viernes, 11 de octubre de 2024

Querida Rosaura (Cap IV-2da parte)

 



Para ellos la realidad era una contradicción de la que no había que esperar nada. Para qué renegar por algo que no tenía solución; lo mejor era abandonarse al hastío de los años, a la paz de la siesta en un lugar propio que nadie les iba a quitar, al menos por el momento. Los hombres dormidos respiraban despacio y las gotas de sudor le recorrían la piel dorada por el fuego de las cosechas. Un jinete se acercaba al galope hacia la tranquera, ellos no lo escucharon… porque los lamentos de los pitiayumis, chiviros verdes y monteritos los dejaban sordos. La explosión de los vegetales les mostraba los frutos, con la experiencia de haber nacido labriego y el sosiego de su propia sencillez.

 

 

El poder del amor era más fuerte que los conjuros, nació Rubén. No pudieron dejar de acordarse de Santiaguito por quien elevaron una plegaria. El mismo párroco ofició la misa para el recién llegado en la sala del hospital como la vez anterior porque Magdalena así lo pedía siempre; era una forma de emancipar a ese niño de los acosos terrenales, de las miradas oscuras, del poncho de chala, y de los destinos.

En la casa, la estaban esperando todos menos Rosaura que no se despegaba del pequeño Rubén. Ella sentía algo raro, emotivo y sobrenatural, que la ataba a esa criatura como si fuera su propia madre. Rosaura tenía doce años pero había madurado el doble por la excesiva responsabilidad a la que la sometía Magdalena. Una perfección que le traía culpas y podría llevarla al fracaso.

En el campo, los hombres, con errático paso, estaban construyendo el futuro con los terneros, las gallinas, la quinta y el burro que se acercaba a la puerta a olfatear las migas de pan. Inti, dios del Sol y de los cultivos, observaba desde su fecundidad el poder de las raíces.

-Allá vienen…-dijo Bernardo quien miraba hacia la calle donde una polvareda gris se acercaba a alta velocidad.

Don José Shalli las traía de regreso a la chacra; Magdalena, su bebé y Rosaura que venía colgada del cuello de su madre para mirar los ojitos cerrados de Rubén. Ella quería abrazarlo con la ternura que guardaba desde que nació y que ocultaba por no encontrar destinatario.

¿Necesitaba amor esa niña de mirada transparente o simplemente comida como decía el abuelo? Ella quería sentirse útil y presente, que alguien se diera cuenta de que estaba allí y que sufría por no poder tener una infancia libre. Ahora poseía un motivo para permanecer al asilo de las tapias.

Juan Waner, sin salir de su letargo, no dejaba de admirar la valentía de su esposa que, con todo el dolor por la pérdida de Santiago, tuvo la fortaleza necesaria para traer al mundo a Rubén. Lo hizo para llenar el vacío y para sentir de verdad que la vida tenía que continuar su marcha. Entre las fibras de ese cuerpo peñascoso había sangre fuerte que podía borrar los gritos espectrales, la desolación de los campanarios y sus badajos, la sombra de la despedida…

-Hay que ponerse firme, hombre-le dijo José Shalli a Juan con un gesto de ironía que le abrió una cicatriz, con la pena y la certeza de que ese anciano no cambiaría nunca.

-Seguro-contestó Juan que no se atrevía a herir a nadie ni con el pensamiento.

-Usted es demasiado lento-volvió a decir el abuelo.

Juan bajó la mirada y se retiró porque sintió que los filos de su suegro lo estaban aniquilando por dentro.

“Hasta cuando…”, pensó cuando se alejaba hacia el campo que era su único refugio.

-Basta, papá, no se da cuenta de lo que dice, usted. Debería tener más respeto por mí que soy su hija y por el bebé que acaba de nacer. Es tiempo que reflexione, ya está grande y debe tratar de llevarse bien con aquellos que no tienen sus ideas. La gente no es toda igual. Comprenda.

-Bueno, qué tanto, yo soy positivo. No sé cómo me ven que me reprochan lo que hago. Yo no puedo opinar más… Es que a los viejos no se los tiene en cuenta. ¡En la antigüedad a los ancianos se los consideraba sabios!

-Sí, a los viejitos inteligentes-dijo Juan José y salió corriendo para el patio para no escuchar los retos del octogenario.

-Abuelito, mire al bebé. ¿No es bonito?-dijo Rosaura tomando a José de la mano para acercarlo al moisés.

-Sí querida.

-A propósito, cuando yo me muera quiero “una casita” para protegerme del clima.

-Qué cosas dice…

-No hable de morir cuando alguien acaba de llegar al mundo-dijo Rosaura abrazándolo con ternura.

-Tienes razón, pequeña.

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QUERIDA ROSAURA
------------------------------Madre, retratos literarios, personajes de novela, Jane Austen, Santas, El amor verdadero, Los inmigrantes.


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