lunes, 5 de agosto de 2024

Café de Hansen (7-Blas Aldao-2da parte)

 


Andrés con saco gris de franela largo y sombrero de copa parecía un caudillo.

−Hola, primita−le dijo a Elena con una cofia que retenía sus rulos. Se estaba preparando para la tertulia y Andrés se dio rápido cuenta.

−Estás de fiestas.

−Sí, en lo de Nieves.

−¡Qué interesante!

Blas no entendía y lo invitó con un café. Llegó Belia, la mamá de Elena, que casi no hablaba pero que podía reaccionar mal cuando veía una amenaza y se sentó al lado de Andrés.

Ese ambiente no era tan rígido como en la casa de Conrado; sin embargo, parecía ocultar alguna sombra que se desdibujaba en la mirada de Belia. Ella se mostró lejana y extraña, como si guardara años y como si temiera. Se sobresaltaba por los ruidos, sobre todo por la campana de la puerta. No le gustaba que Elena saliera mucho sino acompañada, aunque sabía que debía dejarla volar. Un vuelo que tenía que reposar en la casa de su enamorado Conrado Iriarte lo antes posible. Eso la protegía, no sólo a la niña sino a ella misma.

A Andrés aquellos tíos lo contenían. Es que muchas veces se sentía solo; sus padres eran demasiado ancianos y sólo pensaban en levantarse sin dolores. Él también era hijo único igual que Elena. El hecho de no tener hermanos cuando era un niño le traía felicidad y paz porque el amor era solamente para él y también los juguetes y las horas que su madre le dedicaba… De grande, tuvo que salir a buscar el remiendo para los minutos de silencio. . . . y lo hizo en casa de Blas y en la política. Tenía vocación de servicio y eso le llenaba el alma triste, lo completaba. Sentía que la felicidad era momentos y que podían ser fugaces como irrepetibles. Debía pisar suelo firme y buscar algo concreto que le diera la paz que necesitaba. La política desde ya no era sosiego para nadie, pero él la veía con otros ojos: una misión, el servicio.

−¿Cómo andan las reuniones en el comité? –preguntó Blas desganado, mientras Andrés leía el diario que estaba sobre la mesa.

−Debatiendo, buscando soluciones a corto plazo para la gente.

−Eso me parece bien. El político es un empleado y no debe abusar del poder sino entregarlo a La República y a la gente que lo votó.

−Ellos nos dan su confianza.

−No deben defraudar, es su deber.

Belia parecía no entender demasiado y su mirada se dispersaba en el contorno de la ventana mirando las nubes grises. Agosto traia vientos y perfumes, alergias. Belia no veía más allá de sus pensamientos alarmistas.



−¿Dónde vas que te estás arreglando tanto? –le preguntó a Elena que iba y venía con media docena de vestidos.

−Ay mamá… ¡Todo lo olvidas! A la “tertulia de damitas”. Es una de las pocas salidas que tengo. ¿Me la vas a prohibir?

−No.

−Pareciera que tienes ganas porque estás de malhumor cuando me ves feliz.

−¡No trates así a su madre! –dijo Blas-. ¡Más respeto! Y dile de usted.

−¡Qué antigüedad!

−Déjela, tío. No sea tan  severo. En esas reuniones sólo conversan tonterías y se ríen como adolescentes. No tienen nada de malo y todas son niñas buenas y educadas.

−No estaría tan seguro.

El tiempo con su tejido de red buscaba espacio entre las discordias para acomodar el goce que parecía esfumarse.

“Uno deja de oír, pero el ruido sigue presente como un fantasma que arrastra cadenas”.

                       Osvaldo Soriano

**

CAFÉ DE HANSEN
--------------------Lo de Hansen, El tango, Alta sociedad, Los compadritos, El caballero negro, Buenos Aires, Los tiempos viejos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario