miércoles, 9 de octubre de 2024

Querida Rosaura (Cap III-4era parte)

 


III

 

 

 

Magdalena la encontró con las mejillas húmedas por el llanto bajo la sombra del alero. Rosaura estaba hipnotizada.

-Niña, te estás helando-le dijo y se la llevó abrazada hacia la cocina.

Todos pensaban que no iban a poder seguir viviendo sin Santiaguito. Las hermanas de Magdalena se habían humanizado un poco a pesar de la máscara que llevaban y los abuelos cargaban de reproches a Magdalena y a Juan. Nadie se animaba a imaginar un futuro, sólo veían ese día que no pasaba nunca: silencioso hasta el aturdimiento, como el destino que te dice cuando llega la hora. Ese calvario los trataba de bastardos porque se sentían ignorantes, mirando desde el otro lado de la vereda la desgracia que se burlaba de ellos.

Estaban sentados a la mesa tomando café frente al candil de sebo;  nadie hablaba por temor herir susceptibilidades. Tenían demasiadas ganas de buscar respuestas a una realidad que les había tendido una emboscada. No pensaban en Dios porque estaban enojados con él. Modestas oraciones en un atrio imaginario, todo era poco y estallaba frente a la impotencia.

Aparecían algunos familiares, de riguroso luto, a dar las condolencias o a ver cómo se hallaban esos rostros castigados por las inclemencias de la vida. Nadie sabía lo que sentía en ese momento una madre por la muerte de su hijo, ese dolor que perfora las vísceras y deja el alma sin oxígeno para continuar el camino que se transforma en una vía empecinada en trizar los silencios para mostrar su cinismo.

-El tiempo cura-decían algunos.

-Yo vi la parca y su guadaña- comentó el tío Bernardo en los corrales.

Para Magdalena y Juan, las heridas no se cerrarían nunca porque eran muy sensibles y se aferraban al amor de sus hijos como único tesoro. Todo empezaba y terminaba en velar por la salud de esos seres desvalidos que se sostenían de aquellos que eran más fuertes. Sin embargo, parecían débiles hasta la médula, sin la capacidad de discernir, escondidos en la oscuridad de las noches igual que entes que se preguntaban:

-¿La vida es esto?

El cachetazo que les había dado los había colocado en un lugar desconocido. Por primera vez se daban cuenta de lo cruel que podría llegar a ser la vida, pero el sufrimiento estaba latente para hacerlos madurar y para golpearlos de nuevo ante la presencia de las leyes divinas. No lo entendían ni podían asumirlo porque pensaban que nadie tenía derecho a quitarle los años a un bebé que recién empezaba a descubrir los rostros de su familia, los colores, los animales, el sol de todos los días… Santiaguito se nutría de las lágrimas con la ternura de las musas cuando el sol las besaba: el niño maduro de estrellas.

A Santiaguito un ángel lo cubría de sus preseas mientras volaba en las gredas del Poniente.  Fue sepultado en una tumba blanca con misal de luto recamado.

Después llegó el vacío atiborrado de misterio y las culpas que engrosaban la  lista de interrogantes. El engranaje de la existencia se disfrazaba de monstruo y los asustaba creando en el entorno la más grande de las incertidumbres. Magdalena parecía retardar los días y le pesaba cada minuto porque ya no podía reparar los errores. Vivía entregando los Santos Oleos frente a la cuna desierta y esperando una dádiva de raciocinio. En ese nido había un ronroneo que extendía sus manos en busca de besos y se dispersaba en la flora, sediento, para buscar la semilla de su entraña.

La noche y el silencio sepultaban los árboles. Todo el clamor y la tristeza estaban dormidos en los cuartos.

La casa hablaba su propio dialecto amenazada por el hielo de ecos que escapaban y que luego regresaban al galope. Magdalena  imaginaba los tiempos venideros: Santiago corría en el retrato…, le ayudaba al tío Agustín a preparar el sulky… Era la resurrección misma de las almas que buscaban sus propios delitos bajo la carga de la penitencia.

La galería tenía perfume a rosas rojas y había humedad de lágrimas en la pared que escribía una historieta: un perro y dos tigres chiquitos en la selva, la primera letra del abecedario, uno más uno… La carretilla anclada detrás del columpio como barco pirata quería encontrar la mano de un dueño que ya no estaba en la familia.

 “La muerte se lleva la vida endeble por ausencia de maldad y por demasiada perfección.”

Todo lo arrastraba la marea y no quedaban más que palabras sin decir, niebla, recuerdos que se desdibujaban con los años y voces.

 

¡Oh miasma con ropones inhumanos,

nacido de impurezas germinales,

aparta ya tus pócimas umbrías

del fangal espinoso de mis días!

 


Tres pasos en el piso hueco.

Magdalena entró nuevamente al cuarto vacío de su hijo. De pronto, escuchó un llanto. Desesperada, abrió un ropero. En el fondo había una caja con un muñeco roto en mil pedazos. Miró a un lado y al otro…

En la puerta, parada, la soledad.

**

QUERIDA ROSAURA
¿Cuánto dura el amor?
La aternidad.
--------------------------------Madre, El amor verdadero, Santas, Novelas históricas, retratos literarios, personajes de novela, El campo argentino, La lucha femenina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario