Coty
volaba…
Coty
parada con su guardapolvo blanco en el aula frente a los alumnos, parecía un
ángel. Se sentía la madre de esos niños que la miraban en silencio, con
respeto, pero también con amor. Todavía no la habían escuchado hablar y ya la
querían. Es que transmitía paz y confianza, abrigo.
−Yo
soy la nueva maestra de este segundo grado. Me llamo Constance, pero me dicen
Coty. Estoy acá para guiarlos, para enseñarles a andar por este sendero de la
vida; una etapa hermosa en la que se encontrarán con curiosidades, lecturas,
dibujos, juegos y aventuras, pero también con la historia de nuestra patria y
sus orígenes.
Mientras
hablaba miró por uno de los ventanales del Instituto San Francisco y vio pasar
en su automóvil a Adrián. El corazón le comenzó a latir con fuerza. ¿Por qué?
No quería pensar en él, se debía a sus alumnos, a la nueva etapa que iba a
comenzar y que era un desafío. Entró la rectora, la madre Mercedes, y los
alumnos se pusieron de pie.
−Buenos
días, niños. Acá la señorita Constance será su maestra. Espero que todo vaya
bien, y que a fin de año podamos recoger todo lo sembrado. Les doy la bienvenida.
Qué recen un padrenuestro antes de empezar la clase –le ordenó la rectora a
Coty que estaba algo dispersa.
−Sí,
claro. Lo había olvidado. Mil perdones.
Marzo
traía la música del leño, la fogata del hogar y esa magia cuando la hojarasca
era la protagonista. ¡Cuánto romanticismo! Adrián y su auto gris, la mirada,
los gestos sin palabras y el paisaje del silencio que se colaba en comunión
completa con el rostro de la tierra y sus alas.
Aparecían
los cuadros de Picasso frente a los de Benjamín en una grácil mueca despectiva
para transgredir los conceptos: el arte es subjetivo.
Coty
volaba…
−A
mí no me engañas. ¿Por qué no me cuentas lo de la peluquería? Te prometo que no
voy a hablar mal de esa “señora”. Es más, si ni la conozco. Sé algo por las
habladurías del pueblo.
−Ella
no tiene nada que ver. Es una mujer callada que educa bien a su hijo, aunque es
algo rebelde.
−¿Y
Benjamín, entonces…? Tiene la cabeza de piedra.
−No
digas eso de mi querido sobrino. Es un buen chico. No lo juzgues porque no
sigue los pasos del padre. Él es un ser aparte, distinto.
−Está
bien, pero cuéntame porque me da angustia verte tan rara.
−Es
que el pasado se me vino encima de repente y tanto o más doloroso que en
aquellos años.
−Apareció
el campesino. Lo viste. Cómo no se me ocurrió antes. Si todavía lo amas.
−¡No
digas eso! ¡No amo a nadie! Ahora no te cuento nada –gritó Marie Anne y se fue
para adentro y dejó a Constance tomando mates en la galería rodeada de
colibríes que venían a buscar el néctar de las rosas chinas.
−Es
la vida, mi querido –dijo al verlo volar con agilidad de duende y plácida
felicidad −. Eres la luz del que todo lo ve, el amor de los seres que ya no
están en este plano, y llevas mensajes. Gracias, Señor. Cuida a mi querida
hermana. Espero que no pierda el rumbo.
La
tarde de marzo parecía estar en pleno verano por el calor, aunque todos
esperaban los cierzos otoñales. Entre el sueño y la vigilia se hallaban los
millones de años sepultados en esa tierra de maestros inmigrantes.
“Papá
era un artista, sabía redactar tan bien. Tengo su cuaderno de grado con una
caligrafía estupenda. Esa pluma escribía en el aire sus máximas para después…
Papá José reconocía los caminos de agua y los del abuelo francés porque veía en
sus ojos la alegría y el enojo, el dolor de tener los centavos contados y el
futuro en sus manos con surcos”.
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Hasta acá llego con "Las horas de Coty", una historia basada en un hecho real y acompañada por ficción.
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