la mejor llave.
Benjamín
aprovechaba para mezclarse con la multitud. Había invitado a sus amigos.
−Te
presento a Adrián –le dijo a Coty, quien en ese momento estaba rodeada de sus
compañeras que, al ver al joven morocho de ojos verdes, se quedaron mudas.
Lejos
de sentir celos, la empujaron y ella cayó en sus brazos. Bailaron, se rieron,
festejaron… Parecían el uno para el otro.
−¿Con
quién está Constance? –exclamó Octavio levantando la cabeza para ver mejor.
−Con
un compañerito.
Cuando
Octavio la llamaba a su hija por el nombre completo era porque se hallaba
molesto, pero la música no dejaba hablar a nadie y se tenían que entender por
señas. Ya eso no les gustó a la tía Felisa y a Marie Anne tampoco. Decidieron
retirarse y dejar a los jóvenes que siguieran divirtiéndose en una velada
inolvidable. Constance se quedó tranquila porque ya le había dicho a Benjamín
que vigilara a Coty. Él, como bohemio que era, no escuchó las recomendaciones.
¿Qué podía pasar? Coty necesitaba vivir y que no le cortaran las alas. Por eso
le presentó a Adrián, el más guapo de todos sus amigos.
La
fiesta de graduación terminó tarde, y Benjamín se fue con los amigos a seguir
de festejo en otro lugar hasta el amanecer. Sabía que Adrián iba acompañar a su
hermana hasta la casa y así lo hizo.
Una estrella iluminó el pozo de la noche y los dos caminaron uno al lado del otro entre las sombras de ese silencio. Coty sentía su alma crecer dentro del pecho, se le habían desmoronado todas las paredes y se había quedado sola como una niña. Recordaba los sauces con las barbas en el agua, alguna de las pinturas de su hermano Benjamín, y relacionó ese pensamiento con Adrián.
−¿Pintas
cuadros?
−No
–se rio−. Eso solamente lo hace alguien como tu hermano. Yo tengo un comercio:
vendo autos.
−Raro
que nunca te haya visto por casa.
−Salgo
poco, me aburren ciertas reuniones de los amigos de mi edad. Prefiero quedarme
a leer. No digo que no frecuento lugares comunes, sino que no lo hago siempre.
¿Y tú?
−Muy
poco. Soy tranquila, no me gustan mucho las fiestas. Esta vez tuve que aceptar
porque era mi graduación, pero no me divierten. Gracias por acompañarme
–respondió Coty e intentó abrir la puerta con unas llaves que tenía en la
carterita, pero le temblaban las manos.
Adrián
lo hizo por ella… y quedó dibujado para siempre en las horas de Coty.
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