lunes, 26 de agosto de 2024

Perder el Alma (3-La prófuga-1era parte)

 


3-LA PRÓFUGA

 

¿Te llamas Hortensia?

 

 

−Hortensia, ¿qué haces acá? –se escuchó entre las matas.

Don Fidel venía caminando entre la vegetación agreste con una rama que utilizaba de bastón para abrirse paso entre la maleza o por si aparecía alguna culebra. Lo acompañaban cuatro perros. Murmuraba bajito igual que los ancianos sin remedio, pero cuando levantaba la voz era porque estaba enojado. Llegó a la tranquera y se enfrentó con Susan y la niña en sus brazos.

−Hortensia –volvió a decir con más calma y se apoyó en un poste del alambrado.

A Susan le dolía el brazo de tanto sostener a la niña que ya se la veía cansada y llorosa.

−No me llame así −respondió con un hilo de voz, con tristeza y resignación.

−¿Y si te llamas Hortensia cómo te voy a decir? –exclamó don Fidel desorientado− ¡Vamos para la casa! Parada allí no ganas nada. ¡Qué locura habrás hecho!

−No me pregunte, papá. Ya le voy a contar con más calma. ¿Y mamá?

−Está haciendo una torta como todas las tardes. Sabes que la prepara para nosotros porque ella no come; dice que el dulce y las harinas le hacen mal a los intestinos.

Los dos caminaron hasta la puerta de la humilde vivienda pintada de blanco. La cortina descolorida dejaba ver la pobreza en la que vivían: baldes de agua, una canilla que goteaba, cuatro malvones y un pomelo. El burro, y atrás los galpones abarrotados de carros de abuelos, tractores viejos, trastos empolvados, gallinas y cerdos revolcándose en el lodo. El auto verde botella no estaba en el galpón.

−¡Mamá! –dijo Susan y la abrazó con la niña en el medio en un apretado y sentido encuentro que la dejó con llanto en los ojos.

Doña Martina estaba tan confundida como su marido Fidel. Cuando trabajaba con los Ferrer, los había visitado muy poco y por eso ellos se mantenían ofendidos. Pensaban que Susan se sentía avergonzada de tener padres humildes, con una propiedad pequeña y poco futuro. Por eso ella fue a trabajar de mucama, no pudo estudiar. En cambio, su hermano Aníbal había hecho tres años de abogacía en los tiempos de la dictadura militar, en los ´70. Aníbal era mayor que Susan. No se recibió y se dedicó a labrar la tierra igual que Fidel. Tal vez, escapó de aquello o lo obligaron… No se sabía, nadie preguntaba.

−Hortensia… ¿y ese bebé? –preguntó Martina y corrió la manta para verlo mejor.

−Es una niña y se llama Alma. No tiene padres, es huérfana.

−¿Y quién te la dio? ¿Acaso no tiene abuelos y tíos?

−Nadie –respondió Susan quien ocultaba el rostro para que no se le notara que mentía.

−Le vamos a dar de comer, pobrecita –dijo Martina sin hacer más preguntas−. Luego irás al pueblo a devolverla. Nosotros te acompañaremos; además, los Ferrer te saldrán a buscar. ¿Les dijiste que venías de visita?

−¡No iré a devolver nada! ¡No me obliguen! ¡Los Ferrer se pueden ir al infierno! –gritó Susan fuera de control.

−¡Por Dios, hija! ¿Qué has hecho?

Doña Martina sospechaba de algún manejo oscuro de su hija. No quería quedar involucrada, manchada; ellos eran honestos y demasiado derechos. Fidel se mantenía callado y, con las manos detrás de la espalda, caminaba de un lado a otro de la cocina. No quería enojarse porque se transformaba; intentaba calmarse, le hablaba a su yo interno. Martina lo miraba buscando respuestas, pero él desviaba la vista. Susan no podía contener los nervios y le ofreció la niña a Martina para que le diera la leche. Encontraron una mamadera de cuando Susan era pequeña y la acondicionaron para el momento. Alma no lloraba y los miraba con sus enormes ojos azules.

−Es muy hermosa, pero debe ser llevada con las autoridades. No sé. Creo que no se puede tomar un bebé por gusto para adoptarlo, aunque no tenga familia.

−¡No me importa si no se puede! –gritó Susan−. La niña es mi hija y ustedes deberán callarse porque si no me voy y no me ven más

−Hija, reflexiona –agregó Martina con voz dulce, intentando persuadirla de que debía volver atrás−. Si la trajiste del pueblo pueden venir a buscarla, estamos tan cerca.

En ese momento un auto, que venía por la calle levantando polvo, se detuvo.

Susan se asustó; se hallaba demasiado susceptible. Le arrebató la niña a su madre y se ocultó en los cuartos.

−¡Cuidado con decir algo! –amenazó.

−Es don Pascual que siguió para su rancho –gritó Fidel.

Susan se había recostado en el catre de adolescente y, con Alma a su lado, se durmió. Martina la miró con ternura y la dejó descansar; la tapó con una colcha tejida al crochet por la abuela Gloria y se fue a la cocina a hablar con Fidel. No podía creer lo que sospechaba. Susan siempre había sido una niña y luego una joven tímida, callada y obediente. Desconocía esos arranques de ira, su manera autoritaria de dar órdenes, el gesto adusto.

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PERDER EL ALMA
Me deben una vida...
-------------------------Madre hay una sola, El virus, La venganza, Los años 70, Locura, Amor incondicional, La trama del adiós.


Esta novela es la segunda parte de "La trama del adiós", pero se puede leer de forma independiente.

Algunos personajes de "La trama..." aparecen en esta parte, pero la historia es diferente.

¿Una venganza?
Según como se mire...


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