miércoles, 28 de agosto de 2024

Perder el Alma (4-La libertad de Dolores-1era parte)

 


4-LA LIBERTAD DE DOLORES

 

Enojarse con Dios…

 

 

Guillermo ocultaba la carta, la de Clara Franch, la que encontró en la torre del monasterio junto al revólver de su padre y a los huesos roídos de aquella mujer. Las líneas borrosas y casi ilegibles decían que ella había sido la asesina y que había matado a Salvador Ferrer para vengarse de la soledad a la que la sometió, ya que después de abandonarla, casi en el altar, Clara no se había vuelto a enamorar. Se quedó cuidando a sus padres ancianos hasta que fallecieron, y luego comenzó a vagar por las calles del pueblo, enigmática y fantasmal, buscando consuelo en su llanto, intentando reconstruir su vida junto a Salvador. Como no pudo hacerlo de una manera normal, lo que planeó fue el tormento indirecto, insospechado y fantástico, el que nadie cree, el que parece una ficción.

Guillermo la veía siempre rodeada de mascotas, etérea, delgada y con los huesos como sables que asomaban entre los trajes de novia que usaba. Siempre vestida de blanco, pero sus pensamientos eran oscuros. No con él, parecía amarlo. Por eso el joven sacerdote creía que era su madre. Aunque pensaba, muy en el fondo, de que Salvador y Clara no se habían vuelto a encontrar después del casamiento formal con Dolores. Ahora esa carta podría traer un poco de luz a la encrucijada en la que se hallaban inmersos.

−¿Y mamá? –le preguntó a Roberto.

−Sigue detenida. El abogado es un inútil. Hasta ahora no ha podido hacer nada.

−Ella lo mató. ¡Pobre papá!

−¡No fue! ¡Mintió! –gritó Roberto−. Lo hizo para salvarme porque cree que fui yo.

−¿Fuiste tú? –preguntó Guillermo−. Confiesa. Yo soy un sacerdote y sabes que no hablaré. Si me lo cuentas en secreto de confesión nadie sabrá jamás lo que me confiaste.

−¡No fui! Yo no lo quería a papá porque me prohibía todo. No me daba una cuota de confianza. Necesitaba dinero y me obligaba a trabajar, quería hacerlo en su negocio y me enviaba a buscarlo a otro lado. No me prestaba el auto. Siempre estábamos peleando.

−Lo sé. Yo era niño, pero lo recuerdo bien. Tú tampoco ponías voluntad y siempre lo contradecías; no querías estudiar. Papá era un hombre muy formal y pedía lo mismo a cambio.

−Bueno… a los hijos hay que quererlos como son. ¿Acaso a ti no te tuvimos que aceptar como un cura? ¿Crees que a mamá le gustó?

−No, sé que no.

−¿Entonces?

−Todo eso no justifica una muerte. Nada, absolutamente nada, la justifica.

−Papá se suicidó –dijo Roberto para salir del paso ante el interrogatorio y los reproches de Guillermo.

−No sé. Todo es muy confuso y nunca se va a saber bien cómo fue y quién estuvo con él en el momento atroz de la despedida. ¡Dios querido, padre de todos los santos! No quiero imaginar ese día o noche en que papá se vio acorralado por su victimario. Debe haber sufrido, llorado, pedido perdón… Tal vez…

−¿Pedir perdón? ¿A quién?



−Al que lo sometió a las sombras, al asesino. Mamá tampoco lo quería y le hacía la vida imposible; pensaba que sin él podría ser libre y ahora está en la trampa que ella misma armó para deshacerse de sus propias inseguridades y locuras.

−Mamá me protege, ya te lo dije. Se ve que los santos que te abrazan fríamente en tu casa más lamentable todavía, no te permiten tener lucidez y te ciegan los ojos y el entendimiento.

−¡No seas irrespetuoso! ¡Tú, acaso, no consumes sustancias!

−Pero no soy un cura.

−Yo no tomo nada o ¿qué piensas?

−Que bebes alcohol.

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PERDER EL ALMA
-------------------------Madre hay una sola, Alma, Los años 70, La venganza, Los muertos, La mujer de blanco.

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